Del caminar sobre hielo de Werner Herzog en El Observador deUruguay
Dice un viejo proverbio inglés que todo viaje de mil millas
siempre empieza con un paso. Caminar, pensar, escribir. Tres verbos en modo
infinitivo que han sabido poblar esta columna a lo largo de los años. De alguna
forma secreta y semántica, los tres verbos son primos hermanos. Cuando un libro
los reúne se produce una rara fiesta para los sentidos, empezando por la vista,
por la lectura.
Esa reunión se produce en Del caminar sobre hielo, un
librito que acaba de publicar la editorial argentina Entropía y que conseguí en
una escapada a Buenos Aires. Digo librito en el sentido cariñoso y físico del
término, porque el volumen cuenta con 106 páginas en formato reducido. Este
pequeño gran objeto es un diario de viaje.
Expliquemos. El autor del libro es el cineasta alemán Werner
Herzog, quien se hizo famoso en el séptimo arte por haber dirigido Aguirre, la
ira de Dios, El enigma de Caspar Hauser, Fizcarraldo y Cobra Verde, entre
muchas otras obras maestras, de la ficción y del documental. En el invierno de
1974, Herzog (que todavía no era lo famoso que fue después, pero ya poseía ese
espíritu de la acción poética y de las aventuras quijotescas en su alma), se
enteró de que la crítica alemana Lotte Eisner, estaba internada en un hospital
de París, con la vida pendiendo de un hilo.
Eisner había sido la mano derecha de Henri Langlois, el
célebre crítico de cine francés, creador de la Cinemateca Francesa, que sirvió
como ejemplo de tantas otras réplicas en el mundo. Pero para Herzog, Eisner era
una admirada maestra y una mentora en el cine, una mujer que le había enseñado
un criterio, una sensibilidad, que lo había introducido en la historia del cine
de su país, y que entonces fungía para Herzog casi como hada madrina. Cuando
Herzog había acudido a ella lleno de dudas sobre su vocación y sus ganas de dejar
el cine, la señora Eisner le contestó: "No lo hagas. La historia del cine
no se lo podría permitir".
Ante la noticia de la enfermedad de la mujer, Herzog
reaccionó con su genial determinación irracional: se convenció de que la forma
en que Eisner se recuperaría sería si él emprendía un viaje a pie hasta su
sanatorio en la capital francesa.
Con ese convencimiento, el cineasta partió desde Múnich el
sábado 23 de noviembre de 1974 con rumbo a París. Con 32 años y un hijo, Herzog
decidió acometer solo esta empresa, que vista en retrospectiva agregaría
sentido a otros hechos de su biografía como artista. No tenía idea del camino
más cercano ni de los atajos que debía tomar. Tampoco sabía dónde dormiría y de
qué forma subsistiría, porque para el caminante la imprevisión y la apertura a
la aventura es un tesoro. Sí tenía unas buenas botas y la brújula en las
suelas. Con este espíritu digno de un peregrino a Santiago, Herzog salió de su
casa con el objetivo entre ceja y ceja de salvarle la vida a una septuagenaria
amiga.
El resultado del libro es delicioso. Herzog anota en orden
cronológico las sucesivas etapas de su odisea de casi 900 kilómetros y narra
con lujo de detalles las situaciones que vive, desde apuntes del natural, como
paisajes y climas (es pleno invierno) a los personajes que conoce, las familias
que lo acogen o las casas vacías a las que entra para refugiarse. Así, de día
en día, el caminante quema cada una de sus etapas, en un recorrido que es tan
interior como geográfico a través de Alemania y Francia.
El sábado 14 de diciembre, Herzog por fin encuentra a
Eisner, quien ya estaba en su casa, en proceso de recuperación. El narrador,
con las piernas reventadas, siente vergüenza de decirle que viene caminando
desde Múnich. La proeza había llegado a su fin. Parafraseando a otra gran mujer
del cine alemán, el viaje a pie hasta París para Herzog fue el triunfo de su
voluntad. Y la edición por parte de Entropía representa la posibilidad de que
los lectores vivamos en esas páginas el triunfo de un artista.
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