Augusto Munaro entrevistó a Humberto Bas, autor de El Sr. Ug…,
para el sitio Indie Hoy
En 1983, en una carta a la escritora Liliana Heer, en torno
a su primera novela, Bloyd, César Aira le confesó refiriéndose al estilo con
que ella había escrito aquella mítica nouvelle gótica: “A veces pienso que toda
la literatura actual es una serie de variaciones sobre (y disgregaciones de)
los temas que inventó la literatura del siglo pasado”. Como casi todo lo que
normalmente dice el autor de Ema, la cautiva, la historia parece haberle dado
la razón. Los temas ya no abundan, sino las formas de narrar una historia. Por
eso El Sr. Ug… (Entropía), de Humberto Bas, es antes que nada un reto
estilístico. Su técnica narrativa es brillante. Se ajusta al fluir de la
conciencia del protagonista-narrador, cuyos recuerdos e imaginaciones, se van
relatando en círculos o espirales concéntricos; zarandeándonos entre piratas, a
la busca de un mapa napoleónico, con el Che Guevara ante la Asamblea de las
Naciones Unidas, pasando por el asesinato de Francisco Fernando de Austria y el
fantasma ominoso del caníbal y asesino en serie estadounidense Albert Fish;
todo ello, como producto de una noche en vela.
Bas indaga la esencia oculta de las historias -su realidad
contradictoria- aludiendo a una vocación filosófica que trasciende toda
convención literaria. Como resultado, El Sr. Ug…, da lugar a una prosa con
tintes líricos, como si se tratara de una novela escrita en versos blancos.
Plagada de comas (que, dicho sea de paso, no señalan el descanso calculado del
discurso sino –insisto- las vacilaciones propias de la conciencia), por
momentos pareciera estar más allá de la soledad y de los trastornos
psicológicos. Una suerte de novela tornado, que recoge a su paso lo que
encuentra: niñas desnudas, en cuatro patas; mamushkas paralelepípedas con
orificios de ventilación; garzas en un mar de mármol; el gritito de una rata;
una réplica en miniatura de la Capilla Sixtina; Clorinda, la devoradora de
hombres, y su extraño hijo Alipío; un osito de trapo con orejas alargadas, y
desde luego, el mismísimo y, mil veces evasivo, Sr. Ug.
A.M: Humberto, El Sr. Ug… es una novela que, desde su
inicio, rechaza cualquier intento de estilo consabido. Se erige en busca de un
lenguaje propio. ¿Cuáles fueron sus preocupaciones formales a la hora de
escribir una novela como esta?
H.B: Me cuesta pensar en que tengo preocupaciones mientras
escribo. Creo que solo puedo suponer lo que sucede conmigo y en mis alrededores
mientras lo hago. Es decir, supongo que mientras escribía El Sr Ug… no tenía
otra preocupación que la de escribir El Sr Ug… Eso no quita que haya plasmado
en la novela preocupaciones formales. Pero si están es porque esas
preocupaciones son parte de mi vida como lector, como ser que vive de
determinada manera los acontecimientos del mundo, fundamentalmente los
estéticos. No solo preocupaciones formales sino políticas, morales,
filosóficas, etc. Sin embargo, creo que las “preocupaciones” que ingresan en la
novela son las que lograron metabolizarse en una visión del mundo; es decir,
convertidas en material estético. Para mí existe una dicotomía esencial entre
el estar escribiendo y el ser consciente del acto de escribir. O se está en un
lado o en el otro, pero estar en la frontera es como no estar en ningún lado.
Eso en líneas generales. Más específicamente, en El Sr. Ug… están presentes las
preocupaciones formales, porque como lector vivo meditando sobre la estructura
de las novelas. Fundamentalmente, las estructuras que permiten los diferentes
discursos narrativos en una misma novela. Por decir de alguna manera, mi
preocupación estuvo y está en el Tono y en el Tema. Y hablo de Tono y Tema sin
ningún rigor académico, solo porque me sirven para orientarme en este asunto.
Tono y Tema forman para mí un todo simbiótico que se cualifica en un estado, un
estado en el que se vuelven a reconciliar estos dos aspectos, para mí
esenciales de lo que llamo, el acto de prosar. Francamente no creo que El Sr
Ug… tenga formalmente algo nuevo u original; tal vez recupera formas en desuso
o de alguna tradición postergada dentro de la narrativa estandarizada de
nuestros días. Solo en este contexto puede resultar “que rechaza cualquier
intento de estilo consabido”. A lo mejor sí, tiene originalidad y rechaza
estilos, pero por estar tan metido en el meollo de la producción, no puedo
tener esa perspectivita necesaria que corresponde más a lo histórico, y
resulta, por ende, prematuro juzgar. Creo que es un error pensar que el autor
tiene todo controlado. El arte en general, y la escritura en particular, tiene
ese lugar de fuga que escapa a todos los controles, y que posibilita las
múltiples sino infinitas lecturas. Hay un excedente incontrolable a las
intenciones y la voluntad autoral, y eso es lo que posibilita decir más de lo
que se quiere e imposibilita saber a priori su ubicación, alcance y su valor
social.
-¿En qué intentó focalizarse?
-Creo que puse toda la tensión en aprehender esa fugitiva
imagen del Sr Urdanpilleta y en captar y componer la voz esquizoide del
narrador insomne, en seguir el curso desenfrenado y liberador de su hablar que
a la vez permitía transitar por situaciones diferentes e inverosímiles, solo
creíble en la voz de un desquiciado. A eso me refería anteriormente por una
estructura que posibilitara diferentes discursos. Resultado de eso sean quizá,
los aspectos formales que rescatas de la novela.
-¿Tuvo un programa de escritura para la realización de este
texto?
-No hubo ningún programa, plan, proyecto… Si parece que sí
es porque en la escritura hay años, décadas de exploración y juego, de intentos
en los que se producen más fallidos que otras cosas. Hubo reflexión sobre la
marcha, planteos y replanteos, correcciones, idas, vueltas; un crecimiento
inductivo, de lo particular hacia lo general, es decir, una especie de
explosión interna que fue configurando la estructura de la novela, como si la
novela fuera demandando la dimensión estructural que necesitaba habitar. Con
esto no pretendo abonar por una escritura automática, menos aún espontaneista.
Es más, admiro la capacidad de escritores/as metódicos y meticulosos que
planifican y de alguna manera llevan a cabo la puesta en acto de una idea,
noción o imagen. Sucede simplemente que a mí esas actitudes siempre me
traicionan, y termino escribiendo al servicio de esas ideas y/o nociones y poniendo
como subsidiarios a los demás elementos de lo escrito, lo que me francamente me
repugna.
-¿Lo existencial vertebra la novela?
-Al menos en su acepción Sartriana, puede ser, no lo he
pensado en esos términos, pero creo que en El Sr Ug… se juega una especie de
puro presente, sin metafísica, sin una presuposición de existencia anterior de
alguna esencia que sustente el relato. En ese sentido me resultó muy
interesante la lectura de Carina Rita Medina, para quien El Sr Ug… es pura
frontera, exterioridad, donde los personajes o carecen de interioridad o no se
definen por sí mismo. Si tomamos eso en el sentido de no tener esencia o
sustancia, podríamos decir que es existencial-ista.
-Podríamos hablar de cierta trama, y subtramas, que se van
construyendo a medida que progresa la historia, esquirlas textuales que
conforman un mismo soliloquio. ¿Qué valía tiene para Ud. hoy, en un sistema
literario, la trama?
-No sé hasta qué punto en El Sr Ug… se puede hablar de una
trama o de sub tramas. Se supone que las subtramas tienen alguna subordinación,
causal o lógica, respecto a la trama principal. Tengo la impresión de que acá
todas conviven en igualdad de condiciones, como si no hubiera una jerarquía que
las ordenen sino una coexistencia horizontal. Eso no quita que alguien rescate
alguna trama en particular por sobre otra. Pero esa prelación ya pertenece al
orden subjetivo de quien lee. Es posible que esto sea posible (valga la
vulgata) porque lo que vertebra a las tramas no es un hecho o una tensión
conflictiva, sino una voz o un Tono. Una voz esquizoide, desenfrenada que une o
hila los acontecimientos en su febril verborrea. Pero esta explicación misma
adolece de un problema que es el de separar la trama de la voz que la convoca.
Para mí no existe separación. No hay una trama neta, por un lado, y una voz
vacía, por el otro, y que a la manera de los shopping de voces, uno/a va con su
trama a ver qué o cuál de todas ellas la viste mejor. Esto nos lleva al asunto
del valor de la trama en el sistema literario. Mi impresión es que está
sobrevalorada por la misma razón expresada. Se la piensa separada, se la aísla
como si en ella se buscara una lectura moral o política. La primacía de un
mensaje que por otro lado ya no es mensaje, pues, por lo general es el
reencuentro con lo que ya se sabe. Me da la impresión que en ese sentido hay
una necesidad contemporánea de refocilarse con la mismidad, y como
contrapartida, la renuncia a una alteridad desconocida o aventurada. Con la
trama diseccionada la literatura para mí se vuelve sucedánea del periodismo, de
la religión, de la educación; una alternativa para informar, predicar, enseñar,
etc. Y la literatura puede ser todo eso, pero no eso. Si es posible pensar en
una trama aislada de una voz, como existiendo por su cuenta fuera de todo
lenguaje, es porque ella, la trama está expresada en el lenguaje de la época,
aquel lenguaje que por formar parte de la voz estandarizada, pasa como
inexistente. Esa voz es el estilo, el tono o la voz epocal; una voz que se nos
aparece como transparente, como si su existencia solo fuera facilitar sin
perturbar el acceso a la trama. De ahí es que por lo general resultan
perturbadores y molestos los planteos estéticos que ponen en acto el hecho de
que la trama está concebida en un lenguaje, que es lenguaje.
La entrevista completa se puede leer acá
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