Por Luis Adrián Vives para Evaristo Cultural
Tango, barco y contrabando. La percepción, entre razones y emociones, va tejiendo peripecias que intensifican el sentido de cada elemento elegido, por necesario, en la narración.
Una realidad conocida y también pensada; un ámbito de
especulación que, con fuerza de tango, rompe la cuarta pared en cada página, en
cada escena. Así corta cualquier distancia con el lector. Como en El Sur -de
Borges-, un tiempo, un Juan de los años
´30 en una Biblioteca, un destino que puede ser despiadado, un sueño y un puñal ajeno con el que se
escribiría, en principio, el final de la historia.
Un lenguaje que, en pasajes, ensambla con el vigente
entonces, con el de la guardia vieja.
Diálogos y reflexiones. El argot
local -rioplatense- que abarca palabras, frases y expresiones.
Un vocabulario activo en esta novela corta. Una
contextualización de tiempo y espacio. El lenguaje de la época como
instrumento. Como la edad variable durante un tiempo; como la vejez, mediante
la vida. El tiempo, la vida y el lenguaje como nexo. Literatura y poesía.
“Fuera de este idilio trunco, padecido como una trepanación,
los años en la Biblioteca fueron un tiempo agradable. El salario, frugal, le
había abierto las puertas de un cuarto de pensión, donde pudo experimentar la
autocompasión del pobre y la bohemia libresca. Contrajo fiebre lectora, una
verdadera fruición por conocer las obras cumbre del pensamiento. Al azar de sus
lecturas apenas llegó a entender muy pocos libros, pero cuántas conclusiones,
cuántas verdades pasaban ante sus ojos; poco le importaba que fueran aparentes
o inútiles, la cuestión de fondo era superar el desorden y la ignorancia en el
plano sensitivo; que no es poco.”
El protagonista, Juan Quiroga. El punto de partida, aquella
Biblioteca; ¿cómo se define esta elección?
Desasosiego. Suelo preguntarme por los muertos, gente que
intuyo o derivo. El recuerdo que dejaron en las cosas. En Quiroga me pareció
adivinar al tipo que echaron de la biblioteca de Boedo, para hacerle sitio a
Borges, en el año ’37. Ya después, con un nombre y dos tres taras, la neurosis
hizo el resto.
Pensaste en un entorno apropiado; así aparecieron Maure, Suárez y Fonseca. La
pregunta es ¿desde dónde llegan a tu cabeza estas siluetas, estas esencias de
época?
No lo sé, no tengo idea… se van juntando por la tonada. Será
gente que traté, leí en libros o en canciones, que suponía olvidada y volvió.
¿Cuánto pesa el amor
en tu novela?
Sus accesorias pesan, y de todas ellas, la pena
extraordinaria de la pérdida o la ausencia. No hay salida; en el fondo de
nosotros está el pecio. El pensamiento interroga siempre en vano la vivencia,
por eso no tiene centro.
¿Cuánto pesa el
tiempo y las edades?
De muy joven sentí haber agotado mi provisión de fluido
nervioso. Dada la naturaleza de mis intereses y aversiones, me reconocí bien
pronto en la tercera edad.
¿Qué idea tenés sobre
“el destino”?
Un conjunto de pesares que se organiza.
El lenguaje literario “culto”, por una parte, y en “la
vereda de enfrente” palabras y expresiones que funcionan como factor de
integración de un sector social determinado. ¿Es lícito hablar de una vereda de
enfrente?. De ser así, ¿cuál de estos dos imperios del lenguaje estaría
contando, hoy, con mayores posibilidades de cruzar de vereda sin perder su
fuerza o su potencial? Te pido una reflexión?
Más que veredas y lenguajes literarios, podría pensar en
ríos subterráneos, en arroyos entubados, canales aliviadores. De lo «culto» me
interesa la bruticia; por la vereda no voy, «me gusta lo desparejo». Las
preocupaciones de la crítica literaria sobre cuántos alfileres caben en el
cabeza de un ángel, me superan.
¿Qué podés decirnos sobre
la producción cultural, la crítica y el mercado en Barcelona?
Una de las producciones culturales más destacadas que ha
dado esta ciudad es la edición original de Pago Chico, de Roberto Payró en
1908. Por otra parte, la colección de románico del MNAC es sobresaliente. Sobre
la crítica… no creo en más crítica que la del propio artista en el momento del
hacer. Y en cuanto al mercado… en fin, diré que el señor Alibeck, puestero del
Mercat de l’Abaceria, ofrece la mejor cocina libanesa del país.
Hablemos, puntualmente, del argot en las costas del Río de
la Plata; hablemos de ese tiempo y del por qué de este rescate.
Hablemo’. No creo rescatar nada en el sentido arqueológico,
más bien creo habitar una isla doble, una ínsula duplicada. Vivo en Barcelona,
es decir fuera de ambiente; y habito un territorio de lenguaje clausurado, ya
ilegible, terminal. Esa segunda isla surgió por acumulación de sedimentos
verbales, de naufragios y deshechos. Una imagen aproximada sería la de Robinson
departiendo con la osamenta de Viernes en una lengua muerta.
¿Qué decir de los
amantes de la lectura, en este tiempo?
La idea de lectura y amor me rebota en la frente. La lectura
que reconozco es la que opera como una horadación, que se proyecta en el tiempo
de manera soterrada, ya sin libro, en la memoria; pero sobre todo me interesa
la desfiguración, el desorden posterior de la lectura, porque la ruina cuenta
más que el monumento.
El Sur, de Borges, reúne elementos tales como el tiempo, la
Biblioteca, el destino, el sueño, la fiebre, las pesadillas; el protagonista
también es un tal Juan y, en ese cuento, un puñal corta la historia dando lugar
a interpretaciones. En ambos casos, todo ocurre en los últimos años de la
década del treinta. Y en ambos casos el protagonista es cautivo de las
lecturas. En el cuento de Borges: “…La fiebre lo gastó y las ilustraciones de
las Mil y Una Noches sirvieron para decorar pesadillas”. ¿Podemos ver en Quiroga
un homenaje implícito o, tal vez, en El Sur una suerte de inspiración?
El homenaje, la misa, la rosa en la sepultura… no cojeo de
ese lado. Yo he escuchado a los muertos con lo ojos, y converso con ellos a mi
modo. Me he visto en la situación de reproducir expresiones suyas porque han
dicho bien o mal, es igual. Importa su resonancia. Toda originalidad es un gran
malentendido, en el pasado está todo. En mi caso, creo que la obstinación del
recuerdo, la dependencia, el fárrago de la memoria, entredicen lo que me
preocupa.
¿Qué podés decirnos de tus preferencias y/o influencias?
¿Cuáles han sido y son tus lecturas predilectas?
Suelen afectarme las obras de músicos y letristas uruguayos,
por sus modos de nombrar o de decir, que no tienen parecido. Incluso quienes no
cantan. Por caso, Gustavo Ripa, artista de talento fino, cuya música compendia
la obra múltiple que prefiero. Las tres calmarías de Ripa son instrumentales, y
logran decirlo todo. Ojalá se pudiera escribir como su guitarra dice y calla.
De las otras preferencias, diré dos: Josep Pla y Joan Coromines. Y también los
escritores a los que el tiempo arrasó; incluyo a los traductores, a los más
duros de oído… Tuve un amigo francófono,
muerto ya, obcecado en traducir a Strindberg al castellano. Una vez me dio a
leer un párrafo, redondo, que acababa de pulir. Le pregunté si Strindberg había
dicho algo tan bueno. «Lo ignoro –me
dijo–, para eso habría que saber sueco».
¿Cómo describirías tu proceso de escritura? Y ¿qué podrías
decirnos sobre el lenguaje, la trama y el argumento en relación a cada una de
tus novelas?
Para mí, escribir es algo lioso, denso, confuso, nunca
intervengo sino tarde y malamente, con el verbo ya encarnado. Voy anotando
fragmentos y hecha regia provisión, los recorto finalmente, al piso los tiro
luego y les doy agrupamiento. Cuanto sé de mi escritura es que trabajo con el
bronce de Quevedo, y sólo puedo hacer eso, más bronce. También sé que las
expresiones que registro cuando escribo, se apreciarían como una mancha roja en
toda composición no paródica. Pero si uno escribe enteramente en rojo, no hay
contraste, no hay parodia, sólo desesperación.
¿Tu punto de vista sobre el encuentro de la prosa con la
poesía?
Durante la escritura no pienso en categorías. Y en la
lectura tampoco. Descifro dentro y pienso por fuera del texto. Todo texto es
una tapia y hay que arrojar por encima los yuyos de la razón, arrancados de
raíz. Opino que esos útiles platónicos (la prosa, la poesía, etc.) juegan su
humilde papel en la circulación, la academia, con sus tristes sucedáneos que
amortajan y resecan. No sirven para pensar.
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