Por José María Gómez
“En cine, la cámara objetiva es aquella que representa lo
que ven los espectadores. Cuando la cámara se identifica con el punto de vista
de uno de los personajes, es decir, nos identificamos con lo que éste ve, se
denomina cámara subjetiva” (La Literatura en las Artes Combinadas 1 Ficha de
cátedra: Términos cinematográficos Realizada por: Lic. Mónica Gruber)
“De repente termina la película. Sobre la pantalla, gastada,
carraspea la cinta, se ilumina la sala tenuemente, miramos hacia atrás. Los
hombres quietos. Sobrevivientes todos de batallas perdidas.
Como muertos.
Esperan.
Otra película.
Mientras dure la cinta olvidarán” (fragmento de la novela
“El cine de los sábados”, de José María Gómez)
La subjetiva de Vieytes
Como un verdadero amante del cine, Marcos Vieytes, el autor
de este libro fascinante, nos lleva de la mano, haciéndonos luz en el camino,
hacia uno de los fenómenos más complejos y relevantes de la modernidad:
precisamente el cine, es decir, el sistema productor de imágenes más
espectacular que rodea a nuestras vidas. ¿Existe una vida sin el cine, existe
una vida sin imágenes? Las bastardillas son a propósito, términos de un posible
cuaderno de bitácora para adentrarnos en el libro. La tarea es para todos los
afortunados que lo lean, yo ya hice mi tarea, es decir, me dejé ganar por la
apuesta de la obra y cada uno deberá corresponder por sí mismo a las imágenes
que provoca su lectura y al despliegue meticuloso de estas. Como cuando uno
mira una película.
Como un verdadero intelectual, Marcos Vieytes hace foco
(encuadra, recorta alguna realidad, dirige una mirada, hace plano, etc.,etc.)
en un determinado campo artístico (la cinematografía) y lo hace a través de las
realizaciones concretas (las películas: cientos, muchas de ellas no las hemos
visto y no las veremos jamás) pero no para criticarlas (en el sentido de la
conocida actividad profesional que reseña aspectos técnicos y argumentales de
un filme) sino para adentrarnos en el fenómeno, el hecho, la cosa, y salgamos
de eso sabios, es decir, provistos de un ropaje de cuya necesidad no habíamos
reparado todavía –a pesar de que vivimos en el cine–, y apropiados de un bagaje
cuyas consecuencias nos perseguirán (como un
perro andalúz, por decir algo) y que era hora de que nos diésemos
cuenta. A mí me pasó eso, y aquí lo digo, con todas las letras, al igual que el
autor me lo hizo saber (y ver) con todas las imágenes a las que remite en
extensión y con profundidad. Extracto solamente un párrafo del libro, cuando habla
de un director de cine: “… erige su catedral… hecha de sombras tan precarias
como el celuloide, materia de la están hechos nuestros sueños…”, dice, casi al
final.
Aún así, una de las características mas sorprendentes del
libro es que Marcos Vieytes se remite a sí mismo todas las veces, a su mirada
particular, su subjetiva, y sin escatimar las consecuencias: como nadie y sin
antecedentes en su profesión, el autor pone su propio cuerpo en la estacada
(por medio de referencias autobiográficas, poesías de su autoría, reflexiones
sobre su propio acto de mirar películas o preguntarse, por ejemplo: “¿Por qué
me gusta tanto esa película…”?). Y lo hace porque justamente el libro habla de
eso, no solamente de películas –y de ahí la potencia y la inteligente concepción
de la obra– sino del acto de mirarlas. Y entonces, por esa vía, el libro
adquiere un plus particular, de alguna manera inédito. Y también perturbador.
¿Por qué? Porque no habla solamente de ese acto –con todas las condiciones
intelectuales al servicio de la idea rectora del libro– sino del acto mismo en
el momento de responder a una pregunta, sumamente indiscreta: ¿Quién está ahí,
mirando una película? Y la pregunta no podría ser otra que: “Un hombre”, y, en
este caso, ese hombre es Marcos Vieytes. Subjetiva de nadie, subjetiva de
todos, subjetiva de Marcos Vieytes.
Igual que si la Esfinge, luego del primer acertijo (donde la
respuesta que todos conocemos es: “El hombre”) preguntara, en el colmo de la
indiscreción: ¿Y qué está haciendo? Y la respuesta fuera, es: “Mirando una
película”.
El hombre, es decir, sus deseos, el desgarramiento, también
la soledad –infinita–. Por eso es que se apagan las luces de la sala, para
permitir el encantamiento, para no ver a los demás en las butacas, estar solo
mirándose al espejo. Ver películas es como estar frente a un espejo. Ese espejo
es terrible porque es vasto, abigarrado, multicolor, y sólo los que saben lo
que están haciendo (los creadores) consiguen en algún momento componer una
imagen, una sola, y que sea capaz de dar cuenta de todo el universo; pero no el
universo de todos, sino el del único, irrepetible y particular hombre que está
ahí, en la platea, solo consigo mismo.
Es un ejercicio peligroso.
Se debería ver cine con los ojos cerrados.
Todos los hombres buscan su película, incansablemente, y muy
pocos la encuentran. La felicidad es muy difícil de lograr. A veces está ahí,
muy cerca de nosotros, y es apenas una imagen pero en la que nos reconocemos
completamente. “Padre nuestro que estás en los cielos, la imagen de cada día,
dánosla hoy…”
Sin ninguna duda, “Subjetiva de nadie”, de Marcos Vieytes,
es un gran libro sobre el cine.
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