Mariano Vespa reseña Malicia, de Leandro Ávalos Blacha para
La Agenda BA
Aquella placidez serrana que Perla y Juan Carlos, junto a su
“compañero de gastos” Mauricio, pronosticaban para sus vacaciones en Villa
Carlos Paz, se ve convulsionada por una serie de asesinatos de actrices de
teatro de revista. Ese contexto estructura Malicia, cuarto libro de
MaliciaLeandro Avalos Blacha (1980).
Hace unos años, el periodista Pablo Petrovel se convirtió en
el sommelier cordobés de segundas marcas: el catálogo exhibe gaseosas cola,
salchichas, vinos, y cómo no, fernets. De alguna manera, el escenario teatral
que compone Avalos Blacha es un sustitutivo en rebaja de una idílica Mar del
Plata. Pese a la atmósfera de terror y desconfianza, la temporada sigue y
Perla, de improviso, se sube a un escenario. Su exuberancia ha llamado la
atención de propios y extraños. En simultáneo ha ocurrido el crimen de otra
celebridad, que tiene como testigos a Celina, una niña inquieta, y a Marta, una
médium. Ambas entran en trance y, a la vez, intentan construir su carrera:
Marta autopublicitándose en todos los medios como una mujer capaz de leer el
más allá y Celina, endemoniada, desde una pantalla construye adversarios y se
apropia del discurso de las vedettes: “De mi vida privada prefiero no hablar”;
“gracias chicos, cerramos la nota acá”; “reventé la temporada y a todas esas
muertas de hambre”, son alguno de sus yeites. Con ese trasfondo, no son pocos
los obstáculos que tiene el comisario Di Lisio, casi retirado, para trabajar en
los casos.
Avalos Blacha combina hilaridad en un clima donde lo trash
adquiere protagonismo en la marquesina. No pierde de vista el tono noir, sino
que moviliza la intriga hacia Perla, la inminente próxima víctima. Pero como
sucedió con otra de sus novelas, Berazachussetts, y con algunos relatos de su
maestro, Alberto Laiseca, las viejas están ahí, al acecho.
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