lunes, abril 13, 2015

Elogio de la fragilidad

Por Felipe Benegas Lynch para Boca de Sapo



No son extrañas las incursiones literarias de los directores de cine: Truffaut, David Lynch, Tarkovsky, Woody Allen, etc. El caso de Herzog no deja de ser particular. Del caminar sobre hielo no es un diario de filmación, ni un tratado sobre cine o estética, tampoco un guión adaptado. Escrito a modo de diario de viaje, el texto se vale de una breve nota preliminar para trazar las coordenadas de los fragmentos: Herzog, personaje y autor, camina de Múnich a París para conjurar la posibilidad de que la convaleciente Lotte Eisner muera. Ya en las primeras páginas se lee:
  
Un único pensamiento omnipresente: irse de acá. Las personas me dan miedo. Nuestra Eisner no debe morir, no va a morir, yo no lo permito. No morirá, no. No ahora, no lo tiene permitido. No morirá, no. No ahora, no lo tiene permitido. No, no va a morir porque no está muriendo. Mis pasos son firmes. Y ahora tiembla la tierra. Cuando yo camino, camina un bisonte. Cuando descanso, reposa una montaña. ¡Cuidadito! No lo tiene permitido. No lo hará. Cuando llegue a París, ella estará con vida. No será de otra manera porque no está permitido que lo sea. Ella no tiene permitido morir. Más tarde tal vez, cuando nosotros lo autoricemos.
Sobre un campo llovido un hombre agarra a una mujer. El césped está aplastado y sucio. (10)

Este es el tono del texto: oscila entre el adentro y el afuera. La descripción del paisaje y del ejercicio del caminante, así como de sus astucias y angustias, ocupan gran parte de esta breve obra. Los paisajes nunca son telones de fondo: en cuanto se pronuncia la sensibilidad exacerbada de ese cuerpo inmerso en el frío y la humedad el paisaje deviene interno y voz y mundo se transforman a la par: “Reflexionar sobre mi persona saca una cosa a la luz: el resto del mundo rima” (10).
Como en sus películas, Herzog apela a una verdad más profunda que la de los hechos. Su prosa es poética porque responde a estímulos que van más allá de la verdad lógica y racional, forzando la retórica y la sintaxis del texto. No es, sin embargo una escritura pretenciosa retóricamente ni que busque la vana estetización del paisaje y de las emociones. Herzog avanza, a veces como un bisonte, a veces como un cuerpo a punto de desmoronarse y transformarse en agua congelada: el hielo sobre el que camina es el de su propia fragilidad.

Mirecourt, de ahí seguí rumbo a Neufchateau. Había mucho tránsito y recién después empezó a llover en serio, la lluvia total, una lluvia constante de invierno que me desmoralizó más por aun por ser tan fría, tan poco amable y por meterse en todos lados. Tras unos kilómetros me levantó alguien, fue él quien me preguntó si quería subirme. Sí, dije, quiero. Por primera vez en mucho tiempo volví a masticar un chicle, que me convidó el hombre. Eso me devolvió un poco la confianza en mí mismo. Viajé con él más de cuarenta kilómetros, luego se levantó en mí un terco orgullo y volví a caminar bajo el aguacero. Campo cubierto de lluvia. Grand es sólo un humilde pueblo, pero con un anfiteatro romano. En Chatenois, que en tiempos de Carlomagno era el lugar principal de toda la zona, hay una fábrica de muebles bastante grande. La población está muy exaltada porque el dueño abandonó precipitadamente la fábrica de la noche a la mañana, dejando todo acéfalo y sin instrucciones. Nadie sabe adónde escapó, mucho menos por qué. Los libros están en orden, las finanzas correctas, pero el dueño se fue sin decir palabra. (72)
          
Las historias están latentes a cada paso: narraciones pasadas, futuras y posibles van completando el entramado rumiante de quien camina. A lo lejos, algo está claro: Eisner no debe morir, ella no puede dejar vacante su lugar sin previo aviso.
Poder volar después de haber batallado tanto contra la muerte y la propia fragilidad, es una verdad que no se puede negar con argumentos lógicos. También es una verdad que trasciende los hechos que vinculan a Herzog y al cine alemán con Lotte Eisner. Herzog lleva las palabras al camino y en ese ejercicio socava su arrogante seguridad. Casi sin aliento, sus palabras son las de alguien desprotegido que a fuerza de exponerse abre un umbral de comprensión:

En el desconcierto me cruzó la cabeza una palabra, y como la situación igual era extraña, se la dije: Juntos, le dije, vamos a cocinar fuego y a detener pescados. Ahí me miró, sonrió muy delicadamente y, como sabía que yo estaba a pie y por eso desprotegido, me entendió. Por un breve y delicado momento algo dulce atravesó mi cuerpo muerto de cansancio. Entonces le dije: abra las ventanas, desde hace unos días que puedo volar. (96)

Vale la pena contextualizar la figura de Lotte Eisner con respecto a Herzog y al Nuevo Cine Alemán. Así la describe el mismo Herzog en las entrevistas con Paul Cronin:

…en el caso del Nuevo Cine Alemán tuvimos la suerte de que Lotte Eisner nos diera su bendición. Ella era el eslabón perdido, nuestra conciencia colectiva, una fugitiva del nazismo y durante muchos años la única persona viva en el mundo que conocía a todos desde la primera hora, un mamut lanudo de pura cepa. Lotte fue una de las más importantes historiadoras del cine mundial de todos los tiempos y conoció personalmente a todas las grandes figuras del cine mudo y los primeros años del cine hablado: Eisenstein, Griffith, Sternberg, Chaplin, Murnau, Renoir y hasta los hermanos Lumière y Georges Méliès. Y también conoció a otras generaciones: Buñuel, Kurosawa, los conocía a todos. Sólo ella tenía la autoridad, la visión y la personalidad para proclamarnos legítimos, y tuvo una importancia vital que insistiera en que lo que mi generación estaba haciendo en aquel momento en Alemania era tan legítimo como la cultura cinematográfica que habían creado Murnau, Lang y los otros directores de Weimar tantos años atrás. (Herzog por Herzog, El cuenco de plata, 2014, p.170)


En ese sentido, es elocuente la “Laudatoria de Lotte Esiner en ocasión de la entrega del Premio Helmut Käutner”, que cierra De caminar sobre hielo a modo de epílogo. Tanto Del caminar sobre hielo como Herzog por Herzog marcan una interesante tendencia en las colecciones de Entropía y El cuenco de Plata.

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