Por Martín Caamaño para Los Inrockuptibles de diciembre.
Foto: Sebastián Arpesella |
Con Acá todavía, Romina Paula continúa construyendo su
camino literario a través de temas universales como la familia, la sexualidad,
la enfermedad y la muerte, pero explotando e incorporando nuevos elementos
narrativos a su estilo personal y único.
Romina Paula confiesa no haber leído El desierto y su
semilla. “Debería hacerlo”, dice. Sin embargo, Acá todavía, su última novela,
podría relacionarse en más de un sentido con la de Jorge Barón Biza. Así como
en aquel libro Mario acompañaba la internación de su madre en una clínica
italiana, en la cual van a reconstruirle la cara corroída por el ácido, en la
primera parte de Acá todavía se repite algo de esa atmósfera hospitalaria pero
los vínculos se invierten: es Andrea, la hija, la que vela por la salud de su
padre –llamado casualmente Mario– que está internado en el Hospital Alemán por
una enfermedad que nunca se nombra pero que bien puede intuirse. En este caso, el
deterioro es invisible, interno, casi no deja rastros en la superficie: “Hago
un seguimiento, un rastreo de mi papá, de la enfermedad en él y sigo sin
entender. Cómo se origina, de dónde surge, cuándo, por qué. Ahora mismo,
mirándolo, ¿dónde está? Sigo viendo a mi padre grande, esbelto, fornido en
definitiva el mismo hombre de siempre”, reflexiona Andrea. Mientras en la
novela de Barón Biza la internación de la madre propulsaba el retorcido
bildungsroman del hijo, en la de Romina Paula ese tiempo de detención y de
espera que propone la cotidianeidad seriada del hospital sirve para activar el
recuerdo de Andrea, que rememora su pasado y se replantea diferentes aspectos
de su vida.
Al igual que en El desierto y su semilla, el argumento de
Acá todavía parte de un hecho real. Hace algunos años el padre de Romina Paula
murió de leucemia en el Hospital Alemán después de pasar varias semanas
internado. La segunda parte del libro entonces se centra en el derrotero de
Andrea luego de la muerte de Mario, lo que también hace que Acá todavía se
inscriba en la extensa serie de novelas sobre la muerte del padre. A través de
un monólogo interior con una fuerte impronta coloquial, no exenta de grandes
destellos de lirismo, y diálogos memorables, que tal vez provengan del costado
de Romina Paula como dramaturga, Acá todavía consigue singularizar y volver tan
intenso como especial un tema ya tratado muchas veces. Luego de cuatro obras de
teatro –Si te sigo, muero; Algo de ruido hace; El tiempo todo entero y Fauna– y
de dos novelas publicadas –¿Vos qué querés de mí? y Agosto–, con Acá todavía
Romina Paula sigue echando luz sobre cuestiones universales como la familia, la
maternidad, la sexualidad, la enfermedad, la muerte o la condición de la mujer
con una sensibilidad fuera de serie. “No sé si puedo aportarle algo más que mi
mirada y la honestidad al intentar comunicar esa mirada”, dice. “Supongo que a
esta altura del partido ya se trata más de cómos que de qués: intento encontrar
una cadencia, un cierto uso de las palabras, un modo de decir”.
ENTREVISTA> ¿Tuviste en cuenta algún libro sobre la
muerte del padre a la hora de escribir Acá todavía?
No tuve en cuenta ningún libro en particular. Había
escuchado acerca del de Mauro Libertella pero lo leí recién cuando terminé de
escribir el mío. De hecho, hay un capítulo de su novela en el que habla acerca
de las novelas que trabajan sobre este tópico. Sí me daban vueltas como padres
fallecidos Fogwill y Viel Temperley. Fogwill murió el mismo año que mi papá,
algunos meses después, y reactivó el duelo y me hizo pensar en cómo debe ser
tener un padre escritor. O artista. Pero escritor. Vera, la hija, escribió un
texto hermoso para la muerte de su padre, que publicó Página/12, y yo estaba
con la novela ya y ese duelo me hizo eco. Mi padre no fue escritor ni nada
parecido, mi padre no hablaba sobre las cosas; me da mucha curiosidad imaginar
cómo es tener un padre que sí. Cuando escribía Si te sigo, muero, mi primera
obra, nos juntamos con una de las hijas de Viel Temperley para que nos hablara
de su padre, que también había sido publicista, como Fogwill. Y ella nos contó
algunas historias de su extravagante padre. Creo que un poco hacia esos dos
padres escritores acerqué a Mario a la hora de escribir: en la novela podía
tener el padre que quisiera.
¿Y cuándo supiste qué ibas a escribir sobre la muerte de tu
papá?
Una vez que pasaron unos meses del desenlace, o incluso
durante la internación, pensaba que iba a necesitar escribir acerca de eso para
hacerlo soportable. Además, es una situación transitada por mucha gente y me
daban ganas de ponerle palabras, de compartirlo. También quise en algún momento
escribir algo así como una novela familiar, al estilo Thomas Mann, con muchos
personajes con desarrollo. Esa primera versión se llamaba Los integrados. Otra
novela que quise escribir era la del romance de la protagonista con una
enfermera no gay. Y otra, la de la reconstrucción de la sexualidad. Resultó ser
un poco de cada una de esas novelas posibles, pero ninguna por completo.
Más allá del disparador, ¿cuánto de vos hay en Acá todavía?
Además de la muerte de tu papá, fuiste madre hace poco, y en la segunda parte
Andrea reflexiona mucho sobre la maternidad: ella dice “nada de bebés, ni
cerca”, y al final está decidida a ser madre, a pesar de las circunstancias…
Mi papá murió de leucemia en el Hospital Alemán. Pero nuestra
cuarentena no se pareció mucho a la de la novela y mi familia no es como la de
Andrea. Empecé a escribir la segunda parte antes de quedar embarazada y seguí
estándolo ya; conviven ambos estados en esa escritura. Para mí algo de lo por
momentos lisérgico y lírico que puede tener la segunda parte puede estar
vinculado a mi estado o percepción o exageración de ese estado. Y la sensación
del presente puro también es algo que asocio a la maternidad y a los primeros
años de un niño: cuando aún no hay lenguaje, no hay especulación, y entonces no
hay más que presente. Eso lo vivo con mi hijo y me parece fascinante.
Tanto en Fauna como en esta novela, es central la cuestión
de la familia. ¿Qué es lo que te interpela del tema?
Todos salimos de algún vientre así que la familia, por
presente o ausente, siempre está, no puede no ser un tema. Por lo menos en el
paradigma psicoanalítico en el que me crie.
En “Todavía”, la primera parte del libro, construís un mundo
muy cerrado y preciso, con una lógica propia, en torno al hospital. ¿Qué te
atrajo de narrar ese ámbito?
Los hospitales son no lugares, son muy alienantes. En los
últimos años, por distintas razones, pasé varias jornadas en hospitales, y su
sistema, su organicidad, no podría ser más alienante. Entonces me gustaba la
idea de una protagonista que aprovecha esa situación fuera del tiempo y se
pliega a la cuarentena de su padre para no tener que tomar decisiones acerca de
su vida. También me divirtió fantasear con el intercambio con los que trabajan
ahí, el otro lado, digamos, que es algo que no suele suceder tanto, aun cuando
uno pase largas temporadas internado. Sobre la base de lo biográfico me
divirtió inventar esta otra historia y sus personajes. Dentro de esa
alienación, Andrea fuga hacia el pasado y hacia un futuro posible, entregándose
a conocer gente nueva en ese contexto atípico.
Si bien toda esa primera parte parece estar sumida en el
presente estático de la espera en el hospital, la narración tiende a la
evocación, al recuerdo. Algo que después, en la segunda parte, cambia: Andrea
se activa, actúa, y no recuerda tanto…
La primera parte quizá tiene aún esa carga de esa novela
familiar que quería contar, y de la reconstrucción de su devenir sexual o
amoroso. Y con una protagonista estática, como vos decís, que recuerda y
reconstruye. Y en la segunda se echa a rodar esta cosa de puro presente donde
los acontecimientos parecen ir sucediéndose y ella avanza sin reflexionar
demasiado. Creo que es un estado de escritura al que me entregué, este segundo,
quizá menos transitado por mí hasta ahora.
¿Y cómo ubicás esté libro con tus otras novelas? ¿Le
encontrás alguna continuidad?
Ahora que salió esta novela me preguntan si las pensé como
trilogía y lo que respondo es que podré saberlo cuando haya escrito la próxima.
Si sigo con la narradora en primera persona será que es el modo que tengo de
escribir. No las pensé como trilogía. La continuidad sin duda la da esa voz y
algo de los distintos momentos de la vida; son sucesivas también en el sentido
de que parecen ir cubriendo distintos momentos de la vida de una mujer.
El relato de Andrea es una suerte de deriva de la
conciencia, y si bien el lenguaje tiene una marca muy coloquial también
aparecen salidas e inflexiones más poéticas. ¿Cómo fuiste armando ese tono?
Tiene esa combinación. El tono coloquial aparece en todo lo
que escribí; el otro, un poco menos. Como te decía, acaso la segunda parte de
la novela tenga un tono un poco distinto de lo que escribí hasta ahora. Diría
más que es algo que se me impuso o que fue apareciendo y tras lo cual me fui.
Dentro del teatro siempre se destaca tu rol como dramaturga.
Por otro lado, Acá todavía ya es tu tercera novela. ¿Qué hace que una idea o
una historia desemboque en una obra o en un libro?
Lo de adónde van a parar las ideas no lo tengo tan en claro.
Me siento a escribir algo con ciertas ideas, y otras aparecen en el durante. Es
raro que si estoy escribiendo una obra de teatro me surja algo que prefiera
trasladar a otro lenguaje. Tengo ambos lenguajes escindidos en mi cabeza. Y sin
embargo, en el teatro, por ejemplo, no escatimo nada en traer a la literatura
en su estado más puro, como cita; pero ese texto literario apareció como
necesario para ese contexto, y no quisiera hacerlo funcionar en la narrativa,
por ejemplo. Tanto el teatro como la narrativa están hechos de palabras y de
cadencias, y en ese punto son una y la misma cosa pero cada material tiene su
propia entidad, y ahí quizá haya ideas recurrentes, pero cada obra pide y
propone su propio universo de ideas.
Por último, acabás de estrenar Cimarrón en el Teatro
Argentino de La Plata. ¿Qué nos podés contar de la obra? ¿Se va a poder ver en
algún teatro de Capital?
Justamente Cimarrón es algo así como una obra sobre ciertas
lecturas. Un día tuvimos un ensayo bueno y les dije a los actores que sentía
que había funcionado porque me había devuelto la sensación de la primera
lectura de esos textos en mi adolescencia. Es una obra muy de ideas también.
Los personajes no son personajes del todo; son entidades, caracteres, que van
encarnando discursos. Es fragmentada, no cuenta una historia sino muchas. La
estrené en La Plata en la sala TACEC, que es el centro de experimentación del
Teatro Argentino de la Plata. Este año lo curó Cynthia Edul y nos invitó a
estrenar ahí con producción de ellos. Es un espacio en el que he visto cosas muy
interesantes, y para mí era un lujo estrenar ahí. La sala misma es muy
especial, es el bajo escenario de la sala principal, con mucha presencia de
hormigón y hierro. Pensé el montaje para ese espacio. Ahora estamos buscando
otro no convencional para hacerla en Buenos Aires el año que viene y es
probable que también hagamos una temporada en una sala del Cervantes, que no es
caja negra sino que tiene una arquitectura rococó. Que vendría a ser justo lo
opuesto al TACEC pero me parece interesante por eso: haremos una versión de la
puesta íntima y rococó.
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