[Fernanda Nicolini, para "Llegás a Buenos Aires"]
En “Hidrografía doméstica” es Chloé la que habla, la que observa, la que interpreta el mundo a través de su voz, que no es cualquier voz: Chloé tiene 11 años pero puede razonar con una extraña lucidez y usar un vocabulario complejo, para luego sumergirse en un cándido diálogo infantil con una amiga. Y este es uno de los puntos interesantes de la novela de Gonzalo Castro: el autor propone, aunque no haya sido una operación consciente, un pacto con el lector. Aquel que acepte que Chloé tiene la libertad de pensar como un adulto (sus monólogos internos se deslizan entre la ironía y el sarcasmo, con destellos poéticos, pero siempre matizados por cierta ingenuidad que evita la parodia), y que a su vez es una preadolescente que va al colegio, habla con su mejor amiga de cosas de nenas, se asoma con curiosidad al mundo amoroso y sufre porque se copió en una prueba, sin dudas va a disfrutar mucho de su lectura. "Voy caminando, corriendo, cayéndome, y justo me encuentro con el que podría ser el amor de mi vida si yo fuera como cualquiera de mis amigas tontas (Vero, Lara, Romi, tontas, bobas, buenas)”. Así habla Chloé; y también así: "Mis sentimientos son una soga atada a una cadena atada a una cuerda de acero atada a una sábana y no quiero saber qué más hay detrás, prefiero quedarme con lo de ahora, que es esta tristeza. Una tristeza sólida, muscular”. De este modo se combinan las palabras en el mundo de esta nena que vive sola en una casita en el fondo de la casa de sus padres, tiene como mejor amiga a la hermosa Daphne (sí, como Daphne y Chloé, del romance pastoral), a quien adora como se adora a una amiga a esa edad, lee “Rinocerontes” de Ionesco y reemplaza los espejos por autorretratos en una polaroid. Mientras tanto, la novela avanza a través de fragmentos de esta cotidianidad algo alucinada: Chloé se pelea a las piñas con unos compañeros de colegio, viaja con su padre y Daphne a la costa, se aburre con los dibujos animados... Si bien los pasajes descriptivos son extensos y constantes, el relato nunca se estanca: las descripciones resultan dinámicas y la escritura, precisa y rica, con el ritmo con el que una adolescente mira, piensa, deduce, cuestiona.
La habilidad de Gonzalo Castro, entonces, no sólo está en convencer con ese pacto inicial, sino en construir una voz extraña que fluye, que no suena forzada en ningún momento. Por eso el relato funciona, porque la novela es la propia Chloé. La encantadora Chloé.
martes, marzo 14, 2006
Yo era una niña de once años
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9 comentarios:
Antes de tu madurez artística, ¡me negarás tres veces...!
che, esa me la mandó a guardar, no?
para mí que nicolette en realidad es gzal.
Por qué sería terrible?
Yo soy yo (yo no soy otro, ¿o sí?). Ay.
El autor y los editores de "Yo era una niña de siete años" se sienten honrados al encontrarse aludidos en la reproducción de una reseña en este prestigioso blog. La pregunta es si tenemos que pagar algo...
Nos conformamos con que nos revelen el secreto para meter tantos libros en la sección "Primer Capítulo", del Clarín on-line...
No hay ningún secreto: la sección, por lo que sé, ya no existe más debido al rediseño de la web de Clarín. Antes, la misma gente de Clarín se había contactado con nosotros para participar de esto. Si sé de algo, les aviso.
Es verdad: no existe más. Una pena, estaba buena. ¿Será que yo los atiborré de pdf's, por eso no me dieron bola? Bueno, gracias.
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