Entrevista a Edgardo Cozarinsky por la salida de sus libros
Dark (Tusquets) y Niño enterrado. Por Pablo Gianera para La Nación.
Foto: Sebastián Freire |
Durante mucho tiempo, Edgardo Cozarinsky citaba en el bar
Santé de Azcuénaga y Peña. Era más que
su oficina: era también una especie de casilla de correos, cantina,
conserjería, recepción y trastienda. Cuando invitaba al estreno de alguna de
sus películas, por ejemplo Apuntes para una biografía imaginaria, las entradas
se retiraban invariablemente allí, en el mismo lugar en el que más tarde se
bebía con él una botella de champagne. Pero después pasó lo que pasa siempre.
La ciudad, como sabía Baudelaire, cambia más rápido que el corazón de un
mortal. Santé cambió de dueño, dejó de ser lo que era y Cozarinsky se mudó a Los
Galgos, en Callao y Lavalle. Se siente un poco en familia. "Como todo
solitario, me creo segundos hogares. Durante años tuve Santé, en la esquina de
casa, hasta que el amigo Pablo Osan debió abandonarlo. Aquí en Los Galgos,
rescatado de una larga decadencia a fin del año pasado, me encontré con que lo
dirige Julián Díaz, amigo del 878 de la calle Thames, y con Nicolás Abate que
era sommelier de Santé. Familias de elección".
Si Cozarinsky gesticula, por debajo de la manga izquierda de
la camisa despunta en la muñeca una figura rojo intenso, casi punzó. Podría
parecer una herida o la marca dejada por algún procedimiento médico. Pero es
algo muy distinto: un ensö, ese círculo zen, por lo general incompleto, que
también se repite frecuentemente como motivo en la caligrafía japonesa, y que
Cozarinsky decidió tatuarse en el interior de la muñeca. No le gusta mostrarlo
ni hablar de eso. Probablemente haya influido en él y en su actual interés por
el budismo (aun cuando zen y budismo no se confundan) el viaje que hizo hace
poco más de un año al templo camboyano de Angkor Wat. Como sea, de eso no
habla.
De lo que sí habla es de sus nuevos libros. Son dos, Dark
(Tusquets) y Niño enterrado (Entropía); el primero tiene apariencia de ficción,
una ficción acaso engañosa en la que un adolescente transita varios ritos de
iniciación por cortesía de un hombre mayor de vida incierta, más bien turbia y
algo marginal; el segundo se presenta como una serie de ensayos de entonación
autobiográfica.
Pero en la poética de Cozarinsky no existen tabiques fijos.
Juega siempre con aquello entredicho, entreoído, con los sobreentendidos, los
rumores de verosimilitud, con las sospechas del lector. Ambos libros tiene
también algo más en común: la mirada lejana, del hombre ya mayor, sobre la vida
pasada, incluso la propia vida que fue y que vuelve sólo en el recuerdo. ¿Qué
deudas impagas quedan con el adolescente y el niño enterrado? "No quiero
mezclar estos dos libros -se ataja Cozarinsky-. No creo arrastrar deudas
impagas. La ficción en Dark es la red donde se mezcla lo actuado, lo temido y
lo deseado por dos personajes sin nada en común más allá de una relación
ambigua. En Niño enterrado volví al diálogo de textos breves y citas de lectura
de Vudú urbano, un vaivén en que lo personal, ausente de la anécdota en la
novela, aquí se refleja en los rastros de mis lecturas. La lectura, que siempre
es parte de lo vivido."
-Si bien no existe cosa peor que recordar el tiempo feliz en
la desgracia, hay un desapego en tus recuerdos, como si fueran de otro, como si
se narraran, y así sucede, en tercera persona. ¿Por qué?
-Creo que hablás de Niño enterrado. Con la tercera persona
quise poner distancia con lo recordado, crear una ilusión de objetividad para
exorcizar lo que pudiera ser demasiado subjetivo. Sería la inversión del
"yo es otro" de Rimbaud, que es lo que ocurre cuando un escritor usa
la primera persona. Aquí "el otro es yo".
-¿Es Dark tu Bildungsroman? Te aclaro que no quiero decir
con eso que sea necesariamente la novela de tu formación, sino tu incursión en
el género de la novela de formación.
Ajá. Dark como Bildungsroman de un escritor... El lector
siempre descubre algo que el autor no supo ver. No es mi anécdota, pero pienso
que en el sentimiento muchos escritores nos reconoceremos. Aunque no lo pensé
como Bildungsroman, se me ocurre que leído como tal sería una novela de
formación tan irónica como emotiva: a medida que avanza la narración, con los
desvíos y cambios de perspectiva que le concerté, se me ocurre que el escritor
viejo recupera, elabora y tal vez mienta sobre lo que fue su formación.
La entrevista completa se puede leer en este link
No hay comentarios.:
Publicar un comentario