Reseña de Franco Castignani para Revista Otra Parte
Si hay algo que probablemente distingue a la poesía más
interesante de este siglo que recién comienza es su propuesta —y su apuesta—
anfibológica: el intento de afirmarse desde un lugar intermedio entre los
distintos discursos y retóricas que articulan la lengua en un momento
determinado y que de alguna manera le imponen su dinámica. El lugar intermedio
aparece en el discurso poético contemporáneo casi como una precondición para
lograr su diferencia específica frente a otros lenguajes, diferencia que por
cierto nunca es definitiva, al abrir el poema a sucesivas contaminaciones y
distorsiones. Ya no habría espacio para el poema “puro” y, a diferencia del
siglo que pasó, en el que una lectura muchas veces irreflexiva de cierta
vulgata heideggeriana —que presuntamente prescribía al poeta hablar desde un
único poema— resultó en la repetición mecanizada de un repertorio fijo de
tópicos y figuras, la poesía más contemporánea parece apostar por una vigorosa
pluralización de formas, ritmos y registros.
Es en este lugar intermedio donde intenta instalarse Laura
Petrecca en Cuento para una persona, su nueva novela breve en verso. El trabajo
con la cesura y las interrupciones de los versos se vuelve un recurso central
en este poema-relato, en tanto movimientos que dejan aparecer el texto en su
organicidad mínima, sin apelar a golpes de efecto ni refugiarse en cierres
elocuentes. En el comienzo del poema “Un vestido nuevo”, leemos: “Las formas
cambiantes de la belleza / dejan una suave nostalgia, / eso es lo que estaba
escrito debajo de la fotografía; / mientras la contemplaba, se escapaba de la
sábana, / de lo que todos habían comentado / sobre esa anotación a lo largo de
los años, / lo que esa anotación construía / en el paso del tiempo y el efecto,
/ todos parecían encontrar algo muy profundo / algo muy verdadero. / Ella no
encontraba nada ahí, / ni profundo ni verdadero / ni nada, no lo había / y lo
único que la había llevado a conservarla / antes de tirarla al fuego / es que
la niña que se mostraba era ella / y había dudado, como todos, un poco / antes
de romper su propia imagen / y tirarla a la chimenea”. Bien se ve que tanto el
corte de los versos, cuya escansión tiende a cierta forma antirrítmica, como el
uso de una fina y dosificada ironía, contribuyen a producir en el lector el
extrañamiento necesario como para que pueda introducirse en los eslabones
fragmentarios característicos de toda autobiografía. Un clima de acedia
melancólica, propio de quien no se acoge a los relatos sobre sí y a los
dictados de la mirada, oficia de atmósfera secreta de estos poemas. El yo,
extrañado y pluralizado por el trabajo preciso con la ironía, deja de ser un
punto de estabilización de la voz para devenir, desde el enigma último que lo
constituye, otra cosa, secreto hasta para quien enuncia. De ahí que quizás la
mayor virtud de Cuento para una persona sea que, conforme lo leemos, las
preguntas “¿quién habla?” o “¿de qué se habla?” se vuelven impertinentes e
innecesarias.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario