Reseña de la novela de Romina Paula por Josefina Sartora para Claroscuros
El título de esta novela, aparentemente críptico, es
significativo. Dos adverbios, el de lugar y el de tiempo, podrían aquí ser
intercambiables. Todavía es el subtítulo de la primera parte, que se desarrolla
durante la enfermedad del padre, y remarca el estado de stasis de Andrea, la protagonista,
mientras espera en el hospital alguna evolución dentro del cuadro de gravedad.
Conocemos bien esos tiempos muertos, este estado fuera de la realidad que se vive en los hospitales, esos momentos
en los cuales parece que le tiempo no transcurre, que la vida cotidiana
exterior se ha detenido, o ha quedado entre paréntesis, tan bien transmitidos
aquí. Así navega la muchacha en esos días de la agonía paterna. La segunda
parte, subtitulada Acá, transcurre en Uruguay, donde acude Andrea a arrojar las
cenizas paternas al mar, y en busca del padre de su posible hijo. Nuevamente,
son los tiempos estancados, las decisiones que tardan en llegar, el estado de
indefinición y duda.
La última novela de Romina Paula –a quien le debemos Agosto,
Fauna y otras obras teatrales, y actuaciones actorales tan talentosas como su
literatura- está fuertemente arraigada en una identidad generacional, y hace
pensar en lo autobiográfico. Lo mismo ocurría en Agosto. Todos sus personajes
son los jóvenes porteños de treintaylargos, con sus modos, su jerga, sus
principios y prejuicios. Con madre ausente, las únicas mujeres mayores que
encuentra Andrea –protagonista y narradora en primera persona, a través de cuyo
exclusivo punto de vista accedemos a la historia- son personas sabias,
distantes, algo incomprensibles para un personaje que parece no haber salido
nunca de su micromundo juvenil.
Con una prosa fluida y fresca, con giros expresivos
espontáneos y a veces muy divertidos, con gran manejo del habla joven, Paula
desarrolla el tema de casi toda su obra, que es el de las relaciones personales
y sobre todo, de pareja. Con nombre andrógino, Andrea se siente libre para
entregarse tanto a hombres como a mujeres sin problema de género ni
contradicciones, porque lo suyo siempre es eso: una entrega. Entrega al
otro/otra y a lo establecido, aunque no lo comprenda. Y no es sólo su identidad
sexual la que está en juego. El tono de la narración jamás es taxativo, por el
contrario: son más las preguntas que se formula Andrea sobre los vínculos, que
las certidumbres. “¿Hay una estación más adecuada para morir?” “¿Cómo se hace,
por ejemplo, para soportar eso que llaman amor, el de la pareja?” “Que nada de
vos me dé asco, ¿será suficiente? Y en todo caso, ¿suficiente para qué?” “Un
novio/a ¿no es lo más parecido a un interlocutor constante de la propia vida,
otro que acredita que uno, en efecto, está vivo, y que, por ende, tiene
continuidad?” Tales los cuestionamientos de la protagonista, quien parece
navegar en un entre, que no es sólo temporal. Vuelta hacia el pasado de su
adolescencia, proyectada hacia un futuro (im)probable, Andrea parece no querer
ocupar ese umbral, o acceder al pasaje, paralizada en un momento de inflexión
ante un cambio de vida.
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