En el libro de ensayos Música prosaica (Entropía, 2014),
Marcelo Cohen interpreta con destreza diversos mundos -la música, la
literatura, la política- desde la experiencia vital de la traducción.
Por Shirly Catz para Espacio Murena
Música prosaica lleva a cabo una de las fantasías de su
autor: la de poder “tocar literatura”. “Tocar literatura” implica, en primer
lugar, palparla, la traducción misma se le aparece a Cohen como un fenómeno
propiamemente corporal, de “hormigueo en los dedos” cuando pasa un tiempo sin
traducir.
Contagiados de ese hormigueo “que se extiende a todo el
cuerpo en terca búsqueda de postura”, pasamos las páginas de su texto para
notar, además, que “tocar literatura” requiere, sobre todo, de un gran
ejecutante. En este segundo sentido de tocar en tanto “músico que ejecuta una
pieza”, su ejercicio ya no es sólo corporal sino, sobre todo, esencialmente
musical. Sus dedos que traducen sienten,
sobre todo, nostalgia de la música. Y performance mediante, el músico-escritor
se convierte, aquí, en un asombroso ejecutante de su partitura, que ha
pretendido unir mundos diversos.
En esta conjunción de universos es que el autor puede llevar
a cabo, en parte, lo que cree imposible: otorgarle armonía a la literatura. Su
texto busca, también, lo que otros han buscado y aquello en lo que Cohen juzga
que han fracasado: que la prosa no sea sólo sucesiva, sino simultánea, en un
efecto armónico y de totalidad polifónica.
De la conciencia de esta imposibilidad es que podrá generar,
paradójicamente, su propio efecto de armonía. Lo logrará mediante la creación
de constelaciones improbables que irán generando una suerte de eco in
crescendo: Apollinaire y los simultaneístas, Burroughs cortando la página para
neutralizar “el poder adictivo de la línea de sentido único”, Faulkner junto
con E.M Forster, y Néstor Sánchez con la improvisación del jazz… Cada uno de
ellos como una nota musical, en la conformación de acordes específicos dentro
de la obra.
Con un tempo particular, con el hormigueo del jazz extendido
al cuerpo, es que ingresamos al segundo tema, variación de la melodía en la
segunda pieza que nos hace sentir, ahora, un elemento nuevo: la conexión del
lenguaje con la política. Pensar sobre la lengua, afirma en el segundo de sus
ensayos, es esencialmente un gesto político. El lenguaje es político por
excelencia, pues ejerce el control sobre uno mismo. Las prácticas de
traducción, cuando son capaces de relacionar mundos distintos, cuando salen de
ese “lugar asfixiante donde todos enjuiciaban la existencia de los otros”, son
como pequeñas islas de libertad en los que podemos quitarnos los zapatos que
nos tocaron en suerte, y que de tanto usar hasta habíamos olvidado que nos
quedaban apretados. “Traducir como la vía idónea para disgregar el simulacro de
unidad”, apunta Cohen.
Su texto canta la traducción de la literatura a la música y
de la música a la literatura, no con la pretensión de una unidad improbable,
sino desde un ejercicio de libertad. Este ejercicio no es meramente lúdico.
Acaso radique allí la belleza de ese baile: en una apariencia de liviandad y en
el ocultamiento de un secreto.
Al compás de Música prosaica, Cohen hace danzar a la música
con la literatura y a la literatura con
la música, como dos amantes apasionadas, con la fuerza y el deseo de aquellos
que saben que, al final de la noche, se tendrán que volver a separar. Pero que
pueden sentir, también, que en ese relampagueo han ampliado el horizonte del
mundo. Pues “de eso debería tratarse justamente cuando alguien dice que le
preocupa el lenguaje: de formas que abran la conciencia a los vaivenes del
viento”.
Espacio Murena, 7/10/2014
No hay comentarios.:
Publicar un comentario