Entrevista a Romina Paula para La Voz del Interior, por Javier Mattio.
Romina Paula publicó su tercera novela, Acá todavía, donde
recrea acontecimientos personales en un diario de ficción. La protagonista
asiste en simultáneo a la muerte del padre y la maternidad.
Un antes y un después, y entre medio una conciencia
suspendida que se asoma a lo que fue, es y será. Romina Paula (Buenos Aires,
1979) entrega en Acá todavía una tercera novela que bien podría formar una
trilogía íntimo-generacional con Agosto (2009) y ¿Vos me querés a mí? (2005),
aunque aquí tiene lugar un escarbar más denso y definitivo, una incipiente
madurez surgida del duelo, la incertidumbre y la regeneración. Andrea, alias
Trapo, pasa la primera mitad de la narración en los abúlicos pasillos del
Hospital Alemán porteño, donde en vísperas de Navidad asiste junto a su familia
a la convalecencia terminal de su padre. La vulnerabilidad de la situación la
hará volver al pasado, a vacaciones familiares en Punta del Este y primeras
salidas a boliches, a novios y novias de diversas épocas, a problematizar
cualquier certeza sexual, existencial y afectiva.
Será en esa institución sanitaria que, vía una enfermera
correntina con la que intenta un affaire, Andrea conoce a Iván, un interno de
ambulancias del que queda embarazada. El viaje a Uruguay en busca del padre de
la criatura por nacer signa la segunda parte de Acá todavía, en la que la
protagonista agudizará aún más su introspección al preguntarse por el sentido
de la maternidad en tiempos actuales, sobre la necesidad de un padre, de una
pareja, a la vez que asiste a una instancia sobrenatural en las ruinas de un
estadio en la que ve aparecer a los (a sus) muertos.
El conflicto subterráneo de Acá todavía es cómo afrontar la
muerte y la vida –dos máximas biológicas- en un contexto de crisis total.
“Quizás esté vencido un orden de cosas y haya llegado la hora de reestructurar.
O de des: desestructurar. Lo viejo, lo rancio”, dice Andrea, reflejo subjetivo
de ese tránsito histórico vertiginoso en el que así y todo hay que tomar
grandes y urgentes decisiones. Romina Paula, que en un lapso de cinco años
perdió a su padre y fue madre, imprime en Acá todavía cierto pulso
autobiográfico mediado por el diario ficcional, con el fin de año como frágil
punto de partida: “Empecé a escribir la novela en Navidad y también la
enfermedad de mi padre atravesó una Navidad –dice-. Supongo que algo de lo
climático de esos momentos, de las fiestas, atravesado por algo tan poco
festivo como una internación, hace el contraste más doloroso. No es que las
fiestas me interesen, pero sí es cierto que en ellas se abisma algo de lo
familiar. Ahora que lo pienso, ambos eventos llevan en sí algo de la solemnidad
de la ceremonia”.
Y continúa: “Es una novela que registra ciertos momentos de
la vida, con sus respectivas ceremonias. Creo que la muerte de uno siempre es
la vida de los demás también, porque confirma que los demás siguen vivos, que
pueden asistir a esa muerte y contarla y eso no puede no ser vital. Pensé la
escritura en términos de recambio generacional, si se quiere. Este impulso de
tener hijos cuando los padres mueren, como si fuera algo atávico de
preservación de la especie o, menos científico, algo del vértigo de que la vida
continúa o con la voluntad de que continúe. Lo pensé más así: cuando la
generación que nos precedía desaparece y queda uno ocupando ese lugar”.
El centro de la novela es la putrefacción, simbolizada por
una invasión de gusanos que toma el departamento de Andrea por asalto mientras
ella está en el hospital. Lejos de implicar un designio oscuro, esa instancia
revulsiva abre un porvenir. Romina Paula: “Si algo se propone la protagonista
es reconciliarse con la incertidumbre, el entre de las cosas. La incertidumbre
siempre tuvo mala prensa y el paradigma determinista eclipsa el poder del azar:
cada vez estoy más convencida de que lo inverosímil, lo improbable, es la
regla. El otro día hablaba con la periodista Silvina Friera, porque en la
novela escribí ‘Como siempre, la gente confiando más en lo verosímil que en lo
real’, y llegamos a la conclusión de que acaso el problema sea eso que llamamos
real o cómo se lee eso que llamamos real, que para mí lleva el peso de la
verdad cuando en realidad está lleno de caos”.
Estar en el mundo
-La mirada atrás pone en retrospectiva al país. De la década
de 1990 la protagonista dice: “La década colorinche, mal cortada, cínica y
bronceada”. Y agrega: “Aquello era la angustia, esto podría ser tristeza, pero
con dignidad”. ¿Es el “Acá todavía” un lema aplicable a la Argentina?
-Es probable que el “Acá todavía” sea muy argentino. Escribí
esa descripción de los ‘90 cuando el panorama político no era el actual. Más
allá de entrar en una discusión partidista, se podría decir que se puede pensar
en el “Acá todavía” como algo negativo, una definición de no progreso. Por mi
parte lo pensé como todo lo contrario, un sinónimo de estar vivo, “Acá todavía”
en el mundo.
-Te dedicás también a la actuación y la dramaturgia, estás
por debutar como guionista en televisión (en el unitario "El maestro"
de Pol-ka, con Julio Chávez). ¿Qué lugar ocupan tus novelas?
-Si bien es cierto que siempre digo que lo que menos soy es
actriz, últimamente ya no pienso tanto en esos términos e intento concentrarme
y entregarme cuando estoy haciendo cada cosa y, entonces, ya más a salvo de las
definiciones, hago lo que hago en cada momento sin pensar tanto qué soy. En los
últimos años pasé más tiempo en teatros que otra cosa, montando mis obras. Pero
al mismo tiempo siempre estuve con alguna novela en proceso. Y cada tanto actúo
en alguna cosa. Podría decir que lo pienso más de adentro para afuera que al
revés: doy algo mío en cada una de esas cosas y con mejores o peores
resultados, aunque eso ya sería pensar de afuera para adentro.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario