El Sr. Ug, de Humberto Bas, por Cristian Maier para Solo Tempestad
Despertar en la madrugada, desorientado, con la amargura de
una pesadilla todavía en las cobijas y abandonar toda esperanza de volver a
dormir. Escuchar la propia voz en una cantinela incesante que une historias al
tiempo que las deforma y, en cierto modo, las inventa; que elucubra, sin
decirlo, la posibilidad de que todo sea una invención.
La manifestación de lo real es implacable: son las 03:49,
siempre. Entonces aparece el crac de la dislocación entre el tiempo real y el
subjetivo, el infierno menor del desvelo. Fragmentos de un minuto como una
eternidad y cada instante de esos trozos como infinitos de diferente magnitud,
unos más grandes que otros: irregulares. Esta idea que parece una locura no es
mía, es de Georg Cantor, héroe de las ciencias formales.
Entre la voz y la falta de sueño, el vecino Urdanpilleta.
Una carambola en las circunvoluciones del cerebro. Amado y odiado Urdanpilleta.
Cosificado, defragmentado, reificado, idealizado y ultrajado Urdanpilleta.
Repudiado en su exacerbada y pulcra bonhomía. Maldito Urdanpilleta.
De todo esto trata a grandes rasgos “El sr. Ug…”, la novela
de Humberto Bas (Entropía, 2015). Y deja una definición para enmarcar: “La
fortaleza del insomnio está en que lo provoquen. Sujétame, aplácame… Pandorita
desatada por la travesura de un intríngulis. ¡O Varios! Y uno va hacia él con
los artilugios de una guerra estúpida; té de valeriana, ábacos con ovejitas,
leche tibia, ducha fría, ducha caliente, relajación, meditación o paja, paja y
paja en los ojos ajenos, sin saber que justamente eso lo engorda. (…) No hay
regreso. El día empezó como continuidad del anterior y sin esperanzas de que
algo sea diferente. No más chorizos temporales, querido Heráclito”. Una joya.
La prosa de Bas es divertida. “Festiva”, dice la contratapa.
“Diestra”. Es, en definitiva, lo que mueve una historia difícil de llevar: la
habilidad para hacer que los párrafos se conviertan en algo sorprendente. Las
preguntas son obvias: ¿puede lo sorprendente mantenerse a lo largo de las
páginas? ¿Si lo sorprendente se transforma en regularidad, puede definirse como
tal? ¿Cómo juega, en ese caso, el acostumbramiento del lector al estilo? Con
respecto a lo primero, el intento está y se agradece. Para lo segundo y lo
tercero, no hay una respuesta unívoca.
Una novela que transcurre en un único minuto es una
propuesta arriesgada. Un ejercicio temerario. Es, en principio, una patada a
los dientes del concepto clásico de la novela, eso del
principio-nudo-desenlace, desde el “había una vez” hasta el “colorín colorado”.
Esta experimentación con la estructura narrativa, que de
ningún modo es radical, da como resultado una trama laxa en donde funcionan los
fuegos artificiales de la escritura: los relatos desopilantes bien logrados y
el efecto de continuidad, que da la sensación de correr siempre hacia adelante,
un adelante que tropieza con las 03:49, a toda velocidad.
Los personajes difusos acentúan el cantar frenético de la
voz insomne. Y especulamos que si la protagonista es esta última, aquellos
personajes con poca profundidad sirven, más que nada, para demarcarla como
centro, para demostrar la plasticidad enfática e imaginativa de su lenguaje.
Quizás esto suena un tanto retorcido, pero no estamos ante una novela
convencional.
¿Es una novela de vanguardia? No. ¿Es una novela
convencional? No. ¿Qué es? La etiqueta es riesgosa y algo injusta. Pero
diremos, porque hay que asumir el riesgo, que está en el medio: ni tan
rupturista ni tan complaciente. La mezcla es armoniosa y muy divertida.
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