martes, mayo 19, 2015

Yo creo en ti. Subjetiva de nadie (Fragmentos de un diario crítico), de Marcos Vieytes

Por José Miccio para Bazar Americano



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 Al comienzo de Subjetiva de nadie Marcos Vieytes dice que el inventor del cine es Dios. En la página 88 se pregunta si no será obra del diablo. La posible contradicción (habrá argumentos teológicos para explicar que lo que inventa uno lo inventa también el otro) es menos importante que el ámbito del que proceden los dos demiurgos. Porque si hay algo que se puede decir de Subjetiva de nadie sin demasiado temor a equivocarse es que se trata de un libro religioso, como parece serlo todo lo que tiene que ver con el  amor cuando el amor se toma en serio. Casi no hay página que no recuerde al cristianismo. Vieytes dice que las imágenes cinematográficas de Romy Schneider son ofrendas, que Terence Fisher es un satanista católico, que Mario Bava es un multiplicador de panes y peces, que John Ford es la Biblia, que Godard es Adán. Lo mismo que pasa con los directores pasa con las películas. Wake in Fright es Génesis y Apocalipsis. Huracán, Antiguo y Nuevo Testamento. Obviamente, a la palabra satén sigue Satán.

 Pero antes que del vocabulario cristiano – que bien podría ser solo retórica – la fuerza religiosa del libro procede de su tono. Subjetiva de nadie no viene de un sacerdote con autoridad y doctrina sino de un místico. O de un tipo como el Robert Duvall de El apóstol, sacudido por palabras que parecen tenerlo como médium. Vieytes escribe de cine entusiasmado. Es decir, poseso. Los pocos conectores que usa hablan en parte de ello. Hay, por supuesto, algún por otra parte, algún por un lado, algún entonces. Pero lo que hay fundamentalmente son oraciones largas, adición y subordinación, comas y más comas. Los argumentos levantan la cabeza de entre una sintaxis abigarrada, no se acomodan uno detrás de otro, coordinados de manera clara y distinta. Podría ser una catástrofe: mala literatura que habla de cine. O peor: otro caso de semiología hermética perpetrado por la anticinefilia. Pero no. Es un trip. Contra su propio subtítulo, hay que decir que más que un libro de crítica, y más que un diario, Subjetiva de nadie es el cuaderno de notas de alguien interesado en ciertas sustancias. La droga en este caso se llama cine, y de lo que sucede cuando el cine entra en el cuerpo de Vieytes se trata todo.

 He aquí un fragmento ilustrativo y notable: 

“La idea es delirante, genial, desmesurada, propia de un subproducto del cine de terror europeo tan sugestivo y poético como acabó siendo Horror Express (1972) de Eugenio Martín (Gene Martin para la distribución internacional), protagonizada por el dúo dinámico de la Casa Hammer que formaron para siempre Christopher Lee y Peter Cushing, trasplantados a esta producción con director español, Telly Savalas haciendo de cosaco, Alberto de Mendoza fagocitándose la película al dárselas con todo desparpajo de monje ruso medio loco y medio brujo, más desatado aún que la suma del Rasputín histórico y del mítico, un par de mujeres filmadas de verdad, un monstruo simultáneamente material y metafísico, un tren que atraviesa el nevado desierto siberiano, tres o cuatro secuencias que asustan como pocas, un silbido sibilino y asesino, ni un solo plano irrelevante debido al imán iconográfico del reparto, y ese momento maravilloso en el que, tras cazar y dar muerte al monstruo o a una de sus encarnaciones, Peter Cushing le hace la autopsia  para encontrarse con la sorpresa de que en el ojo tiene grabadas – talladas, registradas, impresas – imágenes solamente visibles a través de la lente de un microscopio. Pero eso no es todo, también se revelan milenarias y extraterrestres. Algo así como si Dios hubiera tenido una cámara y mandara home movies desde el cielo, películas de su panorámica cenital. Solo que estas resultan ser las de un demonio, especie de subjetivas cenitales de Satán en caída libre hacia la Tierra tras su derrota bíblica a manos del arcángel Miguel. ¿Quién no pagaría la entrada – digo más: quién no vendería su alma por ver esta película?”
  
Leer una aventura teológica de este tipo en Godard es fácil, porque hay una marcada predisposición a encontrar en sus películas revelaciones de todo tipo. Leerlo en una fascinante y olvidada película de terror de los años 70 le da al libro de Vieytes un interés bien propio, independiente de la dignidad que dan los grandes nombres y los elogios seguros. 

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 Quien haya leído El Amante en sus últimos años de existencia en papel sabrá de donde procede fundamentalmente Subjetiva de nadie. Buena parte de los textos – sino todos – aparecieron antes en la revista. Incluso han quedado marcas de tiempo curiosamente desatendidas, como la referencia a la última década del cine de Bellocchio, que se establece no desde 2014 sino desde 2010, año del estreno en Argentina de Vincere y del número de El Amante para el que Vieytes escribió una nota con poema. (La idea de diario explicaría esto con sencillez, pero no hay ninguna fecha). El pasaje de la revista al libro tiene consecuencias profundas. Es bien sabido: el libro otorga (impone) una coherencia que la edición periódica no exige. El libro espacializa el tiempo. Antes significa atrás. Sin un prólogo que avise de su historia, por el solo hecho de aparecer juntos, los textos publicados durante varios años se vuelven todos contemporáneos entre sí, hijos del día de su aparición entre tapas, como parte de una editorial y un catálogo. El prestigio que confiere el libro no está libre de tributos. El libro pide unidad, líneas de fuerza, arquitectura. Una contradicción  - o cualquier cosa que la ortodoxia obligue a pensar de esa manera – entre algo dicho en 2009 y algo dicho en 2014 cambia de estatuto si pasa a ser una contradicción entre algo dicho en la página 34 y algo dicho en la página 243. El libro es un disciplinador fenomenal. Cuanto más fuerte es la coherencia, mayor es la virtud. Ni la novela ha logrado remover esta superstición (de ahí que tanta gente piense todavía que César Aira manda fruta).

 Vieytes no es insensible a esta presión libresca. Subjetiva de nadie está cosido con hilos más robustos que los de la compilación. Los mismos textos leídos en El Amante son otros textos porque el entramado del que forman parte es completamente distinto. Lo más evidentemente singular es el modo en que el discurso sobre el cine comparte ahora espacio con fragmentos autobiográficos. No es que una anécdota de la vida de Vieytes dispare una reflexión sobre tal película o tal director, como ocurre tan a menudo en el ensayo. Eso pasa algunas veces. Al comienzo, por ejemplo, un juego que le hizo un amigo de su padre cuando era pibe lleva a Vieytes a hablar de Melville y Johnnie To, y a poner de alguna manera todo el libro bajo la protección de películas como Un flic y Running Out of Time, en las que al cine se juega “sin culpa ni causa”. Pero hay párrafos y párrafos que funcionan paralelamente al análisis vertiginoso que constituye el corazón del libro. El efecto es notablemente orgánico: cuando habla de cine Vieytes parece metido en algún tipo de viaje transpersonal; cuando habla de sí mismo repone el yo que las películas y la crítica le borronean. De Herzog a la mujer que lo cuidó durante su infancia, de los caminos de Kiarostami a Polvaredas, el pueblo de su madre, Vieytes juega a encontrase y perderse todo el tiempo, como un chico en el laberinto de espejos deformantes o algún personaje de Rivette.

 Para completar la descripción, a la crítica y la autobiografía hay que sumar todavía un tercer género (la palabra es indispensable y confusa). Siempre a pie de página aparecen poemas (alrededor de cincuenta), con sus versos y estrofas divididos por barras. El lugar que ocupan, la letra chica y la falta de verticalidad hacen de Subjetiva de nadie también un poemario tímido.
  
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 En la memoria desjerarquizada de Vieytes Godard llama a Del Toro y Mario Bava a Bresson. (Otro par inesperado: Ferreri y Ted Kotcheff). Lo único que puede reunir un conjunto de directores tan poco afines entre sí, tan reacios a la doctrina, es la cinefilia, ese modo de vincular el cine y la vida (y en un punto confundirlos) que persiste hasta hoy a pesar de las acusaciones de ingenuidad teórica e ideológica que siguen cayéndole encima. Subjetiva de nadie es un libro ultracinéfilo. Lo que quiere decir también: un libro feliz, inocente, enfermo, irresponsable, intransitivo. La cinefilia, es cierto, resulta pobre si se le pide solvencia epistemológica. Su causa ha sido siempre el placer y el gusto razonado. Al no ofrecer más que un simulacro de sistema, una pobre interpretación histórica y un puñado de peticiones de principio dejó un margen amplísimo para el goce del arte y el entretenimiento. Los cinéfilos no escriben tesis sino libros con títulos como Las películas de mi vida. Y frases como estas, tan poco aptas para los discursos del decoro. “No he visto de un tirón casi ninguna película de Godard o de Marker” / “Todas las películas de Verhoeven me calientan” / “Nunca me voy a olvidar de las tetas de esa mujer a punto de estallar bajo el corset mientras Delon la busca por los pasillos de un palacete abandonado”.

 Algunos cineastas de los que habla Vieytes: Pialat, Buñuel, Ford, Almodóvar, De Palma, Tourneur, Sokurov, Mizoguchi, Errol Morris, Oshima, Bigelow, Carpenter, Tarantino, Bellocchio, Fesser, Jackie Chan. (De Argentina, solo unas palabras veloces para Favio y Caetano). Especialmente valorable es la atención que le dedica a Claude Sautet, un director estupendo, considerado muy por debajo de sus virtudes y confundido a veces con el academicismo francés. Vieytes tiene el coraje de declararlo maestro del plano y contraplano, un procedimiento de montaje que la crítica con aspiraciones de modernidad automática rechaza con aplomo (Negarse al plano-contraplano es un acontecimiento político / El plano-contraplano es fascista, por recordar dos despropósitos) para abrazar a cambio el mundo de infracciones simples propias del cine bien educado, y aberraciones universitarias como el denominado documental de creación, a esta altura un género en sí mismo. (A Vieytes le gusta, hay que decir).

 Alguien podría pensar, teniendo en cuenta los cineastas mencionados: de lo alto a lo bajo, de lo bajo a lo alto. Pero, ¿quién va en cada nivel? En el universo de Subjetiva de nadie el trascendentalismo ruso de Sokurov no es más valioso que las coreografías del chino Chan. Virtud nada menor de Vieytes: bancarse su capricho sin melindres, negarse a redimir películas poniéndolas bajo la protección de otras más prestigiosas o llenando la página de nombres respetables. Contra los corazones académicos y rigoristas, los cinéfilos saben muy bien que el hecho de que Deleuze haya hablado bien de Terence Fisher habla bien de Deleuze, no de Fisher. La vocación (la fe) cinéfila podría definirse con estas palabras de Vieytes: “Porque el espíritu sopla donde quiere, incluso en un peplum. Y cuando esto sucede, su efecto, por inesperado, es todavía más poderoso que el de una obra maestra”. O con estas otras: “Tarantino se vale de un cine desatendido por los estándares del buen gusto para demostrar que el goce está más allá del prestigio, y que puede hallarse en cualquier pedazo fortuito de celuloide”.

 En fin. Uno se puede enojar con esta afirmación o con aquella, dejar de leer pronto los poemas, preguntarse por qué Vieytes habla solo de películas que lo entusiasman, extrañar algunos nombres, renegar de otros. Pero es difícil que alguien no sienta que Vieytes escribe. Se nota en cada párrafo que el deseo es lo único que mueve el libro hacia adelante, y el convencimiento de que no se pide perdón ni se anda uno con chiquitas cuando se habla de lo que nos sostiene en pie. De ahí la moraleja. Nadie debe confiar en alguien que admira todas las películas que se deben admirar, que carece de pasiones indecorosas o se mueve por la vida tanteando opiniones ajenas, ganándose la honra. Nadie debe confiar en las personas respetables. Hay algo pobre en ellas. Algo exangüe. La gente seria sabe apreciar lo que fue hecho para merecer su elogio, y decir las palabras que apuntalan su decencia, y sumar documentos a una futura sociología del arte, condenada a dilucidar cómo pudieron gozar de favor unos procedimientos y unas razones que se adivinaban ya en su tiempo injustificables. Vieytes no es un tipo serio ni aspira con su libro a la respetabilidad, y eso le basta para que Subjetiva de nadie gane lo primero que un libro debe ganar para sí: un fervor propio que bien podemos llamar derecho a ser leído.
  

(Actualización mayo - junio 2015/ BazarAmericano)

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