Entrevista a Leandro Ávalos Blacha en Revista Almagro
Texto: Gustavo Grazioli / Fotos: Francisco Odriozola
Una escritura que no repara en ciertas cuestiones del canon
más clásico, historias que juegan con desparpajo con guiños cinematográficos y
lenguajes televisivos. En todas estas operaciones se puede mencionar a un solo
responsable: Leandro Ávalos Blacha, un escritor que camina terrenos en donde lo
que pesa son esas construcciones de mundos que parecen homenajear a su maestro,
Alberto Laiseca. Las historias se cargan otro verosímil y en ellas pueden
convivir, por ejemplo, cuatro docentes y una punk zombie sin perder ese estado
de querer llegar hasta el final. Puede, también, rendir tributo al autor de Los
Sorias a través de nombres que utiliza para sus personajes, y ponerle a una
vedette de su último trabajo, Malicia, Sisi Iseka.
Ávalos Blacha (1980) lleva la imaginación hasta los lugares
más recónditos de la literatura y es quien por intermedio de este dispositivo
vuelve a revivir, junto con Sebastián Pandolfelli, el legado de ese realismo
delirante que inauguró Laiseca. “Sin imaginación la sociedad humana se
destruye, porque la sociedad funciona por imaginación”, sabía decir “El conde”.
Y es de esta forma como todo parece convivir en Berazachussetts (Entropía,
2007), Malicia (Entropía, 2016), Serialismo (Eloísa Cartonera, 2005) y su libro
de cuentos Medianera (Eduvim, 2011).
-¿Elegís el mundo de la literatura para desajustar la
realidad?
-Es muy difícil, no sé. Siempre me gustó mucho leer y en
algún momento se fue dando lo de empezar a escribir. Pero empezando por las
lecturas, mis gustos siempre tuvieron que ver con la literatura de género.
Todos los autores que más me conmovieron siempre tuvieron que ver con autores
que presentaron mundos un poco torcidos.
Porque a veces no son autores estrictamente de género… Aira,
Laiseca… Son gente que no hace propiamente ciencia ficción, pero sí es una
literatura que coquetea con una realidad atada a otro verosímil. Por eso
siempre me pareció interesante hablar de mundos realizados con zombies, por
ejemplo, pero desde una perspectiva de género que no estuviera atada a lo
cotidiano. A veces, como lector también me resulta muy chato. Me interesan las
obras que se proponen construir algo distinto, que no se quedan con lo que
tienen al alcance de la mano.
-¿Pensás que lo cotidiano es una manera de obstaculizar la
imaginación?
-No es que no me guste una historia realista solo por eso.
Sí es cierto que lo autorreferencial no es algo que me atraiga. Pero sé que hay
modos de hacerlo que básicamente tienen que ver con la escritura y con el
lenguaje. Una novela que lo hace es Acá Todavía, de Romina Paula, que trabaja
mucho con lo íntimo. Hay un juego con el yo, con la memoria y la experiencia,
pero más allá de eso construye un artificio que funciona muy bien en la
narración. Es una voz que, por lo menos a mí, me resultó muy hechizante y que
podría estar hablando de un mundo de marte o un recuerdo de la infancia y las
dos cosas me resultan atractivas. Todo depende de cómo estén trabajados esos
materiales. Lo cierto es que ese tipo de literatura del yo no es la que más me
atrae. Ese ego del escritor ahí funcionando, la tortura de la escritura. Eso,
la verdad no me interesa demasiado.
-Pasaste por el taller de Laiseca, ¿qué elementos pudiste
encontrar ahí para incorporar a tu ficción?
-Fue importantísimo el taller, básicamente para empezar a
escribir. Era la primera vez que hacía taller y tenía ganas de que fuera con
algún escritor. Lo que un poco pasó con Laiseca es que no lo conocía demasiado
y se había empezado a hacer muy visible por los cuentos de terror en I-Sat, y a
la vez empezaron a publicarse muchos textos. Lo primero que leí fueron Las
aventuras de un novelista atonal y fue medio la misma impresión de cuando había
leído Crónicas Marcianas. Son como esos libros mazazo. Fue ver un tono que no
tenía tan presente en la literatura argentina: mezcla como de humor negro y
delirio. Así empecé con Lai. Antes escribía pero como una inquietud personal,
el taller lo que me dio fue como esa constancia de todas las semanas generar
algo. Después, el grupo que se formó fue muy importante: estaba con Sebastián
Pandolfelli y dos compañeras más, y de a poco eso se convirtió en un grupo de
autoayuda, entonces cuando por ahí no escribía era un espacio de literatura.
También Laiseca a veces leía los textos que por ahí estaba escribiendo o
explicaba los cuentos que iba a contar después, era muy estimulante. A veces
leía autores que en ese tiempo tal vez no estaban tanto en circulación. Me acuerdo
que hablaba mucho de El camino del tabaco (novela de Erskine Caldwell) que en
ese momento no se conseguía en cualquier lado, tenías que ir a algún parque; o
agarraba antologías medio perdidas y te encontraba un cuento que era buenísimo.
Las lecturas de Lai de por sí eran muy disímiles: podía leer de física,
economía, magia, tenías saberes muy heterogéneos y podía incorporar esas
cuestiones en el taller. Trabajaba de una forma muy libre, nunca eran
devoluciones que tenían correcciones muy incisivas. Nunca te iba a cuestionar
un estilo. Pretendía seguir estimulando la escritura y que cada uno encontrara
su tono de una manera libre. Laiseca fue fundamental en todo, no solo como
maestro en taller sino como escritor en general. Siempre pienso en él, Aira o Copi,
y en ese canon alternativo.
-En Berazachussetts hay un grupo de amigas que se disputan
la diplomacia con la mujer zombie. ¿Creés que estás poniendo en la mesa un
universo de miserias sociales?
-No creo nunca en eso como una motivación. Creo que eso pasa
inevitablemente porque uno trabaja con el lenguaje, personajes y un discurso
que hace que de forma irremediable lo social se construya en eso que se está
representando. En ese sentido no hay ninguna obra que pueda escapar a eso. En
algún punto en Berazachussetts quizás era algo que tenía más presente porque
básicamente creo que era una novela que cuando la escribía funcionaba como un
imaginario más apocalíptico. En Malicia, en cambio, cuando empecé incluso como
disparador y todo, siempre tuve esta idea del cine italiano y de cierto
referente que tenía que andar por ahí. Quizás hay como una mínima trama
policial más definida que en Berazachussetts, que es todo más caótico…
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