Por Patricio Zunini para el blog de Eterna Cadencia
Dos nuevos libros aparecen en el universo del escritor y
director de cine Edgardo Cozarinsky: la novela Dark (Tusquets) y el libro de
ensayos y crónicas Niño enterrado (Entropía). “Las falsas identidades son la
base de la historia de todas mis ficciones”, dice.
“A lo mejor deseé tener un guía que me hubiera conducido por
ambientes desconocidos y peligrosos”, dirá, en un momento de la entrevista,
Edgardo Cozarinsky, en referencia a Dark, la nouvelle que acaba de salir por
Tusquets, y que cuenta la relación oscura entre un adolescente, Víctor, con
ansias de vivir experiencias que le permitan escribir, y un hombre bastante
enigmático y turbio, Andrés, dispuesto a dárselas. Literatura y vida, memoria y
creación: los temas de Dark se repiten con variaciones en Niños enterrado, el
otro libro de Cozarinsky que salió este mes y que fue publicado por Entropía.
No es la primera vez que se da esta casualidad de
publicaciones simultáneas. “Cuando retomé la escritura en el filo del milenio”,
dice el escritor, “La Novia de Odessa salió por Emecé y El pase del testigo por
Sudamericana”. Aquella vez, pese a la desconfianza inicial de ambas
editoriales, resultó que se potenciaron bien, porque el libro de crónicas fue
una suerte de complemento del libro de ficción y el libro de ficción invitaba a
descubrir qué podía contar la crónica.
Niño enterrado está compuesto por memorias personales,
brevísimos ensayos literarios, crónicas urbanas. Difícil de catalogar, cuando
Entropía saca un libro de estas características, lo ubica en la colección
Apostillas. “Dark”, sigue Cozarinsky, “es una novela breve —hay gente que no la
ve tan oscura, aunque para mí es bastante dark— y los textos de Niño enterrado
exigen un tipo de lectura diferente. La mayoría de la gente que ha leído Dark
me ha dicho que la leyó de un golpe, mientras que Niño enterrado pide una
lectura un poco más puntual
—Algunos de los textos tenían una versión previa en primera
persona, eran más cortos y los reescribí para darle unidad al libro. No me
interesaba la primera persona; me gustaba invertir la idea de Rimbaud: en lugar
de “Yo soy otro”, “El otro es yo”. Al mismo tiempo, mientras pasaba todo a la
tercera persona reescribí, agregué, conté más. Yo me dejo llevar por las
palabras. Nunca pienso una historia como una idea para desarrollar, más bien
tengo una semilla. En el caso de Lejos de dónde, por ejemplo, pensé qué pasaría
si una alemana, una cómplice estúpida que trabajaba en un campo de
concentración, robaba los documentos de una judía gaseada para escaparse cuando
se acerca el ejército rojo. Ahí empecé a dar vueltas y vino, como siempre, el
tema de los hijos que repiten la historia de los padres, como también me pasó
en El rufián moldavo. La segunda parte de Lejos de dónde es la historia del
hijo nacido en la Argentina que ha heredado la falsa identidad de la madre y,
sin querer, repite la historia de exilios. Las falsas identidades son la base
de la historia de todas mis ficciones.
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