Reseña de Acá todavía, de Romina Paula. Por Matías Capelli para Ideas La Nación
Un hombre de unos sesenta años es internado, sorpresivamente, en un hospital privado de Buenos Aires. De los tres hijos ya adultos que lo visitan y acompañan, la hija es la que más tiempo pasa con él: días, noches, incluso Nochebuena. Por momentos no queda claro si es que ella no tiene nada mejor que hacer o si en realidad no quiere hacer otra cosa, pero prácticamente vive ahí.
"Sigo viendo a mi padre grande, esbelto, fornido, en
definitiva el mismo hombre de siempre. ¿Por qué dicen que está enfermo?,"
se pregunta. Con el correr de los días la incertidumbre de la convalecencia se
vuelve agonía terminal. Mientras tanto, la narradora atraviesa jornadas
calurosas de verano entre reuniones familiares en la habitación, horas muertas
en la sala de espera, partes médicos cada vez más sombríos, recorridos
interminables por los pasillos hospitalarios, coqueteos con una enfermera,
primero, y con un camillero, después.
A partir de ese entramado de situaciones, en la primera
parte de Acá todavía, de Romina Paula, queda plasmada la subjetividad de una
joven treintañera porteña vinculada al mundo del cine; una mujer educada
sentimentalmente en los años noventa, que va por la vida vagabundeando, con un
temperamento exploratorio, aventurero, tan ambiguo e indeterminado como su
propia sexualidad.
En la segunda parte, que ocupa el último tercio, el texto da
un salto al vacío y despega hacia territorios inesperados tanto para lo que
viene siendo el desarrollo del libro como para la obra literaria de la autora,
compuesta por las novelas ¿Vos me querés a mí? y Agosto y por los textos de sus
obras teatrales Algo de ruido hace, El tiempo todo entero y Fauna, conjunto de
obras que le han permitido ganarse un lugar destacado en la escena local.
Una vez muerto el padre, una vez esparcidas las cenizas, las
cosas empiezan a suceder a otra velocidad, con otra intensidad. Ya en Uruguay,
la narradora se embarca en la búsqueda de un personaje que había conocido en la
primera parte, y esa aventura le permite a la novela volver a nacer, cambiar de
piel: los diálogos, por ejemplo, se salen del corsé generacional realista para
irradiar un misterio inquietante, las frases se vuelven más largas y
ensortijadas, cargadas de otra electricidad, la percepción de la narradora se
expande, por momentos alucinada, y los personajes aparecen iluminados por otra
luz.
Sin perder el pulso atrapante, de interpelación directa, la
novela ingresa en una nueva dimensión. Una suerte de "devenir
uruguayo" que no sólo abre una línea de fuga para que la protagonista
pueda salir al mundo, abrirse a lo inesperado; señala, también, un nuevo horizonte
literario en la propia obra de Romina Paula.
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