LITERATURA › PREMIO CULTURA ARGENTINA PARA EL POETA ALBERTO
SZPUNBERG
Por el aporte que ha realizado con su descomunal obra
–Poemas de la mano mayor, El che amor, Su fuego en la tibieza, La academia de
Piatock, entre otros libros–, la ministra de Cultura, Teresa Parodi, homenajeó
al poeta de las criaturas despojadas.
Por Silvina Friera para Página/12
Nada aquerencia tanto como la palabra compañero. Se alza el
poeta en estado de asamblea permanente, levanta los dedos índice y medio en
alto, como apuntando al cielo de Pista Urbana, nuevo espacio cultural, y los
separa hasta formar la “V” de la victoria. Después cierra el puño. Un relámpago
de gestos se suceden en el aire: la “V”, el puño bien cerrado, la “V”... Es el
juego limpio que juega Alberto Szpunberg cuando la ministra de Cultura, Teresa
Parodi, le entrega el Premio Cultura Argentina por el aporte que ha realizado
con su descomunal obra –Poemas de la mano mayor, El che amor, Su fuego en la
tibieza y La academia de Piatock por mencionar algunos títulos–, una distinción
que han recibido anteriormente artistas como Mercedes Sosa, Horacio Salgán,
León Ferrari, Eduardo Falú y Luis Felipe Noé, entre otros. Son muchas las
miradas que lo acompañan en este mediodía que rezonga por los excesos de la
lluvia. “Nunca le di la mano a ningún ministro”, confiesa el poeta que “saca a
pasear el bastón” por las callecitas de San Telmo, el barrio donde vive, y en
estado de gracia encuentra en una paseadora de perros el principio de un poema.
“Míreme bien porque creo que soy una de las últimas lectoras de poesía que les
queda –le dice Parodi–. Soy una admiradora casi obsesiva de la poesía como
herramienta para hacer otra música. La poesía tiene tantas músicas como
lecturas y cada uno puede encontrar una. La mayor importancia que tiene la
poesía es la infinita música que tiene la palabra, el roce de la palabra con la
idea.”
Szpunberg (Buenos Aires, 1940), un refucilo de calidez y
picardía aleteando por las pupilas, recibe el diploma y la escultura Los
equilibristas de la cordobesa Victoria Lemme. “Nunca me olvido de un poeta
francés maravilloso, que hoy se lee poco pero hay que recuperarlo, que es Paul
Eluard. En un poema dice que la poesía tiene por meta la verdad práctica. Eso
tiene resonancias un poco duras, pero a veces hay que recordarlo. La poesía
también tiene que ver con la verdad práctica. En función de eso yo quiero hacer
mi aporte. Como en estos momentos está en discusión, charlatanería y mezquindad
el tema de la inseguridad, yo escribí ‘Elogio de la ganzúa’...”, anticipa el
autor de Como sólo la muerte es pasajera, su poesía reunida publicada en 2013por Entropía. “La llave que abre/ y la llave que cierra/ son la misma llave/
adentro y afuera// ¿A la calle?, no hay problema,/ sólo al forzar se falsea;/
la misma llave te deja/ dormidito en la vereda// Pero ojo al piojo/ que el mal
de ojo/ es el cerrojo”, lee Alberto el inicio de este poema inédito y celebran
la ocurrencia a pura carcajadas y aplausos escritores, artistas y músicos como
Horacio González, Juan “Tata” Cedrón, Tom Lupo, Eduardo Jozami, Adolfo Nigro,
Juano Villafañe, Pablo Mainetti, Judit Said y Dorotea Murh, más conocida como
Dolly Onetti, la viuda del escritor uruguayo.
El músico Jorge Sarraute, integrante del mítico Cuarteto
Cedrón, donde tocó el contrabajo, interpreta varias de las canciones que
surgieron de las juntadas en Barcelona –la ciudad del exilio– con Alberto y
Luis Luchi (1921-2000) a fines de la década del 70. Entonces el piano y la voz
de Sarraute bucean por las honduras de los versos de Szpunberg en “Vidalita de
la casa dejada”, “Chacarera mezclada”, “Chacarera de memoria” –“chacarera que
se baila, como quien sueña despierto”– y “Lo fusilaron contra un paredón del
bajo Flores”. Las palabras del poeta tienen aromas y vibraciones; enhebran
intimidades que bailan de boca en boca. La uruguaya Mónica Lacoste, la ideóloga
parlanchina de Pista Urbana, es una anfitriona que derrocha simpatía. “Hoy
tenemos la alegría enorme de haber concretado un disparate total. Sé que los
que están acá son parte de esa locura, cosa que me alegra profundamente”,
subraya.
–Habría que debatirlo... –retruca Szpunberg.
–¡Así son los poetas: desagradecidos! –bromea Lacoste.
–Quiero leer algo. Si lo que leo dice algo, mejor –arremete
el poeta.
–Le pido que ponga riendas a su corazón, siéntese, por
favor.
–Eso es imposible...
“Alberto es alguien que está recogiendo la herencia de Juan
Gelman. No es exactamente lo mismo lo que él hace, pero el trabajo con la
melancolía, el lirismo de los perdidos e ignorados, los grandes idiomas
antiguos, el hebreo y el griego como resonancias en el castellano actual, son
planos compartidos”, plantea González. “La preocupación social está tomada
desde pequeños personajes frágiles que tienden a fracasar y a dejar un
testimonio; su fuerza es la del gran fracaso lírico. Alberto, a su manera, con
todas las diferencias del caso, es un continuador del mismo nivel de fuerza
poética de Gelman, entendiéndolo como un pensador de la naturaleza en su
relación con la historia, no como un teórico. En la naturaleza de Gelman hay
aves de todo tipo, en la de Alberto hay gaviotas y sentencias de sacerdotes
extraviados. Finalmente, en los dos hay un impulso de estudiar la historia a
través del punto de vista del más frágil y de las criaturas más despojadas. Alberto
es un gran poeta lírico de la Argentina contemporánea.”
La magia de Szpunberg surte efecto. Todos repiten el
estribillo de su “Elogio de la ganzúa”: “pero ojo al piojo/ que el mal del ojo/
es el cerrojo”... El poeta regresa a la mesa con el diploma y la escultura y
aclara: “Homenaje viene de homo, hominis, hominaticum –silabea Alberto a
Página/12–. Era un ritual en la Edad Media por el cual la gente se convertía en
vasallo del señor. O sea que entre compañeros no puede haber homenajes. Por eso
me irrita la palabra homenaje. Esto es un encuentro en el que la asamblea
permanente es posible, ¿no?; es cuestión de que alguien la convoque. La
disponibilidad está, por lo menos por mi parte. ¿Y por la tuya?”.
Página/12, 31/10/2014
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