miércoles, mayo 06, 2015

Subjetiva de nadie, de Marcos Vieytes






“En cine, la cámara objetiva es aquella que representa lo que ven los espectadores. Cuando la cámara se identifica con el punto de vista de uno de los personajes, es decir, nos identificamos con lo que éste ve, se denomina cámara subjetiva” (La Literatura en las Artes Combinadas 1 Ficha de cátedra: Términos cinematográficos Realizada por: Lic. Mónica Gruber)
“De repente termina la película. Sobre la pantalla, gastada, carraspea la cinta, se ilumina la sala tenuemente, miramos hacia atrás. Los hombres quietos. Sobrevivientes todos de batallas perdidas.
Como muertos.
Esperan.
Otra película.
Mientras dure la cinta olvidarán” (fragmento de la novela “El cine de los sábados”, de José María Gómez)

La subjetiva de Vieytes

Como un verdadero amante del cine, Marcos Vieytes, el autor de este libro fascinante, nos lleva de la mano, haciéndonos luz en el camino, hacia uno de los fenómenos más complejos y relevantes de la modernidad: precisamente el cine, es decir, el sistema productor de imágenes más espectacular que rodea a nuestras vidas. ¿Existe una vida sin el cine, existe una vida sin imágenes? Las bastardillas son a propósito, términos de un posible cuaderno de bitácora para adentrarnos en el libro. La tarea es para todos los afortunados que lo lean, yo ya hice mi tarea, es decir, me dejé ganar por la apuesta de la obra y cada uno deberá corresponder por sí mismo a las imágenes que provoca su lectura y al despliegue meticuloso de estas. Como cuando uno mira una película.
Como un verdadero intelectual, Marcos Vieytes hace foco (encuadra, recorta alguna realidad, dirige una mirada, hace plano, etc.,etc.) en un determinado campo artístico (la cinematografía) y lo hace a través de las realizaciones concretas (las películas: cientos, muchas de ellas no las hemos visto y no las veremos jamás) pero no para criticarlas (en el sentido de la conocida actividad profesional que reseña aspectos técnicos y argumentales de un filme) sino para adentrarnos en el fenómeno, el hecho, la cosa, y salgamos de eso sabios, es decir, provistos de un ropaje de cuya necesidad no habíamos reparado todavía –a pesar de que vivimos en el cine–, y apropiados de un bagaje cuyas consecuencias nos perseguirán (como un  perro andalúz, por decir algo) y que era hora de que nos diésemos cuenta. A mí me pasó eso, y aquí lo digo, con todas las letras, al igual que el autor me lo hizo saber (y ver) con todas las imágenes a las que remite en extensión y con profundidad. Extracto solamente un párrafo del libro, cuando habla de un director de cine: “… erige su catedral… hecha de sombras tan precarias como el celuloide, materia de la están hechos nuestros sueños…”, dice, casi al final.

Aún así, una de las características mas sorprendentes del libro es que Marcos Vieytes se remite a sí mismo todas las veces, a su mirada particular, su subjetiva, y sin escatimar las consecuencias: como nadie y sin antecedentes en su profesión, el autor pone su propio cuerpo en la estacada (por medio de referencias autobiográficas, poesías de su autoría, reflexiones sobre su propio acto de mirar películas o preguntarse, por ejemplo: “¿Por qué me gusta tanto esa película…”?). Y lo hace porque justamente el libro habla de eso, no solamente de películas –y de ahí la potencia y la inteligente concepción de la obra– sino del acto de mirarlas. Y entonces, por esa vía, el libro adquiere un plus particular, de alguna manera inédito. Y también perturbador. ¿Por qué? Porque no habla solamente de ese acto –con todas las condiciones intelectuales al servicio de la idea rectora del libro– sino del acto mismo en el momento de responder a una pregunta, sumamente indiscreta: ¿Quién está ahí, mirando una película? Y la pregunta no podría ser otra que: “Un hombre”, y, en este caso, ese hombre es Marcos Vieytes. Subjetiva de nadie, subjetiva de todos, subjetiva de Marcos Vieytes.

Igual que si la Esfinge, luego del primer acertijo (donde la respuesta que todos conocemos es: “El hombre”) preguntara, en el colmo de la indiscreción: ¿Y qué está haciendo? Y la respuesta fuera, es: “Mirando una película”.
El hombre, es decir, sus deseos, el desgarramiento, también la soledad –infinita–. Por eso es que se apagan las luces de la sala, para permitir el encantamiento, para no ver a los demás en las butacas, estar solo mirándose al espejo. Ver películas es como estar frente a un espejo. Ese espejo es terrible porque es vasto, abigarrado, multicolor, y sólo los que saben lo que están haciendo (los creadores) consiguen en algún momento componer una imagen, una sola, y que sea capaz de dar cuenta de todo el universo; pero no el universo de todos, sino el del único, irrepetible y particular hombre que está ahí, en la platea, solo consigo mismo.
Es un ejercicio peligroso.
Se debería ver cine con los ojos cerrados.
Todos los hombres buscan su película, incansablemente, y muy pocos la encuentran. La felicidad es muy difícil de lograr. A veces está ahí, muy cerca de nosotros, y es apenas una imagen pero en la que nos reconocemos completamente. “Padre nuestro que estás en los cielos, la imagen de cada día, dánosla hoy…”

Sin ninguna duda, “Subjetiva de nadie”, de Marcos Vieytes, es un gran libro sobre el cine.

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