Horacio Mohando comenta Quiroga, de Alejandro García Schnetzer, para Revista Invisibles
Novela anclada en la lengua y los modos de su época, Quiroga
viene a completar una trilogía involuntaria que hace del estilo –anacrónico,
elegante, fatalmente rioplatense- el caballito de batalla del autor, marca
registrada de toda su obra que comenzara en el lejano 2008 con su primer libro
y su primer caso de toponimia, Requena.
Quiroga escribe. Compone, dirá, “obras de pensamiento”. Esa
es su condena. Se queda sin trabajo por eso. Y por usar el tiempo en escribirle
cartas a la mujer que lo dejó. Su superior, como argumento, explicándole el
lugar que ocupa en el mundo, dicta la sentencia y lo define, sin vueltas y en
su propia cara, como un sinvergüenza. Tal vez por eso, asumiendo su condición
de desclasado, sin demasiada reflexión previa, apurado por una necesidad real y
apremiante, acepta convertirse en contrabandista. Ilegalidad de poca monta, de
bagatelas, entre Buenos Aires y Uruguay, yendo y viniendo sobre ese río que un
autor definió alguna vez como inmóvil. Esa falta de sobresaltos, esa
tranquilidad que apenas se bambolea, es lo que lo lleva a pensar a Quiroga que
el espíritu de desgracia que lo rodea, a él y a sus compañeros de travesía, no
es una metáfora sino un hecho concreto y desesperante. Por eso Quiroga
defenderá sus vicios (la literatura, el amor, sus posibles combinaciones)
aunque no sean tan efectivos como método de escape.
Quiroga, el libro, construye su universo a través del
lenguaje. Esto que pareciera ser una obviedad es en realidad una decisión
estética, una postura, tal vez una declaración de principios pero sin
intenciones pedagógicas ni necesidad de establecerse como regla universal. Por
el contrario, sumando al análisis la trilogía involuntaria que forma Quiroga
junto a Requena y Andrade, ambas publicadas por Editorial Entropía en el 2008 y
2012, lo que parece haber aquí es solo un deseo sencillo, una obsesión profunda
y calma a la vez pero siempre pulsante por un determinado período histórico,
por una manera de expresarse, por la belleza de las palabras cuando se liberan
de la obligación del entendimiento por la simple cotidianeidad. La historia
transcurre a fines de los años treinta y el relato parece haber sido escrito en
esa época. Error sería suponer que se trata de nostalgia, de rebeldía
descontextualizada como la coloquialidad de aquellos tiempos, de poner el
pasado como valor solo por ser pasado. Todo lo contrario. El lenguaje, la forma
que adquiere, se planta como asumiendo que es la única opción que había para
contar esta historia que tiene mucho de tango y de infierno y absolutamente
nada de artificio.
La falta de uso y costumbre de algunos términos y
expresiones exigirá que el lector además de recurrir al diccionario, recurra
también a desprenderse de la desesperación de saberlo todo y volver a confiar
en su intuición comprensiva tal como lo hace día a día frente a nuevas
expresiones. Mientras se lee Quiroga, además, a veces se sospecha un error, de
gramática, semántico. De lo que no cabe duda es que fue deliberado. Una
enseñanza más sobre el lenguaje, aplicable, por qué no, al resto del Universo:
asumidas las equivocaciones es no solo factible entenderse a través de ellas
sino que además es justamente ahí donde se asientan las bases de la gramática
del futuro. Porque como dice el mismo Alejandro García Schnetzer, es imposible
ser antiguo.
Resulta difícil de dilucidar si el título y nombre a su vez
del personaje principal tiene alusión directa al escritor, usando un término de
dudosa justicia geográfica, rioplatense. Otras referencias ligadas directamente
a otros escritores argentinos se escapan por estar presentadas con extrema
sutileza. Como dato anecdótico, que nada aporta al libro en sí, Alejandro
García Schnetzer dice que la historia de Quiroga es un invento sobre la posible
vida del empleado que fue echado para que Jorge Luis Borges ocupara su lugar en
la Biblioteca Miguel Cané. Esto solo sirve para dar con el año exacto en que
transcurre Quiroga: 1937.
Alejandro García Schnetzer es argentino pero vive, desde hace mucho, en Barcelona. Y acá, es esa distancia que también cruza sobre el agua, lo que hace que su escritura sea tan de acá, tan porteña, tan marcada por ese río de plata turbia que nos une y nos separa de nuestros vecinos confusamente definidos como orientales. Tal como Quiroga, el contrabandista con su exquisito paladar literario (Safo, Luciano de Samosata, entre otros notables) García Schnetzer nos muestra que también somos eso de lo que estamos lejos, también somos lo que apenas reconocemos como historia y que nada nos constituye tanto como todo aquello que escapa, a pesar de nuestros manotazos de ahogado, al entendimiento.
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