miércoles, diciembre 07, 2005

Las cartas de Coco

[por Fermín Rodríguez, Los Inrockuptibles, octubre 2005]

La edición del primero de los dos volúmenes de la correspondencia familiar de Manuel Puig es sin duda un acontecimiento para cualquiera que haya aprendido de sus novelas que el genero
epistolar
puede usarse para otra cosa que no sea la afirmación de los privilegios de la personalidad. Porque buscando en las cartas los secretitos de una obra –la vida antes o por debajo de ella–, se corre el riesgo de reponer esa función que Puig trató de desmontar en cada una de sus novelas: la literatura como una cuestión de autor. De hecho, quien entre 1956 y 1962 firma más de ciento cincuenta cartas no es todavía Manuel Puig, el autor de La traición de Rita Hayworth, sino Coco, un joven entusiasta de veintitrés años tratando de estirar todo lo posible un viaje de aprendizaje por Europa. Pero leídas como laboratorio de escritura, las cartas ayudan a entender mejor cómo funciona una literatura que vive de conectarse con la familia y con los grandes relatos de la cultura de masas. En este sentido, la advertencia de Graciela Goldchluk, compiladora de la edición, nos previene de salir a buscar en el lenguaje individual de las cartas, que pertenece a un único narrador –Coco–, el lenguaje de La traición de Rita Hayworth, que no pertenece a nadie más que a los géneros que les prestan la voz a quienes no la tienen.
En esos cinco años de vueltas por Roma, París, Londres y Estocolmo, Puig va ajustando las piezas de una máquina de escritura que no se detiene nunca. El consumidor que va a Europa a llenarse (de películas, de paisajes, de museos, de óperas, de teatro, de comida –Coco no para de comer–) es al mismo tiempo un aparato de producción y reproducción desenfrenado que no deja de registrar, puntillosamente, todo lo que ve y escucha. Ver y oír para escribir parece ser la consigna de una escritura insaciable que se alimenta principalmente de nombres propios –de divas, directores, películas– tanto como de detalles. Porque Coco, aspirante a guionista, se cuida de generalizar: cualquier experiencia se transmite a partir de detalles que hay que saber dar y recibir con avidez (“Quiero saber los detalles”: demanda habitual que funciona como instrucción de escritura). Además de vivir escribiendo, Coco vive de escribir, pero entre la redacción de sus “bodrios” –así se refiere a sus guiones– y las traducciones y subtitulados de películas, más allá de para qué o para quién escribe, Puig va despejando un campo dominado por el acto intransitivo de escribir, por la necesidad casi física de la escritura a secas: “La cuestión es que cuando me siento a escribir lo hago con gusto y se me vuelan las horas. Antes tenía terror a la redacción, lo que me apasionaba era trabajar la trama in mente… Ahora felizmente la segunda fase me gusta también”. Recién cuando la escritura deje de lado la necesidad de interesar a otros o de adaptarse a los gustos del mercado cinematográfico, puede surgir La traición de Rita Hayworth, la novela que transformó a Coco en Manuel Puig.

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