viernes, enero 27, 2017

Atravesar el fantasma de la fama

Reseña de Malicia, de Leandro Ávalos Blacha, en Revista Kundra 
Por Sandra Gasparini



No es solo la combinación de distintos géneros en un marco de absurdo lo que hace original y divertida a Malicia, la última novela de Leandro Ávalos Blacha, sino fundamentalmente la maestría con la que va combinando las tramas que se identifican con cada uno de ellos. Un lugar -las calles principales de Villa Carlos Paz, Córdoba-, en un momento clave -la temporada alta de turistas dispuestos a entretenerse con el teatro de revista-, es el punto de partida ideal para que el autor vaya agregando sus pinceladas bizarras, su lente deformante, su humor negro que no deja de descolocarlo todo.

Si la palabra “malicia” reúne entre sus acepciones tanto la tendencia a interpretar de modo “siniestro” o “picante” una frase o una situación, como la intención solapada que inevitablemente se inclina al mal o, llanamente, remite a su ejercicio, es posible pensar que el eje que vertebra todas las tramas de la novela procede de ese poder polisémico que tiene el lenguaje. Malicia es la de los amigos que se odian y sin embargo se buscan; malicia, la de la suegra que tiene ocultas intenciones; también la de las vedettes que quieren serrucharle el piso a sus compañeras; la del asesino serial que busca algo que algunas mujeres tienen; la de una nena que pretende ser famosa a toda costa, la de una secta, la contenida en un nombre que exhibe lo evidente y la de una teoría conspirativa que tiene un fondo trasnacional. Con Malicia, Ávalos Blacha vuelve al humor delirante de Berazachussetts (2007), que se había teñido de una gozosa melancolía en los relatos entrelazados de Medianera (2011) y exige un lector competente en consumos mediáticos bastante especializados.

A Ávalos Blacha le interesan aquí varios subgéneros. Por lo pronto sigue apostando a la recombinación y a la ruptura de los esquemas clásicos del policial y del fantástico: desde los cinematográficos toques slasher –sobre todo en la presencia del brutal psicópata, casi tributo al subgénero giallo, todavía más propenso a lo hiperbólico-, que crispan a la vez que desacartonan el terror, hasta las notas argumentales de viejas series de TV Malicia lo intenta todo para impedir que el lector despegue los ojos de sus páginas. El reality show, por otra parte, se constituye de inmediato, alimentado por los sucesos del último minuto, convirtiendo en espectáculo el asesinato y la violencia, de manera que las disparatadas obras de teatro de revista están en el borde del snuff.

El fantasma y su estela tenebrosa y sugestiva siguen siendo un elemento provocador si se los trata como aglutinantes de un conjunto de deseos, temores y reclamos no ya de un pasado oscuro que vuelve a golpear la puerta sino como el procedimiento más espectacular para requerir fama o justicia, en este mundo u otros, como ocurre con Celina, una niña que busca hacerse ver y oír. En este sentido, el registro despojado y naturalizador del relato contrasta con los sucesos narrados, sangrientos y extraños. Virtud de una voz narrativa resultado de una política de la escritura que exalta lo mínimo (o lo aparentemente banal) y una economía verbal basada en una acertada selección léxica que sorprende tanto como divierte.

 El impredecible mundo imaginario en que Ávalos Blacha transforma a la turística Villa Carlos Paz  –a la altura del Berazachussetts de la novela homónima y del oscuro universo de las corporaciones de Medianera– podría ser la locación perfecta para una película de horror de Darío Argento, de quien el autor es perfecto conocedor. Las alusiones a relatos y personajes de su maestro Alberto Laiseca completan una genealogía que se extiende a las narradoras y narradores de complejas identidades de César Aira, quien fuera uno de los jurados que le otorgó el premio Indio Rico en 2007. Ávalos Blacha es, sin dudas, una voz sutilísima que se afirma en el ámbito de la novela argentina contemporánea

No hay comentarios.: