lunes, agosto 12, 2013

Instrucciones a mí misma para pensar cómo usar un cuchillo.



Mariana Komiseroff lee Cómo usar un cuchillo de Fernanda García Lao y lo reseña Revista Otro Cielo. 

Pongo música francesa. Ésta música me acompaña tácitamente desde hace años, pero no es una compañera muy fiel. ¿O debo decir que la infiel soy yo? A veces incursiono por otros universos sonoros, pero hoy termino de leer Cómo usar un cuchillo de Fernanda García Lao, me siento a escribir y casi de manera instintiva armo una lista de reproducción que arranca con Paris Combo, pasea por “Siberie m’etait Contée” de Manu Chao, y llega a Pauline Croze pasando indefectiblemente por Yan Tiersen y Edith Piaf. “La falta de variedad es la muerte”,  escupe Rudolf en este libro. Voy eliminando los temas hasta quedarme sola con el gorrión. Cierro los ojos atravesada por la música de “Le petit monsier triste”, cargada de la lectura de los cuentos y siento un filo que me abre la boca del estómago.

Miro las marcas que hice en el texto. «Me asustan las miradas tibias», dice en “Desierto al revés” y me lleva a pensar en los narradores. Sorprenden: nunca son inocentes Un ejemplo de esta delicadeza es “Eclosión”, mi cuento preferido del libro, dónde una mujer virgen de treinta y seis años se masturba pensando en el vecino después de comer pulpo y se embaraza a sí misma. «Un proyecto de pulpo ha quedado oculto bajo la lengua y terminará siendo fecundado en un orgasmo extravagante: ella lo traslada de su boca a su cloaca de hembra». En este cuento la autora construye un narrador en apariencia no involucrado que sale a la luz en una última frase. La historia no se modifica pero nos obliga a preguntarnos quién es ese testigo que nos la cuenta.

Releo y copio los párrafos que marqué en el libro. Descubro párrafos completos que funcionan como perfectos microrrelatos. Extracto de “Sentencia”: «A los once, sus ojos se llenaron de muerte. En un accidente doméstico, sus padres explotaron por el aire al compás de la caldera. El fuego la dejó sola, con sus ojeras azules. Se quedó con la bolsa de lácteos, contemplando el desastre. El pasado había fagocitado de un bocado a su familia. Y a la biblioteca. Amalia sonrío, excedida de infortunio». Fragmento de “Sótano: ser de abajo” (cuento que viene con mapa de ubicación): «Mi hija parece una sandalia. Toda al descubierto. La tapo para no verla. Me turba su presencia. Y el sentimiento es mutuo. Un día no va a venir. Ya huele a hombres que la siguen. Tiene semen en el horizonte».

Leo los cuentos en voz alta. Leí varias veces “Libidine” porque más allá de ser un cuento impecable y original, me gusta como suena. Pienso en Ivonne Bordelois que en Etimología de las pasiones dice que las palabras, como nuestros cuerpos, se resisten y hacen ruidos, toda clase de ruidos, que las palabras son ruido e idea y que también están hechas de aire rudamente modulado por la garganta, los dientes, la lengua y siguen teniendo mucho de los primeros gruñidos, cercanos a los de los primates que estuvieron en su origen.

Pienso en escritores con el cuerpo muerto. Hay autores que reniegan del cuerpo, aunque no lo asuman o no lo sepan, eso se siente en la lectura. Como dijo Foucault, «si la sexualidad está reprimida, destinada a la prohibición, a la inexistencia y al mutismo, el solo hecho de hablar de ella produce una transgresión deliberada». Pero más allá de eso hay autores que pueden hablar de sexo y aun así su literatura puede carecer de él, del componente animal. Tal vez sin proponérselo comulgan con esa idea de Aristóteles de que todas las pasiones son malas si conducen a la desmesura. Y hay resultados muy interesantes pero no me entusiasman particularmente. En cambio Fernanda García Lao sostiene el lenguaje con narradores y personajes con cuerpos vivos, con latidos y circuitos de fluidos. Los desnuda y embellece en un manual de instrucciones cruel: «Hay algo sucio en tu persona. Se te intuye la humedad y el jugo. Tengo una sed terrible, me voy a atragantar y voy a dejar que me mojes los zapatos».

Me distraigo y recuerdo cosas que mejor olvidar. Le envío un mensaje a mi amiga contándole un comentario mala leche de alguien. Ella me responde: hay que sacar el cuchillo”. Y yo: “hay que saber cómo usarlo”.

Presto atención a la música. Suena “La vie en Rose”. Una balada francesa cantada con la garganta, por momentos apenas un sonido gutural onomatopéyico. Algo en el ritmo invita a moverse. Se escucha bien, se disfruta, pero se puede percibir por debajo cierta oscuridad, la sensación de que cualquier cosa puede venir a modificarnos el baile agradable. El lenguaje de Cómo usar un cuchillo es musical y perturbador como un tema de la Piaf, como una cajita de música o la risa de un niño en una película de terror.

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