[A propósito de Conquista de lo inútil.]
Por Quintín para Perfil.
La última película hasta el momento de Werner Herzog fue rechazada en Cannes. Es una remake de Un maldito policía, el ya clásico de Abel Ferrara. Pero la buena noticia sobre este director más admirado en la Argentina que en su país (es el análogo cinematográfico de los Ramones) es que se acaba de publicar en castellano el diario de filmación de Fitzcarraldo, la más herzoguiana de las películas de Herzog, aventura de un hombre blanco que busca la hazaña imposible en los confines de la civilización occidental (como el Che Guevara en Bolivia) o a todas luces inútil. Conquista de lo inútil es precisamente el título del diario que se ocupa de los tres años (1979-1982) que duró la filmación de este absurdo cinematográfico, cuyo centro es el pasaje de un barco de vapor por encima de una montaña. La anécdota se basa en un tal Brian Sweeney Fitzgerald que hace un siglo quiso construir un teatro de ópera en Iquitos, en medio de la selva peruana. Pero para pasar su barco de un río a otro, Fitzgerald tuvo la buena idea de desarmarlo, mientras que Herzog decidió llevarlo entero, sin ningún truco y tuvo que exponerse, además, a convivir con Klaus Kinski. ¿Para qué?
Una hipótesis sobre el motivo de esa locura es que se trataba simplemente de obtener una imagen, la última imagen. Tokio-Ga, un documental de Wim Wenders de 1985, encuentra a Herzog en lo alto de una torre. Allí declara que no hay imágenes nuevas, que ya están todas filmadas. Por supuesto que Herzog siguió trabajando y prosiguió su raid de proyectos Guiness en los hielos antárticos, en la boca de un volcán en erupción, sobre la montaña más traicionera del mundo o tras la figura de un amante de los osos que terminó comido por uno de ellos. Pero el libro, tocado por la inspiración literaria, permite arrojar otra mirada sobre la empresa. La elaborada traducción de Ariel Magnus atrae con frases tales como “el tiempo tira de mí como un elefante y a mi corazón lo desgarran los perros”. Sin embargo, la belleza del diario reside sobre todo en que esboza una verdadera metafísica de lo inútil. Por un lado, el relato avanza en medio de toda suerte de bestias (ratas, arañas, serpientes, caimanes, tarántulas), calamidades naturales, accidentes mecánicos, batallas entre los indios y entre los miembros del equipo, problemas con los políticos peruanos o con los activistas europeos y visiones dantescas que culminan en una adolescente dándole el pecho a un cerdo y otra a un perro (afortunadamente, no de manera simultánea). Pero para el escritor Herzog todo es un juego basado en “una gran metáfora” (la del barco sobre la montaña) aunque confiesa que no tiene idea sobre qué sería esa metáfora. Mientras tanto, el diario alterna las penurias de la filmación con chistes malos, anécdotas bizarras (“un hombre, tras una pelea dramática con su mujer, corre al baño, se pesa apresuradamente en la balanza, después se pega un tiro”), discusiones irrelevantes (si la cinchada debe volver a ser un deporte olímpico). En la página 209 Herzog cuenta que una vez vio una foto en el puerto de Hamburgo y no descansó hasta descubrir qué día y a qué hora había sido tomada, desde dónde y con qué lente.
La obsesión por lo inútil como divisa, como eje de la libertad humana cuya culminación es la literatura, parece demostrar que esa cinematografía titánica de Herzog no es un acto fascista –como alguna vez supusieron sus detractores– sino otra metáfora cuyo objeto desconocemos, pero que deja el sabor de una aventura contagiosa, en el fondo más mental que física. El 15 de julio de 1979, en Iquitos, a Herzog y a miembros del equipo se les ocurre ir al cine. “La película venía de Argentina, con uno bien flaco y uno bien gordo, rubias de pechos inflados...” ¿Por qué no iniciar, siguiendo la idea de la foto de Hamburgo, una pesquisa sobre el título de ese film que uno sospecha con Porcel y Olmedo?
viernes, mayo 29, 2009
Metafísica de lo inútil
lunes, mayo 25, 2009
viernes, mayo 22, 2009
Un Frankenstein narrativo
Esto y muchas otras cosas dice el Rufián Melancólico sobre Las teorías salvajes, de Pola Oloixarac. Por ejemplo:
- "Aún a pesar de esta fuga constante de la línea narrativa, del orden lógico esperable de un reencuentro de todo lo dicho en un punto, la novela también se presenta como una pelota de información condensada que se clava en el estómago del lector como si hubiera sido arrojada con toda la furia de un puntinazo violento con intención de liquidar al arquero."
- "Todo lo que esta novela declara tener esta: pasillos de Puan, profesores excéntricos, teorías disparatadas, pasos de comedia y un cierto sabor orillero a Los detectives salvajes, claro. Sólo que mientras la novela de Bolaño hacía una especie de historia oral en clave de comedia acerca de los grupúsculos de poesía, Las teorías salvajes lleva al ridículo del paso de comedia a toda esta generación de geeks, nerds, snobs y chicas alternativas de Filosofía y Letras que están ahí y adquieren diversos grados de visibilidad y neurosis."
- "Las teorías salvajes se construye como un cuerpo textual que también permite reflexionar sobre el género novela como lo que es: un condensado de partes de discursos menores atados con alambre para dar un discurso primario."
Completo, acá.
jueves, mayo 21, 2009
La misión de la literatura
[A propósito de Condición de las flores, de Mario Bellatin. Por Osvaldo Tangir, para El arca digital.]
Crear distintas realidades en medio de tanta realidad: es lo que logra generar esta obra en sus poco más de cien páginas. Y es que ésa y no otra es la misión de la literatura –"del sinsentido que es toda literatura"- para su autor, un mexicano nacido en 1960, criado en Perú, con más de quince títulos en su haber, y que hoy gracias a su originalidad, en la que resuena con fuerza el latido del sufismo que practica, es analizado en universidades de todo el mundo. También de la Argentina, claro.
Con la intención de explicar el sistema compositivo de Bellatin, basado en la reformulación y reubicación de escritos pretéritos, se reúnen cuatro textos: Condición de las flores, colección de apostillas en la que, desde su mirada de lector seducido por el libro como inspiración, revela algunos mecanismos del proceso creativo; un fantasmagórico relato inspirado en la fotógrafa Graciela Iturbide; apuntes inéditos escritos en una antigua Underwood –prototextos, según las anotaciones de la estudiosa Graciela Goldchuk, de novelas como Efecto invernadero o Canon perpetuo- y un post scriptum a cargo de Daniel Link, intérprete de su escritura.
La profundidad del autor, su trato amistoso con la ensoñación, su intimidad con lo inaprensible brillan aquí con todo esplendor. Una verdadera invitación para expertos e iniciados y también para aquellos que aun no han incurrido en su inquietante prosa, creada bajo el influjo de esa misteriosa necesidad que es el ejercicio mismo de la escritura.
miércoles, mayo 20, 2009
Deconstruyendo a Budassi
El Gordo Gostanian indaga las significaciones de Los domingos son para dormir, de Sonia Budassi, en una de sus abstrusas columnas de Hablando del asunto. Entre otras cosas, dice:
- "La insatisfacción no es una hermana insignificante de la histeria. Y que la histeria, a pesar del abuso incondicional de la doxa de origen cosmopolitano -gentilicio que usted no debería confundir, nunca, estimado Sucesor, con cosmopolita- no es tampoco un simple modus vivendi. En todo caso, es más bien una categoría de pensamiento compleja. En principio, estimado Sucesor, una categoría con la que hasta el triste Roland Barthes estaba familiarizado. Tal vez, por su magnetismo poderosamente capitalista."
- "El trance incómodo entre una expectativa real y una expectativa deseada -y en tanto expectativa proyectada, estimado Sucesor, si la publicidad tuviera su Historia, debería llamársela Histeria- funciona también como el mapa de una lógica fémina de la educación sentimental. Sólo es en ese mapa intercalado con las fantasías de Mercado, estimado Sucesor, donde incluso se insertan también ciertas versiones veladas del horizonte pop."
- "Tratar la oposición cultural entre el campo y la ciudad, estimado Sucesor, implica la tarea honesta de esquivar referencias agotadas. Las injertan en sus reseñas de publicación gratuita cualquier pelele. Establezcamos, estimado Sucesor, que en los cuentos de Los domingos son para dormir, la gran mayoría de los personajes, sencillamente, migran. Insistir en ese tópico -el de la condición palurda, estimado Sucesor-, a meses del Bicentenario, habla más de cierta pobreza sociológica que de las posibilidades de alguna nueva lectura crítica. Las migraciones espaciales ocurren. Y Dios, estimado Sucesor, ha atendido siempre en la metrópoli. Y nunca en la periferia. Suficiente. Me interesa en cambio, estimado Sucesor, una dinámica distinta entre el aquí y el allá. La de su mutuo colonialismo."
El tractatus completo, acá.
martes, mayo 19, 2009
Intensidad de lo adverso
[A própósito de Conquista de lo inútil. Por Matías Serra Bradford, para ADN Cultura]
En una selva "envuelta en sí misma", en plena filmación de la película Fitzcarraldo , Werner Herzog encuentra en su libreta un refugio donde preservarse: "En medio de cientos de extras indígenas, docenas de trabajadores forestales, la gente de los barcos, personal de cocina, equipo técnico y actores, la soledad me golpeó como un animal gigante y enfurecido. Pero yo veía algo que los otros no veían". Suele decirse de los enajenados que "ven cosas". El sueño de construir un teatro de ópera en el Amazonas, utopía del barón del caucho y melómano peruano Carlos Fermín Fitzcarraldo, fue la semilla que Herzog necesitó para vislumbrar una geografía y un proyecto demenciales. (El cruce de música y desequilibrio es un leitmotiv reincidente en el trabajo del cineasta alemán; basta recordar su film sobre el compositor Gesualdo y, en otro plano, Tierra de silencio y oscuridad , sobre los sordomudos, halagada por Oliver Sacks, otro veterano en ese campo.)
Paso a paso, Herzog registra el primitivo suspenso de una alucinación: hacer pasar un barco, de un río a otro, por arriba de una montaña. Y plasma un modelo de fragilidad definitivo para la creación artística. Un diario íntimo se asemeja a una madre permisiva, todo lo tolera y todo lo absuelve. Este, Conquista de lo inútil. Diario de filmación de Fitzcarraldo incluye los contratiempos imaginables y los peligros menos risueños: los berrinches de Klaus Kinski, los sobornos mendigados, las lluvias que no llegan, los ríos que no crecen. Provocar condiciones adversas parece ser en Herzog, como en Peter Brook, el único modo de preparar un marco propicio para dar lugar a la "verdad extática". El autor de Del caminar sobre hielo y Herzog on Herzog , devoto de Büchner, Hölderlin y Von Kleist, ya se había jurado "ir hasta el fin de lo insensato". La práctica del montaje, médula del cine, es absorbida por la rutina del diario: qué se elige contar de un día. Y el diario, en paralelo, también pone en juego cómo borrar mejor la frontera entre ficción y documental.
Conquista de lo inútil es un zoológico a puertas abiertas: serpientes, tarántulas, iguanas, monos, murciélagos, ratas, tapires, caimanes, "buitres que extienden sus alas como el Crucificado y que perseveran como estatuas en esa posición, presumiblemente para refrescarse o ahuyentar parásitos que pican." La hipnosis de la descripción febril se vuelve irresistible y una recia cualidad visual impera en las observaciones: "La selva a ambos lados del río, que celebraba su misa nocturna, cumplía la función de monaguillo. Ningún sonido animal, ningún grito nocturno; sólo de un gigantesco árbol torcido cayó una hoja inmensa, como un pterosaurio alcanzado por flechas."
En el último año del rodaje de Fitzcarraldo , 1981, año que cultivaba como todos una férrea vocación de olvido, otros fervorosos adictos a la naturaleza, dos diaristas impenitentes en lengua alemana -Ernst Jünger y Peter Handke- tomaban notas cuya sola espectacularidad consistía en llegar con gracia al final de la jornada, en velar por el día siguiente. Por esos mismos meses, Handke escribía: "Me gustaría tener la selva virgen delante de la ventana; así, con el tiempo, vería el mayor número de detalles que pueda uno ver." Y eso es lo que consignó Herzog, hasta la más ínfima vibración de una jungla. El 18 de marzo de 1981, Jünger definió involuntariamente otro de los desvelos del cineasta de Münich: "¿Por qué produce tanta inquietud que un ser humano desaparezca sin dejar rastro?" Jünger alude a la leyenda del niño abandonado Kaspar Hauser, que Herzog llevó al cine, enigmática contracara de megalómanos como Fitzcarraldo o el conquistador de Aguirre, la ira de Dios .
Exótico, genuino, Conquista de lo inútil deja una huella imborrable y le devuelve a la literatura una cualidad un tanto relegada: la intensidad.
lunes, mayo 18, 2009
Expensas extraordinarias
A propósito de Anís, de Mariana Dimópulos.
[por Jimena Repetto para Revista Siamesa]
A veces las distancias engañan y nos hacen pensar que son un buen patrón para medir cuánto conocemos o desconocemos de los otros. Anís de Mariana Dimópulos es una novela sobre las paradojas de las proximidades y, a la vez, sobre el deseo de vencer la soledad como una línea que fuga, nunca satisfecha, al infinito.
En un mismo edificio conviven personajes en apariencia extraños y, sin embargo, tan comunes y cercanos como podría ser cualquier hijo del vecino. Las fantasías que ellos construyen, sus miradas deformadas sobre la realidad, en su contraste y conjunto, generan en el lector la desazón y la risa, la melancolía y la burla, pero, a la vez, la compasión. Y un poco porque no hay quien pueda escapar a la lente subjetiva con la que cada uno mira al mundo, y otro porque con cierta soberbia sentimos que en nuestra vida nunca, ¿nunca? hemos llegado a tales niveles de distorsión de la realidad como los que ellos alcanzan.
Bonow, Patricia, Inés, entre otros, cada uno en su mundo y todos viviendo literalmente encimados, cargan deudas siempre pendientes que terminan recayendo en faltas y temores, abandonos a destiempo, amores nunca confesados y diversas frustraciones en degradé. Y, como lo indica el nombre del bar en el que el señor Bonow, tal vez el más desquiciado de ellos, toma su anís y desahoga sus penas,“La Amistad” es el lazo más profundo y cercano que pueden entablar.
Con un narrador que por momentos coquetea con el registro de los personajes, descripciones precisas, textura rítmica y diálogos en su forma y tiempo justos, Anís es una rareza que vale la pena explorar. Incluso si el riesgo que el proyecto propone es construir subjetividades saturadas en sus propias divagaciones, Dimópulos lo sortea con grandeza y logra darle a cada una el grado justo dentro del no tan extraño mundo en el que se mueven. En definitiva, se nos presenta un texto que por momentos pareciera extrañarse a sí mismo, deformarse en la elección léxica y las imbricadas estructuras de las frases y desafiar al lector a dejarse llevar hacia adentro de esta peculiar "reunión de consorcio".
Y, a medida que avanza la narración, todas las historias se van hilando, un poco como sucede en la vida misma. Entonces el edificio que comparten, se convierte en metáfora del texto, un espacio en el que los personajes habitan en distintos planos y pisos de realidad, un lugar de convivencia en el que cargan en secreto sus dolores a expensas -extraordinarias- de la soledad.
Si uno de los desafíos que propone una primera novela es hacer ingresar a quien escribe en la compleja categoría de autor, Anís hace que leamos a Dimópulos como una escritora capaz de construir con precisión y gracia un pequeño universo que nos interpela, porque en la distancia crítica de la lectura podemos analizar cuán similar es al que nos aloja.
jueves, mayo 14, 2009
miércoles, mayo 13, 2009
Generación post-post
por Agustín J. Valle, para Rolling Stone
El pasado, más que determinarnos, muta al compás de lo incierto del presente. Intervenir sobre él –su figura, su sentido, sus derivados- es un modo humano de constituirse actualmente. Esta novela de autoconciencia generacional (Oloixarac nació en el 77 y plasma la era multidroga y Google Earth) critica el proyecto político de la generación de los setenta. En tiempos en que desde la cúspide del Estado se gesticulan reivindicaciones de lo muerto entonces, difícil ver como casual que una de las dos protagonistas paralelas de Las teorías salvajes se apellide Kamtchowsky y sea casi siempre llamada la pequeña K.
El humor, por tramos subyacente y por tramos explícito en esta novela debut, acota el rango de tiro de su ambición –manteniéndolo distintivamente extenso pero dándole finitud-, al tiempo que la salva de la pretenciosidad del sabelotodismo. Pues el tono hasta absurdo y delirante que adquiere el relato de la narradora, una bella y brillante estudiante de filosofía, relaja nuestra recepción de su teoría. Plantea una matriz para las formas de ser de la criatura humana, vinculada a la herencia histórica de los albores de la especie: la marca de haber estado milenios ocupando en la cadena alimenticia (esa dinámica cotidiana) la posición de presa. La lógica presa-predador, lógica del matar y ser matado como posibilidad constante del mundo, anidaría en toda estructura cultural. Funda un punto de vista que emana un radical trastocamiento de la moral, lo que pone a circular, en todas las zonas y épocas, un amplio abanico de atrocidades; con la sustancia de esa memoria, Oloixarac, sobre el final de la novela, literalmente pinta su aldea.
Novela también de obsesión sexual -vale decir de realismo sexual-, con una pequeña K de promiscuidad no ideológica que involuntariamente deviene estrella porno amateur, y una filósofa-narradora elegantemente guasa, que sólo para impresionar a un tipo quiere levantarse (apresar) a otro, un escritor ex montonero que le parece horrendo. Sobre él la novela tracatatea su crítica. Califica a los Montoneros como “banda armada de profesión peronista”, dice “pegame y decime ESMA” y un etcétera de sarcasmo. La tragedia setentista ya no es solemne; estamos en la post-postdictadura. Pero también cuela críticas menos cancheras, como ¿bastan las buenas intenciones para ser heroico?, o el cuerpo de los asesinatos y las amenazas eran el camino ritual hacia un destino ejemplar. A la crítica plasmada en la novela –incisiva argumentación acaso cercana a Bombita Rodríguez- podría objetársele el estar hecha con la liviandad de quien juzga las conductas de un tiempo desde las perspectivas abiertas por el ulterior, salvo por una intervención del ex monto, quien contesta la metralla retórica de la brillante joven diciéndole: “No sos mejor que nosotros por no haberte equivocado. Hubieras hecho lo que fuera por ser una Evita cualquiera, una montonera”.
Con voluntad antropológico-epocal exhaustiva, y un poder de nombrar inhabitual, es una novela sobresaliente. Lejos de meros ejercicios redaccionales, anecdotarios o flashes autobiográficos, busca aprovechar las posibilidades que sólo ofrece el artefacto novela, y en ese sentido lo honra. Ahora bien, en su voluptuosidad expresiva, en algunos tramos se complejiza mucho; rinde culto a la riqueza del idioma pero debilita el lazo con todo lector no altamente letrado, el relato resulta atropellado, como si de tanto entusiasmo la narradora sobreestimara la comprensibilidad de lo que escribe. Pero avanza la novela y triunfa la creatividad, la imaginación, con una trama que en sus mojones “entretenidos” no pierde ni sutilezas ni pluralidad de sentidos simultáneos; el atropello logra la forma virtuosa de una prosa desbordante, que se lleva puesto el lenguaje y deforma naturalmente las palabras.
martes, mayo 12, 2009
“Es una antropología del desastre”
Entrevista a Carlos Ríos, autor de Manigua (novela swahili).
[Por Silvina Friera, para Página 12]
En apenas 61 páginas, Manigua (novela swahili), de Carlos Ríos, condensa una historia de una belleza hipnótica sobre un mundo que se desintegra. “Al llegar a la tierra de nuestros antepasados no vamos a conseguir ni lo que más deseamos ni lo que más tememos”, dice un narrador en tercera persona, recordando las palabras que el padre ciego le dijo a su hijo Muthahi. En este espacio hobbessiano, donde kikuyus y kambas, entre otros, demuestran que “el hombre es lobo del hombre”, es necesario que cada clan sea liderado por un hombre llamado Apolon. Muthahi, que no sabe quién es su madre, adoptará el nombre que le corresponde para ser el líder del clan. Pero también deberá cumplir con un mandato: viajar hacia la provincia costera para buscar una vaca que sacrificarán cuando nazca su enésimo hermano. Si no consigue la vaca, lo atarán a un palo y morirá de sed. Las escalas de este itinerario llevarán al héroe a tener que camuflarse sutilmente: suplantará al hombre muerto del ómnibus o se hará pasar por Donise Kangoro, el propietario ciego de todas las vacas y tierras de Sao José dos Ausente. La empresa no será fácil en esa ciudad devenida en un “asqueroso moridero”.
Recién llegado de Puebla (México), donde vivió los últimos ocho años, Ríos admite que hay temas que lo obsesionan, que son “una maldita piedra en mi zapato”. La lengua todavía no aterrizó en Buenos Aires, anda levitando en una zona híbrida más que neutral, como si no se decidiera a quedarse con los mexicanismos ni a recuperar las frases y giros rioplatenses. A veces se le escapa un “tú”, en vez del voseo que archivó en un rincón lejano de su memoria a medida que se fue insertando en Puebla. “Tenía ganas de salir del país en 2001, no por razones económicas, sino personales. Estando en Asunción del Paraguay, en un congreso de archivistas, conocí a un archivista de Costa Rica que me pasó la dirección de un archivista argentino que vivía en Puebla. Le escribí, me respondió y me invitó a su casa. En ese momento estaba estudiando archivística y me fui”, cuenta el escritor en la entrevista con Página/12. “Puebla es una ciudad muy antigua, con un acervo archivístico impresionante. Trabajé un tiempito digitalizando documentos de alto volumen. Después fui conociendo gente en la Facultad de Letras, participé en un congreso de poesía y me empezaron a conocer en la ciudad. Conseguí trabajo como corrector de estilo de un periódico, de ahí pasé a redactor en la sección de Cultura, y mi tercer libro de poemas lo publiqué en México”, repasa Ríos (nacido en Santa Teresita en 1967), autor de los poemarios Media romana, La salud de W.R. y La recepción de una forma, que ha decidido regresar definitivamente a la Argentina.
–El hecho de estar viviendo en Puebla cuando comenzó a escribir la novela, ¿incidió en la forma que fue adoptando Manigua?
–Lo que se metió de México es el uso del tú. No hay un voseo argentino, sino un tono neutro que para mí era natural usar allá. Quería que fuera una novela que no estuviera localizada ni en México ni en la Argentina. La primera imagen que tuve la vi en la televisión, en un programa de la National. Había un aborigen australiano, tirado en el piso, que decía que él era el último de su clan. Me impactó muchísimo y quise escribir algo para llegar a ese momento, que es el que corona la novela. Después de escribir la novela, leí en un artículo que en Africa la vaca es un bien preciado. Si un joven quiere tomar por esposa a una muchacha, si va con una vaca, tiene el sí asegurado. ¿Qué sería Manigua para mí? Es la historia de un mandato familiar que fracasa. Y a la vez es un diario secreto con capítulos breves. Escribir esta novela fue como explorar la memoria del día anterior. La palabra Manigua es centroamericana y quiere decir algo confuso, intrincado. Es una palabra que tomé de un poema de Gerardo Denis, que nació en España pero fue un gran poeta mexicano.
La entrevista completa, acá.
lunes, mayo 11, 2009
Las 10 preguntas / Dimópulos
Por Sonia Budassi, para Perfil:
Mariana Dimópulos trabaja como traductora de inglés y de alemán. El año pasado publicó la novela Anís (Entropía). En esta entrevista, la autora habla de sus rituales a la hora describir, confiesa que todos sus favoritismos “están del lado de los muertos” y completa: “Leo muy poca literatura ‘viva’, si es que el término existe”.
Mariana Dimópulos nació en Buenos Aires en 1973. Estudió Letras en la UBA y Filosofía en la Universidad de Heidelberg. Vivió en Alemania de 1999 a 2005. Fue profesora de español y se dedicó también a varios oficios, desde la panadería hasta la traducción de folletería hotelera. Desde hace un tiempo trabaja como traductora de inglés y de alemán. Actualmente vive en El Hoyo, provincia de Chubut. Publicó su primera novela, Anís, en 2008 en la editorial Entropía. En ese texto conviven dos registros simultáneos; una narración clásica, una voz omnisciente y, al mismo tiempo, las voces que irradian las particulares percepciones de sus personajes, disímiles vecinos de un edificio; desde el Señor Bonow a la entrañable niña enamorada de todo lo verde. En este momento, la autora trabaja en su segunda novela, La propia sangre.
- ¿Cuál es el primer libro que recuerda haber leído?
- En honor a la verdad, Artemito y la princesa. Se trataba de un dragón con largas pestañas y una princesita, que, supongo, se enamoraban. Hasta ahora, nunca me había puesto a considerar el nombre del dragón: arte-mito. Algún psicoanalista de buenas pinzas sabría qué hacer con ese recuerdo.
- ¿Cuál es su autor favorito vivo?
- Todos mis favoritismos están del lado de los muertos. Leo muy poca literatura viva, si es que el término existe. Pero no es una actitud de la cual uno pueda estar orgulloso. Es como no ver las películas de estreno ni las series de la televisión: dificulta la conversación de canapé, tan necesaria para la supervivencia en nuestros días. Pero pensándolo bien, hay una autora al menos a la que sigo, de quien me interesa saber lo que hace: la española Pilar Pedraza, una semidesconocida que cultiva el gótico.
- ¿Qué libro se llevaría a una isla desierta?
- Como carezco de sentido práctico, me llevaría Guerra y paz de Tolstoi. Pero alguien con mayor esperanza de enfrentar los avatares de una isla desierta y que no quisiera sacrificar su gusto literario a las propias ensoñaciones, ¿no debería llevar el Crusoe? Digo si no le disgustara ese abrupto realismo, claro está.
- ¿Cuál es el último libro que leyó o qué está leyendo en este momento?
- Estoy leyendo El factor humano, de Graham Greene. Tengo una terrible debilidad por las novelas de espionaje y los policiales. ¿Se encuentra algo bello, algo verdaderamente conmovedor? Muy poco, pero hay que sucumbir a ellas. Y sucumbir es bello de vez en cuando.
- ¿Qué libro reciente no pudo terminar de leer?
- Una gramática del griego antiguo en tres tomos. Pero todavía no pierdo las esperanzas.
- ¿Qué libro quisiera releer pronto?
- Una novela de algún autor del siglo XIX, los únicos que supieron hacerla realmente. Puede ser rusa o inglesa. Si fuera inglesa, El molino del Floss, de George Eliot, o alguna de Thomas Hardy, la increíble y amarguísima Jude el oscuro. Si fuera rusa, Los hermanos Karamazov, por poner una de las tantas. Todos los rusos, si se quiere, una y otra vez.
- ¿Cuándo escribe?
- Cuando tengo la más mínima sospecha de estar en lo correcto.
- ¿Quién debería ser el próximo Nobel?
- Alguien que necesite el dinero realmente. O el austriaco Thomas Bernhard, póstumo.
- ¿Cuáles son sus rituales o supersticiones a la hora de escribir?
—Qué pregunta. Todo es una superstición a la hora de escribir. La existencia de lo que uno escribe, los fantasmas que uno convoca, todo eso es parte de un credo sin religión. Si alguien nos mirara desde afuera cuando escribimos, ¿no pensaría que estamos haciendo un rito extraño que de nada sirve?
- ¿Cuál es su comienzo favorito de la literatura universal?
- “Pueden ustedes llamarme Ismael. Hace algunos años –no importa cuántos, exactamente–, con poco o ningún dinero en mi billetera y nada de particular que me interesara en tierra, pensé darme al mar y ver la parte líquida del mundo. Es mi manera de disipar la melancolía y mejorar la circulación. Cada vez que la boca se me tuerce en una mueca amarga; cada vez que en mi alma se posa un noviembre húmedo y lluvioso; cada vez que me sorprendo deteniéndome, a pesar de mí mismo, frente a las empresas de pompas fúnebres o sumándome al cortejo de un entierro cualquiera (…), entonces comprendo que ha llegado la hora de darme al mar lo antes posible.” Esto es Moby Dick, de Melville.
jueves, mayo 07, 2009
miércoles, mayo 06, 2009
“Hay verdades que la palabra escrita no puede describir”
[Entrevista a Alejandro García Schnetzer. Por Silvina Friera, para Página 12]
Cómo no quedar prendado con el personaje homónimo de la novela Requena (Entropía). A mediados de 1929, en el café Albéniz, este filósofo y poeta sorprende a un puñado de jóvenes con aspiraciones poéticas –Lanuza, Maldonado y el narrador– que se acercan para averiguar qué está leyendo. Requena no es alguien común y corriente. Está leyendo un libro en sánscrito. Nada menos que el Martín Fierro. Al lector le pasa exactamente lo mismo que a esos jóvenes: no quiere perderse a este hombre fuera de serie, que supo vivir en un caserón que ya no existe, en la esquina de Thames y Gorriti, y que tuvo la biblioteca más grande de todo Palermo. En el barrio, lo saludan todos: desde el afilador y la peluquera hasta el chofer del tranway. El grupo congenia inmediatamente con Requena, a quien llaman el Maestro, incluidos también Gorostiaga y Armendáriz, el único que tenía un libro publicado y que se sumó más tarde al “centro del mundo”, el Albéniz, donde por las tardes se reunían para discutir cualquier asunto sentimental o metafísico. Si el perfil de este vecino de Palermo bordea la excentricidad, su lenguaje tiene el aroma de lo que se ha perdido. “Le comisiono cuidar mi biblioteca –le pide Requena al narrador antes de viajar a Madariaga–. No la saquee y, cada tanto, si no es mucho, riegue las plantas. De otro modo, la tan versificada y comentada muerte se pasearía a sus anchas.” Los diálogos de los que participa son como las joyas de la abuela o la bisabuela que se encuentran en un cofre olvidado. No importa que nadie sepa su verdadero nombre, cuándo cumple años ni que tengan poca información sobre la vida de este hombre un tanto misterioso. Lo que importa es lo que dice y lo que hace Requena, escritor “oral” y “poeta gigante” al que nunca pudieron convencer de que publicara algo.
Alejandro García Schnetzer, el autor de este notable libro de tan sólo 72 páginas, su primera ficción publicada, podría ser una suerte de Requena del siglo XXI. Aunque nació en Buenos Aires en 1974, hace ocho años que reside en Barcelona, donde trabaja como traductor y editor del sello Libros del Zorro Rojo, editorial que ha publicado más de ochenta obras ilustradas de ficción para el público infantil, juvenil y adulto. El escritor fuma en pipa desde los 18 años. “Oscar Wilde decía que ser prematuro es ser perfecto, vaya uno a saber qué habrá querido decir con eso”, cuenta García Schnetzer a Página/12, en un bar de Palermo, en Ravignani y Paraguay, a pocas cuadras de la casona donde imaginó que vivió Requena.
–Fumar en pipa es un tanto anacrónico, algo de otro tiempo.
–¿Acaso hay algo que no tenga lo anacrónico por destino? Hay un problema con lo anacrónico. El tiempo va desfigurando las cosas, lo va desfigurando a uno. Y a los modos de pensar también...
La entrevista completa, acá.
martes, mayo 05, 2009
Los debates salvajes
[Entrevista a Pola Oloixarac. Por Diego Rojas, para Veintitrés]
Hace tiempo que las tranquilas aguas de la literatura no se veían conmovidas por la publicación de una novela. La democracia y la posmodernidad parecían haberle quitado cualquier posibilidad de peligro a la literatura: todo podía ser dicho y ser tolerado, ya nada habría de causar escándalo. Sin embargo, Las teorías salvajes, la primera novela de Pola Oloixarac, dividió las aguas y provocó reacciones polarizadas. El escritor Guillermo Martínez opinó que era una “novela brillante, a la vez profunda y divertida, que logra convertir la teoría en prismas de inesperada belleza literaria”.
Para Beatriz Sarlo “las teorías (antropológicas, psiquiátricas, filosóficas, tecnológicas) fascinan, pero también son instrumentos para escribir una novela que yo no llamaría filosófica, sino de aprendizaje, no una ‘educación sentimental’ sino una educación a secas”. Pero así como recibió elogios, también provocó rechazos: “¿Puede alguien ser considerada nueva promesa de las letras y publicar una novela debut que, para digerirla, es recomendable usar hepatoprotectores?”, se preguntó Cicco en el diario Crítica. Diego Erlan señaló en su columna en la revista Ñ que muchos decían por lo bajo que Las teorías salvajes era una “novela sin amor y sin poesía”. Planta, una revista que circula en la Facultad de Letras, fue aún más lejos: pidió “una retractación pública por parte de Oloixarac” y planteó que, más que literatura, se encontraba allí “un consenso periodístico de derecha”.
¿Pero qué pudo haber escrito esa chica para provocar semejante revuelo? La novela narra las peripecias de su protagonista, obsesionada por los postulados del catedrático Augusto García Roxler y por su persona, mientras decide llevar adelante un plan para seducirlo que incluye ciertas aventuras con Collazo, un intelectual de pasado guerrillero. Al mismo tiempo, relata la relación entre Pabst y Kamtchowsky, dos nerds que incursionan en algunos hábitos sexuales y culturales alejados de su experiencia previa.
De cualquier manera, el texto es una excusa para revisar la actualidad de las imposturas intelectuales y políticas en la academia, el estado de situación de la cultura y el campo cultural y se ríe de la santificación de los setenta. En el comentario sobre el libro publicado en Veintitrés se dijo que Oloixarac era una especie de “Fogwill con polleras”. El mentado escritor opinó sobre la polémica: “Pola es una mina que va llegar lejos. Es mucho más culta que cualquiera de los que escribieron sobre ella. La verdad es que no me doy cuenta si la izquierda es atacada o no, porque yo opino igual a lo que plantea la novela”. Al ensayista y director de la Biblioteca Nacional, Horacio González, el pedido de retractación le resulta raro, ya que la novela es “fresca y muestra una desfachatez inteligente y aguda. Usa una técnica de la provocación en términos de gran sutileza. Es un coqueteo insinuante con la deformación de la vida y estetiza con alegría algunos de sus rasgos, que son muy amargos. Y produce una nostalgia por el valor de la teoría a partir de teorías inexistentes”. Hace tiempo que una ficción no provocaba tanto apasionamiento. Y siempre es bienvenida la pasión a los debates que impulsa la literatura.
–Pola, ¿es una escritora de derecha?
–Claro que no. Pero la ausencia física de una extrema izquierda, desde la que se podría realizar una crítica valedera, hace parecer que cualquier crítica a la izquierda se realiza desde el lugar del mal. Como si habitara un bastión intocable. Yo fui formada en el pensamiento crítico, que es un valor de la izquierda, y cuando hay una serie de cuestiones que no se repiensan, quedan anquilosadas. Y hay que moverlas de alguna manera. Para eso utilizo la escritura.
[La entrevista completa, acá.]
lunes, mayo 04, 2009
Havilio mundial y reimpreso
A la vez que nosotros reimprimimos su formidable Opendoor, Caballo de Troya, el sello español (dirigido por Constantino Bértolo) lo lanza a la arena europea. El cielo es el límite.