El testimonio azorado de sus narradores
hermana las tres nouvelles que componen el libro de Muzzio, ambientado entre
fines del siglo XIX y comienzos del XX.
Por Maximiliano Crespi para Revista Ñ.
Hay un cierto encanto de lo anacrónico en Las esferas
invisibles. Este radica no sólo en el hecho de que el texto devuelva al lector
a un territorio genérico que se presumía agotado; sino en el mérito de que en
él se lo cultive con discreta elegancia, sin ínfulas transgresivas y sin la
demanda de “actualización” que grilla la imaginación literaria del presente.
Los tres relatos que componen el libro se sitúan estratégicamente entre fines
del siglo XIX y comienzos del XX, en el momento previo a la afirmación formal
del ideario moderno que cimentará el Estado-nación burgués. Trabajan con pareja
fortuna sobre el conjunto de supersticiones que sucede a la devastación
producida por la epidemia de la fiebre amarilla que a partir de 1871 diezmó a
la población porteña. “El intercesor” es un típico relato gótico. Su trama se
desarrolla en un espacio de frontera donde las funciones y la fe racionalista
vacilan ante la presencia latente de lo sobrenatural. Un joven médico castigado
por traición es destinado a un olvidado fortín criollo, muy cercano al salitral
donde su desdentada tropa deberá enfrentar ciega la fuerza destructora de lo
inexplicable.
“El ataúd de ébano” es un relato de fantasmas que retrotrae
sin duda a ciertas páginas de M. R. James, donde lo diabólico y lo milagroso
anudan para dar lugar a la redención. En él, dos desertores que sobreviven
delinquiendo en los márgenes de la ciudad asediada por la peste transforman su
destino fascinados por la imagen espectral de una niña.
“La ruta de la mangosta” es un relato de corte fantástico.
Cruza el tímido aprendizaje de un ayudante de relojería en las artes de la
fotografía mortuoria con el delirio alucinado que desata el humo negro del
opio. La trama crece entre la desesperación del enfermo y el miedo a la muerte,
y deriva en la pesadilla macabra de una eternidad condicionada a la lúmina.
Las tres nouvelles se encuentran unidas tanto por el
escenario como por una fórmula estereotipada (la de la confesión) y por un
registro persistente (el del testimonio azorado). La uniformidad no es
necesariamente provechosa. Los tres narradores (el médico que se confiesa en el
primero, el narrador omnisciente del segundo, y el que escribe su vida en el tercero)
hablan igual, con los mismos rodeos morosos y estilizados, con una misma
sintaxis nítida (sobria pero a la vez elaborada), y con una competencia lexical
que en ciertos casos atenta contra el propio verosímil. Pero así como Muzzio
permanece fiel a la tradición moderna en la manera en que teje sus relatos,
también lo es en el orden que criba su fabulación. Como las mejores piezas del
género, sus fábulas presentan lo sobrenatural siempre envuelto en una bruma de
sospecha y vacilación, en ese umbral donde la percepción y la lógica entran en
desacuerdo, y donde lo desconocido y lo incierto se confunden. Pero también
dejan abierto ese pequeño resquicio a partir del cual, aunque rebuscada, la
explicación natural de los hechos se presenta todavía como posible.
La dialéctica entre lo racional y lo pulsional, entre la luz
y la oscuridad, entre la civilización y la barbarie se mantiene en suspenso. En
esa suspensión lábil, la literatura germina como una resistencia vital.
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