El prolífico Szpunberg, que en 2013 publicó su poesía
reunida en el volumen Como sólo la muerte es pasajera, se presenta hoy y el
próximo viernes junto al grupo del bandoneonista César Stroscio en la sala
Borges de la Biblioteca Nacional.
Por Silvina Friera para Página 12.
La voz del bandoneón tiembla una tarde en Barcelona. Dos
amigos que se cruzaron en el exilio europeo, el poeta Alberto Szpunberg y el
bandoneonista César Stroscio, finalmente cumplen la vieja promesa de hacer algo
juntos. El poeta balbucea y garabatea unos versos: “Nunca, nunca corazón,/
Nunca nadie lo sabrá si fue amor”... El fuelle va entrando en calor: sus
músculos se repliegan y expanden. Entre palabras y acordes, entre tristezas y vibraciones,
componen un valsecito inicial que los emociona, titulado “De los dos”. “Yo le
iba a poner el nombre de la chica de la que estaba en ese momento
enamoradísimo. César, que es muy sabio, me dijo: ‘las minas pasan, los
valsecitos quedan’...”. De ese encuentro salieron muchas cosas, pero
básicamente canciones, chacareras, milongas y otros valsecitos, recuerda
Szpunberg frente a Página/12. Esta conspiración artística conduce a De ida sin
vuelta, un concierto de poesía y música con el acompañamiento de Stroscio,
Claudio “Pino” Enríquez (guitarra), Ricardo Capria (contrabajo) y Luis Sampaoli
(canto), que se presentará hoy y el próximo viernes 24 a las 19 en la sala
Borges de la Biblioteca Nacional (Agüero 2502), con entrada libre y gratuita.
El prolífico Szpunberg publicó en 2013 su poesía reunida,
Como sólo la muerte es pasajera (Entropía), que ya está agotado. En un solo
volumen congregó los diez libros que tenía editados hasta el momento: Poemas de
la mano mayor (1962), Juego limpio (1963), El che amor (1965), Su fuego en la
tibieza (1981), Apuntes (1987), La encendida calma (2002), El libro de Judith
(2008), La academia de Piatock (2008), Luces que a lo lejos (2008) y Traslados
(2012). Pero además incluyó cinco inéditos: Sol de noche (2008), Como sólo la
muerte es pasajera (2009), El síndrome de Yessenin (2010), Ese azar, este
milagro (2011) y Como el clavel del aire (2013). A los 75 años, el poeta
continúa escribiendo y volviendo a luchar contra esa multitud de voces
amotinadas en el gesto siempre abierto del poema. Lejos de la parálisis o del
miedo a “no tener nada que decir o comunicar”, hay en sus archivos un puñado de
poemarios inéditos, como Elogio de la insensatez, ¿Por qué no hay más bien
brócoli? y los sonetos de La tarde muy lentamente, que piden pista para ser
publicados. Que necesitan del manoseo de la lectura de los otros para conmover
a sus destinatarios.
“No sé por qué, pero siempre me parece más transparente, más
honesto, arrancar con lo que uno está haciendo ahora mismo. Uno va escribiendo
más poemas y lo más reciente creo que es lo más auténtico”, subraya el poeta
que comparte uno de los poemas recién salidos del horno de su intensa
sensibilidad: “Avanzo a tientas según los trazos de tu magia/ pintados en la
roca de oscuras prehistorias:/ de ahí mana el rocío de la rugosidad más tibia,/
la invocación de vos misma en el gemido/ que sube desde el fondo de la herida/
en un repentino destello de estremecimiento”. Una “saga” de catorce poemas
inéditos y canciones articula el concierto de Ida sin vuelta. No es un
principiante en la composición de milongas o chacareras. Cuando algún espasmo
metafísico altera su ecosistema poético, Alberto domestica el alboroto
existencial con la métrica de la canción, como lo experimentó anteriormente con
“Vidalita de la casa dejada”, “Chacarera mezclada”, “Chacarera de memoria” y
“Lo fusilaron contra un paredón del bajo Flores”, entre otras. “¡Qué charlatán
que estoy!”, protesta Szpunberg y anticipa que el recital termina con la
“Milonga de ida sin vuelta”: “Amor mío, no te olvides,/ de que yo ya te olvidé/
yo no soy el que te canta/ el que te canta se fue”// Se fue pa’donde el silencio/
se fue pa’donde el ayer./ Milonga la del espejo:/ quien se mira no se ve”. El
poeta advierte que ese concepto “de ida sin vuelta” es de vital importancia.
“Es como decir: avanzamos como sea; no hay retorno, no hay marcha atrás. Esto
es una actitud ante la vida, una manera de incitar siempre a tirarse a la
pileta. Si hay un poco de agua, mejor, ¿no?”
–¿Qué significa escribir una canción?
–La canción me ordena. Esa necesidad de una métrica regular
sobreviene cuando estoy en una situación de desorden práctico o afectivo. Hay
un soneto dedicado a César, “El valsecito pide un minuto de silencio”, que para
mí es muy entrañable.
–¿Qué le aporta el bandoneón a la palabra? ¿Cómo es la
relación entre el poema y el bandoneón?
–El bandoneón habla; se reconocen quejidos, gemidos,
desgarramientos. Y ni qué hablar con un valsecito; volás, te sentís por los
aires. A veces viene bien hablar desde las alturas, no como engrupido, sino por
una necesidad de transparencia, de algo más traslúcido. Por ejemplo, “El valsecito
pide un minuto de silencio”, ese silencio que pide el valsecito –que implica
una situación crítica porque sabemos lo que significa ese minuto de silencio–,
que de repente se vuelva palabra, que se vuelva un balbuceo, es una sensación
muy hermosa. El texto, si no habla, no es válido. La poesía siempre habla.
Precisamente el libro inédito del brócoli termina diciendo: “Todo poema convoca
a una asamblea permanente”. No es una invitación al baile, pero sí a hablar. Yo
creo que hablamos poco. Son muy pocos los casos en los que realmente hablar es
transmitir, comunicar, emprender juntos. La sociedad parece marchar hacia una
cosa muy individualista, hosca, muy indiferente. Lo peor es esa indiferencia.
La gente se acostumbra a cosas a las que es criminal acostumbrarse, como
alguien que duerme en la calle.
–¿Hay planes para publicar estas canciones en un libro?
–¡Me encantaría! La idea es hacer un disco con César, con
Pino, con toda la troupe. Que estos recitales se traduzcan en un disco en vivo.
Y luego dios dirá... La pasamos muy bien, la verdad que es un disfrute. Uno va
pensando, imaginando cosas. Lo que tiene que estar siempre es la disposición a
escribir, a crear, a transmitir. Eso no se tiene que perder. Bueno... sonó a
frase patriótica (risas). Hay que tener paciencia. Si no se publica no pasa
nada, pero sí pasa... Si la literatura pierde una sílaba, pierde mucho. Hay
algo que se interrumpe y que no llega al otro.
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