Matías Alinovi visito los estudios de Radio Gráfica y dialogo con La Señal Medios acerca de su última novela “Paris y el Odio”, del valor de la identidad, el discurso político y las meditaciones metafísicas. Por Fernando Infante Lima.
“Paris y el Odio” se nutre de la ilusión de un joven que cree ver en París las respuestas que está buscando. En medio de un alucinado viaje que funde condes y castillos medievales, fiestas privadas en túneles secretos en la vera del Sena y la dramática conversión de un escritor argentino en francés, la ciudad le muestra su peor cara teñida de indiferencia. El impulso inmediato es trazar un plan de venganza que tiene un único objetivo posible: incendiar París.
FIL: La búsqueda de la identidad parece ser un tema recurrente en su obra. En su libro anterior “La Reja”, la introdujo como un asalto, un hecho violento que narcotiza los rasgos que puede definir a una persona. En su nueva novela “París y el Odio” usted vuelve sobre el tema desde una perspectiva diferente. ¿Por qué eligió reafirmar su identidad a partir de la negación de esa misma identidad por parte de otro escritor argentino que vive en París?
MA: El tema de la identidad es un tema complejo, recientemente leí un artículo en el que decía que la identidad es un concepto de derecha y me dejo pensando en porque yo estaba tan preocupado por la identidad. Cuando fui a París, fui como un estudiante promedio, de clase media, que no se hace demasiadas preguntas y piensa que es natural hacer un doctorado en Europa. Esa idea que en un principio parecía natural aparece cuestionando por el mismo medio. Es inevitable pensar ¿Por qué estoy acá? Uno se siente un poco conducido y las respuestas a esas preguntas en la historia siguen su camino. La novela lo que intenta es demostrar que hay distintos modos de construir o entender esa identidad. En ese medio que no sabía nada acerca de mi identidad tuve la necesidad de reafirmarla exageradamente, empujarla al borde de la caricatura. En París conocí a Bianccoti, que es un gran escritor argentino que vivió toda su vida adulta en Francia y él había hecho todo lo contrario, él se había convertido en un escritor francés. A mí esto me llamaba particularmente la atención. Él era el ejemplo perfecto de que es posible construir una nueva identidad. Que la identidad no era una fatalidad como yo la entendía, que podía ser otra cosa que era imposible de alcanzar para mí. Esa larga estadía en París me dio la posibilidad de reafirmar mi identidad y lo digo si queres tontamente, volví más argentino que nunca. Entendí que había algo que hacer, algo que construir, algo que sostener y esta es la condición de posibilidad de cualquier otra cosa. Una reacción en contra a la pedida de identidad a la Bianccioti.
En la novela hay una tercera historia que vuelve sobre el tema, se da en la novela clásica francesa que nunca se pregunta por sí misma. El planteo es a través de un personaje que se llama igual aun cuando representan distintos espacios de tiempo. En las tres historias que se suceden a un mismo tiempo intente reflexionar sobre la construcción, el sostenimiento, la herencia de una identidad y en qué lugar me encontraba parado yo en referencia a esas tres posiciones.
FIL: Usted cita a Descartes en una frase que cuestiona la pasividad de la gente a creer en lo que le dicen, naturalmente teniendo en cuenta quien es su interlocutor. A mi me parece increíble que esa disposición a creer es tan fuerte que nunca pone en duda la veracidad de esa información. Es posible que Descartes lo haya pensado desde un plano literario o filosófico, pero si lo trasladamos al plano social de la Argentina de hoy, cobra una significancia mayor. ¿Usted lo pensó teniendo en cuenta esta perspectiva?
MA: Yo doy clases de filosofía y leemos a Descartes, leemos “Las Meditaciones Metafísicas” que es el texto que inaugura la modernidad filosófica. El texto se pregunta metafóricamente si se conoce algo que sea indudablemente verdadero. En el inicio dice yo soy Descartes, soy una persona que tiene conocimientos, sé que tres más dos es cinco, es decir cosas que son indudablemente verdaderas, pero en realidad entiende que las aceptó como verdaderas y nunca las puso en duda. Se propone entonces, poner en duda aquellas cosas que le resultan indudables y encuentra argumentos para ponerlo todo en duda. La idea de Descartes es que si uno no pone en duda aquello que le resulta verdadero, nunca alcanza la certeza, la verdad, porque lo dice textualmente cuando es muy joven: “la verdad no es un objeto que se pase de mano en mano, sino que se engendra en uno mismo y por uno mismo”. El primer paso para intentar alcanzar la certeza es dudar de aquello que ha recibido. Ese es el comienzo de la filosofía moderna e inicia un camino de trescientos años.
Yo entiendo hacia donde apuntas y recuerdo a mi padre que es alguien políticamente interesante, daba credibilidad a lo que decía el diario. Era todo lo que tenía que decir en términos de certeza. Es un vehículo que daba legitimidad. Me acuerdo de un libro de Flaubert que se llama “Diccionario de Ideas Recibidas”, que son un conjunto de ideas que no se ponen en duda porque se está acostumbrado a ellas. En ese sentido no se puede alcanzar certeza porque no hace el trabajo cartesiano de poner en duda lo que presume indudable. Me parece que felizmente en la Argentina después de un largo proceso empieza a ponerse en duda lo que se recibe.
FIL: Sin embargo me preocupa que hay gente en las redes sociales que replica trolls que son construcciones vacías de contenido, son mensajes que en el mejor de los casos puede portar medias verdades. Creo que hay gente dispuesta a creer en esos armados como si fueran verdades absolutas. Una buena parte de nuestra sociedad le da un alto nivel de aceptación a ese tipo de mensajes.
MA: Creo que en término de lucha política, los discursos deben ser políticos y los discursos políticos no apuntan a la verdad, apuntan a la verosimilitud. La tan cuestionada idea del relato. Un discurso político es un relato, que intenta ser coherente, pero intenta por sobre todo convencer conmoviendo, no razonando. Cuando se dice: “Acá se trata de elegir en liberación y dependencia, nosotros somos la liberación y ellos son la dependencia”, no se está diciendo una verdad fáctica. Se está construyendo un relato verosímil que apunta a conmover para convencer. En la Argentina siempre ha habido una gran lucha política y es por eso que los discursos son de ese orden. Intentan construir verosimilitud, no verdad y eso me parece que está bien. Cuando Alfonsín recitaba el preámbulo de la constitución: “con la democracia se come, se cura y se educa” ¿A vos te parece que decía verdades?
En la radio repiten una canción cada cinco minutos, creo que es de una propaganda, que dice: “no es ilegal contar plata, aunque todo sabemos de que se trata” que apunta al episodio de “la rosadita”. Y yo me preguntaba: ¿Se dé qué carajo se trata? El discurso ahí intenta colonizarte el pensamiento. Ahí aparece el trabajo cartesiano. La idea de repreguntarse sobre lo que parece evidente. Un amigo me dijo: “Michele Obama es un genio”, entonces yo le respondí, para que pueda entrar en esa convicción, señalame el camino mediante el cual yo pueda entrar en esa convicción. No hay ninguno. ¡Eso se ve en obras? ¿Se ve en discursos? ¿En dónde se ve? No se ve, es una mera repetición de la nada. La realidad política se construye en esas repeticiones, sin importar si lo que se dice es verdad y con un sector de la sociedad dispuesto a creer lo que le dicen.
FIL: La contundencia con la que en la novela quiere destruir París, me da la impresión que lo que intenta es destruir el mito que existe en torno a París. El mito que en buena medida construyo la aristocracia argentina que veía a París como un faro y quería reproducirla acá. Ese París de ensueño que vive en las páginas de Cortázar. ¿Es así?
MA: Es absolutamente eso. Deshacerse de ese amor no correspondido y ponerse a trabajar, olvidarse de ese tipo de mitos. Esas ideas interrumpen una construcción concreta que tenemos que hacer, relaciones concretas. La posibilidad de mirar hacia otro lado. Esta es una historia muy larga, empieza en el Facundo. El modelo de civilización de la generación del 37 es Francia. Ahí aparece Jauretche elevando su crítica a ese modelo. Esto les permite decir cosas increíbles: “El problema de la Argentina es la extensión, es demasiado grande”. ¿En qué sentido es demasiado grande? En el sentido que Francia es mucho más chica y es el modelo de la civilización.
FIL: Es por eso que Sarmiento quería vender una buena parte de la Patagonia.
MA: Claro. Es una idea de modelo fijo. Si es demasiado grande hay una política de achicamiento territorial. Hay demasiadas vacas y demasiados gauchos, entonces fomento la inmigración. Son medidas, la de la Argentina liberal de 1880, pensadas en torno a un diagnóstico que tiene que ver con identificar a Francia como el modelo fijo. Creían que la única forma de ser civilizados es ser Francia. Creo que seguimos pensando así y eso obtura las propias posibilidades. A mí me llama la atención el imitador de Sandro. Cuando lo ves, ves solo las diferencias que hay con Sandro. Es como calcarse en negativo, No tiene la pinta, no tiene la voz, no tiene el carisma, no tiene nada de Sandro. Es pura negatividad. Eso ocurre siempre que te posicionas a un modelo fijo. Una cosa es decir, así como él pudo, yo puedo. Así como Sandro pudo cantar y salir con muchas mujeres, yo también quizá podré, pero para eso tengo que potenciar mis propias capacidades. Si no tus capacidades son solo las diferencias del modelo original. Me parece que seguimos pensando así. Hay que olvidarse de los modelos fijos que nos anclan en la negatividad. Estoy harto de escuchar decir, que hay demasiados negros, somos poca gente, que el país es demasiado grande. Basta, eso ya terminó. Este es el país que tenemos. Entonces hay pensar en cuáles son las potencialidades, tenemos que pensar en términos estratégicos que es lo que vamos a desarrollar.
FIL: La construcción negativa es terrible, nadie habla peor de la Argentina que los propios argentinos.
MA: Estoy de acuerdo. Es una pena. Este es un país en que hay un nivel de pensamiento crítico importante. A partir de ahí se puede empezar a construir y nunca se hace.
FIL: Borges dice que, una vez construido el trabajo literario, los escritores tienden a buscar ideas que justifiquen lo que han escrito. Si bien eso es cierto, me parece que en el medio del fervor de la escritura, aun cuando uno parte desde un lugar, hay un vértigo que va desde un punto ciego sin saber hacia dónde lo conduce. Una vez concluido ese impulso, que es claramente visceral, el escritor tiene que releer para ver con claridad que ha escrito. Entonces la idea expresada por Borges parece un tanto forzada, quizá maliciosa.
MA: Borges lo dice muy tendenciosamente. Dice la literatura consiste en encontrar razones para justificar lo que uno hizo antes. Puede ser que haya impulso primero. La discusión está en pensar que lo que uno hizo antes no lo haya hecho entregado. Esa idea habla de una construcción mentirosa. En creer que a posteriori encuentro razones para justificar lo anterior de un modo falaz, artero.
FIL: Es posible que en medio de la escritura se encuentren vías alternativas que no hayan sido tenido en cuenta en un principio y que sean muy funcionales a lo que se quiere expresar.
MA: A mí no me paso con esta novela, pero si me paso con la anterior, que es “La Reja”. Es algo que me sucedió. Había vivido unas situaciones de angustia, me senté a escribir y salió sola. Después la miré y la miré con extrañeza. La leo hoy con extrañeza. Y es verdad, el hecho que las justificaciones sean a posteriori, no implica necesariamente que la construcción previa no haya sido sincera. No implica que uno no haya estado empeñado en esa construcción. Estuvo empeñado y luego entiende. Hay una idea de la epistemología que expresa que na hay una racionalidad instantánea. La racionalidad lleva un determinado tiempo, incluso respecto de aquello que hiciste. Es una idea de la epistemología a propósito de las teorías científicas, uno sabe hacia dónde conducen y no donde van a morir. Es un proceso que se va completando hasta que muere por sí misma.
FIL: El hecho de que su formación haya sido en una disciplina muy precisa como la física, que tiene una estructura de razonamiento muy estricta, se contrapone con la literatura que es muy abierta ¿En qué medida influencio en su trabajo?
MA: Yo estudie esa carrera porque era joven y no sabía qué hacer. Sabía que tenía que estudiar algo y creo que la estudie física porque necesitaba sentirme inteligente. Creo que siempre supe que no me iba a dedicar a eso. En cuanto a la influencia en mi trabajo, no sé en qué medida influye. Estoy contento en haberla estudiado porque disciplina, obliga a pensar, a ordenar, estructurar. La Física es una gran aventura de pensamiento. Hoy siento que cuando me siente a escribir, algo de esa estructura me interpela. Esa quizá sea mi facticidad. No quiero que la escritura sea pura estructura. Me gusta que me de algún sesgo. Se que en un punto, mi última novela en ese sentido es fallida, porque a partir de la formación uno piensa en un súper estructura que es muy difícil de sostener. La Física me dio la posibilidad de pensar ordenadamente.
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