Edgardo Scott escribe sobre Niño Enterrado y Dark, de Edgardo Cozarinsky para Ideas La Nación
La leyenda dirá que Edgardo Cozarinsky también cenaba con
Borges, con Silvina Ocampo y con Bioy hasta que se fue a vivir y a filmar a
París en los años setenta, que después dio a conocer un libro único como Vudú
urbano, allá por 1985, pero recién en el año 2000, tras sentir en el cuerpo el
roce amenazador de los años, comenzó a publicar sus ficciones y ensayos; esos
libros que, de algún modo, se habían estado labrando durante toda su vida. Dark
y Niño enterrado, salidos casi en simultáneo, rinden cuenta una vez más de una
sensibilidad heterodoxa que se mueve con elegancia, ironía y piedad tanto en
una oscura y dinámica novela de iniciación (Dark) como en una memoria breve y
extraña, a la vez autobiográfica y viajera (Niño enterrado).
En Dark, Cozarinsky retoma y varía con expresiva concisión
una de sus insistencias: la educación sentimental, la iniciación urbana de esa
juventud de posguerra y posperonismo que crecería a la par de todas las nuevas
condiciones que han regido la segunda mitad del siglo XX y, acaso, las ruinas y
fantasmas de esta primera mitad del XXI. A esos jóvenes de ayer Cozarinsky
siempre parece deberles una crónica más, una elegía más. Y como lo hiciera en
"El viaje sentimental" o en La tercera mañana, en Dark hay un
muchachito curioso y ávido de experiencias que busca huir de ese familiar mundo
burgués venido a menos, aquellos hogares, como se dice en la novela, de
"obstinada clase media, tan impermeable a la vocación del hijo como a toda
excentricidad de conducta".
Cozarinsky ha confesado en Blues y en otras ocasiones su
admiración por Carlos Correas. En Dark parece declarar esa influencia de la
manera más concreta e implícita: reescribiéndola. Los dos personajes, la
inesperada amistad entre Andrés y Víctor, con su correspondiente asimetría de edad
y de clase, reeditan y modulan la misma atracción de "La narración de la
Historia", el relato de Correas, y también de la primera parte de Los
reportajes de Félix Chaneton. Pero en Dark la atracción tiene una variación
clave, un erotismo y un peligro diferente; "Un peligro cuya intensidad
estaba alimentada por la ausencia de todo contacto físico con el amigo".
Esa ausencia de contacto físico también conjura el misterio de la trama; porque
los cuerpos que no se tocan están determinados por la política de la época, es
decir, una política represiva y perversa.
Como Edad de hombre, de Michel Leiris, o como las memorias
de Elias Canetti o Sándor Márai, pero también con ese registro que el propio
Cozarinsky ya exhibió en Palacios plebeyos, Niño enterrado es un conjunto
-collage- de relatos autobiográficos narrados, sin embargo, en tercera persona.
La distancia justa para que la cámara, a la vez que percibe de cerca, se
repliegue y reflexione. Con un lirismo reposado y apenas melancólico,
Cozarinsky es un flâneur que recorre Plaza Miserere, el pueblo de sus mayores
en Entre Ríos, el Berlín Este de la Guerra Fría, Cannes, París o Londres con
ese radar exquisito para captar en la vida las epifanías que después
"buscan imponer alguna forma a ese desorden de pérdidas y desastres que
llaman experiencia".
Niño enterrado es el contrapunto, el mellizo sentimental y
más justo, treinta años más tarde, de Vudú urbano. Como aquél, también está
escrito a partir de citas y postales dispersas que la memoria entrega o
inventa. Así como en Vudú urbano "el exilio del que se habla y que habla
es el del hijo", en Niño enterrado están las cartas y apuntes del regreso,
de la vuelta a casa. El viajero abre su valija y recupera los regalos,
souvenirs y recuerdos. Cozarinsky sabe retratar en apenas un detalle, un plano
o un gesto ese tipo de invariables, amargas o felices, que desnudan o resumen
el espíritu de un hombre o incluso el espíritu de su tiempo.
Experto en la miscelánea y el entrevero, cine y literatura,
ficción y no ficción, Niño enterrado y Dark son dos nuevos paseos de Cozarinsky
por las galerías de su memoria, hecha de historia y literatura, de un autor que
supo escribir que los cuentos no se inventan, se heredan.
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