Reseña de Las esferas invisibles en la revista Otra Parte.
Por Pablo Potenza.
El origen de cualquier relato es diverso y múltiple, pero en
el caso de Diego Muzzio se trata del evidente interés en un tema: la muerte. Ya
los doce cuentos de su libro de 2007, Mockba, buscaban agotar todos los abordajes
posibles. ¿Cómo seguir, entonces, una vez que parece haberse encontrado el
límite? En Las esferas invisibles, el cuento se extiende en nouvelle, el pulso
realista admite la sutileza gótica y la motivación temática es obligada por el
escenario: la epidemia de fiebre amarilla desatada sobre la Buenos Aires de
1871 fuerza a codearse con muertos, espíritus y moribundos. La peste convoca
fantasmas de la época y Melville, Conrad, Pushkin, Kipling y Collins son
revisitados.
Muzzio parece encontrar en la literatura argentina del siglo
XIX un vacío que no habrían logrado colmar ni las episódicas excursiones de
Mansilla, ni los versos de Martín Fierro, ni la enriquecedora hibridez del
Facundo; ese hueco narrativo se llena con las tres nouvelles que componen el
libro. “El intercesor” cita en su epígrafe a El corazón de las tinieblas y da
lugar al relato enmarcado del viajero que ahonda la oscuridad del continente y
del hombre mismo, sólo que aquí hay ciertos desplazamientos: el marco no está
dado por marinos mercantes en Londres sino por un cura hundido en la epidemia
que escucha la confesión de un moribundo ciego; los barcos de vapor que
atraviesan la selva por los ríos del Congo son reemplazados por caballos que
abren y cierran “brechas” de niebla en la “pampa” amenazante; no se accede a la
frontera por un afán aventurero sino por efecto del destierro; la extracción de
marfil se troca en disponibilidad de un salitral; los “bárbaros” africanos que
atacaban y eran controlados por la “civilización” son la amenaza añorada en el
fuerte “Desolación” porque nunca aparecen; la “voz” que cautiva no es la de
Kurtz sino la del negro Tumbo, mientras el “horror” —lo intolerable— se hace
sobrenatural y se traduce en puro “terror”. La muerte y el atisbo de sus mundos
desdibujan la frontera hasta presentarla como el espacio donde los límites se
pierden y entran en tensión culturas, autoridades, comercio, monogamia, sexo,
Estado, religión y realidad.
Las otras dos nouvelles —“El ataúd de ébano” y “La ruta de
la mangosta”— se ocupan de los que están siempre al costado y hurgan, lucran,
sobreviven y progresan entre los restos de una sociedad. En la primera, dos
desertores de la Guerra del Paraguay realizan un camino de redención: de
ladrones de ataúdes se convierten en arrepentidos que renuncian al dinero antes
mal habido. En la segunda, la angustia ante la muerte inminente libera las
memorias de un narrador: su trayecto de aprendiz a experto es el de quien
—afectado por la peste— posterga su muerte gracias al hálito de vida que un viejo
formato fotográfico puede capturar en los cuerpos recién muertos y lo obliga a
seguir por años la ruta de guerras y epidemias. La eternidad posible,
paradójicamente surgida de la muerte, se transforma en una condena diaria.
La mirada de Diego Muzzio sobre un tema universal como es la
muerte viene a completar aquel vacío narrativo de la literatura argentina del
siglo XIX signado en la epidemia de fiebre amarilla. No hay fragmentariedad ni
dispersión aquí, sino una contundente voluntad de narrar.
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