La Serenidad, de Iosi Havilio, en No-Retornable
Por Anita Gómez.
“Concentrarse sería una solución, un buen libro, poemas
duros, modernos de verdad, una novela posta, inglesa, americana, le gustaría
tener entre manos una historia que lo transportase lejos, a un paisaje nevado
helador de gargantas, falsa calma en las mañana más desoladora.” Eso mismo que
le hubiese gustado a El Protagonista, es lo que le reclamé a la novela. Al
menos en los primeros tres capítulos.
Empecé a leerla en un momento tumultuoso. En los que todo
parece suceder al mismo tiempo. Cuando toca vivir la sensación de que recibís
buenas y malas todas juntas, palas de grúas, volquetes de sucesos, y uno con
ganas de decir: “Ey, más despacio, amigos, uno por vez y puedo con todos.”
Cuando uno es apenas conciente de lo que sucede, y subyace la posibilidad de
desdoblarse y percibirse a sí mismo como el protagonista de un suceso ajeno. En
medio de esas cosas, llega La Serenidad a mis manos.
Los primeros capítulos me resultaron confusos. Cuando sentía
que estaba al fin entrando en el tono, la novela se enrarecía más. Hablé con el
libro, me quejé. Estaba para una narración más clara, una forma más amable de
contarme los hechos. Pretendía una lectura más liviana, y esta no ayudaba a
aplacar mis voces. No hacía más que subir el volumen de mi mundo interno.
No podría decir que es una novela de trama. Suceden muchas
cosas, en muchos niveles y en escenarios reconocibles y teñidos de un tono onírico.
Acepté la propuesta narrativa y finalmente entré en el libro. La Madre es la
madre, El Padre el padre. Las hermanas se unifican, aquellos del pasado vuelven
para darnos alguna respuesta. Las alegorías golpean la puerta y todos somos
héroes de diversos mitos.
Continué el libro con menos fastidio. Cambié el hastío por
sonrisas. La historia comenzó a hablar conmigo, con mis recuerdos, con mis
diálogos internos, con mis sueños, y con la realidad, con lo que tengo
enfrente, desde lo más básico: teclado, pantalla, hasta lo más complejo de las
circunstancias.
Empecé a disfrutarlo. La realidad se pone plana tantas
veces. Olvidamos u opacamos la posibilidad de vivenciarnos en las tantas
dimensiones posibles que vivimos en simultáneo. La cantidad de maneras de percibir
el mundo y nuestras experiencias es tan vasta, tan rica. La novela me llevó de
paseo, así como sucedía con El Protagonista, por el laberinto de mi conciencia.
Desde la chance de construir mi pasado, mi presente, las expectativas, lo que
potencialmente podría pasar, y todo eso que no sucedió.
“Nada de lo que había ocurrido había ocurrido, ninguna
palabra había sido verdaderamente pronunciada”.
“¡Yo soy mucho más de lo que siento!”
Claro que el lenguaje es tan preciso y desbocado que hace
que la experiencia de la lectura sea suculenta. Las enumeraciones son
voluptuosas. “El Protagonista ve venir el tren cuando parecía que la suerte del
día ya estaba echada y el futuro, una tonta inclinación a la esperanza… Hasta
hace un tiempo, hubiera pensado cualquier tren como una gran equivocación…
¿Pero es eso un tren? Qué parámetros para tren tiene El Protagonista alojados
en su Ser: rieles, vagones, locomotora, un furgón con asientos de papel y
expresiones obscenas, el sonido típico, los chanchos, el temblor, los
pasajeros, el tirín tirín tirín, Los Ringtones Más Tristes de la Historia, la
fuerza indómita de La Fraternidad latiendo bajo los durmientes.”
Es abundante, una inundación de palabras de una preciosa
composición. Escenas geniales como la aparición de El Padre muerto en el baño
de un bar. El trío con su mujer, La Reina de La Noche y El Gran Otro. El
monólogo de Bárbara, La Madre y los recuerdos de infancia. La novela tiene
todo: peligro, viajes, desamor, sexo, violencia, misterio, humor.
Dialoga con imágenes y gráficos, el Diagrama de R de Lacan,
por ejemplo, que plantea lo real, lo imaginario y lo simbólico, uno de los
temas de la novela. Comparte título con un texto de Heidegger. Y la manera de
nombrar los capítulos cual Quijote de la Mancha.
En la solapa, la foto del autor con una partitura de John
Cage en sus manos. En medio de la lectura me crucé con esta cita de Cage: “La
palabra experimental es válida, siempre que se entienda no como la descripción
de un acto que luego será juzgado en términos de éxito o fracaso, sino
simplemente como un acto cuyo resultado es desconocido.” La frase hizo eco en
mí, y en la experiencia de lectura de La Serenidad.
De no ser por esta reseña, tal vez, hubiese dejado la
lectura para otro momento, para más adelante. Qué bien que no lo hice.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario