Werner Herzog. En
1974, el cineasta caminó desde Munich hasta París para ver a la crítica Lotte
Eisner, que agonizaba. Este libro es el diario de ese viaje.
Por Roger Koza para Revista Ñ
Werner Herzog tiene lectores. Sí, lectores, porque este
genio del cine con fieles en todo el mundo también escribe. Sus libros son como
sus películas: singulares y personales, escritos en un estilo que no remite
directamente a ningún escritor específico. Su famoso diario Conquista de lo
inútil tenía un obsesivo carácter descriptivo en el que se intercalaban algunas
ideas que se pueden “leer” en sus películas. El darwinismo poético del
director, por ejemplo. Al recordar al autor de El origen de las especies habría
que pensar sobre todo en el corolario más inquietante de su visión del mundo:
nosotros, los bípedos implumes, somos una especie entre especies. En cierto
sentido, esa visión articula secretamente la obra de Herzog y asoma en sus
propios escritos; un poco menos en Del caminar sobre hielo , diario cronológico
de su viaje lúdicamente chamánico en dirección a París para visitar a una
agonizante Lotte Eisner, la crítica de cine que escribió el magnífico libro La
pantalla diabólica y colega de Henri Langlois, deidad cinematográfica a la que
Herzog se encomienda y por la cual se sacrifica para salvarla. Y lo logra.
En Herzog sobre Herzog , el director le contaba a Paul
Cronin su caminata de Alemania a Francia para ver a Eisner.
Del caminar sobre hielo es el diario cronológico de ese
viaje a pie realizado en 1974, precedido por una nota preliminar redactada en
1978 y seguido por un discurso laudatorio de Herzog a propósito de un premio
recibido por Eisner en Alemania en 1982, unos ocho años después de su viaje, lo
que permite entrever que la brujería imaginaria de Herzog de querer salvar a su
admirada Eisner dio resultado.
En dos horas se puede leer esta peregrinación de menos de un
mes. Son notas de un viajero que no fueron concebidas en un principio para ser
publicadas, algo que Herzog aclara en el inicio. Esto explica el estilo
taquigráfico de varios pasajes. Si estas notas fueran imágenes, la escritura
seguiría la lógica del registro continuo de una cámara frente a todo lo que
sucede a su alrededor. Si esta metáfora formal es válida, la escritura de
Herzog desconoce por momentos el punto y aparte y se sostiene en “falsos
raccords” en donde no hay aviso alguno de que se ha cambiado de tema. La
discontinuidad es programática. He aquí una prueba: “El universo ya no contiene
nada, es el vacío más absoluto y oscuro. Los sistemas de la Vía Láctea se han
densificado en no-estrellas. Se expande una dicha y de la dicha germina ahora
una quimera. Esa es la situación. Una densa nube de moscas y tábanos me zumba
sobre la cabeza, tengo que sacudir los brazos y sin embargo me siguen por todas
partes, sedientos de sangre. ¿Cómo voy a hacer las compras?”.
Cualquier caminante sabe que todo lo que ve (y oye)
predispone a un doble trabajo cognitivo: el caminante observa con detenimiento
la puesta en escena de su trayecto y a su vez es imposible que un paisaje, un
transeúnte, una peculiar forma arquitectónica o un animal no lo reenvíe a una
escena ya vivida. Percepción y asociación. El texto de Herzog suele
circunscribirse a una transcripción en papel de lo visto en el día. El
inventario diario se reparte democráticamente entre apreciaciones del clima, el
ocasional encuentro con personas, la interacción con un animal y el lugar
elegido para dormir. El frío no es aquí una mera condición meteorológica sino
una variable ontológica por la que el cineasta experimenta su cuerpo con una
intensidad apabullante. El 4 de diciembre escribe: “Por primera vez no me di
cuenta para nada de que estaba caminando, hasta el bosque de la cima anduve
metido en profundos pensamientos. Claridad y frescura absolutas en el aire, más
arriba hay un poco de nieve. Las mandarinas me ponen eufórico”.
La hegemonía descriptiva del diario no impide que en ciertos
pasajes y frente a ciertos paisajes Herzog vincule lo que está frente a sus
ojos con aquello que reside en su memoria, y cuando eso sucede Del caminar
sobre hielo se despega de la tierra o más bien su prosa se desliza aún con
mayor elegancia sobre la superficie que recorre: “En viejas fotos marrones, los
últimos navajos marchan, agazapados sobre sus caballos y envueltos en mantas en
la tormenta de nieve, hacia la extinción; la imagen no se me va de la mente y
aumenta mi resistencia”.
Percibir, recordar y en ocasiones, pensar. Habría que
distinguir aquí la reacción lingüística inevitable frente al mundo exterior,
que conlleva una respuesta frente a los estímulos, y la operación de pensar en
donde el lenguaje interviene sobre el propio flujo de conciencia y las
representaciones del mundo. Hay un momento muy cómico en el que Herzog se ve
secuestrado por dos palabras: “mijo” y “robusto”. Su esfuerzo por tratar de
unir ambos términos tiene una potencia filosófica ostensible. Cuando Herzog empieza
a acercarse a Francia, el cambio de atmósfera lo predispone de otra forma. Su
destino ya no es inalcanzable. Es un nuevo espacio y como tal tiene sus efectos
físicos y sus propios signos. Un poco después llegará a París. Eisner aún
estará con vida.
¿Y en dónde está el cine en estas páginas? Prácticamente en
el fuera de campo, excepto en el epílogo, momento en el que se revela el
espíritu de esa caminata atlética. Eisner –dice Herzog– “es la conciencia de
todos nosotros, la conciencia del Nuevo Cine Alemán y, desde que falleció Henri
Langlois, también la conciencia del mundo en el cine”.
De ahí en adelante, las siete páginas que cierran el libro
son letras de amor para un ícono de la más alta cinefilia.
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