A los 25 años el escritor y editor Martín Zícari ya tiene en
su haber un puñado de plaquetas de poesía, un proyecto editorial propio y acaba
de publicar su primera novela, Scalabritney. En una charla con Revista Ramera
analiza su relación con la escritura, nos cuenta sobre sus influencias, se
distancia de la Alt-Lit y apunta contra la crítica literaria.
Por Emmanuel Milwaukee
“Es que estamos todos cada vez más locos”, me dice Martín
Zícari, haciendo referencia al paso del tiempo, mientras caminamos al lado de
las vías del tren atravesando el predio de Agronomía; la tarde cae lentamente
alrededor nuestro, la luz se vuelve cada vez más naranja y se filtra entre las
hojas de los enormes árboles que nos rodean. Martín es escritor y editor; entre
tantas otras cosas, claro. Tiene 25 años y creció en Bella Vista, partido de
San Miguel. Editó los libros de poesía Dragón de agua (Hoja de trabajo, 2012),
El problema de la droga y los días lindos (Tammy Metzler, 2013) y el ebook de
relatos eróticos Papus (De parado, 2013). En 2014 Entropía publicó su primera
novela, titulada Scalabritney, en la que narra la vida de un pibe de
veintipocos en Buenos Aires, abordando tópicos varios como la amistad, el
trabajo precarizado, el ocio y el constante roce entre la realidad y la
fantasía. “Es medio la visión de un pendejo provinciano, puto, que cae a
capital y quiere experimentar la ciudad, flashar y tener amigos”, resume.
Martín vive actualmente en Villa Urquiza, lejos del bardo,
cerca del club Argentinos, donde va a nadar casi todos los días. Una zona agradable.
Al entrar a su departamento, en un primer piso al que subimos por escalera –
aunque hay un ascensor –, lo primero que se ven son libros: arriba de una mesa,
arriba de otra mesa, en los estantes, en una mesita frente a un sillón y así.
Mucha poesía: Obra Completa de Héctor Viel Temperley, Antología de Juan L.
Ortiz, Trabajo Nocturno de Juan Manuel Inchauspe. También aparecen los tres
tomos de Nueva corónica y buen gobierno de Felipe Guamán Poma de Ayala. “Es que
estoy haciendo mi tesis”, explica Martín, que está terminando la licenciatura
en Historia en la UBA.
Ya instalados en su casa -y con alguna cerveza sobre la
mesa- charlamos acerca de Scalabritney, de su proceso de escritura y de su paso
por distintos talleres (entre ellos los de Gabriela Bejerman y Alberto Laiseca)
hasta dar con el de Damián Ríos y Mariano Blatt, donde la novela terminaría de
tomar forma. “Yo empecé a escribir la novela en el 2011 y la terminé en el
2012. La terminé en el taller de Damián, ahí se terminó de armar. Yo había empezado
a hacer algunos talleres antes y había escrito algunas partes, la fui
escribiendo de a fragmentos. Cada parte de la novela nació por separado”,
relata Martín en relación al origen de Scalabritney. “Algunos capítulos
nacieron de consignas que me habían dado, como toda la primera parte, por
ejemplo.”
LAS INFLUENCIAS SALVAJES
Scalabritney tiene un devenir vertiginoso y esquivo, la
narración de cada capítulo parece no detenerse jamás ni establecer jerarquías
entre qué es importante narrar y qué no, pareciera ser un caudal desaforado,
una correntada que lleva al lector muy lejos. Cualquier detalle mínimo puede
ser el disparador para una gran digresión: el poema de una canción imaginaria,
los ojos negros de los caballos, un recuerdo de infancia o animales ficticios
movidos por el viento. Martín reconoce en ello una gran y potente influencia de
Copi: “En una época empecé a leer mucho Copi. Me acuerdo de ‘La ciudad de las
ratas’. El libro es como las peripecias de una familia de ratas por los
suburbios de Paris, la narración avanza siempre. Me gustaba eso de la narración
que sigue y sigue, él tenía mucho de eso y me encantaba. Con Scalabritney yo
quise hacer algo así”.
Martín habla de Copi con fervor, confiesa la admiración por
su obra y también por la excentricidad y lucidez que emanaba de ese escritor y
dramaturgo argentino que a pesar de la distancia supo convertirse en uno de los
acontecimientos más originales de nuestra literatura. “Me interesaba mucho la
figura de Copi y lo que generaba él. El chabón era puto, tenía HIV, su familia
se exilió por problemas con el peronismo, él se radicó en Paris después, hizo
la suya, todo eso”. Martín se incorpora y camina hasta su biblioteca, revisa
los estantes con la mirada. Finalmente encuentra lo que busca. Se acerca y trae
en las manos el libro Habla Copi. Homosexualidad y creación, de José
Tcherkaski, una extensa entrevista a Copi en la que responde con humor punzante
a un largo cuestionario. Leemos juntos algún fragmento. Sin duda un gran tesoro
que Martín guarda con cariñoso recelo.
Hurgando en torno a influencias contemporáneas aparece en la
conversación Pola Oloxiarac, cuya novela Las teorías salvajes (editada por
Entropía, al igual que Scalabritney) parece haber dejado huella en la escritura
de Martín. “También venía pensando mucho en ese libro de Pola Oloxiarac, justo
había salido por esa época. Ese fue un libro que me marcó mucho para escribir
Scalabritney. Ella escribe desde Puan, yo también estudié ahí, su protagonista
es una universitaria que se dirime en teorías. Yo sentía que quería generar un
diálogo” . Martín se detiene un momento y piensa, abre mucho los ojos y señala
con determinación otro detalle que considera importante destacar entre ambas
novelas: “Pola usa mucho neologismo, mucha jerga. Yo también hice eso. Entropía
resaltó esas palabras en el texto de ella. Con Scalabritney quisieron hacer lo
mismo, lo querían marcar con itálicas, y yo dije que no, que me parecía que eso
cosificaba el lenguaje. Pienso que al marcar tanto las particularidades del
lenguaje se termina perdiendo mucho de lo que hay ahí, se vuelve medio
estático, no tiene sentido.”
ALT-LIT, ELLOS Y NOSOTROS
La publicación de Scalabritney significó el hito de mayor
exposición dentro de la obra de Martín. Sin embargo, un puñado de reseñas y
entrevistas poco comprometidas con el texto lo interpelaron en torno a su labor
como escritor desde interpretaciones que no lo dejaron demasiado satisfecho.
“Siento que la gente la lee mucho en línea con el Alt-Lit y toda esa boludez de
la literatura norteamericana actual. Puede llegar a tener algo de eso porque es
un acto de escritura y la escritura se hace en soledad, pero nada más. En
varias entrevistas que tuve que hacer sentí que nadie había leído la novela,
repetían la contratapa, te preguntaban cosas muy superficiales. Me parece una
falta de respeto. Un panorama medio deplorable de la crítica cultural”, se
lamenta Martín.
Algunas reseñas hablan de banalidad, de reivindicación de la
frivolidad, de enajenación urbana, de pibe ensimismado perteneciente a una
generación desinteresada. Otras rozan la homofobia refiriéndose a un narrador
infantilizado hasta la lobotomía, homosexual y ocioso. “Lo que me interesa a mí
es lo formal, cómo está construida una oración, quiero que se me juzgue por
eso, no por los temas que toco. Si son medio inmaduros es porque tenía 19 años
cuando lo escribí. Igual todo bien, ¿por qué la gente tiene que entender tu
flash? La gente está leyendo las cosas pensando en su vida. Entonces vos te
relacionás con eso si tiene algo que ver con tu vida. Ponele, estos héteros que
escribieron estas críticas están hartos de los putos tomando control de la
cultura, entonces escriben esas críticas antiputos súper machistas porque tiene
que ver con su vida, no tiene que ver con el texto, tiene que ver con cómo ven
el mundo ellos”, concluye tajante.
En relación a los vínculos que se intentan establecer –
desde la crítica literaria porteña – entre cierta literatura joven argentina y
la movida Alt-Lit de Estados Unidos, Martín irradia tirria. Se levanta y busca
una nota publicada en Revista Ñ, en la que se presentan a los principales
exponentes de la literatura de internet estadounidense y se intenta encontrar
un paralelismo argentino en la narrativa actual, entre las novelas elegidas
como posibles referencias se encuentra Scalabritney. “Me parece una paja que
busquen representaciones de la Alt-Lit en Argentina, con esto del centro y la
periferia, y nosotros siempre escribiendo como lo que escribe Estados Unidos,
que me parece que nada que ver, me parece que Argentina tiene un desarrollo
literario particular que no tiene nada que ver con Estados Unidos. Odio la
Alt-Llit, y que lo comparen con la Alt-Lit me parece una pelotudez.”
VIAJES EN AUTO A BRASIL
La noche ya está bastante avanzada, los envases de cerveza
ya están vacíos hace rato. Ambos nos desplegamos sobre un enorme sommier. Nos
rodean los libros, por supuesto. Nos acompaña también una botella de agua, cada
tanto algún colectivo pasa frente al edificio, debajo de la ventana, y nos hace
retumbar los oídos. Le pregunto a Martín que qué sigue ahora, si se encuentra
escribiendo algo nuevo. “Si, estoy escribiendo. Ahora estoy escribiendo la
tesis, pero de vez en cuando escribo algunos poemas y un poco de prosa. La
prosa es medio rara. Estuve estudiando sobre la comunidad campesina en el siglo
XIV y empecé a escribir sobre eso, sobre el campesino que vuelve de trabajar
las tierras del señor feudal, un poco de cómo era esa sociedad, sobre las
leyendas, el misticismo del bosque.”
Martín piensa en la escritura como algo que siempre estuvo
en su vida. Del interior de un cúmulo de cosas, a un costado de la cama, saca
un cuaderno anillado de tapa dura con una imagen del Demonio de Tasmania. Es su
cuaderno de infancia, me cuenta, el que le reglaron sus padres cuando era un
niño para que escriba y el cual lo acompaña hasta estos días. “Siempre tuve a
la escritura como algo medio de la imaginación y el escape. Empecé a escribir
porque me aburría en el auto con mi familia. Nos íbamos a Brasil en auto con
mis viejos y con mis hermanos nos portábamos como el culo. Mis viejos se
hincharon las pelotas y me compraron un cuaderno y me dijeron ‘escribí
historias’, así me quedaba callado un rato”, recuerda entre risas. “Después
escribía historias y me mareaba escribiendo en el auto, me la pasaba vomitando
todo el viaje”, agrega y ambos largamos una carcajada.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario