Sobre Quiroga, de Alejandro García Schnetzer para Bazar Americano. Por Ulises Cremonte
En Quiroga -al igual que en Requena y que en Andrade, sus
anteriores novelas- Alejandro García Schnetzer elige desplegar un narrador cuya
retórica está poblada de anacronismos. Recuerdo que, después de leer Andrade,
me pregunté: ¿García Schnetzer es o se hace? Como en ese momento no tenía la
urgencia de encontrar ninguna respuesta, la cuestión quedó ahí. Pero ante la
(saludable) tarea de hacer una reseña sobre Quiroga develar ese interrogante
ganó nuevamente el centro de la escena. El atajo para llegar al Santo Grial,
siempre es Google: debajo del nombre me aparecieron varias entradas, algunas de
ellas con entrevistas al autor. La tarea se volvió todavía más sencilla porque
Entropía en su blog se ha encargado de compilar todas las notas. En la mayoría
aparece un denominador común y explicaciones similares que pueden sintetizarse
en este fragmento:
“En Andrade perdura su interés por cierto tiempo de Buenos
Aires, por el habla de una época que se percibe en palabras o frases como
“espichó”, “me tenés patilludo”, “no manyaba” y “campeó la mishiadura” por
mencionar algunas en ese inventario en el que recrea un lenguaje, una manera de
hablar que son como “sombras errantes”. ¿De dónde viene este interés, que
también estaba en Requena, esa especie de nostalgia por los tiempos idos de la
lengua?
Listadas así parecen el vocabulario del hampa (risas). Pero
esas palabras las siento cercanas, están en los libros que leo, en la música
que conozco, en la charla con algunos amigos, personas de cierta edad y buen
decir. Y no sólo esas voces, oraciones enteras, diría; expresiones que son
justas y que no tienen reemplazo.”
(Entrevista realizada por Silvia Friera para Página 12, 5 de
marzo del 2012)
Entonces a la pregunta: ¿es o se hace?, la respuesta
parecería ser “es”. Pienso, pensaba cuando volví a Quiroga, cuando leí las
entrevistas, que finalmente la pregunta que me había hecho, si bien era válida,
también podía resultar un poco insustancial. Y sin embargo es lo primero que
aparece después de leer cualquiera de las tres novelas de García Schnetzer.
Abordar su literatura implica una suspensión: dejar de lado la contemporaneidad
lectora. Cuando esto pasa, cuando un libro no es la continuidad transparente de
un tiempo y espacio que juegan a coincidir (eso que se llama registro
“realista”) la literatura cobra la dimensión de un artefacto. Ante la
imposibilidad de ser fiel reflejo del mundo, diversos autores, con estilos muy
distintos han elegido mostrar esa imposibilidad fabricando un objeto
autosuficiente. Ejemplos sobran: desde la impostura conjetural de los cuentos
de Jorge Luis Borges, pasando por las voces en frecuencia ready made de Manuel
Puig o las falsas fábulas de César Aira. Así, Quiroga se inscribe en esa
tradición que pone más el acento en el artificio de la voz narradora que en lo
narrado. Un juego arriesgado porque el relato se encuentra con palabras que
parecen cortar la fluidez del texto. Dice Alejandro García Schnetzer en un
momento destacado del relato: “El recuerdo para Quiroga vuelve entonces como lo
hace una molestia física, que imprime su carácter y condición”. Algo de eso le
pasa al lector: la historia avanza hasta que una frase o una palabra aparece
como una molestia física que imprime su carácter y condición. Pero, virtud de
García Schnetzer, sus libros no tienen más de 90 páginas, como si supiera que
exponer a alguien mucho tiempo en ese viaje en el tiempo puede traer efectos
colaterales.
No quiero ser injusto con Quiroga, porque la novela no es,
pese a la insistencia de García Schnetzer, sólo una voz narrativa anacrónica.
Hay más. Primero grandes personajes, quiero decir, Quiroga, el personaje, tiene
una docilidad oscura que lo vuelve atractivo. La historia que transcurre mayoritariamente
en las cubiertas de los abuelos del Buquebus, no se priva de incluir un tono de
comicidad:
Quiroga se retira a fumar el parpadeo de las luces que a lo
lejos. El aire le da en la cara, lo despeja (…)
De medio lado en un banco, piensa si debería retomar o no la
escritura del ensayo Contribución a las Odas de don Leopoldo Lugones, cuando un
sonoro golpe lo sacude y en el seco aturdimiento percibe un grito que ordena:
-Le diste con la guanaca al señor, andá a disculparte.
De seguido ve delante suyo un zangolotino, un muchacho
desgarbado, con pantalones cortos (…) Quiroga tiene la pelota bajo el brazo y
examina al muchacho cual tarasca (…) Le da la pelota al chico y le previene:
-La próxima te la mando a Martín García.
El chiste, pueril, a la usanza del humor de los 40 o los 50,
encuentra su potencia, justamente en la solemnidad del andamiaje de las frases.
El narrador hace que Quiroga reciba el pelotazo en el preciso instante en que
está pensando en volver a la escritura de un ensayo que bien podría haber
pretendido escribir algún personaje de Borges. Justamente la solemnidad recibe
un pelotazo, pero paradojas narrativas, la presentación de la escena se realiza
bajo el mandato de un lenguaje aparatoso. Y es por eso o así, como el relato genera
una especie de magnetismo hipnótico, entrar en Quiroga implica ingresar a un
mundo (y por lo tanto abandonar otro). Un viaje, como en el que transcurre la
novela.
A fuerza de buscar alguna metáfora que sintetice las
producciones de Alejandro García Schnetzer,
podría decir que su obra se parece a una silla reciclada, pongámosle Art Decó,
cuya utilidad es más decorativa que práctica. Quiroga no es de lectura
ergonómica sino de colección: allí parece radicar su valor.
(Actualización marzo-abril 2016 / Bazar Americano)
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