¿Sigue viva una cabeza tras ser cortada? Larraquy novela los
delirios del arte y la ciencia.
Oportunísima la puesta en circulación en España, en la nueva
colección de Turner, de La comemadre, primera novela de Roque Larraquy (Buenos
Aires, 1975), publicada en Argentina cuatro años atrás, y que obtuvo una
notable recepción crítica. La cosa no era para menos. Ya desde la página
inicial (incluso antes, en los epígrafes) se detecta una prosa muy concentrada
con una finalidad desasosegante. El asunto es claramente perturbador, y por
partida doble. La novela se articula en dos relatos, ligados por el delirio; en
uno, el desenfreno de verificación de la ciencia a principios de siglo (1907),
y en otro, la obsesión del artista actual (2009) de convertirse él mismo en
objeto artístico. En ambos se experimenta con el cuerpo, más allá de sus
límites. El primero narra el proyecto de un grupo de psiquiatras que, en una
clínica próxima a Buenos Aires, intenta averiguar qué sucede en los nueve
segundos en que una cabeza humana sigue viva después de ser cercenada. Embaucan
a los pacientes, enfermos terminales de cáncer, para que donen su cuerpo y los
guillotinan para registrar la vida aún latente, lo que dice la cabeza. En el
segundo relato, un artista corrige una tesis sobre su vida y obra, con todas
las notas al pie desatinadas, exhibiendo su infancia de niño prodigio y joven
obeso que, al perder kilos, perdía parte de su yo, y con esa humillación se
esforzaba en distinguirse de la especie, en dar vida al monstruo que lo habita,
a la vez que declara sus “ganas de ser involucrado en el amor”.
El amor recorre, en efecto, con una tensión subrepticia y
abyecta, las zonas menos calamitosas de los dos relatos, que se complementan
como una prótesis. Quintana, el psiquiatra que narra la historia de la clínica,
se presta a trabajar en el desquiciado experimento por amor a Menéndez, la jefa
de enfermeras, de la que sólo sabe que fuma cinco minutos apoyada en una
baranda, sin más vida que su profesión, y que todos, incluido el director,
andan detrás de ella. Un burbujeo de deseo para justificar la ignominia de la
investigación. Al artista el amor le deja la cabeza “como una pantufla de
anciana”, y su arte se fundamenta en la mutilación: se extirpa un dedo, que
cuelga de un alambre; no es su mejor obra, pero así sabe que lo que pierde no
importa, hasta que alguien lo roba, y la representación deriva en trivialidad.
En La comemadre, la precisión de la prosa, con frases
breves, escuetas, que conforman una interrogación que obliga a detenerse
continuamente, produce también un efecto de anonadamiento, como si la razón
hubiera sido reemplazada por una lógica destructiva, y en ese proceso la novela
misma aniquilara su significado. El título hace referencia a una planta que
produce larvas que la devoran por dentro. Aquí las larvas que anidan en la
ciencia y el arte devoran los cuerpos o los transforman en anomalías. Con esta
primera novela, Roque Larraquy desplegó un inusitado talento sin renunciar a
una inteligencia corrosiva.
El País, 06/10/2014
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