[A própósito de Conquista de lo inútil. Por Matías Serra Bradford, para ADN Cultura]
En una selva "envuelta en sí misma", en plena filmación de la película Fitzcarraldo , Werner Herzog encuentra en su libreta un refugio donde preservarse: "En medio de cientos de extras indígenas, docenas de trabajadores forestales, la gente de los barcos, personal de cocina, equipo técnico y actores, la soledad me golpeó como un animal gigante y enfurecido. Pero yo veía algo que los otros no veían". Suele decirse de los enajenados que "ven cosas". El sueño de construir un teatro de ópera en el Amazonas, utopía del barón del caucho y melómano peruano Carlos Fermín Fitzcarraldo, fue la semilla que Herzog necesitó para vislumbrar una geografía y un proyecto demenciales. (El cruce de música y desequilibrio es un leitmotiv reincidente en el trabajo del cineasta alemán; basta recordar su film sobre el compositor Gesualdo y, en otro plano, Tierra de silencio y oscuridad , sobre los sordomudos, halagada por Oliver Sacks, otro veterano en ese campo.)
Paso a paso, Herzog registra el primitivo suspenso de una alucinación: hacer pasar un barco, de un río a otro, por arriba de una montaña. Y plasma un modelo de fragilidad definitivo para la creación artística. Un diario íntimo se asemeja a una madre permisiva, todo lo tolera y todo lo absuelve. Este, Conquista de lo inútil. Diario de filmación de Fitzcarraldo incluye los contratiempos imaginables y los peligros menos risueños: los berrinches de Klaus Kinski, los sobornos mendigados, las lluvias que no llegan, los ríos que no crecen. Provocar condiciones adversas parece ser en Herzog, como en Peter Brook, el único modo de preparar un marco propicio para dar lugar a la "verdad extática". El autor de Del caminar sobre hielo y Herzog on Herzog , devoto de Büchner, Hölderlin y Von Kleist, ya se había jurado "ir hasta el fin de lo insensato". La práctica del montaje, médula del cine, es absorbida por la rutina del diario: qué se elige contar de un día. Y el diario, en paralelo, también pone en juego cómo borrar mejor la frontera entre ficción y documental.
Conquista de lo inútil es un zoológico a puertas abiertas: serpientes, tarántulas, iguanas, monos, murciélagos, ratas, tapires, caimanes, "buitres que extienden sus alas como el Crucificado y que perseveran como estatuas en esa posición, presumiblemente para refrescarse o ahuyentar parásitos que pican." La hipnosis de la descripción febril se vuelve irresistible y una recia cualidad visual impera en las observaciones: "La selva a ambos lados del río, que celebraba su misa nocturna, cumplía la función de monaguillo. Ningún sonido animal, ningún grito nocturno; sólo de un gigantesco árbol torcido cayó una hoja inmensa, como un pterosaurio alcanzado por flechas."
En el último año del rodaje de Fitzcarraldo , 1981, año que cultivaba como todos una férrea vocación de olvido, otros fervorosos adictos a la naturaleza, dos diaristas impenitentes en lengua alemana -Ernst Jünger y Peter Handke- tomaban notas cuya sola espectacularidad consistía en llegar con gracia al final de la jornada, en velar por el día siguiente. Por esos mismos meses, Handke escribía: "Me gustaría tener la selva virgen delante de la ventana; así, con el tiempo, vería el mayor número de detalles que pueda uno ver." Y eso es lo que consignó Herzog, hasta la más ínfima vibración de una jungla. El 18 de marzo de 1981, Jünger definió involuntariamente otro de los desvelos del cineasta de Münich: "¿Por qué produce tanta inquietud que un ser humano desaparezca sin dejar rastro?" Jünger alude a la leyenda del niño abandonado Kaspar Hauser, que Herzog llevó al cine, enigmática contracara de megalómanos como Fitzcarraldo o el conquistador de Aguirre, la ira de Dios .
Exótico, genuino, Conquista de lo inútil deja una huella imborrable y le devuelve a la literatura una cualidad un tanto relegada: la intensidad.
martes, mayo 19, 2009
Intensidad de lo adverso
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