jueves, marzo 19, 2015

Cuento para una persona, de Laura Petrecca

Reseña de Franco Castignani para Revista Otra Parte


Si hay algo que probablemente distingue a la poesía más interesante de este siglo que recién comienza es su propuesta —y su apuesta— anfibológica: el intento de afirmarse desde un lugar intermedio entre los distintos discursos y retóricas que articulan la lengua en un momento determinado y que de alguna manera le imponen su dinámica. El lugar intermedio aparece en el discurso poético contemporáneo casi como una precondición para lograr su diferencia específica frente a otros lenguajes, diferencia que por cierto nunca es definitiva, al abrir el poema a sucesivas contaminaciones y distorsiones. Ya no habría espacio para el poema “puro” y, a diferencia del siglo que pasó, en el que una lectura muchas veces irreflexiva de cierta vulgata heideggeriana —que presuntamente prescribía al poeta hablar desde un único poema— resultó en la repetición mecanizada de un repertorio fijo de tópicos y figuras, la poesía más contemporánea parece apostar por una vigorosa pluralización de formas, ritmos y registros.

Es en este lugar intermedio donde intenta instalarse Laura Petrecca en Cuento para una persona, su nueva novela breve en verso. El trabajo con la cesura y las interrupciones de los versos se vuelve un recurso central en este poema-relato, en tanto movimientos que dejan aparecer el texto en su organicidad mínima, sin apelar a golpes de efecto ni refugiarse en cierres elocuentes. En el comienzo del poema “Un vestido nuevo”, leemos: “Las formas cambiantes de la belleza / dejan una suave nostalgia, / eso es lo que estaba escrito debajo de la fotografía; / mientras la contemplaba, se escapaba de la sábana, / de lo que todos habían comentado / sobre esa anotación a lo largo de los años, / lo que esa anotación construía / en el paso del tiempo y el efecto, / todos parecían encontrar algo muy profundo / algo muy verdadero. / Ella no encontraba nada ahí, / ni profundo ni verdadero / ni nada, no lo había / y lo único que la había llevado a conservarla / antes de tirarla al fuego / es que la niña que se mostraba era ella / y había dudado, como todos, un poco / antes de romper su propia imagen / y tirarla a la chimenea”. Bien se ve que tanto el corte de los versos, cuya escansión tiende a cierta forma antirrítmica, como el uso de una fina y dosificada ironía, contribuyen a producir en el lector el extrañamiento necesario como para que pueda introducirse en los eslabones fragmentarios característicos de toda autobiografía. Un clima de acedia melancólica, propio de quien no se acoge a los relatos sobre sí y a los dictados de la mirada, oficia de atmósfera secreta de estos poemas. El yo, extrañado y pluralizado por el trabajo preciso con la ironía, deja de ser un punto de estabilización de la voz para devenir, desde el enigma último que lo constituye, otra cosa, secreto hasta para quien enuncia. De ahí que quizás la mayor virtud de Cuento para una persona sea que, conforme lo leemos, las preguntas “¿quién habla?” o “¿de qué se habla?” se vuelven impertinentes e innecesarias.

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