Entrevista a Leandro Ávalos Blacha por Silvina Friera para Página 12
Foto: Rafael Yohai |
El aparente desorden del universo es simplemente un orden más elevado, un orden implícito situado más allá de nuestra comprensión”. La frase –que pertenece a Asilo Arkham de Grant Morrison– podría preludiar una historia policial “delirante” que sucede durante la temporada de verano en Villa Carlos Paz (Córdoba). Penetración, sutileza y sagacidad. Leandro Avalos Blacha otra vez lo hizo con Malicia (Entropía), novela cuya principal extrañeza consiste en combinar una heterogeneidad de elementos del cine, el cómic, el terror, el thriller y el humor que, a priori, parecerían no ser aptos para convivir en ese “orden elevado” construido por el escritor. A esa ciudad de las Sierras Cordobesas llega un “trío” circunstancial que se las trae: Perla -que pronto se transformará en una estrella a partir de su debut en El Joker- y su marido Juan Carlos, un jugador compulsivo. A la pareja de recién casados se les ocurrió la “feliz” idea de invitar a compartir la habitación a un amigo del marido, Mauricio, para ahorrarse unos pesos. Los amigos en cuestión, presas de un individualismo exasperado y un egoísmo ilimitado, compiten deslealmente y están impulsados por viejos rencores. La trama se inicia con el crimen de la vedette Sisí Iseka, que integra el elenco de El castillo de las secuestradistas, título de un cuento de Alberto Laiseca (1941-2016), maestro con el que se formó Ávalos Blacha, a quien llama “Lai” desde el afecto abreviado. Pronto se sumará otro asesinato más: el de la mediática Bárbara Rainbow. La galería sobrenatural se completa con una médium que busca capitalizar sus servicios, una niña poseída que sabe demasiado y un grupo de monjas siniestras.
Avalos Blacha
–autor de la celebrada Berazachussetts (2007), novela con la que ganó el Premio
Indio Rico– maneja los resortes de la narración con una pericia excepcional
para componer una diversidad de atmósferas que rompe con las convenciones. “Las
mandíbulas de las religiosas se alargaron hasta adquirir la anatomía de
bestias. Lo tomaron de los brazos y lo arrojaron contra la pared. Soldi observó
espantado cómo les crecían los dientes y las espaldas. Soltaban un vaho
irrespirable y lo estudiaban, esperando un mínimo movimiento suyo para
despedazarlo”, se lee en una parte de la novela. “Las monjas se reían como
hienas y murmuraban una especie de oración en latín. Soldi se percató al rato
de que la tonada era una canción infantil que le cantaban de niño y que las
voces de las mujeres eran ahora la de sus padres muertos”. Otro ejemplo más,
cuando en la sala de un teatro –y entre relámpagos– comenzó a cobrar forma el
rostro de Celina con los cabellos crispados. “Su alarido se expandió como un
golpe de corriente por la conexión eléctrica del teatro. Estallaron todos los
circuitos: cables, enchufes, luces, parlantes, artefactos. Brotaron pequeños
incendios. Los espectadores luchaban desesperados por alcanzar la salida.
Minutos más tarde, los gritos de Celina cesaron, y con ellos toda la
electricidad”.
“Malicia fue lo
último que empecé a escribir en 2009, cuando todavía iba a lo de ‘Lai’, después
de unas vacaciones que había pasado en Carlos Paz –cuenta el escritor en la
entrevista con PáginaI12–. Era un momento en el que cobraba cada vez más
importancia como plaza teatral y lugar de vacaciones. Siempre me llamó la
atención este hábito de que en el verano hay que ir al teatro de revistas. Al
ser un lugar chico, había algo muy intenso en Carlos Paz en cuanto a la
proximidad que se generaba; era una peatonal colmada de gente y los actores
tenían que entrar a los teatros y se mezclaba todo: los móviles de televisión
con los fanáticos”, agrega el autor de Serialismo y Medianera.
–¿Qué importancia tiene el cine en la combinación de
elementos que se aglutinan en “Malicia”?
–Yo siempre quise escribir una novela que jugara con el
género giallo de Darío Argento, Mario Bava o Lucio Fulci; películas que toman
el género policial, pero que tienen una salida en la resolución que se vincula
con lo fantástico o el terror. Hay un cruce de géneros bastante fuerte y muchas
de esas películas tomaron escenarios artísticos como la ópera o la academia de
baile. Me parecía que podía poner el foco en el teatro de revistas, pero ni
siquiera conocía el género, nunca había visto obras y me causaba curiosidad ver
cómo el teatro de revistas continúa existiendo con los cambios que hubo en el
rol de la mujer, cómo era un revista más actual, por qué seguía teniendo
vigencia. Vi algunas obras en las que trabajaba Florencia de la V –que entonces
era como la reina de Carlos Paz–, otra con Nazarena Vélez y con Moria Casán y
Carmen Barbieri. Pero no las fui a ver desde un lugar de prejuicio para reírme
de lo que hacen. En lo que tenía que ver con el humor, me acuerdo que en la de
Carmen Barbieri, el comediante era Beto César, que atrasaba como veinte años y
hacía los mismos chistes en relación a las mujeres.
–La novela dosifica lo siniestro, que aparece con más fuerza
sobre todo hacia el final. Al principio, el policial va llevando la narración.
¿Cómo trabajó la construcción de la novela en estos registros que van del
policial a lo siniestro?
–Hay climas que no son tanto de terror, sino que puede
remitir a cierto imaginario presente en películas como los Poltergeist. No sé
si busca producir miedo, sino acercarse a ese imaginario. Sí pensaba que fuera
más como un viaje hacia ese momento del final. Yo tengo la idea de hacer una
trilogía. En la novela se juega con la llegada del que puede ser un Anticristo
y en el terror hay unas novelas y unas películas emblemáticas como La profecía,
que son tres momentos en la vida del personaje Damien, el supuesto Anticristo:
su infancia, su adolescencia y su adultez. Pensé que podría escribir tres
novelas diferentes y que cada una podría estar más atada a algún género que otras.
La segunda novela cruzaría el terror y el western y en la tercera tendría que
ver qué pasa.
–¿Continuarían transcurriendo en el escenario de Carlos Paz?
–No, como en el final de esta novela hay una especie de
fuga, pensaba más la continuación como una suerte de caza de brujas de esta
nueva secta que se generó. Todavía no tengo muy claro dónde transcurrirá, pero
creo que se irá más hacia una guerra de sectas en la que habrá algo de
ocultismo.
–¿Por qué aparecen en la novela prácticas vinculadas con el
satanismo?
–Quizá lo que me causaba intriga no es la cuestión de la fe
en sí, sino la búsqueda de una experiencia, que es algo que veía en varias
películas. Hay giallos que toman la brujería y el satanismo y muchas veces son
mujeres las protagonistas. Hay personajes que no pueden conectar con la vida
cotidiana, que viven todo con cierta apatía y que en algún punto lo único
auténtico que pueden experimentar son estas experiencias extremas como el
satanismo. Son películas de los 60 y 70 y en algunas es muy fuerte cómo tratan
los conflictos de cierto orden establecido más conservador con personajes
contraculturales. Hay una película emblemática de Lucio Fulci, Lizard in a
woman’s skin, en que la protagonista es una mujer de una familia muy
tradicional que habla siempre con su analista de los sueños que tiene en
relación a una vecina, que siempre hace fiestas y se escucha que tocan rock y
los ven drogarse y tener sexo. Esta mujer sueña que asesina a su vecina. El
analista le dice que tiene un conflicto entre deseo y represión, por todo lo
que la vecina representa. Finalmente, a la vecina la matan tal como ella lo
había soñado.
–¿Cómo combina los géneros para que la novela no se desmadre
del verosímil?
–El verosímil es lo principal para que funcione la literatura
fantástica o de ciencia ficción. Cuando se pierde el verosímil, en algún punto
se pierde todo, se desconecta con todo. Como lector, cuando siento que hay algo
que no tiene nada que ver con el realismo, algo que es exagerado o absurdo
–pensando en la obra de Laiseca, que puede construir Camilo Aldao como si fuera
la Unión Soviética–, la construcción de la voz y los personajes tiene que ser
cercana para que no termine en el mero disparate. Me interesa mucho eso y en
parte es algo que me gustaría que nunca se perdiera. En cuanto a la irrupción
de lo fantástico, es algo que me atrae. Si quiero escribir una novela más
realista, termina apareciendo algo que me desvía. Lo que más me interesa tiene
que ver con el cruce de géneros. Algo que siempre está presente, que hasta
atenta un poco contra el terror, es el humor, que me comentan que encuentran en
la novela. Si el humor surge, no sé mucho cómo controlarlo. El trabajo con los
editores de Entropía me ayudó a bajar un poco los decibeles y como escritor uno
necesita que te lo marquen. Es un gusto encontrar editores que te den a veces
ese mazazo necesario para que el texto funcione y crezca.
La sencillez y humildad de Avalos Blacha es digna de
comentar. Pocos autores reconocen, al menos públicamente, la importancia que
tiene el trabajo de edición en el pulido final de un libro. El escritor –que
nació en Bernal en 1980– comenzó el taller con Laiseca en 2003 y dice que
estuvo unos seis años. “Yo disfruté mucho el taller con ‘Lai’. Siempre se habla
de la soledad de la escritura y del escritor… Y sí, uno escribe solo, pero
después hay una instancia de compartir un montón de cosas. La lectura de los
otros ayuda a enfocar la mirada. Y ni hablar si diste con una buena dinámica de
taller, que es un poco lo que yo extraño. Está bueno encontrar a alguien que te
acompañe –reconoce–. Al principio en la novela se menciona ‘El castillo de las
secuestraditas’, que es un cuento de ‘Lai’, y en el primer borrador aparecían
Alejandra Zina y Selva Almada como personajes de vedettes que terminaban
pasándola mal. Y las saqué por algo que decía ‘Lai’ de que no había que atraer
fatalidades en lo que uno escribe. En Berazachussets había un personaje que era
un bebé muerto que se reanimaba y yo sin darme cuenta le había puesto
Albertito. Y lo primero que me dijo ‘Lai’ fue: ‘¡Por favor, cámbiele el
nombre!’. En lo que escribo hay algo del estilo que es cercano a lo de ‘Lai’,
incluso por el humor”.
–¿De dónde viene su interés por el cruce de géneros?
–Lo primero que me atrajo fue El Eternauta, en esto de
encontrar algo de ciencia ficción que hable, con una historia de género, desde
la Argentina. Ray Bradbury decía que él había querido escribir Winesburg, Ohio
y le salió Crónicas marcianas. Lo interesante es poder contar lo propio desde
el género. Y tiene que ver también con la cuestión del verosímil: podés
ambientar la historia en la luna o donde se te ocurra, pero tenés que sentir
que está hablando del presente. Después hubo lecturas que me marcaron, como
Fredric Brown en la ciencia ficción, un autor que siempre tuvo muy presente el
humor en sus cuentos y que no tiene nada que ver con esa ciencia ficción más
dura. O Philip Farmer, un escritor que tiene novelas en las que mezcla el
policial con la ciencia ficción o cosas más de erotismo. Me gustaría poder
escribir una historia más clásica. Ahora, para abril o mayo, sale una novela
breve, Una casa de pie, que es como una historia de fantasmas de un chico que
se va a vivir a una casa antigua refaccionada en la que hubo un taller de
costura clandestino. En un incendio, murieron todas las mujeres que trabajaban
ahí. Este chico charla con el fantasma de una de estas costureras. La idea de
una ghost story clásica termina siendo rara como novela de fantasmas.
–¿Está escribiendo algo ahora?
–Terminé un libro de cuentos y lo estoy corrigiendo
bastante; son dos cuentos que pasan a unas pocas cuadras de Bernal y que tienen
que ver con las fiestas patronales. En una de estas fiestas hay fenómenos de
abducciones. Quiero continuar la historia de Malicia, de la que tengo muchas
notas, pero no pude empezar a escribir nada todavía. En abril me voy a hacer
una residencia de escritura en Saint-Nazaire (Francia) por dos meses. Mi idea
es aprovechar ese tiempo para escribir la continuación.
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