Matías Moscardi sobre El increíble Springer, de Damián González Bertolino, para Bazar Americano.
Reseñar una novela es siempre estar ante el dilema del
spoiler: la torpeza de adelantarle al lector ocasional –por atolondramiento o
falta de tacto– alguna sorpresa narrativa, algún giro argumental. Tengo miedo
de incurrir en este error: decidí que mejor es no contarles nada. Por el
contrario, quiero hablarles de una novela como si no la hubiera leído, como si
la hubiera olvidado como se olvida un juguete de la infancia, como si imaginara
lo que sucede a tientas –o no supiera exactamente lo que sucede–; reseñar,
incluso, bajo el diagrama de la envidia: como si fuera yo, y no Damián González
Bertolino (Punta del Este, 1980), el autor de El increíble Springer (Entropía,
2015) y todavía no la hubiera empezado a escribir, pera ya tuviera instalada en
la cabeza la materia sensible del relato. No encuentro otra forma –mala mía– de
transmitir algo de la experiencia de lectura que nos deja esta novela.
¿Nunca les pasó que un ser querido les resultara, por una
milésima de segundo, completamente extraño? El increíble Springer habla de
estas cosas: de la infancia –de sus personajes– y de las mutaciones y devenires
que nos conducen a esa antesala del mundo adulto que es la declinación de la
adolescencia.
Desde el comienzo, El increíble Springer funcionó, para mí,
como un imán. Estaba en la casa de Ana Porrúa, cuando me alcanzó el libro con
una frase: dicen que está muy bueno. Pude escuchar ese rumor nebuloso resonando
en la cavidad del título –directo, simple, casi descriptivo– que activa
invariablemente nuestra curiosidad, incluso como desafío: ¿qué tendrá de
increíble este tal Springer? Entonces abrí el libro, leí el primer párrafo,
compuesto de una sola oración:
Estoy seguro de que fue en el verano de 1957 cuando Gastón
Springer se transformó en el increíble Springer.
El primer interrogante redobla, de este modo, la incógnita
del título. No sólo queremos ver qué tendrá de increíble este tal Springer: con
la primera línea, el narrador deja entrever que este personaje, su amigo de la
infancia, no fue siempre el increíble Springer. Algo debe haber hecho para ser
merecedor de ese apodo. Como sea, sabemos que, indefectiblemente, una
transformación, un desplazamiento clave –de Gastón Springer al increíble
Springer–, es lo que el relato nos promete. Ahora bien, hay un problema: basta
con que el increíble Springer no esté a la altura de nuestras expectativas, que
no sea tan increíble, para que la promesa se transforme en decepción. Pero
claro, Damián González Bertolino es un narrador extraordinario, sabe esperar,
no se adelanta, mantiene el lector a raya, y cuando ya no damos más, cuando
queremos que se corra el telón, que se revele el secreto, de pronto descubrimos
que el secreto es mucho más grande de lo que el relato calibró en nuestra
cabeza como horizonte de posibilidades: una voz que narra sin mayores
pretensiones su infancia, experimenta, en una vuelta de página, un salto
enorme, y más aún: gigante.
Al comienzo de la novela, me pareció escuchar en la prosa de
González Bertolino algo del sonido de su contemporáneo Alejandro Zambra. Con el
transcurrir de las páginas, la sensación se disipó. Desde el comienzo, el DJ de
fondo que orquesta su escritura es J. D. Salinger: ya en su apellido, Gastón
Springer lleva en su sangre algo del autor de los Nueve cuentos. En efecto,
como “El hombre que ríe”, una de las cosas que notamos de Springer es su
sonrisa grabada como un gesto sutil en su rostro.
Por lo demás, aquello de increíble suena –de entrada– como
un mito de adquisición de superpoderes, aunque también tiene algo circense, la
atracción de un freak como los que vemos en la película homónima de Tod
Browning o aquellos que aparecen en las fotos de Diane Arbus. El increíble
Springer: la lectura se encuentra impulsada por esta nominación, por el enigma
infantil de esa palabra.
La novela es, en definitiva, la historia de las personas que
cambian, de los amigos que se vuelven irreconocibles: la historia de lo que nos
toca perder o dejar atrás cuando el tiempo, sencillamente, pasa. Si todavía no
sabían nada de González Bertolino y leen El increíble Springer, seguramente van
a estar esperando, como yo, que Entropía publique otro libro suyo.
Por último, hay algo clásico en la escritura de González
Bertolino, y creo que es esto: su trabajo como narrador es invisible. No
parece, ni siquiera, que estuviéramos leyendo sino que escuchamos, en trance,
el relato durante un lapsus donde el lenguaje desparece o se vuelve una delgada
capa transparente, apenas un rumor, dejando a flote, como la resaca de una ola,
la historia de cómo Gastón Springer se transforma.
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