Entrevista a Romina Paula. Por Verónica Boix para LA GACETA de Tucumán.
Acá todavía no es sólo el título de la tercera novela de Romina Paula, publicada por Entropía: es una declaración de principios. En un presente puro, Andrea, la narradora, acompaña a su papá en el Hospital Alemán. Va reconstruyendo su devenir amoroso sexual y al mismo tiempo intenta entender quién es y qué quiere para su vida. La historia avanza en un espacio de incertidumbre, siempre entre el deseo y la muerte.
Con Acá todavía, Romina Paula vuelve sobre los temas de sus
novelas ¿Vos me querés a mi? y Agosto, solo que lo hace desde la madurez de una
voz capaz de nombrar las cosas a medida que transcurren, sin categorías
preestablecidas. Su serenidad para contestar no delata su inquietud como
artista multifacética; en los siete años que le llevó escribir la novela, actuó
en cine, publicó y dirigió en teatro Algo de ruido hace, El tiempo todo entero
y Fauna reunidas en Tres obras (Entropía) y, además tuvo un hijo.
Sentada frente a un café con leche, igual que Andrea, habla
en una aparente simplicidad que va a ir revelando el ritmo del pensamiento. Y
la naturalidad del lenguaje encuentra eco en la trama: el cuerpo es el centro
de las decisiones, entre lo accidental y lo voluntario, lo adecuado y lo
propio, lo pornográfico y lo sentimental.
- La historia hace de la incertidumbre un espacio: la agonía
entre la vida y la muerte, la indefinición entre la homosexualidad y la
heterosexualidad.
- Me gusta lo que decís, la muerte y el deseo están muy
presentes. Creo que están así incluso cuando no hay una situación de duelo
concreto. Muerte y deseo son parte de la vida minuto a minuto todo el tiempo.
Esa pulsión vital del deseo tiene adentro en sí misma la muerte, el final de
las cosas. Están vinculadas necesariamente. Me crié en un mundo de dicotomías
donde las cosas son “bueno o malo”, “blanco o negro”. Yo misma tengo la cabeza
muy formateada así pero trato de hacer el ejercicio de no juzgar. En ese
intermedio me siento mucho más inestable. Pero abrazar esa incertidumbre es
beneficioso.
- De alguna manera Andrea lo va haciendo a lo largo de la
historia...
- Ella intenta -yo intento- hacer ese recorrido de
preguntarse cada cosa. En la primera parte aparece el peso de su infancia y
toda esa maleza que forma lo que se pensó para ella, en la que trata de ver
quién es. En la segunda parte ella está en ese presente que elige. El “acá” con
ese no peso de la tradición. La novela termina con estas palabras “Adecuarse
sin poseer apropiado propio fin”. Lo apropiado y lo propio podrían llegar a ser
un oxímoron, una contradicción. En el capítulo de la infancia hablo de la idea
de la formación, la idea de otros decidiendo por uno. Eso pasa durante un lapso
de la vida, si tenés suerte, si alguien cuida de vos y decide por vos. Creo que
lleva toda la vida ese proceso de poder discernir qué de eso adquirido te
gusta, qué elegís después de que lo hayan elegido por vos y qué descartas,
dónde te configurás. Andrea está haciendo ese recorrido, tratando de ver cuál
es su lugar.
- ¿Cómo encontraste la voz de la narradora?
- Es una voz que va recorriendo preguntas más que
respuestas. Ella está en ese lugar del presente puro. Trabajé mucho con el
lenguaje. Obvio que soy Andrea y obvio que no. Lo que me sale y me divierte en
el plano de la anécdota es esto que sucede al mismo tiempo: alguien se está
muriendo y yo voy a tomar un café con leche. Del mismo modo, me gusta combinar
palabras o construcciones poéticas elevadas, con frases hechas o guarradas que
terminan de dar algo de la risa patética. Quitarle solemnidad. Lo solemne tiene
mala prensa y en realidad es bello pero aparece alguna cosa desprolija o
disruptiva, como puede ser una palabra de la calle, y te despierta. Me
conmueven esas cositas. Me gusta escribir en esa mezcla de niveles.
- ¿Ese juego con el estilo influye en la trama?
- Sí, vienen juntos. La primera persona me permite ir
derivando. Tengo esas fugas. En realidad quería escribir una novela familiar,
tenía la fantasía de la novela rusa, el primer título era “Los integrados”
porque quería que fuera irónicamente la adecuación. Es loco, viendo las novelas
que hubiese querido escribir siento que todas están un poquito acá, pero que no
es ninguna de esas. Me imagino al padre de una manera y al no nombrar muchas de
esas cosas se vuelve muchos padres posibles. Si vos das más, le quitás al
lector en términos de imaginación. Todas esas novelas que hubiese querido
escribir están en esta como las puntitas del iceberg.
- “Nada es lo que parece pero tampoco intenta serlo”, piensa
Andrea.
- Como los recuerdos de niños, hay un montón de palabras que
entendés y adoptás mal y te vas decepcionando cuando son otra cosa. Como pasa
en la novela con la frase “la vida perra” que el padre dice irónicamente y
Andrea piensa que es verdad, lo entiende como algo bueno. Está bueno pensar que
el lenguaje es social, que nos comunicamos, pero a veces, en tu misma lengua y
con tus mismas palabras no hay acuerdo. No es unívoco el significado de una
palabra. El acuerdo es mucho más azaroso de lo que uno quiere creer.
- ¿En la novela, de algún modo, buscás dejar ese equívoco en
evidencia?
- No es que me lo proponga. En la vida oral no me tomo el
tiempo de reparar en el equívoco pero cuando estoy escribiendo, me enfrento al
papel y aparece el juego con las palabras y el significado. Es algo de lo que
me gusta hablar; abrir la discusión. Siento que pongo las cosas ahí para
compartirlas, para compartir mi cabeza con mucha gente. Eso vuelve y se parece
a un diálogo.
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