Por Sonia Budassi, para Perfil:
Mariana Dimópulos trabaja como traductora de inglés y de alemán. El año pasado publicó la novela Anís (Entropía). En esta entrevista, la autora habla de sus rituales a la hora describir, confiesa que todos sus favoritismos “están del lado de los muertos” y completa: “Leo muy poca literatura ‘viva’, si es que el término existe”.
Mariana Dimópulos nació en Buenos Aires en 1973. Estudió Letras en la UBA y Filosofía en la Universidad de Heidelberg. Vivió en Alemania de 1999 a 2005. Fue profesora de español y se dedicó también a varios oficios, desde la panadería hasta la traducción de folletería hotelera. Desde hace un tiempo trabaja como traductora de inglés y de alemán. Actualmente vive en El Hoyo, provincia de Chubut. Publicó su primera novela, Anís, en 2008 en la editorial Entropía. En ese texto conviven dos registros simultáneos; una narración clásica, una voz omnisciente y, al mismo tiempo, las voces que irradian las particulares percepciones de sus personajes, disímiles vecinos de un edificio; desde el Señor Bonow a la entrañable niña enamorada de todo lo verde. En este momento, la autora trabaja en su segunda novela, La propia sangre.
- ¿Cuál es el primer libro que recuerda haber leído?
- En honor a la verdad, Artemito y la princesa. Se trataba de un dragón con largas pestañas y una princesita, que, supongo, se enamoraban. Hasta ahora, nunca me había puesto a considerar el nombre del dragón: arte-mito. Algún psicoanalista de buenas pinzas sabría qué hacer con ese recuerdo.
- ¿Cuál es su autor favorito vivo?
- Todos mis favoritismos están del lado de los muertos. Leo muy poca literatura viva, si es que el término existe. Pero no es una actitud de la cual uno pueda estar orgulloso. Es como no ver las películas de estreno ni las series de la televisión: dificulta la conversación de canapé, tan necesaria para la supervivencia en nuestros días. Pero pensándolo bien, hay una autora al menos a la que sigo, de quien me interesa saber lo que hace: la española Pilar Pedraza, una semidesconocida que cultiva el gótico.
- ¿Qué libro se llevaría a una isla desierta?
- Como carezco de sentido práctico, me llevaría Guerra y paz de Tolstoi. Pero alguien con mayor esperanza de enfrentar los avatares de una isla desierta y que no quisiera sacrificar su gusto literario a las propias ensoñaciones, ¿no debería llevar el Crusoe? Digo si no le disgustara ese abrupto realismo, claro está.
- ¿Cuál es el último libro que leyó o qué está leyendo en este momento?
- Estoy leyendo El factor humano, de Graham Greene. Tengo una terrible debilidad por las novelas de espionaje y los policiales. ¿Se encuentra algo bello, algo verdaderamente conmovedor? Muy poco, pero hay que sucumbir a ellas. Y sucumbir es bello de vez en cuando.
- ¿Qué libro reciente no pudo terminar de leer?
- Una gramática del griego antiguo en tres tomos. Pero todavía no pierdo las esperanzas.
- ¿Qué libro quisiera releer pronto?
- Una novela de algún autor del siglo XIX, los únicos que supieron hacerla realmente. Puede ser rusa o inglesa. Si fuera inglesa, El molino del Floss, de George Eliot, o alguna de Thomas Hardy, la increíble y amarguísima Jude el oscuro. Si fuera rusa, Los hermanos Karamazov, por poner una de las tantas. Todos los rusos, si se quiere, una y otra vez.
- ¿Cuándo escribe?
- Cuando tengo la más mínima sospecha de estar en lo correcto.
- ¿Quién debería ser el próximo Nobel?
- Alguien que necesite el dinero realmente. O el austriaco Thomas Bernhard, póstumo.
- ¿Cuáles son sus rituales o supersticiones a la hora de escribir?
—Qué pregunta. Todo es una superstición a la hora de escribir. La existencia de lo que uno escribe, los fantasmas que uno convoca, todo eso es parte de un credo sin religión. Si alguien nos mirara desde afuera cuando escribimos, ¿no pensaría que estamos haciendo un rito extraño que de nada sirve?
- ¿Cuál es su comienzo favorito de la literatura universal?
- “Pueden ustedes llamarme Ismael. Hace algunos años –no importa cuántos, exactamente–, con poco o ningún dinero en mi billetera y nada de particular que me interesara en tierra, pensé darme al mar y ver la parte líquida del mundo. Es mi manera de disipar la melancolía y mejorar la circulación. Cada vez que la boca se me tuerce en una mueca amarga; cada vez que en mi alma se posa un noviembre húmedo y lluvioso; cada vez que me sorprendo deteniéndome, a pesar de mí mismo, frente a las empresas de pompas fúnebres o sumándome al cortejo de un entierro cualquiera (…), entonces comprendo que ha llegado la hora de darme al mar lo antes posible.” Esto es Moby Dick, de Melville.
lunes, mayo 11, 2009
Las 10 preguntas / Dimópulos
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1 comentario:
Respuesta para enmarcar.
—Qué pregunta. Todo es una superstición a la hora de escribir. La existencia de lo que uno escribe, los fantasmas que uno convoca, todo eso es parte de un credo sin religión. Si alguien nos mirara desde afuera cuando escribimos, ¿no pensaría que estamos haciendo un rito extraño que de nada sirve?
Saludos
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