En el blog de Eterna Cadencia. Por Valeria Tentoni
miércoles, diciembre 28, 2016
Nueve preguntas a Leandro Ávalos Blacha
Responde el cuestionario fijo a escritores el autor de
Serialismo, Berazachussetts, Medianera y Malicia, que acaba de salir por
Entropía.
"Crónicas marcianas es siempre el libro que me gustaría
escribir"
1. ¿Qué te llevarías de tu casa en caso de incendio?
A mi perra y una bolsa de Golocan para que sobreviva.
2. ¿Qué libro de otro autor produjo en vos el efecto que te
gustaría producir en quienes te leen?
El primer flechazo lo dieron Crónicas marcianas y Almuerzo
desnudo. Encantamiento que sigue hasta hoy. Crónicas marcianas es siempre el
libro que me gustaría escribir. De Almuerzo desnudo no entendía nada. Y era una
traducción horrible. Así todo, el virus Burroughs había traspasado. Después, me
gustaría tener algo de ese espíritu de libertad que destilan las obras de Aira,
Copi y Laiseca.
3. ¿Qué es lo mejor y lo peor que le puede pasar a un
escritor?
Lo mejor, escribir. Lo peor, no hacerlo. Hacerlo sin imaginación.
Preocuparse más por las camarillas y por sentenciar en Facebook cuál es la
posta de la literatura, que trabajar sus textos. Creer que no hay vida fuera de
esta pecerita de la literatura.
4. La superstición es...
El opio del pueblo.
5. ¿Qué disco escucharías manejando solo por la ruta del
desierto?
"El verdadero camino hacia el aeropuerto" de Bob
Chow
6. ¿A qué persona real, nacida en cualquier momento de la
historia, le desearías una vida eterna? ¿Se lo darías como castigo o como
premio?
Sin dudas sería un castigo. Pero a Ottomar Rodolphe Vlad
Drácula Príncipe de Kretzulesco (Jr., alias "Otti"), descendiente de
Vlad Drácula.
7. ¿De qué personaje de ficción te gustaría ser amigo en
Facebook?
Del Monitor, personaje emblemático de las obras de Laiseca.
8. ¿Qué creés que hay después de la muerte?
Nada.
9. ¿Nos mandás una foto de tu biblioteca?
Entrevista a Romina Paula
Por Martín Caamaño para Los Inrockuptibles de diciembre.
Foto: Sebastián Arpesella |
Con Acá todavía, Romina Paula continúa construyendo su
camino literario a través de temas universales como la familia, la sexualidad,
la enfermedad y la muerte, pero explotando e incorporando nuevos elementos
narrativos a su estilo personal y único.
Romina Paula confiesa no haber leído El desierto y su
semilla. “Debería hacerlo”, dice. Sin embargo, Acá todavía, su última novela,
podría relacionarse en más de un sentido con la de Jorge Barón Biza. Así como
en aquel libro Mario acompañaba la internación de su madre en una clínica
italiana, en la cual van a reconstruirle la cara corroída por el ácido, en la
primera parte de Acá todavía se repite algo de esa atmósfera hospitalaria pero
los vínculos se invierten: es Andrea, la hija, la que vela por la salud de su
padre –llamado casualmente Mario– que está internado en el Hospital Alemán por
una enfermedad que nunca se nombra pero que bien puede intuirse. En este caso, el
deterioro es invisible, interno, casi no deja rastros en la superficie: “Hago
un seguimiento, un rastreo de mi papá, de la enfermedad en él y sigo sin
entender. Cómo se origina, de dónde surge, cuándo, por qué. Ahora mismo,
mirándolo, ¿dónde está? Sigo viendo a mi padre grande, esbelto, fornido en
definitiva el mismo hombre de siempre”, reflexiona Andrea. Mientras en la
novela de Barón Biza la internación de la madre propulsaba el retorcido
bildungsroman del hijo, en la de Romina Paula ese tiempo de detención y de
espera que propone la cotidianeidad seriada del hospital sirve para activar el
recuerdo de Andrea, que rememora su pasado y se replantea diferentes aspectos
de su vida.
Al igual que en El desierto y su semilla, el argumento de
Acá todavía parte de un hecho real. Hace algunos años el padre de Romina Paula
murió de leucemia en el Hospital Alemán después de pasar varias semanas
internado. La segunda parte del libro entonces se centra en el derrotero de
Andrea luego de la muerte de Mario, lo que también hace que Acá todavía se
inscriba en la extensa serie de novelas sobre la muerte del padre. A través de
un monólogo interior con una fuerte impronta coloquial, no exenta de grandes
destellos de lirismo, y diálogos memorables, que tal vez provengan del costado
de Romina Paula como dramaturga, Acá todavía consigue singularizar y volver tan
intenso como especial un tema ya tratado muchas veces. Luego de cuatro obras de
teatro –Si te sigo, muero; Algo de ruido hace; El tiempo todo entero y Fauna– y
de dos novelas publicadas –¿Vos qué querés de mí? y Agosto–, con Acá todavía
Romina Paula sigue echando luz sobre cuestiones universales como la familia, la
maternidad, la sexualidad, la enfermedad, la muerte o la condición de la mujer
con una sensibilidad fuera de serie. “No sé si puedo aportarle algo más que mi
mirada y la honestidad al intentar comunicar esa mirada”, dice. “Supongo que a
esta altura del partido ya se trata más de cómos que de qués: intento encontrar
una cadencia, un cierto uso de las palabras, un modo de decir”.
ENTREVISTA> ¿Tuviste en cuenta algún libro sobre la
muerte del padre a la hora de escribir Acá todavía?
No tuve en cuenta ningún libro en particular. Había
escuchado acerca del de Mauro Libertella pero lo leí recién cuando terminé de
escribir el mío. De hecho, hay un capítulo de su novela en el que habla acerca
de las novelas que trabajan sobre este tópico. Sí me daban vueltas como padres
fallecidos Fogwill y Viel Temperley. Fogwill murió el mismo año que mi papá,
algunos meses después, y reactivó el duelo y me hizo pensar en cómo debe ser
tener un padre escritor. O artista. Pero escritor. Vera, la hija, escribió un
texto hermoso para la muerte de su padre, que publicó Página/12, y yo estaba
con la novela ya y ese duelo me hizo eco. Mi padre no fue escritor ni nada
parecido, mi padre no hablaba sobre las cosas; me da mucha curiosidad imaginar
cómo es tener un padre que sí. Cuando escribía Si te sigo, muero, mi primera
obra, nos juntamos con una de las hijas de Viel Temperley para que nos hablara
de su padre, que también había sido publicista, como Fogwill. Y ella nos contó
algunas historias de su extravagante padre. Creo que un poco hacia esos dos
padres escritores acerqué a Mario a la hora de escribir: en la novela podía
tener el padre que quisiera.
¿Y cuándo supiste qué ibas a escribir sobre la muerte de tu
papá?
Una vez que pasaron unos meses del desenlace, o incluso
durante la internación, pensaba que iba a necesitar escribir acerca de eso para
hacerlo soportable. Además, es una situación transitada por mucha gente y me
daban ganas de ponerle palabras, de compartirlo. También quise en algún momento
escribir algo así como una novela familiar, al estilo Thomas Mann, con muchos
personajes con desarrollo. Esa primera versión se llamaba Los integrados. Otra
novela que quise escribir era la del romance de la protagonista con una
enfermera no gay. Y otra, la de la reconstrucción de la sexualidad. Resultó ser
un poco de cada una de esas novelas posibles, pero ninguna por completo.
Más allá del disparador, ¿cuánto de vos hay en Acá todavía?
Además de la muerte de tu papá, fuiste madre hace poco, y en la segunda parte
Andrea reflexiona mucho sobre la maternidad: ella dice “nada de bebés, ni
cerca”, y al final está decidida a ser madre, a pesar de las circunstancias…
Mi papá murió de leucemia en el Hospital Alemán. Pero nuestra
cuarentena no se pareció mucho a la de la novela y mi familia no es como la de
Andrea. Empecé a escribir la segunda parte antes de quedar embarazada y seguí
estándolo ya; conviven ambos estados en esa escritura. Para mí algo de lo por
momentos lisérgico y lírico que puede tener la segunda parte puede estar
vinculado a mi estado o percepción o exageración de ese estado. Y la sensación
del presente puro también es algo que asocio a la maternidad y a los primeros
años de un niño: cuando aún no hay lenguaje, no hay especulación, y entonces no
hay más que presente. Eso lo vivo con mi hijo y me parece fascinante.
Tanto en Fauna como en esta novela, es central la cuestión
de la familia. ¿Qué es lo que te interpela del tema?
Todos salimos de algún vientre así que la familia, por
presente o ausente, siempre está, no puede no ser un tema. Por lo menos en el
paradigma psicoanalítico en el que me crie.
En “Todavía”, la primera parte del libro, construís un mundo
muy cerrado y preciso, con una lógica propia, en torno al hospital. ¿Qué te
atrajo de narrar ese ámbito?
Los hospitales son no lugares, son muy alienantes. En los
últimos años, por distintas razones, pasé varias jornadas en hospitales, y su
sistema, su organicidad, no podría ser más alienante. Entonces me gustaba la
idea de una protagonista que aprovecha esa situación fuera del tiempo y se
pliega a la cuarentena de su padre para no tener que tomar decisiones acerca de
su vida. También me divirtió fantasear con el intercambio con los que trabajan
ahí, el otro lado, digamos, que es algo que no suele suceder tanto, aun cuando
uno pase largas temporadas internado. Sobre la base de lo biográfico me
divirtió inventar esta otra historia y sus personajes. Dentro de esa
alienación, Andrea fuga hacia el pasado y hacia un futuro posible, entregándose
a conocer gente nueva en ese contexto atípico.
Si bien toda esa primera parte parece estar sumida en el
presente estático de la espera en el hospital, la narración tiende a la
evocación, al recuerdo. Algo que después, en la segunda parte, cambia: Andrea
se activa, actúa, y no recuerda tanto…
La primera parte quizá tiene aún esa carga de esa novela
familiar que quería contar, y de la reconstrucción de su devenir sexual o
amoroso. Y con una protagonista estática, como vos decís, que recuerda y
reconstruye. Y en la segunda se echa a rodar esta cosa de puro presente donde
los acontecimientos parecen ir sucediéndose y ella avanza sin reflexionar
demasiado. Creo que es un estado de escritura al que me entregué, este segundo,
quizá menos transitado por mí hasta ahora.
¿Y cómo ubicás esté libro con tus otras novelas? ¿Le
encontrás alguna continuidad?
Ahora que salió esta novela me preguntan si las pensé como
trilogía y lo que respondo es que podré saberlo cuando haya escrito la próxima.
Si sigo con la narradora en primera persona será que es el modo que tengo de
escribir. No las pensé como trilogía. La continuidad sin duda la da esa voz y
algo de los distintos momentos de la vida; son sucesivas también en el sentido
de que parecen ir cubriendo distintos momentos de la vida de una mujer.
El relato de Andrea es una suerte de deriva de la
conciencia, y si bien el lenguaje tiene una marca muy coloquial también
aparecen salidas e inflexiones más poéticas. ¿Cómo fuiste armando ese tono?
Tiene esa combinación. El tono coloquial aparece en todo lo
que escribí; el otro, un poco menos. Como te decía, acaso la segunda parte de
la novela tenga un tono un poco distinto de lo que escribí hasta ahora. Diría
más que es algo que se me impuso o que fue apareciendo y tras lo cual me fui.
Dentro del teatro siempre se destaca tu rol como dramaturga.
Por otro lado, Acá todavía ya es tu tercera novela. ¿Qué hace que una idea o
una historia desemboque en una obra o en un libro?
Lo de adónde van a parar las ideas no lo tengo tan en claro.
Me siento a escribir algo con ciertas ideas, y otras aparecen en el durante. Es
raro que si estoy escribiendo una obra de teatro me surja algo que prefiera
trasladar a otro lenguaje. Tengo ambos lenguajes escindidos en mi cabeza. Y sin
embargo, en el teatro, por ejemplo, no escatimo nada en traer a la literatura
en su estado más puro, como cita; pero ese texto literario apareció como
necesario para ese contexto, y no quisiera hacerlo funcionar en la narrativa,
por ejemplo. Tanto el teatro como la narrativa están hechos de palabras y de
cadencias, y en ese punto son una y la misma cosa pero cada material tiene su
propia entidad, y ahí quizá haya ideas recurrentes, pero cada obra pide y
propone su propio universo de ideas.
Por último, acabás de estrenar Cimarrón en el Teatro
Argentino de La Plata. ¿Qué nos podés contar de la obra? ¿Se va a poder ver en
algún teatro de Capital?
Justamente Cimarrón es algo así como una obra sobre ciertas
lecturas. Un día tuvimos un ensayo bueno y les dije a los actores que sentía
que había funcionado porque me había devuelto la sensación de la primera
lectura de esos textos en mi adolescencia. Es una obra muy de ideas también.
Los personajes no son personajes del todo; son entidades, caracteres, que van
encarnando discursos. Es fragmentada, no cuenta una historia sino muchas. La
estrené en La Plata en la sala TACEC, que es el centro de experimentación del
Teatro Argentino de la Plata. Este año lo curó Cynthia Edul y nos invitó a
estrenar ahí con producción de ellos. Es un espacio en el que he visto cosas muy
interesantes, y para mí era un lujo estrenar ahí. La sala misma es muy
especial, es el bajo escenario de la sala principal, con mucha presencia de
hormigón y hierro. Pensé el montaje para ese espacio. Ahora estamos buscando
otro no convencional para hacerla en Buenos Aires el año que viene y es
probable que también hagamos una temporada en una sala del Cervantes, que no es
caja negra sino que tiene una arquitectura rococó. Que vendría a ser justo lo
opuesto al TACEC pero me parece interesante por eso: haremos una versión de la
puesta íntima y rococó.
lunes, diciembre 26, 2016
Sobre la arena húmeda de la noche, por Cynthia Edul
Acá el texto que Cynthia Edul leyó en la presentación de Acá todavía, de Romina Paula
Imagino
un diálogo habitual:
Alguien
me pregunta:
¿De
qué se trata la novela?
Respondo:
La
novela narra la agonía de un padre. Mario, el padre de Andrea, la narradora,
agoniza en el Hospital Alemán, padece una enfermedad en la sangre. Andrea lo
acompaña en los largos días de tratamiento, en la habitación de terapia
intensiva. Ella no tiene, como sus hermanos, Juanchi y Coco, grandes
obligaciones. Trabaja free-lance como técnica en cine, está sola (terminó una
relación con Lourdes, su novia) y decide acompañar, en todo momento, a su
padre. En el hospital va a conocer a Rosa, una enfermera por la que va a sentir
una fuerte atracción y a Iván, el ex de Rosa, y que por contagio, también va a
sentir una fuerte atracción.
¿De
qué se trata la novela?
Bueno,
ese es el punto de partida.
¿Cómo
empieza la novela?
La
novela empieza en penumbras.
Las penumbras.
Dice
la narradora: “Acá, ahora que los pasillos están en penumbras”. Son las
penumbras de un hospital en el que de a poco, Mario empieza a transitar una
agonía, agonía que Andrea o Trapo como la llaman su padre y sus hermanos, o el
cebú (como ella se dice a sí misma), que hace guardia junto al cuerpo deprimido
del que fue un padre fornido, robusto, enérgico y que ahora, de a poco, se está
yendo. Pero, ¿qué son las penumbras?
¿cómo se “está” en penumbras? No se ve bien, se camina “a tientas”, se va
descubriendo con el tacto, con el olfato, con un esfuerzo de la mirada, eso que
nos rodea. Porque las penumbras son el territorio de Acá todavía. Y el territorio tiene sus rutas, el territorio puede
ser un objeto de deseo, puede ser el cuerpo, también puede ser una pesadilla. Pero
el territorio siempre pide una exploración. Y de eso se trata Acá todavía, de una exploración
dedicada, precisa, enfática, sobre todos los sentidos de eso que llamamos
“mundo”: La sexualidad, la familia, la
pareja, la amistad, el ser y el hacer. Pero ese mundo se pone en crisis cuando
el padre anticipa su muerte. La potencialidad y el hecho de la muerte del padre
tensionan los sentidos de todo lo que se conoce. Se tiró de la soga. Descienden
las penumbras y empieza la exploración. Bienvenidos. Estamos en este
territorio, Acá. Todavía.
Los
territorios suelen tener fronteras que indican acá, allá. También una historia.
Un “entonces”, un “ahora”. ¿Qué es “todavía”? El pasado que perdura en el
presente, que liga el entonces con el acá, el ahora. Eso que viene de atrás y todavía persiste, como un dolor, como un
recuerdo o una emoción. O se lo quiere hacer persistir. Eso es lo que transita
la escritura de Romina Paula. Camina sobre ese tramo emocional que liga el
pasado de una vida común con el momento en el que esa vida se va. Y esa vida no
es más que la de un padre al que se acompaña a morir. En tanto Mario “todavía”
agoniza, Andrea, evoca escenas del pasado que dejaron huella en lo que ella de
alguna manera puede reconocer como lo que “es”, también escenas que hicieron a
ese mundo en común que es la familia y que con la ausencia de Mario, se empieza
a disolver. Y ¿acá? Acá, puede ser el adentro del hospital, ese no lugar de
paredes blancas y pisos blancos, que pueden tener un estilo, tal vez señorial
como el del Hospital Alemán, en el que sucede gran parte de la novela, lugar de
tránsito, en el que el cuerpo se enferma o se calma o se disciplina o se depone.
Pero el acá, ese no lugar, ese sopor de la habitación de terapia intensiva, es también
el territorio en el que se evocan otros lugares, otros territorios, como las
vacaciones en Punta del Este en la década de los noventa, que Andrea llama
“colorinche, mal cortada, cínica y bronceada” y que por impuesta, ajena y
extemporánea, solo provocaba angustia; o la escuela y los primeros objetos de
deseo, como Wolf, o Juanchi, o San Isidro, el territorio de la familia, o los
paseos nocturnos en la Costanera. Los territorios de la propia experiencia, que
acá, todavía, se evocan para hacerles algunas preguntas. Preguntas a esos
lugares y a esos protagonistas que la componen. ¿Qué? ¿cómo? ¿por qué? Desde
ese no lugar, habitado por las preguntas, se evoca. Dice Andrea: “Desde esta
ronda, evoco la mañana en la que comienza, esto que componemos”.
El
padre va a morir. Quedamos ahora en un mundo que se presenta como ajeno, porque
lo propio, lo que uno puede identificar como lo propio, se fue. Andrea acompaña
a su padre a morir y la primera parte del libro despide una vida, al mismo
tiempo que reconstruye la vida en común, para que la letra, conserve, acá,
todavía, eso que fueron y eso que la hizo ser.
Sobre la arena húmeda de la noche
La
novela tiene dos momentos y dos lugares establecidos como territorios de la
ficción. La agonía de Mario en el Hospital Alemán y Uruguay, el territorio en
el que en el pasado, Mario “se estiraba en la arena, se desperezaba bajo el
mediodía, exponiendo el torso y toda su piel al sol y su inclemencia, su
brillo, y exhalaba ese ‘qué vida perra’, mientras sumergía los pies en la arena
caliente”, y a donde los hijos deciden tirar las cenizas del padre. Y que se
inicia, sobre la arena húmeda de la noche. Pero Uruguay es otra ruta. La ruta
del deseo, que se va desplegando por impulsos y que Andrea transita sin mapa,
solo guiada por la brújula de la intuición. Ahí va a buscar a Iván, el chico
que conoció en el hospital durante los largos días de la agonía de Mario y que
se le impone como pregunta. Así como es el deseo. Se impone y solo se lo puede
caminar.
Porque
eso es lo que busca descubrir esta exploradora Andrea/Romina. En algún momento
de su camino pensó “que era necesario definirme, saber qué exactamente, pensaba
en el concepto de identidad”. Y elige un lugar: el margen. “Ahora prefiero
mantenerme entre el margen y atenta a las personas, gente que me gusta, que me llama
la atención, a veces son hombres, otras es una mujer, quiero que ya no sea un
tema de conversación, no quiero quedar fijada, no quiero ni necesito saber…”
Pero la búsqueda va mucho más allá del sentido de todas las
categorías. Intenta comprender qué es eso rancio que acecha de fondo, esa
mancha en el corazón que no es melancolía, tampoco ser propenso a la depresión.
La mancha en el corazón es una puerta de acceso a la búsqueda de lo posible, para
poder asomarse al verdadero estar bien. Que de qué se trata el verdadero estar
bien. Dice la narradora: De la “auténtica adecuación, la de cada uno para sí,
estar adecuado, ser adecuado para uno, uno mismo… ser adecuado para sí y poder
encontrarse con otra gente que también está buscando su propio entorno, su
propia adecuación, su para sí. Ese camino había emprendido y vaya que me costó
y que me cuesta aún”. Esa es la puerta que abre la muerte del padre. Ese es el
camino que se inicia. Hacia adelante y hacia atrás, con pocas herramientas en
la mochila, las mínimas para sobrevivir día a día, mientras se intenta
dilucidar algo de qué somos.
Sobre
la arena húmeda de la noche. La novela es también una novela sobre la visión. Sobre
la visión más profunda, la de las cosas del mundo que nos rodea, la de lo más
interno de uno mismo. Intentar ver ahí donde no se puede ver, porque es de
noche o porque se está en penumbras o porque se esconde, como la enfermedad que
corroe el cuerpo del padre, como el deseo que se impone sin ley, sin orden,
como la de esa mancha en el corazón, angustia, inquietud, inadecuación de uno
con el mundo y Dios contra todos.
Intentar ver, discernir, ver como si se viera por primera vez. Poner en palabras
la muerte del padre, el acto de nombrarlo, decir papá murió, para poder decir
entonces que estamos en un nuevo territorio y que empezamos de nuevo. En un
artículo que recientemente escribió a propósito de Cimarrón, la nueva obra de Romina que tuve el honor y también el
orgullo de acompañar a estrenar, Fabián Casas recuerda una escena de Mad Max en la que los protagonistas
entienden que la única salida posible es volver hacia atrás. Y a propósito del
mundo y los problemas que Romina despliega en Cimarrón, Casas dice algo que me parece también tan adecuado para Acá todavía. Dice: “es volver a
enfrentar los problemas, las dudas, alejarse del confort y atravesar el camino
del dolor para resurgir en un territorio extraño”. Eso es lo que hace Romina
Paula en Acá todavía. Alejarse del
confort, atravesar el camino del dolor, resurgir en un territorio extraño.
La
literatura es un territorio de penumbras. Eso lo entendió muy bien Romina.
Penumbras que se explorar con una sola linterna: la pregunta. Territorio de
preguntas y no de afirmaciones. En ese explorar, se obtiene, desde ya, un
conocimiento. Pero lo que nos dice Romina Paula en Acá todavía, es que ese no es el conocimiento de la razón, ese
saber positivista que define las cosas, pone etiquetas o establece categorías.
Es otro tipo de conocimiento. El conocimiento que Andrea/Romina obtienen
explorando los territorios de Acá,
todavía, es otro. Es un deseo en
verdad. “Anhelo el momento en el que el caos y la no linealidad cuántica lo
tomen todo y modifiquen el modo de ver y nos abstengan de la voluntad del
mandato de entender” para resurgir en un territorio extraño, para poder recibir
al otro tal como es, en lo que tiene para ofrecer, para entender que la
perfección no es posible más que en el instante. Porque allí donde solo se ve
la noche o la penumbra, Romina encuentra una verdad. Para compartirla, con nosotros,
acá, todavía. Caminante no hay camino, se hace camino al andar.
Por Cynthia Edul.
miércoles, diciembre 21, 2016
Mocka, de Diego Muzzio
Reseña de Mockba en Planeta Ceres.
Los doce cuentos que componen Mockba, directa o
indirectamente, están regidos por un tema central que ya pasa a ser un
distintivo de la narrativa de Diego Muzzio: la muerte.
Sin embargo, a lo largo de todos los relatos se produce una
especie de tensión entre la muerte más concreta y el concepto de muerte, la
parte más abstracta. En ese sentido, varios de los cuentos relatan muertes, o
también tienen que ver con cementerios, profanadores de tumbas, cremaciones, y
demás, pero varios otros rozan este tema de forma más alejada, si se quiere. De
esta forma, cuentos como “Jeremías y Zacarías” no contienen hechos
estrictamente relacionados a la muerte, pero sí incluyen otros elementos que
pueden vincularse con este tema, como puede ser, por ejemplo, el grupo de
adolescentes que interpreta las trágicas obras de Sófocles, con el personaje
principal de Edipo. En este tipo de relatos la muerte es abordada de modo que
no funcione solamente como el hecho principal de la historia, sino que sirva
como contexto o ambientación para que las situaciones que se narran puedan ir
desarrollándose. Por otra parte, el concepto de la muerte como herramienta para
contextualizar los cuentos también sirve para ver qué rol tiene esta en nuestra
mente, cómo nos relacionamos con ella y qué representa en nuestra vida
cotidiana; cómo la muerte puede ser interpretada de distintas formas según la
persona que la esté enfrentando. Por ejemplo, en el texto “Mapas”, en el que
una pareja se dirige a un cementerio, la muerte es el tema que los enfrenta,
que inicia el enojo de ambas partes, a partir de lo que parece ser el
fallecimiento de una hija o de un ser querido. En este relato, la muerte de
Martina, la chica fallecida, se muestra como un juego de responsabilidades, es
decir, si es que su muerte fue culpa de uno o de otro. En contraposición, por
citar otro texto, en “Póker de reyes” la
muerte relacionada con el tema de las apariciones sobrenaturales, es utilizada
por parte del protagonista para obtener una ventaja por sobre su competidor en
el juego.
Naturalmente, también hay otros cuentos que sí encaran este
tema como eje único y principal, pero siempre hay algo que los complementa, ya
sean las experiencias de los personajes, su propia psicología o la inclusión de
otros “géneros”, por decirlo de alguna manera, como puede serlo la biografía,
específicamente en el último cuento. Así, los relatos conforman un mundo único;
si bien estos pequeños universos comparten rasgos generales entre sí, cada uno
puede valerse por sí mismo, incluyendo determinados elementos que los hacen
sobresalir a medida que se van desarrollando.
Ya desde el primer libro que leí de Muzzio me encantó su
prosa. En la mayoría de los pasajes de estos relatos se ve un estilo realmente
estilizado, con una elección de palabras inmejorable, y una gran cuota de
poesía en prosa, podríamos decir. Lo que me ha llamado bastante la atención o,
mejor dicho, es uno de los factores que más me gustaron de estos cuentos, (y
que también me había pasado con Las esferas invisibles y El sistema defensivo
de los muertos) es la genial habilidad que tiene Diego Muzzio para narrar o
para escribir sobre un tema que en un principio idealizaríamos como algo feo
(la muerte) de una forma muy bella, poética y lírica. De esta forma, en muchas
ocasiones, me encontré habiendo olvidado el tema central que rige estos doce
cuentos y atinando solamente a disfrutar de la capacidad narrativa de este
autor. Porque poder abstraernos (aunque sea por un rato) del concepto general
que rige estos cuentos para apreciar con mayor profundidad la forma que tiene
Muzzio para contárnoslo es probablemente uno de los mayores logros de este
libro.
Si bien hay algunos que me gustaron más que otros, todos los
cuentos que componen Mockba se destacan individualmente, por un lado por las
historias interesantes y diferentes que plantean, y por otro por la excelsa
manera que tiene el autor de narrarnos lo que va sucediendo.
martes, diciembre 20, 2016
Matías Alinovi / Entre la desilusión y el odio
Matías Alinovi visito los estudios de Radio Gráfica y dialogo con La Señal Medios acerca de su última novela “Paris y el Odio”, del valor de la identidad, el discurso político y las meditaciones metafísicas. Por Fernando Infante Lima.
“Paris y el Odio” se nutre de la ilusión de un joven que cree ver en París las respuestas que está buscando. En medio de un alucinado viaje que funde condes y castillos medievales, fiestas privadas en túneles secretos en la vera del Sena y la dramática conversión de un escritor argentino en francés, la ciudad le muestra su peor cara teñida de indiferencia. El impulso inmediato es trazar un plan de venganza que tiene un único objetivo posible: incendiar París.
FIL: La búsqueda de la identidad parece ser un tema recurrente en su obra. En su libro anterior “La Reja”, la introdujo como un asalto, un hecho violento que narcotiza los rasgos que puede definir a una persona. En su nueva novela “París y el Odio” usted vuelve sobre el tema desde una perspectiva diferente. ¿Por qué eligió reafirmar su identidad a partir de la negación de esa misma identidad por parte de otro escritor argentino que vive en París?
MA: El tema de la identidad es un tema complejo, recientemente leí un artículo en el que decía que la identidad es un concepto de derecha y me dejo pensando en porque yo estaba tan preocupado por la identidad. Cuando fui a París, fui como un estudiante promedio, de clase media, que no se hace demasiadas preguntas y piensa que es natural hacer un doctorado en Europa. Esa idea que en un principio parecía natural aparece cuestionando por el mismo medio. Es inevitable pensar ¿Por qué estoy acá? Uno se siente un poco conducido y las respuestas a esas preguntas en la historia siguen su camino. La novela lo que intenta es demostrar que hay distintos modos de construir o entender esa identidad. En ese medio que no sabía nada acerca de mi identidad tuve la necesidad de reafirmarla exageradamente, empujarla al borde de la caricatura. En París conocí a Bianccoti, que es un gran escritor argentino que vivió toda su vida adulta en Francia y él había hecho todo lo contrario, él se había convertido en un escritor francés. A mí esto me llamaba particularmente la atención. Él era el ejemplo perfecto de que es posible construir una nueva identidad. Que la identidad no era una fatalidad como yo la entendía, que podía ser otra cosa que era imposible de alcanzar para mí. Esa larga estadía en París me dio la posibilidad de reafirmar mi identidad y lo digo si queres tontamente, volví más argentino que nunca. Entendí que había algo que hacer, algo que construir, algo que sostener y esta es la condición de posibilidad de cualquier otra cosa. Una reacción en contra a la pedida de identidad a la Bianccioti.
En la novela hay una tercera historia que vuelve sobre el tema, se da en la novela clásica francesa que nunca se pregunta por sí misma. El planteo es a través de un personaje que se llama igual aun cuando representan distintos espacios de tiempo. En las tres historias que se suceden a un mismo tiempo intente reflexionar sobre la construcción, el sostenimiento, la herencia de una identidad y en qué lugar me encontraba parado yo en referencia a esas tres posiciones.
FIL: Usted cita a Descartes en una frase que cuestiona la pasividad de la gente a creer en lo que le dicen, naturalmente teniendo en cuenta quien es su interlocutor. A mi me parece increíble que esa disposición a creer es tan fuerte que nunca pone en duda la veracidad de esa información. Es posible que Descartes lo haya pensado desde un plano literario o filosófico, pero si lo trasladamos al plano social de la Argentina de hoy, cobra una significancia mayor. ¿Usted lo pensó teniendo en cuenta esta perspectiva?
MA: Yo doy clases de filosofía y leemos a Descartes, leemos “Las Meditaciones Metafísicas” que es el texto que inaugura la modernidad filosófica. El texto se pregunta metafóricamente si se conoce algo que sea indudablemente verdadero. En el inicio dice yo soy Descartes, soy una persona que tiene conocimientos, sé que tres más dos es cinco, es decir cosas que son indudablemente verdaderas, pero en realidad entiende que las aceptó como verdaderas y nunca las puso en duda. Se propone entonces, poner en duda aquellas cosas que le resultan indudables y encuentra argumentos para ponerlo todo en duda. La idea de Descartes es que si uno no pone en duda aquello que le resulta verdadero, nunca alcanza la certeza, la verdad, porque lo dice textualmente cuando es muy joven: “la verdad no es un objeto que se pase de mano en mano, sino que se engendra en uno mismo y por uno mismo”. El primer paso para intentar alcanzar la certeza es dudar de aquello que ha recibido. Ese es el comienzo de la filosofía moderna e inicia un camino de trescientos años.
Yo entiendo hacia donde apuntas y recuerdo a mi padre que es alguien políticamente interesante, daba credibilidad a lo que decía el diario. Era todo lo que tenía que decir en términos de certeza. Es un vehículo que daba legitimidad. Me acuerdo de un libro de Flaubert que se llama “Diccionario de Ideas Recibidas”, que son un conjunto de ideas que no se ponen en duda porque se está acostumbrado a ellas. En ese sentido no se puede alcanzar certeza porque no hace el trabajo cartesiano de poner en duda lo que presume indudable. Me parece que felizmente en la Argentina después de un largo proceso empieza a ponerse en duda lo que se recibe.
FIL: Sin embargo me preocupa que hay gente en las redes sociales que replica trolls que son construcciones vacías de contenido, son mensajes que en el mejor de los casos puede portar medias verdades. Creo que hay gente dispuesta a creer en esos armados como si fueran verdades absolutas. Una buena parte de nuestra sociedad le da un alto nivel de aceptación a ese tipo de mensajes.
MA: Creo que en término de lucha política, los discursos deben ser políticos y los discursos políticos no apuntan a la verdad, apuntan a la verosimilitud. La tan cuestionada idea del relato. Un discurso político es un relato, que intenta ser coherente, pero intenta por sobre todo convencer conmoviendo, no razonando. Cuando se dice: “Acá se trata de elegir en liberación y dependencia, nosotros somos la liberación y ellos son la dependencia”, no se está diciendo una verdad fáctica. Se está construyendo un relato verosímil que apunta a conmover para convencer. En la Argentina siempre ha habido una gran lucha política y es por eso que los discursos son de ese orden. Intentan construir verosimilitud, no verdad y eso me parece que está bien. Cuando Alfonsín recitaba el preámbulo de la constitución: “con la democracia se come, se cura y se educa” ¿A vos te parece que decía verdades?
En la radio repiten una canción cada cinco minutos, creo que es de una propaganda, que dice: “no es ilegal contar plata, aunque todo sabemos de que se trata” que apunta al episodio de “la rosadita”. Y yo me preguntaba: ¿Se dé qué carajo se trata? El discurso ahí intenta colonizarte el pensamiento. Ahí aparece el trabajo cartesiano. La idea de repreguntarse sobre lo que parece evidente. Un amigo me dijo: “Michele Obama es un genio”, entonces yo le respondí, para que pueda entrar en esa convicción, señalame el camino mediante el cual yo pueda entrar en esa convicción. No hay ninguno. ¡Eso se ve en obras? ¿Se ve en discursos? ¿En dónde se ve? No se ve, es una mera repetición de la nada. La realidad política se construye en esas repeticiones, sin importar si lo que se dice es verdad y con un sector de la sociedad dispuesto a creer lo que le dicen.
FIL: La contundencia con la que en la novela quiere destruir París, me da la impresión que lo que intenta es destruir el mito que existe en torno a París. El mito que en buena medida construyo la aristocracia argentina que veía a París como un faro y quería reproducirla acá. Ese París de ensueño que vive en las páginas de Cortázar. ¿Es así?
MA: Es absolutamente eso. Deshacerse de ese amor no correspondido y ponerse a trabajar, olvidarse de ese tipo de mitos. Esas ideas interrumpen una construcción concreta que tenemos que hacer, relaciones concretas. La posibilidad de mirar hacia otro lado. Esta es una historia muy larga, empieza en el Facundo. El modelo de civilización de la generación del 37 es Francia. Ahí aparece Jauretche elevando su crítica a ese modelo. Esto les permite decir cosas increíbles: “El problema de la Argentina es la extensión, es demasiado grande”. ¿En qué sentido es demasiado grande? En el sentido que Francia es mucho más chica y es el modelo de la civilización.
FIL: Es por eso que Sarmiento quería vender una buena parte de la Patagonia.
MA: Claro. Es una idea de modelo fijo. Si es demasiado grande hay una política de achicamiento territorial. Hay demasiadas vacas y demasiados gauchos, entonces fomento la inmigración. Son medidas, la de la Argentina liberal de 1880, pensadas en torno a un diagnóstico que tiene que ver con identificar a Francia como el modelo fijo. Creían que la única forma de ser civilizados es ser Francia. Creo que seguimos pensando así y eso obtura las propias posibilidades. A mí me llama la atención el imitador de Sandro. Cuando lo ves, ves solo las diferencias que hay con Sandro. Es como calcarse en negativo, No tiene la pinta, no tiene la voz, no tiene el carisma, no tiene nada de Sandro. Es pura negatividad. Eso ocurre siempre que te posicionas a un modelo fijo. Una cosa es decir, así como él pudo, yo puedo. Así como Sandro pudo cantar y salir con muchas mujeres, yo también quizá podré, pero para eso tengo que potenciar mis propias capacidades. Si no tus capacidades son solo las diferencias del modelo original. Me parece que seguimos pensando así. Hay que olvidarse de los modelos fijos que nos anclan en la negatividad. Estoy harto de escuchar decir, que hay demasiados negros, somos poca gente, que el país es demasiado grande. Basta, eso ya terminó. Este es el país que tenemos. Entonces hay pensar en cuáles son las potencialidades, tenemos que pensar en términos estratégicos que es lo que vamos a desarrollar.
FIL: La construcción negativa es terrible, nadie habla peor de la Argentina que los propios argentinos.
MA: Estoy de acuerdo. Es una pena. Este es un país en que hay un nivel de pensamiento crítico importante. A partir de ahí se puede empezar a construir y nunca se hace.
FIL: Borges dice que, una vez construido el trabajo literario, los escritores tienden a buscar ideas que justifiquen lo que han escrito. Si bien eso es cierto, me parece que en el medio del fervor de la escritura, aun cuando uno parte desde un lugar, hay un vértigo que va desde un punto ciego sin saber hacia dónde lo conduce. Una vez concluido ese impulso, que es claramente visceral, el escritor tiene que releer para ver con claridad que ha escrito. Entonces la idea expresada por Borges parece un tanto forzada, quizá maliciosa.
MA: Borges lo dice muy tendenciosamente. Dice la literatura consiste en encontrar razones para justificar lo que uno hizo antes. Puede ser que haya impulso primero. La discusión está en pensar que lo que uno hizo antes no lo haya hecho entregado. Esa idea habla de una construcción mentirosa. En creer que a posteriori encuentro razones para justificar lo anterior de un modo falaz, artero.
FIL: Es posible que en medio de la escritura se encuentren vías alternativas que no hayan sido tenido en cuenta en un principio y que sean muy funcionales a lo que se quiere expresar.
MA: A mí no me paso con esta novela, pero si me paso con la anterior, que es “La Reja”. Es algo que me sucedió. Había vivido unas situaciones de angustia, me senté a escribir y salió sola. Después la miré y la miré con extrañeza. La leo hoy con extrañeza. Y es verdad, el hecho que las justificaciones sean a posteriori, no implica necesariamente que la construcción previa no haya sido sincera. No implica que uno no haya estado empeñado en esa construcción. Estuvo empeñado y luego entiende. Hay una idea de la epistemología que expresa que na hay una racionalidad instantánea. La racionalidad lleva un determinado tiempo, incluso respecto de aquello que hiciste. Es una idea de la epistemología a propósito de las teorías científicas, uno sabe hacia dónde conducen y no donde van a morir. Es un proceso que se va completando hasta que muere por sí misma.
FIL: El hecho de que su formación haya sido en una disciplina muy precisa como la física, que tiene una estructura de razonamiento muy estricta, se contrapone con la literatura que es muy abierta ¿En qué medida influencio en su trabajo?
MA: Yo estudie esa carrera porque era joven y no sabía qué hacer. Sabía que tenía que estudiar algo y creo que la estudie física porque necesitaba sentirme inteligente. Creo que siempre supe que no me iba a dedicar a eso. En cuanto a la influencia en mi trabajo, no sé en qué medida influye. Estoy contento en haberla estudiado porque disciplina, obliga a pensar, a ordenar, estructurar. La Física es una gran aventura de pensamiento. Hoy siento que cuando me siente a escribir, algo de esa estructura me interpela. Esa quizá sea mi facticidad. No quiero que la escritura sea pura estructura. Me gusta que me de algún sesgo. Se que en un punto, mi última novela en ese sentido es fallida, porque a partir de la formación uno piensa en un súper estructura que es muy difícil de sostener. La Física me dio la posibilidad de pensar ordenadamente.
lunes, diciembre 19, 2016
Malicia, de Leandro Ávalos Blacha
Una lectura de Malicia en Planeta Ceres, por Gala Semich
Es común en el mundo de la literatura que, por ejemplo, para
reseñar un libro, uno trate de encasillarlo según géneros, ya sea por tener de
qué hablar, o también para establecer relaciones entre lo que vemos en el texto
en cuestión y lo que dicen las características más básicas de cada uno de los
géneros. Algunos de los más comunes son el policial, romántico, histórico,
realista, fantástico, thriller, terror, etc. Sin embargo, esto de tratar de
definir a qué género pertenece determinado libro funciona mejor en los textos
que uno puede leer e inmediatamente reconocer sus características más
representativas. Entonces, ¿qué hacemos con los libros que responden a rasgos
de varios géneros? Analizando el desarrollo de la trama principalmente, este es
el caso de Malicia.
Una lectura posible de este texto es interpretarlo como un
cruce entre lo policial y lo fantástico o lo sobrenatural. Por un lado, están
los rasgos más representativos del género de investigación, ya que hay un
crimen, que luego se transforma en crímenes, participación de la policía en el
caso y, naturalmente, un asesino. Por otra parte, que es sin duda lo más
interesante del texto, en Malicia también se pueden reconocer aspectos que en
el manual del policial, ya sea clásico o negro, no aparecen como base para escribir un texto de este
tipo. Habitualmente, los textos policiales son, de alguna manera, realistas,
porque retratan hechos que podrían pasar en nuestra vida cotidiana sin ningún
problema. Pero en este caso, la inclusión de figuras más ligadas a lo esotérico
como los espíritus, los entes malignos, las sectas, criaturas no humanas, etc.,
hace de Malicia un texto policial que se aleja de las “normas”, generando que
la historia sea muy original y consiga sorprender al lector.
De hecho, otro de los factores que más destaco de esta
novela es la imprevisibilidad que caracteriza a todo el desarrollo de la trama.
En los textos que contienen misterio o intriga, como en los policiales, por
ejemplo, es indispensable que el lector se sienta interesado en el caso que se
está narrando, que haya hechos que le llamen la atención y lo/la inviten a
seguir leyendo. En Malicia, esto no deja de suceder en ningún momento. Cuando
comencé la novela, de ninguna forma me imaginé todo lo que iba a venir después,
en materia de personajes, escenarios y hechos propiamente dichos. Esto, desde
mi punto de vista, es uno de los grandes puntos a favor que tiene esta novela.
Más allá de que engancha de una forma casi adictiva, todo el tiempo sorprende,
y va agregando elementos que, por un lado, confunden al lector, porque son
nuevos y originales, pero por el otro, genera que uno quiera seguir con la
lectura para ver qué tiene el autor preparado para explicar la tormenta de
nueva información a la que estamos sometidos constantemente.
Siguiendo por la línea argumental, la trama está muy bien
lograda. Vedettes, sectas, asesinatos, monjas, televisiones que se prenden
solas, exitoína, criaturas sobrehumanas, trances, etc., son todos factores que
van entrelazándose, encastrando como piezas de rompecabezas. Y esto no se logra
de forma forzada, sino cada concepto se relaciona con el otro de forma natural,
o por lo menos con una buena explicación de por medio. Todo esto está
atravesado por tintes humorísticos, que le dan a la historia otro rasgo que la
distingue por sobre otras historias inicialmente policiales. Sin embargo, a
medida que pasan las páginas, la historia va también centrándose en sus
personajes. Los principales, Juan Carlos y Mauricio, son dos amigos, si se
puede decir, que viajan juntos a Carlos Paz, acompañados de la mujer de Juan
Carlos, Perla. Pero a medida que la trama va avanzando, uno puede ver que, de
amigos, estos dos no tienen nada. Compiten constantemente, por cosas sin
sentido. Va viéndose su egoísmo, sus ganas de sobrepasar al otro. Y cuando
llega el momento, cada uno quiere salvarse, sin importar lo que suceda. No
solamente ocurre esto con estos dos personajes, sino que cada uno de los que va
apareciendo pareciera contagiarse de esta actitud. Por supuesto, también están
presentes las peleas mediáticas o para ascender en el rango artístico, y demás
conflictos que caracterizan al mundo del espectáculo.
Malicia es una muy buena historia, de la que no podría
encontrar un género que la defina completamente. Es una novela que mezcla
muchos aspectos diferentes que podríamos encontrar en varios libros distintos.
Pero además, logra combinar todos estos rasgos de manera que el resultado sea
una historia bien construida, con personajes interesantes y con un ritmo muy
llevadero y que engancha al lector absolutamente.
viernes, diciembre 16, 2016
Presentación: Acá todavía, de Romina Paula
Acá, el texto que leyó Virginia Cosin, autora de Partida de nacimiento, en la presentación de la novela de Romina Paula, el jueves 24 de noviembre de 2016.
En Vivir su vida, de Godard, Anna Karina entra en un bar, prende un
cigarrillo y mira al hombre sentado justo detrás de ella. Está aburrida se ve,
entonces se da vuelta y le pregunta al hombre qué hace. Él dice que lee. Ella le pregunta
por qué. Porque es mi trabajo, le dice él. Entonces ella le pide acompañarlo y
él accede. Pero cuando están frente a
frente, le dice que no sabe qué decir. Que le pasa seguido: “sé lo que quiero
decir, lo medito antes de decirlo, pero cuando llega el momento de hablar, puf,
ya no soy capaz de decirlo.” Después de
eso empiezan con una serie de disquisiciones en torno a la relación entre
pensar y hablar y se preguntan cuál es la necesidad de hablar. Ella dice: las
palabras deberían expresar exactamente lo que quieren decir. ¿Es que nos
traicionan? Y él: es que nosotros las traicionamos a ellas. Se debe poder decir
lo que hay que decir. Hay que pensar, y para pensar hay que hablar. No se puede
de otra manera. ¿Entonces hablar y pensar es lo mismo? Claro. Uno no puede
distinguir el pensamiento de las palabras que lo expresan. Uno busca, y no
encuentra la palabra justa.
La escritura de Romina constituye, creo yo, un
acontecimiento singular, porque consigue atrapar el pensamiento en el instante
mismo en que se está convirtiendo en un decir, el texto despliega un modo de hacerse, de estar haciéndose, como un work in progress, o un backstage, en el que el tejido se teje sin molde, es una deriva que lleva a vaya uno a
saber dónde, pero no es sin dirección, sino más bien una búsqueda a través de
la cual se condensa el lenguaje- Romina ensaya modos de decir y hay un especie
de incomodidad, de insatisfacción con esa responsabilidad que conlleva el
nombrar, tener que quedarse con una palabra que nunca es la precisa.
Escribir sin escritura, diría Blanchot o Grado cero de la
escritura, diría Barthes. Sin fórmula comprobada, sin modelo, regresando a una
lengua originaria, solitaria, que habla de
modo instintivo aunque, claro, se trate de una construcción, una ficción.
Podría decirse que esta novela trata de muchas cosas. Pero
sobre todo es una novela sobre las
palabras, sobre el encarcelamiento que lo dicho ejerce sobre el decir, sobre el
lenguaje como lugar de excepción.
¿Cómo nombrar, por ejemplo al amor? ¿Y cuántos tipos
diferentes de amor hay? ¿Qué es el amor de pareja? ¿Un especie de dependencia,
de necesidad del otro, de des-personalización? ¿Y el filial? ¿Qué diferencia al
amor que se siente por un hermano o un amigo del que se siente por un amante? ¿El deseo erótico constituye la diferencia? ¿Y a un padre? ¿Y a una madre?
¿No se los desea? ¿Odiando se puede
amar, también? ¿Y al hijo? ¿Al que todavía no se tuvo? ¿Puede haber un pre amor?
¿Se lo ama por instinto? ¿Por obligación? ¿Y tiene el mismo nombre, “amor”, eso que se siente siendo niña, antes de
experimentar la sexualidad adulta, que después?
La metafísica ha dado respuesta a algunas de estas preguntas,
los griegos adjudicaron nombres para los distintos modos del amor y los diccionarios proveen definiciones y
clasificaciones, códigos comunes y estables, que tanto Romina como su narradora
demuelen con más preguntas, como si
fueran martillazos.
“Pienso en la palabra bicoca y sonrío, que palabra más
extraña. Pienso también que una palabra así particular bien empleada en el
momento adecuado te puede salvar el día o por lo menos una situación. Pensar,
por ejemplo “ahora a la distancia el divorcio fue una bicoca” ¿o no se puede
usar así? Eso, por ejemplo, es una de las cosas que más me costó de la
separación con Lourdes, sino la que más: perder todo ese universo de palabras
en el que nos encontrábamos, todo ese mundo semántico arrancado de mi cabeza,
en cuestión de días como una lobotomía del verbo, pero no, sin extirpación, o
una extirpación en negativo: lo que se sustraía era el interlocutor, más que el
lenguaje, y si no hay nadie ahí para recibirlo ¿qué se hace con ese capital?
Durante meses seguí viendo todo a través del prisma de esa gramática
compartida, a veces las frases, los comentarios solo se formaban en mi cabeza y
otras llegaba a pronunciar bajito, para
mí, como para que por lo menos fuera dicho, expulsado.”
¿Y cómo hablar con un ser querido, fundamental, al que se
está viendo morir? Los límites de su
lenguaje, los de Andrea, son los límites de su mundo y en la primera parte del
libro, Todavía, su mundo es el hospital:
“Así que ahora con Mario se habla de cosas de enfermos, no
sólo, claro, pero el lenguaje también se vio intoxicado, contaminado: la
remisión, la quimio, los buches, las plaquetas, la presión, la fiebre, la
asepsia, la dieta, la orina, la digestión, los leucocitos, los hematocritos, la
médula, el trasplante, la donación. Y la
sangre, la sangre, la sangre como protagonista absoluta, la sangre por ejemplo
a la vista, como adorno, colgando del árbol de navidad que arrastra el padre
detrás de sí como un grillete: un sombrerero con ruedas, microondas y bolsones
de sangre y líquidos flúo que no pueden ver la luz. Eso pende ahora todos los
días de la muñeca de mi padre y lo acompaña como un miembro más de su cuerpo,
uno o varios miembros más. Algunos de los líquidos flúo, los más fotosensibles,
los recubren como una bolsa de papel madera, como una mascarita, como de
avergonzada. Las enfermeras entran y salen y actúan y toquetean el arbolito a
sus anchas como si no fuera un apéndice del hombre. A él le dicen “Buen día”,
como si fuera normal, como si estuviera en un banco esperando para depositar un
cheque, así le dicen “cómo le va” y después o al mismo tiempo manipulan los
aparatejos y las bolsas, definen, controlan las dosis de todo eso, lo flúo y lo
que no, eso que va a parar a las venas y con ellas a los órganos del hombre que
responde a ese saludo ese “hola que tal” como si todo ese aparato del horror
unido a su interior por conductos, pudiera, todavía, no tener que ver con él.”
El cuerpo. Hay una presencia irreductible del cuerpo: ese
cuerpo que se vuelve metáfora, pan,
vino, fantasma. Un cuerpo que desaparecerá bajo el imperio de la muerte pero
también el de los sentidos: mientras duerme en el sillón del acompañante del
hospital, cuidando al padre agonizante,
Andrea tiene un sueño húmedo, olfativo, táctil, orgásmico; hace presente el
cuerpo ausente de la enfermera que le gusta, o que no sabe si le gusta, pero de
la que goza.
Andrea no sabe, abjura del saber y de las definiciones.
Narra desde el presente fragmentos de pasado, como si navegara un barco que, en medio de una tormenta, está a punto de
zozobrar y hubiera que rescatar bienes preciados, pertenencias que, de otro modo, serían irrecuperables.
No porque quiera saber qué es, o quién es, sino porque está
siendo, estando, haciéndose y rehaciéndose, en camino hacia, cambiando,
moviéndose, esquivando la pelota que, si la toca, la convierte en “quemado” o
estatua.
Ese presente dislocado
tiene nombre: todavía. Cuando se acabe, cuando ya no sea, cuando ese tiempo
deje de transcurrir, se abrirá un espacio, uno nuevo, el del Acá.
Un poco como en la novela Orlando, de Virginia Woolf, Andrea
despierta un día convertida en otra,
experimentando otros apetitos, teniendo deseos nuevos que la arrojan
hacia una nueva deriva, un especie de vagabundeo, de errancia incierta, pero
sin angustia. Andrea, cuyo nombre tiene la misma raíz de Andrógino y deriva de
Andros, que significa Hombre, abandona el sueño con Rosa y se entrega al
desconocido Iván.
Y emprende un viaje,
pero las peripecias no la llevan de vuelta al hogar, sino que la arrojan hacia
una tierra nueva, lo que estaba atrás queda atrás. Sabe que si intentara regresar, como Scarlet O Hara ,
sólo encontraría en su viejo terreno un páramo seco, uno muy diferente del que
fue en su tiempo de prosperidad. Habrá que construir, entonces, uno nuevo, un
nuevo hogar, fundar el propio.
En el último episodio de la primera parte, Todavía, Andrea
vuelve a su departamento después de haber estado días afuera –entre el hospital
y la casa del chico- y encuentra una invasión de gusanos (ahora que me acuerdo,
antes de emprender el viaje a la Patagonia, la narradora de Agosto luchaba
contra una alimaña, un ratón que le daba entre asco, impresión y pena.) La
plaga como castigo, como símbolo de la muerte pero, también, como motor para
tomar impulso e iniciar un éxodo.
Al comenzar Acá, la
segunda parte del libro, la narradora pareciera estar, permanecer, a su pesar, o con pesar, con esa sensación de ridículo, de “esto es
imposible” y aunque el aturdimiento dificulte una vez más hallar correlato
entre las palabras y lo que significan y haya que volver a nombrar, restituir
los sentidos, en la escena siguiente, Romina, ya no la narradora, sino la
autora, nos da una cachetada y nos hace reír.
De todas las palabras decibles hay una cuyo significado se
nos escapa más que el de ninguna. ¿Cómo nombrar la muerte? Podemos ser testigos
de un último segundo de vida. Pero sobre la muerte nada sabemos y nada sabremos
jamás. Aunque creemos que sabemos que también nos va a tocar, nunca viviremos
esa experiencia. Es in experimentable. Sin
embargo hay otra, casi tan extraña, medio extra terrestre e inverosímil que es
la de engendrar vida.
Otro poco como Hamlet, Andrea, la narradora de esta novela,
demora la decisión de hablar, de decir aquello que fue a decir, el motivo por
el cual emprendió el viaje. Pero a diferencia de la tragedia Shakespereana, o
de cualquier tragedia, no es a la venganza hacia donde se dirige, porque no hay
nada que vengar, nadie tiene la culpa de su orfandad. En cambio, hay una vida por delante, una vida con forma
de pregunta que no cierra, se reproduce
y excede los límites del final de esta novela.
Virginia Cosin.
Malicia en Revista La Nación
"Un serial killer que homenajea a nuestra maestro: el conde Alberto Laiseca" dice Leonardo Oyola sobre Ávalos Blacha, joven escritor bonaerense que ya tiene en su haber libros como Serialismo, Berazachussetts y Medianeras.
Ávalos Blacha: Malicia es una novela que pensé a partir del cruce entre el policial y lo sobrenatural
Entrevista a Leandro Ávalos Blacha en Télam. Por Juan Rapacioli.
Leandro Ávalos Blacha escribió los libros
"Serialismo", "Berazachussetts" y "Medianera". En
diálogo con Télam, el autor habló sobre su nueva novela. "Me interesaba
ese tipo de historia policial que tiene una especie de cruce con el
terror", sostuvo.
En su nueva novela, "Malicia", el escritor Leandro
Ávalos Blacha se sirve de diversos lenguajes como el cine de terror, la
literatura policial, el cómic y la televisión, para configurar una delirante
historia que incluye una serie de asesinatos a vedettes, un misterioso grupo de
monjas, una niña que sabe demasiado y una pareja de amigos que se la pasan
compitiendo en medio de la temporada teatral de Villa Carlos Paz.
Publicada por Entropía, la novela abunda en referencias: el
manejo del terror del director italiano Darío Argento, ciertos aspectos
bizarros del cineasta estadounidense John Waters, el realismo delirante del
escritor Alberto Laiseca y una trama movediza que puede recordar a la
literatura de Thomas Pynchon.
Pero más allá de eso, el libro habla sobre el rencor, el
egoísmo y la codicia que se establece en las relaciones sociales.
Nacido en Quilmes en 1980, Leandro Ávalos Blacha escribió
los libros "Serialismo", "Berazachussetts" y
"Medianera". En diálogo con Télam, el autor habló sobre su nueva
novela. "Me interesaba ese tipo de historia policial que tiene una especie
de cruce con el terror", sostuvo.
- Télam: ¿Cómo se originó esta historia en tu cabeza?
- Ávalos Blacha: Tenía muy claro el principio: una relación
de dos amigos que están todo el día compitiendo por nada. Quería que la novela
tuviera la cuestión del juego muy a flor de piel. El vicio por el casino suele
ser un rasgo que hace asomar lo peor de uno. Es algo que termina controlando a
los personajes. En un nivel general, es una novela que pensé a partir de los
diálogos de las películas, la figura del asesino, el cruce entre policial y lo
sobrenatural. En esas películas, muchas veces, la figura de quien comente el
crimen queda diluida y lo que asoma no es tanto la monstruosidad del asesino,
sino la oscuridad de todos los otros personajes que empiezan a querer salvarse.
Una de las películas emblemáticas es "Seis mujeres para el asesino",
de Mario Bava.
- T: En su necesidad de salvarse solos, los personajes
muestran su aspecto más egoísta...
- AB: Son personajes que se mueven con un individualismo
terrible. El único lazo de amistad que hay en la novela, entre Mauricio y Juan
Carlos, está basado en el rencor, la competencia, los celos. Hay algo del
conflicto mediático, está muy presente esta suerte de periodismo de
espectáculos donde todo gira en torno a peleas entre actrices, el teatro de
revista, las obras del verano en Córdoba o Mar del Plata.
- T: ¿Cuál es la influencia que tiene el cine en tu
escritura?
- AB: El cine es inevitable, me ayuda a pensar climas para
escribir. Es un mundo del que me puedo servir más conscientemente que de lo que
puede ser una influencia literaria. Cuando me señalan una influencia de Aira o
Laiseca, creo que son cosas que surgen de un modo natural. Con el cine hay algo
más meditado, me ayuda pensar en otro lenguaje narrativo. En este caso, el cine
italiano estuvo muy presente. Me interesaba ese tipo de historia policial que
tiene una especie de cruce con el terror. Algo que me gusta, particularmente en
el cine de Argento, es que es un cine que no aspira a lo perfecto. De hecho,
muchas de sus películas son malas, pero sin embargo siempre tienen algo
interesante para apreciar. Es un género que me resulta interesante por cómo fue
dando paso al 'slasher' (subgénero del cine de terror). No me interesaba
escribir un policial clásico.
- T: ¿Cómo fue tu experiencia en el taller de Laiseca?
- AB: Lo primero que leí de él fue "Aventuras de un
novelista atonal". Fue una sorpresa total descubrir algo así en la
literatura argentina. Yo estaba interesado en empezar un taller. Ir con Laiseca
fue encontrar la libertad en la escritura. Algo que se corría de la imagen
solemne de la literatura, una cosa lúdica, fuera de serie. Todo lo que escribí
fue gracias a haber ido a lo de Lai, no solo por la influencia de su obra, sino
por lo que transmitía. El grupo que se formó fue fundamental para seguir
escribiendo. Es muy difícil mostrar lo que uno escribe. Lai sabe cómo darte
consejos sin intimidarte. Hay mucha gente que va a talleres y recibe una
devolución demoledora, eso muchas veces dificulta el camino. Lai fue
fundamental para empezar, para adquirir el hábito, para tomarlo con seriedad,
para ser exigente pero tampoco caer en una autocrítica tan extrema que te lleve
a abandonar.
Acá todavía
Reseña de la novela de Romina Paula por Josefina Sartora para Claroscuros
El título de esta novela, aparentemente críptico, es
significativo. Dos adverbios, el de lugar y el de tiempo, podrían aquí ser
intercambiables. Todavía es el subtítulo de la primera parte, que se desarrolla
durante la enfermedad del padre, y remarca el estado de stasis de Andrea, la protagonista,
mientras espera en el hospital alguna evolución dentro del cuadro de gravedad.
Conocemos bien esos tiempos muertos, este estado fuera de la realidad que se vive en los hospitales, esos momentos
en los cuales parece que le tiempo no transcurre, que la vida cotidiana
exterior se ha detenido, o ha quedado entre paréntesis, tan bien transmitidos
aquí. Así navega la muchacha en esos días de la agonía paterna. La segunda
parte, subtitulada Acá, transcurre en Uruguay, donde acude Andrea a arrojar las
cenizas paternas al mar, y en busca del padre de su posible hijo. Nuevamente,
son los tiempos estancados, las decisiones que tardan en llegar, el estado de
indefinición y duda.
La última novela de Romina Paula –a quien le debemos Agosto,
Fauna y otras obras teatrales, y actuaciones actorales tan talentosas como su
literatura- está fuertemente arraigada en una identidad generacional, y hace
pensar en lo autobiográfico. Lo mismo ocurría en Agosto. Todos sus personajes
son los jóvenes porteños de treintaylargos, con sus modos, su jerga, sus
principios y prejuicios. Con madre ausente, las únicas mujeres mayores que
encuentra Andrea –protagonista y narradora en primera persona, a través de cuyo
exclusivo punto de vista accedemos a la historia- son personas sabias,
distantes, algo incomprensibles para un personaje que parece no haber salido
nunca de su micromundo juvenil.
Con una prosa fluida y fresca, con giros expresivos
espontáneos y a veces muy divertidos, con gran manejo del habla joven, Paula
desarrolla el tema de casi toda su obra, que es el de las relaciones personales
y sobre todo, de pareja. Con nombre andrógino, Andrea se siente libre para
entregarse tanto a hombres como a mujeres sin problema de género ni
contradicciones, porque lo suyo siempre es eso: una entrega. Entrega al
otro/otra y a lo establecido, aunque no lo comprenda. Y no es sólo su identidad
sexual la que está en juego. El tono de la narración jamás es taxativo, por el
contrario: son más las preguntas que se formula Andrea sobre los vínculos, que
las certidumbres. “¿Hay una estación más adecuada para morir?” “¿Cómo se hace,
por ejemplo, para soportar eso que llaman amor, el de la pareja?” “Que nada de
vos me dé asco, ¿será suficiente? Y en todo caso, ¿suficiente para qué?” “Un
novio/a ¿no es lo más parecido a un interlocutor constante de la propia vida,
otro que acredita que uno, en efecto, está vivo, y que, por ende, tiene
continuidad?” Tales los cuestionamientos de la protagonista, quien parece
navegar en un entre, que no es sólo temporal. Vuelta hacia el pasado de su
adolescencia, proyectada hacia un futuro (im)probable, Andrea parece no querer
ocupar ese umbral, o acceder al pasaje, paralizada en un momento de inflexión
ante un cambio de vida.
martes, diciembre 06, 2016
Acá todavía en Revista África
Reseña de Acá todavía en Revista África, por Pablo Milani
Acá todavía trata sobre una espera, lo ineludible que pasa
mientras uno espera lo irremediable, la muerte, con cierta agonía e ironía a la
vez. Romina Paula (Buenos Aires, 1979), registra aquí, en su tercera novela
publicada por Entropía, un desenlace, un fin que no quiere llegar a ser pero
también un comienzo, un desprendimiento. La novela está escrita en primera
persona, ella es Andrea, una mujer ambigua hasta en su sexualidad. Recuerdos de
su amor de mujer en la adolescencia y de su padre y su madre junto a sus
hermanos hacen de Acá todavía un recorrido no lineal, con bordes apenas
reconocidos, que tienen que ver con una retrospectiva, pero que siempre
conllevan implícito, una pérdida.
En la escritura
de Romina Paula hay una clara intención de no dejar nada donde está, de una
cierta violencia en ese irreparable hachazo del tiempo, de negación, de ir
hacia atrás en un tiempo retenido con historias que quieren pertenecer a algo o
a alguien. Describe a la familia como algo idílico pero a la vez como registro
de un vacío, de un volver a empezar cuando todo se lo ha llevado el tiempo.
Habla de vaciarse, de luchar contra el tiempo por más que sea una batalla
perdida, de sacarse algunas máscaras y hacerse preguntas que no tendrán
respuesta. Aquí la sexualidad de Andrea juega un papel de complicidad y
confesión frente al padre, de poder comunicárselo con diálogos dentro de un
mundo semántico que fluctúa entre dos fuerzas opuestas, pero que al mismo
tiempo conviven. Por un lado esa reminiscencia de un pasado siempre mejor y por
el otro su presente, ahora frágil y recortado contra su voluntad. Es en ese
ahora donde cada pregunta cambia de respuesta, de forma. Sus planteos dejan de
tener esa inocencia primaria, sin lastimaduras y pasan a ser pensamientos que
ya no pueden sostenerse por sí solos, que necesitan de la ayuda paterna y que a
la vez esa figura como presencia, se irá desintegrando. Buenos Aires convive
con la protagonista como algo estático, un lugar donde se puede caminar sin ser
reconocido, pero también trabaja como artificio. “Esta es una parte de la
ciudad en la que la gente no pasa hambre y para las fiestas se comporta como si
fuera Europa o Estados Unidos: compran comida y regalos, visten para la
ocasión.”
Pero no es todo nostalgia en Acá todavía, el encuentro casual con un
hombre y el posterior desencuentro para luego reencontrase en la casa de la
familia de él, habla de una casi desesperada búsqueda de la protagonista de la
novela, Andrea, que no se resigna, escapándose del dolor hacia adelante. Se
refiere a la década del 90 como “La década colorinche, mal cortada, cínica y
bronceada. Porque una cosa es la tristeza, noble por donde se la mire, y otra
muy distinta la angustia, vinculada en general a cosas que podrían ser de otro
modo y no lo son, por falta de voluntad o algún tipo de tara. Aquello era la
angustia, esto podría ser tristeza, pero con dignidad.”
En Acá todavía surge el traspaso de ser hija a no tener
padre, de cierta tristeza, de no saber cómo se llama eso, a no tener esa voz al
lado de uno, ese amor que se disipa y pasa a ser otra cosa. De recuerdos
eludiendo sombras que no saben que lo son, de silencios sostenidos, de una
mente que viaja sin destino y sin pausa. En las palabras de Romina Paula el
verdadero sostén es siempre el amor, de no dejarlo, de atravesarlo por completo
y arriesgarse en cada paso. Es una constante búsqueda de sentirse completo con
el otro, de descubrirse en esa complicidad, ya sea entre hrmanos, con una
pareja, ya sea hombre o mujer, mientras la imagen del padre se va diluyendo, se
va desmenuzando como alguien que siempre estuvo y un día no lo está más. En las
páginas de Acá todavía se respira cierto aire de independencia y dependencia, y
ese puente se articula como un estado de mutación, se desliza por un camino del
porvenir del que aún no tiene nombre pero que forma parte del inconsciente de
la novela.
lunes, diciembre 05, 2016
Las múltiples vidas de mi vecino
Reseña de Por Rodrigo Fernández sobre El Sr. Ug..., de Humberto Bas, para el diario El Popular de Olavarría
Una novela de Humberto Bas cuya prosa tiene una dinámica
sorprendente.
El se despierta cada madrugada a la misma hora. Son las 3.49
en el reloj que está sobre su mesa de luz y la noche se empieza replegar hacia
la mañana. Pero él no puede recuperar el sueño y su cabeza es un maremágnum de
pensamientos, hechos sin sentido que dan vueltas y vueltas a su alrededor.
Desde su cama hasta los demás ambientes de su casa. De allí a cada departamento
del edificio que habita, sale hacia la calle, luego al barrio y de ahí al
mundo. El universo cabe en un minuto de sus meditaciones. Pero todas sus
elucubraciones parecen tener sentido cuando llega a su mente la figura del Sr.
Urdanpilleta, el hombre que vive en el departamento contiguo al suyo.
"Cada familia es un mundo", asegura el dicho
popular. Y cada hombre es, en sí mismo, todos los hombres del mundo. El Sr.
Urdanpilleta es la promesa del olvido, centrarse en la vida del otro para
olvidar la propia. Imaginar las múltiples vidas del vecino, de héroe a malvado,
de valiente a cobarde, para recuperar el sueño o sobrevivir a una noche más de
insomnio.
El Sr. Urdanpilleta, el hombre que ve a través del vidrio de
la ventana, se levanta, desayuna y se prepara para salir hacia su trabajo.
Mientras él lucha con una costumbre que se le está haciendo obsesiva. El
monólogo comienza a las 3.49 y cada día que pasa sufre un nuevo agregado, un
detalle más en el Gran Relato del vecino que lo puede ubicar o conectar con la
historia del mundo. O disparar las divagaciones sobre su personalidad, su
trabajo o la forma en que espera el colectivo junto a los demás madrugadores.
Con "El Sr. Ug..." -publicado por Editorial
Entropía-, Humberto Bas ha construido una novela apasionante, basada sólo en el
monólogo interno de su narrador. Eso le basta para desarrollar una trama que
por momentos se vuelve delirante, mientras que en otros el ritmo decrece, pero
sin perder el clima. La escritura de Bas se destaca por no apegarse a las
normas. Con esto, lo que quiero decir es que es evidente que el autor no se
deja limitar por los géneros; es imposible ubicar la novela en una estamento en
particular, ya que su literatura está hecha de deseo, proponiéndole al lector
un espacio no para la distracción, sino muy por el contrario para la
implicación. Hay que sumarse al relato y asumir que el insomnio también puede
ser un período para la creación...
jueves, diciembre 01, 2016
Fragmentos de identidad en el camino. La particular crónica de viaje de Cynthia Rimsky en Poste restante
Reseña de Poste restante en Revista Transas. Por Jessica Sessarego
Recientemente la editorial argentina Entropía ha publicado
una edición de la novela Poste Restante (aparecida originalmente en 2001), de
la autora chilena Cyntia Rimsky. Jéssica Sessarego nos invita a efectuar un
recorrido por esta interesante crónica de viaje, la cual a partir de una
construcción formal rica y diversa permite reflexionar al lector sobre los
complejos reordenamientos de vida y cosmovisión que generan las migraciones. La
obra integra ejes que van desde una búsqueda personal por efectos de procedencias
y ascendencias familiares, hasta las dinámicas más cotidianas y aparentemente
triviales que surgen de las vivencias en entornos distintos al lugar de origen.
¿Yo? ¿Ella? ¿Una anónima chilena que se cuela cual personaje
secundario en un pequeño recorte de la trama? Jugar con los pronombres permite
a Cynthia Rimsky elaborar su crónica Poste Restante como una pregunta por la
identidad; o como un largo y complejo tablero en el que las diversas fichas de
la identidad se dispersan, se chocan, se rozan, se besan. Un puñado de letras
alcanza para instalar el tema: ¿es lo mismo Rimsky que Rimski? ¿Son la misma
familia, son las mismas personas?
La crónica se inicia cuando a la protagonista, casualmente
una chilena llama Cynthia Rimsky, le entregan un álbum familiar comprado en un
mercado persa. El mismo lleva la palabra “Rimski” inscripta en el lomo. ¿Serían
antiguos miembros de su familia? ¿Le habrían cambiado el apellido a su abuelo
al pasar por la frontera, como a tantos otros? ¿Habría en algún lado alguien que
pudiera reconocer a los individuos de las fotos como parientes suyos? Este
interrogatorio sin destinatario fijo es la excusa para abrir un largo viaje a
Medio Oriente, los Balcanes, el mundo entero, cuyas paradas implicarán una
nueva entrada en la crónica.
Pero tampoco dichas “entradas” serán las de un diario de
viaje ordinario. Hay fotos, mapas, cartas enviadas a la protagonista por
parientes y amigos, fragmentos fechados y a veces localizados, fragmentos con
títulos cual relatos breves.
Lectores ansiosos buscarán correspondencias entre los
pronombres, los tipos de fragmentos y las variedades de títulos, y sentirán una
vaga frustración al encontrar más de una vez la tercera persona en las entradas
de diario (108, 174) y la primera en los relatos titulados a la manera de
cuentos (96). Las descripciones de las fotos, que una asociara inicialmente a
los repetidos apartados “Álbum de familia”, aparecen también en cualquier otro
fragmento. Entre medio de las cartas de terceros, de pronto hay una carta escrita
por la protagonista. Pero así se sostiene este libro, no como un camino
continuado sino como una sucesión de postes colocados en los bordes, postes
autónomos, únicos, irrepetibles, y que a la vez dejan entrever la ruta que
avanza silenciosa a su lado.
Entre tantas preguntas cabe rescatar una indispensable para
cualquier reseña: ¿Quién es Cynthia Rimsky? Nacida en 1962 en Santiago de
Chile, ésta reconocida escritora hoy reparte sus días entre su país natal y
Buenos Aires, siempre y cuando no esté de viaje. Si bien ya había escrito
algunos relatos cortos, su primer libro publicado fue Poste Restante, en 2001,
el cual marca de algún modo toda su obra posterior, plagada de viajes o más bien de migraciones, de conexiones
entre lugares y personas, de géneros combinados, de anécdotas autónomas. Esta
crónica, o novela al decir de muchas reseñas, o diario, o improvisado
itinerario, tiene origen en un viaje real que Rimsky realiza a contramano del
recorrido hecho por sus abuelos hace medio siglo atrás: de Santiago va a
Londres, de allí a Israel, luego a Egipto, a Chipre, a Rodas, a Turquía, llega
a Ucrania, pasa por la ciudad de Praga, alcanza Polonia, Austria, finalmente
Eslovenia y retorna a Santiago. Hay quienes dicen que el texto es producto de
la planificación del viaje antes que del viaje mismo, cosa que esta reseñadora
no pudo corroborar pero que no deja de ser posible y ser parte de la eterna
ambigüedad de la escritura entre la no ficción y la ficción. Similar cruce se
da en su obra Los perplejos (2009), en que se intercala una biografía novelada
de Maimónides con su propio y errante viaje tras los pasos del biografiado. En
Ramal (2011) el protagonista es un personaje de ficción, pero curiosamente
comparte varias anécdotas personales con la Rimsky personaje de Poste Restante,
como ser la del antepasado dentista que atendía en la calle Maruri y que se
negaba a trasladar su consultorio al barrio alto, en el cual podría haber
cobrado más caro.
Hoy en día la autora se dedica a dar talleres de escritura
en torno a la no ficción y a los viajes, tanto en Chile como en Argentina.
Además de los libros mencionados, publicó La novela de otro (2004), Fui (2016)
y El futuro es un lugar extraño (2016), además del relato “Cielos vacíos”
dentro del volumen Nicaragua al cubo (2014). Ha recibido varios premios, como
ser el primer lugar en los Juegos Literarios Gabriela Mistral, el segundo del
Premio Municipal de Santiago y la beca Fundación Andes.
Editorial Entropía es la primera en publicar Poste Restante
en nuestro país, cosa que hacía falta ya que no es nada fácil conseguir la
versión chilena. El título de la obra alude al servicio que brindan muchas
oficinas postales de recibir la correspondencia para aquellos que no tienen
residencia fija. Este servicio era utilizado por la viajera, que reproduce en
el libro los sobres de las cartas que le envían a “poste restante”. Pero
incluso aquí aparece la vuelta de tuerca que confunde el sentido de cada
apartado: un breve epígrafe debajo de la imagen aclara que la carta fue
devuelta a Chile, es decir, que no llegó a la viajera, al menos no mientras
viajaba. ¿A qué se debe esto? ¿Qué guiño nos hace Rimsky en este comentario? El
lector debe estar atento si no quiere perderse en los múltiples juegos de la
narradora, que pocas o ninguna vez sigue el camino lineal esperado ni mucho
menos da explicaciones.
Los detalles, lo pequeño, lo que nadie observa es la
prioridad en esta crónica. Como en el film Belleza Americana (1999) de Sam
Mendes, el sentido y la magia pueden esconderse en una bolsa plástica girando
en el aire. Literalmente: dentro de la visita a Ucrania se encuentra el
fragmento titulado “Bolsas plásticas”. Allí, una narradora omnisciente explica
que en ese país en los negocios no entregan jamás bolsas plásticas, y que no
solo deben comprarse sino que salen caras y hasta las hay que pueden considerarse
un objeto de lujo (alusivamente denominadas “Armani”, “Versace” y “Boss”). Este
pequeño hecho acaba por tener más significación que el nombre de los pueblos que visita o de las familias que
conoce, puesto que recuerda un acto preciso y repetido de la madre de la
viajera en Chile:
“Antes de partir su madre cogió una bolsa plástica que había
tirado en la cocina y le enseñó a doblarla tal como aprendió de su madre a
aprovechar los restos de comida para hacer un nuevo plato, a no botar los
alimentos porque en otro lugar del mundo pasan hambre, y a reutilizar el pan
añejo. Su madre no recuerda el apellido de su abuelo ni el nombre del pueblo
donde vivió, pero atesora las bolsas plásticas en un país donde sobran”. (170)
Así, los diversos relatos irán configurando una constelación
de relaciones entre la vida cotidiana de culturas diversas, mostrando las
marcas que la migración ha dejado en Chile pero sobre todo construyendo la idea
de que la historia de todo migrante es una fantasía, una acumulación de memorias
inventadas, objetos desconocidos, nombres olvidados, fotos ajenas; y no por eso
menos valiosa, sino todo lo contrario: una historia que vale la pena ser
(re)vivida en carne propia.
Al contrario de las guías turísticas que nos hacen imaginar
el desplazamiento como un cúmulo de felicidades fáciles, continuadas, rápidas,
Rimsky se detiene en lo moroso, en lo difícil, en las repeticiones. Relata su
ir y venir por una misma calle todos los días que permanece en determinado
pueblo, describe el mal estado de las habitaciones en que se aloja, menciona
desprejuiciadamente las estafas y aprovechamientos varios que sufre, transcribe
los diálogos desencontrados con quienes no comparte el idioma, y es en estos
hechos donde se fortalece y se hace tangible la experiencia. Los lectores la
acompañamos lentamente en cada pincelada de su historia familiar extraída a
fuerza de observación y paciencia a los espacios, personas y costumbres más
recónditos, a sabiendas de que el resultado final no será una totalidad clara,
inteligible, tranquilizadora; en cambio será, lo sabemos desde las primeras
palabras, una pintura hermosa.
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