jueves, agosto 15, 2013

Picado fino

Ana Ojeda reseña, en Espacio Murena,  Cómo usar un cuchillo, de Fernanda García Lao.


En Cómo usar un cuchillo, Fernanda García Lao (Mendoza, 1966) hace con la literatura, lo que el punk hizo con el rock. Integrado por veintisiete relatos breves, este libro es pura experiencia de lectura, paladeo de un asombro que descoloca con violencia y constancia, que se reestrena −virgen− con cada nuevo comienzo. Pretender escribir una reseña de él se torna de pronto superfluo acto gratuito. Idiota. “Escribo y me siento importante porque no tengo absolutamente nada que decir”.

Lo bueno, si breve, dos veces bueno. Obviedades: FGL trabaja con ellas, las contorsiona hasta dejarlas desfiguradas, irreconocibles, novedosas. Punk. En estos relatos, la brevedad se apoya en la escansión, una de las marcas que se mantienen a lo largo de todo el volumen. Pululan así números, títulos, blancos que organizan tanto como desordenan el discurrir de la narración. “La abundancia no es para mí”, sospecha en algún momento alguien. Cómo usar un cuchillo no abunda porque prefiere ramificarse, tubérculo rizomático en constante huida del estancamiento que supone la etiqueta, la clasificación. En la atropellada, da por tierra con argumento, estructura aristotélica, teleología, suspense: en estos cogollos narrativos se cuenta lo que se quiere contar, porciones casi arbitrarias de historias a las que se les podría quitar o agregar sin modificar en nada el efecto, el interés de la lectura, que avanza siempre sedienta, con ganas de más. Magia. FGL desquicia las cómodas rutinas decodificadoras del lector, aprendidas a fuerza de repetición, obligándolo a desplegar las alas de la imaginación, forzándolo a bracear en la distancia que une (y aleja) una frase con la siguiente, tan unidas o distantes como el Sol y un limón. “Usted llegó con los pantalones de otro, no sonría, tenía unas ojeras horribles”. La distancia semántica entre una frase y la siguiente, entre las distintas partes de una misma oración se constituye así en la patria del lector, que navega en la duda al tiempo que entrelaza hipótesis de relaciones tan descabelladas como posibles.

Los relatos que presenta este cuidado volumen de la Editorial Entropía se enhebran dialogados, casi didascálicos. Ejemplo perfecto es el cuento que da título a la antología, cuyo comienzo reza: “Ella debe estar tirada, sucia, con las piernas violetas y el cuello roto” y en la misma tesitura sigue hasta el final. Como si, en el universo FGL, la literatura sólo fuera posible como diálogo, como teatro. Pura impostura: “Parecer natural es importante. Serlo, no”.

El cuchillo que acapara título desarrolla varias valencias simultáneas conforme se avanza en la lectura: muerte (y alrededores: asesinatos, suicidios, amenazas) y hambre (y alrededores). Muerte y alimentación. Lo cual es perfecto, porque enlaza sin esfuerzo los comienzos −allá por 2005− de FGL, con su desopilante Muerta de hambre, la primera novela de FGL, ganadora del premio Fondo Nacional de las Artes (edición 2004) y publicada por la editorial El Cuenco de Plata al año siguiente, problematiza −entre otras muchas cosas− uno de los tabúes de Occidente actual: la gordura (en la antología entrópica, la autora dedica a este tema el exquisito “Asterisco”). María Bernabé Castelar es gorda y desmedida: “Cuando estalle quiero dejar sin aliento a la prensa. [...] Voy a obligar a esta ciudad a contemplar mi podredumbre. [...] Yo soy un asco en serio”. Llevará las aristas de su unicidad (“Todos pertenecían a algún grupo nominable. Se reconocían entre ellos. Se mezclaban y reproducían. [...] Sólo yo era individual”) más allá del plano de la estética y la salud (amenazada por sus 120 kg) para convertirse en un sistema interpretativo. Para María Bernabé, es posible decodificar la realidad a partir del mecanismo de la alimentación. Así es como −un ejemplo− sus ideas más idiotas se comen a las más inteligentes, al punto de que “me lleno de pequeñas ideas sin peligro que repito hasta el hartazgo”. El humor explosivamente cínico, presente ya en Muerta de hambre, se mantuvo a lo largo de toda la obra de FGL −La mirada horrible (Colihue, 2005), La perfecta otra cosa (El Cuenco de Plata, 2007, 3er Premio Cortázar), Vagabundas (El Ateneo, 2011), La piel dura (El Cuenco de Plata, 2011)−, al punto de constituirse en una de las marcas fundamentales –reconocibles– de su estilo.

Como suele suceder con toda primera novela, Muerta de hambre contenía in nuce todo el universo que luego su autora iría desplegando y radicalizando en libros posteriores. Aprovechaba todavía las bondades de la trama (si bien la novela concluía −de manera bastante reveladora respecto de lo que estaba por venir− con una serie de materiales eclécticos y fragmentarios escritos por terceros y cuartos sobre el caso María Bernabé), que luego fue diluyéndose, desapareciendo: prótesis innecesaria. En este sentido, los relatos reunidos en Cómo usar un cuchillo no son realistas, ni delirio onírico, ni surrealismo, sino una despiadada trasposición literaria de la experiencia de lo real. Vivimos inmersos en un mundo hecho de palabras, historias, malentendidos anudados −la mayor parte de las veces− sin ton ni son. De ellos, rescatamos los que nos gustan, nos resultan cómodos o atractivos, y los ingresamos en la prensa teleológica del causa-consecuencia, de una pretendida lógica. Con ellos tejemos nuestros recorridos, deseos, aspiraciones. Así tenemos un objetivo laboral, preocupaciones sentimentales, etc.: “El progreso se alimenta de pánico”. FGL, lejos de permitirnos la tranquilidad de lo esperable, nos bombardea desde estas páginas con situaciones, personajes, flujos y contextos, hurtándose a la tarea de construir una explicación, un por qué. Nos desampara, clavándolos en un paraje en el que campea lo no lindo, no agradable, no complaciente (otra de las marcas que se mantiene estable a lo largo de su producción).

Lejos del realismo, bastante usual en la producción literaria argentina actual, FGL prefiere dislocar, torcer, abocarse al corte y confección hasta dejar en evidencia no sólo la tramoya del lenguaje y sus estúpidas frasesitas hechas, sino también los núcleos duros de los presupuestos que nos moldean: “Usted sólo es imprescindible para usted”.

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