Por Martín Lojo para Revista Ñ.
Asesinos seriales, vedettes, monjas satánicas,
extraterrestres, videntes, sectas sadomasoquistas; hubo un tiempo en que la
colección de personajes y temas que coinciden en Malicia, de Leandro Avalos
Blacha, hubiera resultado un absurdo incomprensible. Pasados veinte años de Del
crepúsculo al amanecer, el film de Robert Rodríguez que saltaba del policial a
la cacería de vampiros, el cruce de géneros de todo tipo es ya un recurso
convencional de la ficción contemporánea.
La premisa que estructura la novela es la del giallo, esa
subespecie del thriller alimentada por cineastas italianos como Mario Bava y
Dario Argento, que sacrificaba el rigor del policial en favor del gore y la
creatividad visual.
Malicia comienza con la luna de miel en Carlos Paz de Juan
Carlos, un apostador compulsivo, y su mujer, Perla, a quien eligió según la
suerte de los números. Los acompaña Mauricio, un amigo de Juan Carlos con quien
mantiene una incontenible competencia.
La villa turística está asediada por una serie de asesinatos
de vedettes que aparecen desnudas y mutiladas. La pareja se involucra en los
crímenes cuando conocen a Vilma Menta, una célebre vedette que encabeza un
espectáculo de revistas inspirado en los personajes de Batman. Mientras Perla
participa del show, el asesino ataca entre bambalinas a la vedette Piru Viedma.
Hasta allí, el policial.
Los aspectos sobrenaturales de la trama se desencadenan
cuando tres espectadoras, una vidente, una niña y otra veraneante, encuentran
el cadáver y caen en una suerte de trance. El episodio despierta una de las voces
del juego coral que arma el relato, la de la propia Piru, que les indicará
desde el más allá cómo sacar provecho televisivo de su muerte.
Más allá del festival de géneros y referencias al cine, el
cómic y la televisión, un aspecto crucial de la novela es la sátira del mundo
del espectáculo, una horda de empresarios inescrupulosos que no dudan en sumar
los crímenes frescos a sus shows, apelando al placer mórbido del público.
También se destaca el soliloquio de Piru Viedma, quien desde su estancia fantasmal
arremete con la consabida defensa de su talento y esfuerzo, frente a sus
colegas dadas a las drogas y la prostitución. Sus consejos para seducir a la
prensa amarilla conmueven a Celina, médium preadolescente que lleva al
paroxismo el anhelo de fama y se desintegra en una “forma de energía puramente
televisiva”.
El humor absurdo, los personajes caricaturescos y la
velocidad de la prosa permiten reconocer en Malicia el influjo de autores como
César Aira o Alberto Laiseca –a quien la novela homenajea en el nombre de dos
hermanas vedettes–, pero sus recursos estilísticos abrevan en otras aguas. Ni
la huida por el sinsentido del primero ni el delirio obsesivo del segundo, la
escritura escueta pero precisa de Ávalos Blacha parece seguir los juegos de
cámara de cineastas como John Carpenter y Brian De Palma.
No obstante la deriva disparatada del relato, el autor de
Berazachussetts se esfuerza por sostener la lógica de la trama, aunque el
aquelarre de personajes y géneros resulte en un final más bien apresurado y
confuso. Un traspié que no le quita diversión a esta entretenida celebración
del cine de clase Z.
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