Sobre Mi descubrimiento de América, de Maiakovski.
Por Verónica Chiaravalli para Ideas La Nación.
Abrazó la revolución bolchevique y cuando le llegó el turno
cayó en desgracia. Vladimir Maiakovski nació en Baghdati en 1893, fue poeta y
dramaturgo, figura central del futurismo ruso, y se suicidó en Moscú en 1930.
Sobre los pormenores de su tempestuosa vida, abundan en la Red estudios
literarios y biográficos; aquí, apenas algunas consideraciones acerca de Mi
descubrimiento de América, obra ahora reeditada (Entropía) que recoge sus
impresiones de viaje por Cuba, México y Estados Unidos, entre 1925 y 1926. El
poderoso Tío Sam es el gran objetivo del periplo. "El propósito de mi
ensayo es impulsar el estudio de las debilidades y las fortalezas de los
Estados Unidos en vistas de una lucha lejana", reconoce, preclaro, en las
últimas páginas. Y no sorprende el trazo oscilante entre la admiración y el
desprecio con que pinta al enemigo. Más inquietantes, en cambio, resultan ciertos
apuntes de su paso por México, un verdadero choque de culturas que prenuncia
algunas formas de la política caras a la América Latina de las décadas
posteriores.
No bien Maiakovski toma contacto con México sobreviene la
primera decepción. El poeta esperaba encontrarse en el puerto con los indios
bravíos de las novelas de James Fenimore Cooper y lo que vio fue el triste
hormigueo de unos sufridos changarines disputándose el yugo y la moneda. Fue,
escribe, "como si delante de mis narices transformaran pavos reales en
gallinas". A partir de allí, todo será extrañamiento ante la idiosincrasia
nativa. El mexicano es "impasible" y la mexicana "se pone
harapos toda la semana para vestirse de seda los domingos". Al caer la
noche, en las calles centrales, se admira del derroche de luz eléctrica,
"que aquí gastan más que en cualquier otra parte, en cualquier caso más de
lo que los recursos del pueblo mexicano lo permiten. Es una forma de propaganda
de la solidez y del bienestar de la vida bajo el actual presidente".
Lo desaniman las cifras modestas de afiliados al PC
mexicano. Y, para sus lectores soviéticos, explica qué se entiende por
"revolucionario" en estas tierras, con la crudeza de un mazazo
perturbadoramente actual. "Para los mexicanos [revolucionario] no sólo es
quien entiende o presiente los siglos venideros, lucha por ellos y lleva a la
humanidad hacia el futuro; el revolucionario mexicano es cualquiera que
derroque el poder con armas en la mano, no importa de qué poder se trate. Y
como en México cualquiera ha derrocado, está derrocando o quiere derrocar a
algún poder, todos son revolucionarios. Por eso esta palabra en México carece
de sentido, y si aparece en el periódico en relación con la vida sudamericana
hay que investigar e indagar más." Una mirada vigente, entre la
incomprensión y la lucidez.
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