Por Ezequiel Alemian para Revista Ñ
Ensayo. La literatura, propone Sergio Chejfec, tal vez consista en enunciar temas en extinción o disolución. En su nuevo libro, el narrador argentino se pregunta por el estatuto físico de la escritura.
Nacido en 1915, Enrique Wernicke publicó cinco libros de
cuentos, dos novelas, teatro y poesía, y murió en 1968, “convencido de la
inutilidad de lo que había escrito”, señala Sergio Chejfec en las páginas
finales de Ultimas noticias de la escritura.
“Hace bastantes años”, “escribiente antes que escritor”,
Chejfec ocupó tardes enteras copiando relatos de Kafka, con la idea de que algo
de su literatura se impregnaría en la propia gracias a la transcripción. “La
escritura, para mí, ha estado ligada desde un principio a una idea de
disciplina moral, de la que, aun cuando me queda por escribir bastante menos de
lo que tengo escrito, me resulta difícil separarme”, dice. La transcripción de
Kafka se da en la misma época en que descubre a Wernicke. 1975. Ese año, la
revista Crisis publica una selección de los diarios inéditos de Wernicke. La
edición se completa con imágenes del manuscrito. “Observar en ese momento la
materialidad de su escritura me permitió intuir aquello que la letra evoca a
través de sus rasgos: la entrega casi dogmática a cómo –más que a qué– se está
escribiendo”.
Últimas noticias de la escritura es un texto que se pregunta
por el estatuto físico de la escritura. Ese estatuto elusivo, tensionado por
técnicas, artefactos y disciplinas diversas, no en su definición, sino en su
capacidad de “deslizamiento y reverberación”, Chejfec lo ausculta recurriendo a
experiencias diferentes. En el Pierre Menard, autor del Quijote , de Fabio Kacero,
en que el artista transcribe el dibujo de la letra borgeana, Chejfec indaga la
ambivalencia entre las nociones de copia e imitación, la apropiación como
virtud y fraude. Después de atribuir el interés por la letra manuscrita a la
práctica plástica, más que a la literaria, remite a la función autorreflexiva
de la escritura a mano tal como se presenta en El discurso vacío , de Mario
Levrero. La literatura, propone Chejfec, tal vez consista en enunciar temas en
extinción o disolución.
Recuerda el reaprendizaje de Robert Walser, cuando pasó de
usar pluma a usar un lápiz pequeño, y narra el proyecto de Tim Youd, de copiar
a máquina, cada una sobre una sola hoja, cien obras importantes de la
literatura. Escribir a mano, escribir a máquina, escribir en una computadora. A
pesar de las diversas formas materiales de la escritura, “la organización
textual sigue siendo básicamente la misma”, dice Chejfec: “la palabra, la
línea, el párrafo, la página”.
Define a la escritura en pantalla (¡sin conexión!) como una
escritura “pensativa”. Inmaterial, con un carácter propio casi nulo, próximo a
la abstracción, a la idea de escritura sin soporte, todas sus operaciones de
digitación reducidas a un mismo tipo de proceso, “permanece en un estado de
latencia e incluso de reflexividad del que los textos carecían en épocas
anteriores”. Esta condición flotante de la escritura sobre la pantalla aparece
incluso como más distintiva y ajustada que la física.
“Quizás una de las pocas opciones de una escritura que busque
preservar su aliento primario de pensatividad sea transfigurar una voluntad
gráfica alternativa en una composición que refleje la hesitación propia de toda
escritura, de por sí con tendencia a ser siempre inestable”, señala. En Lorenzo
García Vega, en Charly Gradin, en Milton Laufer, busca la sintaxis de los
formatos audiovisuales, la textura de las mediaciones, entre azarosas y
automáticas, que hay entre intenciones y resultados. En algunas experiencias de
subrayado lee la recuperación del trazo físico, en el borde de la
discursividad, como intento posible de restitución del carácter aurático de la
escritura. Remite la frase de Osvaldo Lamborghini “No leía, pero sus subrayados
eran perfectos” a una lógica setentista de traducción de textos a un sistema de
consignas ideológicas o políticas más o menos relevantes o urgentes,
transmisibles.
Ultimas noticias de la escritura se abre con un epígrafe que
remite a una larga cita. No es tanto un libro lineal como una suerte de deriva.
Es un libro de desvíos, de notas. De expresiones como: “tal vez”, “más
adelante”, “en otro lugar”. Un libro que logra dar un ritmo argumentativo a una
serie de elementos relativamente dispersos. No es un libro sobre un objeto que
falta, sino sobre un objeto en proceso de constitución. O el registro de una
voluntad de sondear un objeto que siempre parece resonar, irreductible, en otro
sitio.
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