Entrevista a Daniela Tarazona en Revista Ñ
Otros caminos. A contracorriente del realismo en boga,
Daniela Tarazona explora el borde entre lo extraño y lo fantástico.
Su primera novela El animal sobre la piedra (Entropía) es de
una perfección asombrosa: una mujer va mutando en reptil, en animal
prehistórico, y ese tránsito es descripto con minuciosidad, gozosamente. La
segunda, El beso de la liebre (Alfaguara), combina rasgos genéricos del cómic,
la mitología y la ciencia ficción; sucede en un presente global y decadente, en
un territorio cuya identificación no importa. Su protagonista es también
femenina y tiene superpoderes. La tercera, todavía en proceso de escritura, es
sobre una mujer que atraviesa el tiempo. Daniela Tarazona, una de las voces más
impactantes de su generación, es parte de la comitiva mexicana. Estará presente
en tres mesas de la Feria junto a escritores mexicanos y argentinos y en un
evento en el Malba el 11 de mayo.
–Tu novela El animal sobre la piedra narra un viaje y una
metamorfosis, en ambos casos se parte hacia lo nuevo y desconocido. Más allá de
lo doloroso de dejar la propia piel, enfatizás que se trata de una
transformación gozosa. ¿Por qué?
–Supongo que se debe a la necesidad de escribir sobre la
experiencia vital, y la vida es cambio continuo. Cuando escribía El animal
sobre la piedra pensaba que el cambio de Irma era gozoso porque no quería que
el personaje pudiera verse como una víctima. Los lectores de un taller, en
aquel entonces, insistían: “ella debe dolerse, debe sufrir”, y cuando les decía
que para ella la transformación era un ascenso en la escala evolutiva, dejaban
de insistir. ¿Dejar la propia piel es doloroso? Sí, me hice esta pregunta. Es
doloroso perder las cualidades anteriores, eso que llamamos talentos,
habilidades. Sin embargo, tras el cambio, aparecen nuevos atributos –como le
sucede a Irma– y es cosa de vivir con esos nuevos talentos y dejar de
lamentarse por los que se perdieron.
–En este libro se rozan los temas del trauma ante la muerte,
del dolor y la maternidad. Parte de su extraordinario impacto en el lector
tiene que ver con la sutileza con que se abordan esos temas, con lo enigmático
de las situaciones. ¿Cuál es tu búsqueda estilística? ¿Qué es lo que más te
interesa lograr?
–Que el lector no quiera irse. Atraparlo como si cayera en
una telaraña. Eso, casi siempre. No sé si tenga una búsqueda estilística
definida. Así como me gusta leer historias que se arriesgan en su forma, busco
narrar de la manera más adecuada lo que estoy contando aunque implique un
riesgo. Esto es: cada historia busca su forma. Por otra parte, la reunión de
las palabras que componen un texto son invocadas desde la inquietud. La
inquietud es mi principal alimento y espero contagiarla a los lectores.
Considero que se puede contar algo simple de manera extraordinaria. Lo más
complicado es encontrar el tono que seduzca al lector.
–Tanto en esta novela como en El beso de la liebre la
narración parece borrar sus propias pisadas, los hechos no siempre parecen
formar parte de un encadenamiento. ¿Dirías que esta es una marca de tu
escritura?
–Sí, puede ser una marca de mi escritura. No me interesa
contar nada de manera lineal porque no creo que la vida se experimente así. Enfrentamos
un suceso y recordamos otro semejante o lo relacionamos con otro hecho perdido
en nuestro tiempo vital. No me interesan las ideas absolutas y tengo pocas
certezas. El encadenamiento de los hechos sucede en “desorden”, aunque eso no
quiere decir que su devenir sea ilógico; me refiero a la inmensa cantidad de
asuntos que desconocemos de nosotros mismos y del mundo que nos rodea. Me
detengo en lo que no se entiende a golpe de vista. Los enigmas están por todas
partes. La civilización contemporánea pretende hacernos creer, bajo el
dinamismo de su información e imágenes, que la mayor parte de las preguntas
sobre el mundo y la vida del hombre han sido respondidas. Yo creo que sabemos
muy poco. Y muchas veces ignoramos nuestra propia composición interior.
–En ambas novelas se trata de mujeres con “cualidades
únicas”. ¿Por qué esta recurrencia?
– He preferido escribir historias de personajes femeninos
porque soy mujer. Me interesan los personajes anómalos. Es una vocación
antigua, me entiendo mejor con los espíritus deformes. Las cualidades únicas
son, obviamente, las que nos distinguen de los otros. No sólo seremos
reconocidos por nuestras señas particulares si tenemos un accidente fatal.
Nuestra particularidad existe. Tal vez esa recurrencia de escribir sobre
mujeres con cualidades únicas se repita pues la protagonista de la novela que
estoy escribiendo atraviesa el tiempo. Lo hace sin darse cuenta hasta que está
del otro lado del tiempo.
–¿Frecuentas otros géneros?
–Antes de escribir narrativa me dedicaba a la poesía. Y
tengo varios cuentos publicados. Pero la novela es mi género favorito: permite
estar sumergida en un mismo tema durante periodos larguísimos de tiempo,
obsesionarse con la historia y los personajes, con sus misterios. Me gusta la
mirada horizontal que abarca la novela, su más allá: la línea frente a los
ojos, ese extraño destino de los personajes: un secreto que va revelándose poco
a poco.
–¿Con qué escritoras y escritores argentinos sentís
afinidad?
–He leído con fascinación libros de Carlos Ríos, Roque
Larraquy y Fernanda García Lao y siento afinidad con sus temáticas, los puntos
de vista y el humor que presentan sus textos.
–¿Qué autores mexicanos recomendarías?
–Cristina Rivera Garza, Julián Herbert, Carla Faesler,
Valeria Luiselli, Luis Felipe Fabre... La escritura mexicana atraviesa un
momento excelente.
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