viernes, agosto 23, 2013

La escritura en forma breve


Edgardo Scott leyó Modo Linterna, de Sergio Chejfec y lo reseña para el blog de Eterna Cadencia.


César Aira y Sergio Chejfec son dos autores reconocidos y reconocibles como novelistas. Aira escribió verdaderamente innumerables novelas y Chejfec ya más de diez. Sin embargo, este año los dos han publicado un conjunto de relatos breves. En los dos casos, los libros reúnen en su mayoría, textos que ya habían sido publicados en otras oportunidades por distintos medios, pero en forma aislada.


En el libro de Chejfec, se agregan además algunos relatos decisivos e inéditos. Tal vez por este motivo y por imaginar para el conjunto un título -Modo linterna-, el libro de Chejfec sea de los dos el que representa un libro de cuentos, mientras que el de Aira, en cambio, sea más una antología o selección.

En Modo linterna, Sergio Chejfec continúa construyendo y ensanchando ese territorio que encuentra en nociones como experiencia, representación, narración y discurso, sus coordenadas fundamentales. Chejfec es consciente de aquello que hace no mucho explicó Luis Chitarroni: que la literatura ha perdido la confianza en la ficción (esa misma confianza que retiene el cine y, más acá, las series de tv). Por lo tanto, el acto de narrar, en estos albores de la era digital, implica conquistar o re-conquistar esa confianza. ¿Pero cuál es la estrategia? ¿Cómo se podría, sin golpes bajos, conjurar la magia perdida? Paradójicamente, la respuesta habría que empezar a buscarla en lo siguiente: no sin pruebas, no sin documentos. Hoy, la mejor ficción surge menos de los artificios y pliegues de una trama o de la singularidad o conflictos de los personajes, que de la desnudez y testimonio de la escritura; de una escritura que produzca ficción fatalmente, acaso como las arañas producen por instinto una hermosa tela. Y para eso, es en el narrador, en la construcción del narrador y su sensibilidad, donde se libra la batalla. No casualmente, autores como Sebald, Magris, Bernhard (pero también, más cerca, Levrero) deben administrar la autobiografía, los diarios, la crónica y fundirlos en la ficción.

Chejfec sabe también que nuestro instinto es el discurso. En Modo linterna, y a causa del efecto que eso produce (la expropiación de la experiencia), tanto la geografía como la ciudad se vuelven apenas un escenario, mientras que los sujetos devienen protagonistas o actores no muy verosímiles de un drama donde predomina la repetición y el absurdo. Sólo en el desvío, en los tropiezos e insistencias del narrador, aparece otra cosa, otra dimensión. En ese sentido el final del cuento “Novelista documental” es ejemplar: en un triste congreso de escritores, el narrador sólo quiere conseguir una foto con un par de guacamayas, entonces dice “parezco extraviado caminando por sitios donde nadie tiene nada que hacer”.

El libro de Aira, Relatos reunidos, es en verdad una muestra, concentrada por la brevedad, de lo que Aira suele desplegar en sus novelas: una guerra contra las ignorancias del realismo, contra las torpes vanidades de la moral literaria, y a su vez, diferentes ilustraciones, a veces paranoicas y casi siempre espléndidas, del hipertexto discursivo. En esa línea, los cuentos “El hornero” o “El carrito” son pequeñas maravillas. Estas ficciones breves de Aira, por un lado confirman su condición kafkiana: los textos, si no fuera por la escritura alerta que los construye, serían fábulas y alegorías contemporáneas; pero por otro, dejan ver en varias oportunidades, su voluntad no tan secreta de manifiesto estético.

Por último, en los dos libros se percibe una tensión entre la forma breve y la ambición e intención de dos escrituras tan personales. En los mejores cuentos, tanto la escritura de Chejfec como la de Aira –interpretativas, tan racionales- ganan expresión; es cuando la forma breve canjea extensión por intensidad. “Una visita al cementerio” (Chejfec), o “Picasso” (Aira) son excelentes ejemplos. Cuando eso ocurre, entonces, parece reivindicada la vieja máxima número ocho de Quiroga: que el cuento también es una novela depurada de ripios.

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