A propósito de Anís, de Mariana Dimópulos.
[por Jimena Repetto para Revista Siamesa]
A veces las distancias engañan y nos hacen pensar que son un buen patrón para medir cuánto conocemos o desconocemos de los otros. Anís de Mariana Dimópulos es una novela sobre las paradojas de las proximidades y, a la vez, sobre el deseo de vencer la soledad como una línea que fuga, nunca satisfecha, al infinito.
En un mismo edificio conviven personajes en apariencia extraños y, sin embargo, tan comunes y cercanos como podría ser cualquier hijo del vecino. Las fantasías que ellos construyen, sus miradas deformadas sobre la realidad, en su contraste y conjunto, generan en el lector la desazón y la risa, la melancolía y la burla, pero, a la vez, la compasión. Y un poco porque no hay quien pueda escapar a la lente subjetiva con la que cada uno mira al mundo, y otro porque con cierta soberbia sentimos que en nuestra vida nunca, ¿nunca? hemos llegado a tales niveles de distorsión de la realidad como los que ellos alcanzan.
Bonow, Patricia, Inés, entre otros, cada uno en su mundo y todos viviendo literalmente encimados, cargan deudas siempre pendientes que terminan recayendo en faltas y temores, abandonos a destiempo, amores nunca confesados y diversas frustraciones en degradé. Y, como lo indica el nombre del bar en el que el señor Bonow, tal vez el más desquiciado de ellos, toma su anís y desahoga sus penas,“La Amistad” es el lazo más profundo y cercano que pueden entablar.
Con un narrador que por momentos coquetea con el registro de los personajes, descripciones precisas, textura rítmica y diálogos en su forma y tiempo justos, Anís es una rareza que vale la pena explorar. Incluso si el riesgo que el proyecto propone es construir subjetividades saturadas en sus propias divagaciones, Dimópulos lo sortea con grandeza y logra darle a cada una el grado justo dentro del no tan extraño mundo en el que se mueven. En definitiva, se nos presenta un texto que por momentos pareciera extrañarse a sí mismo, deformarse en la elección léxica y las imbricadas estructuras de las frases y desafiar al lector a dejarse llevar hacia adentro de esta peculiar "reunión de consorcio".
Y, a medida que avanza la narración, todas las historias se van hilando, un poco como sucede en la vida misma. Entonces el edificio que comparten, se convierte en metáfora del texto, un espacio en el que los personajes habitan en distintos planos y pisos de realidad, un lugar de convivencia en el que cargan en secreto sus dolores a expensas -extraordinarias- de la soledad.
Si uno de los desafíos que propone una primera novela es hacer ingresar a quien escribe en la compleja categoría de autor, Anís hace que leamos a Dimópulos como una escritora capaz de construir con precisión y gracia un pequeño universo que nos interpela, porque en la distancia crítica de la lectura podemos analizar cuán similar es al que nos aloja.
lunes, mayo 18, 2009
Expensas extraordinarias
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