Cineastas de culto, Herzog y Waters describen, en dos libros
recién editados, las peripecias existenciales de lanzarse a la ruta.
11 de marzo de 2015
Por Walter Lezcano para La Agenda de Buenos Aires
Werner Herzog también prestó su voz a un olvidable capítulo
de Los Simpsons: The Scorpion’s Tale. Sin embargo, a diferencia de Waters,
Herzog es un director de cine que no es para nada una celebridad. Su figura,
respetadísima luego de más de sesenta películas, tiene algo de totémico y
milagroso, como si fuese portador de alguna verdad no revelada y cada obra suya
fuera una entrega fragmentaria de ese secreto.
Cuando se piensa en Nosferatu, Aguirre, la ira de Dios,
Fitzcarraldo o en sus documentales, la imagen es la de alguien que utiliza el
arte para llegar hasta los límites de las experiencias humanas, que es donde se
desintegra la personalidad y surge la esencia. ¿Cómo escribe alguien que mira y
filma de ese modo?
La respuesta llegó en el 2011 cuando se publicó en nuestro
país Conquista de lo inútil (Entropía), una obra deslumbrante que nos trajo la
voz de un escritor, hasta ese momento, desconocido. {descripción de la
imagen}El diario de filmación de Fitzcarraldo es una epopeya donde las
voluntades luchan contra la despiadada frialdad de la naturaleza para llegar a
buen puerto una película que parecía imposible. El 18 de agosto de 1979, Herzog
anota: “El tiempo tira de mí como un elefante y a mi corazón lo desgarran los
perros”. Son las palabras de alguien intenso que es capaz, por ejemplo, de ir a
pie de Munich a Paris porque piensa que así va salvar de la muerte a una amiga
a quien admira. Bueno, eso es lo que cuenta Del caminar sobre el hielo
(Entropía).
En noviembre de 1974, Herzog se entera que Lotte Eisner está
muy enferma. Decide entonces ir a verla y se convence que ese viaje a pie va
ser definitivo para que ella no muera. El libro es el diario de ese
peregrinaje. Y al igual que en Conquista de lo inútil, Herzog muestra que la
buena escritura tiene, sin importar los géneros, mucho de misterio y también
mucho de revelación. En ese aspecto, todo lo que describe Herzog pertenece a un
mundo desconocido y fantástico: de otra era y con otro modo de vida. De todas
maneras, su escritura es la de alguien que está en la búsqueda de algo superior
y es ahí donde, paradójicamente, se logra la conexión con lo terrenal, con la
experiencia humana: con la necesidad de creer.
Al comienzo de la crónica, Herzog escribe: “Un único
pensamiento omnipresente: irse de acá. Las personas me dan miedo. Nuestra
Eisner no debe morir, no va a morir, yo no lo permito. No morirá, no. No ahora,
no lo tiene permitido. No, no va a morir porque no está muriendo. Mis pasos son
firmes. Y ahora tiemble la tierra. Cuando yo camino camina un bisonte. Cuando
descanso, reposa una montaña”. Herzog llegó a París el 14 de diciembre de 1974
y Eisner no solo no había muerto sino que vivió nueve años más.
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