Reseña de Malicia, de Leandro Ávalos Blacha, en Revista Kundra
Por Sandra Gasparini
No es solo la combinación de distintos géneros en un marco
de absurdo lo que hace original y divertida a Malicia, la última novela de
Leandro Ávalos Blacha, sino fundamentalmente la maestría con la que va
combinando las tramas que se identifican con cada uno de ellos. Un lugar -las
calles principales de Villa Carlos Paz, Córdoba-, en un momento clave -la
temporada alta de turistas dispuestos a entretenerse con el teatro de revista-,
es el punto de partida ideal para que el autor vaya agregando sus pinceladas
bizarras, su lente deformante, su humor negro que no deja de descolocarlo todo.
Si la palabra “malicia” reúne entre sus acepciones tanto la
tendencia a interpretar de modo “siniestro” o “picante” una frase o una
situación, como la intención solapada que inevitablemente se inclina al mal o,
llanamente, remite a su ejercicio, es posible pensar que el eje que vertebra
todas las tramas de la novela procede de ese poder polisémico que tiene el
lenguaje. Malicia es la de los amigos que se odian y sin embargo se buscan;
malicia, la de la suegra que tiene ocultas intenciones; también la de las
vedettes que quieren serrucharle el piso a sus compañeras; la del asesino
serial que busca algo que algunas mujeres tienen; la de una nena que pretende
ser famosa a toda costa, la de una secta, la contenida en un nombre que exhibe
lo evidente y la de una teoría conspirativa que tiene un fondo trasnacional.
Con Malicia, Ávalos Blacha vuelve al humor delirante de Berazachussetts (2007),
que se había teñido de una gozosa melancolía en los relatos entrelazados de
Medianera (2011) y exige un lector competente en consumos mediáticos bastante
especializados.
A Ávalos Blacha le interesan aquí varios subgéneros. Por lo
pronto sigue apostando a la recombinación y a la ruptura de los esquemas
clásicos del policial y del fantástico: desde los cinematográficos toques
slasher –sobre todo en la presencia del brutal psicópata, casi tributo al
subgénero giallo, todavía más propenso a lo hiperbólico-, que crispan a la vez
que desacartonan el terror, hasta las notas argumentales de viejas series de TV
Malicia lo intenta todo para impedir que el lector despegue los ojos de sus
páginas. El reality show, por otra parte, se constituye de inmediato,
alimentado por los sucesos del último minuto, convirtiendo en espectáculo el
asesinato y la violencia, de manera que las disparatadas obras de teatro de
revista están en el borde del snuff.
El fantasma y su estela tenebrosa y sugestiva siguen siendo
un elemento provocador si se los trata como aglutinantes de un conjunto de
deseos, temores y reclamos no ya de un pasado oscuro que vuelve a golpear la
puerta sino como el procedimiento más espectacular para requerir fama o
justicia, en este mundo u otros, como ocurre con Celina, una niña que busca
hacerse ver y oír. En este sentido, el registro despojado y naturalizador del relato
contrasta con los sucesos narrados, sangrientos y extraños. Virtud de una voz
narrativa resultado de una política de la escritura que exalta lo mínimo (o lo
aparentemente banal) y una economía verbal basada en una acertada selección
léxica que sorprende tanto como divierte.
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