Las esferas invisibles revive el género de terror en tres
logradas nouvelles que transcurren en tiempos de la fiebre amarilla.
Por Martín Lojo para ADN Cultura, La Nación
El hábito de sólo crecer a causa de tragedias quizá defina
el destino de frontera inhóspita que tiene Buenos Aires desde siempre, pese a
su modernidad. Una de esas primeras tomas de conciencia de la necesidad de
abandonar la indolencia y abrir al menos una ventana a la ciencia y la
planificación política fue la epidemia de fiebre amarilla de 1871. El terror
que trajeron los soldados que habían vuelto del infame triunfo del Paraguay
causó catorce mil muertes en una ciudad incapacitada para defenderse, y la
obligó a cambiar para siempre. En ese marco, ya terrible, el narrador y poeta
Diego Muzzio (Buenos Aires, 1969) decide situar las tres nouvelles de terror de
Las esferas invisibles, en las que lo inexplicable, más que la reacción de los
secretos del espíritu ante las luces de la razón, son los demonios que acechan
todavía en los cimientos pantanosos de la aldea del Plata, renuentes a
marcharse.
En un sutil trayecto entre el campo, la ciudad y el mundo o
el cuento, la imagen y la novela, los relatos de Muzzio narran historias en las
que producir terror es realmente el núcleo central de la escritura, textos
ajustados al género sin desperdicios. "El Intercesor" es un cuento de
fortines. En los días de la fiebre amarilla un cura confiesa a un anciano
inmune a la epidemia. La historia se remonta a tiempos de Rosas, cuando
estudiaba medicina y cumplía funciones como capitán de caballería. Escarmentado
por la impiedad política de Rosas, el joven positivista fue enviado a un
desolado fortín de la provincia. Allí lo esperaba un grupo de marginales:
cuatreros, criminales, opas y un amenazante "moreno" que practica la
magia y salmodia premoniciones. La desconfianza en el negro seriá la condena
del capitán, perdido una y otra vez en los difusos límites de la barbarie que
rige el desierto. El terror aparece en la forma de un demonio descripto a la
manera borrosa de Lovecraft, para estimular los peores rincones de la
imaginación, y hasta cita el "palíndromo del diablo": In girum imus
nocte et consumimur igni ("Deambulamos en las tinieblas, consumidos por el
fuego").
El segundo relato, "El ataúd de ébano", es una
nouvelle propiamente dicha por la persistencia de su misterio, y recuerda las
historias de fantasmas de Henry James. Dos matreros sacan partido de los
infortunios de la epidemia y se dedican a profanar tumbas para robar los
ataúdes que luego, aprovechando la alta demanda, revenden. En sus correrías son
requeridos por una niña francesa, asombrosamente madura, para ayudarla a darles
sepultura a su padre y su hermana muertos, una tarea que será la condena y a la
vez la redención de los vándalos.
En "La ruta de la mangosta" ya se notan trazos de
digresión novelesca. Muzzio echa mano del terror asociado al surgimiento de
nuevas tecnologías, que en la literatura local lo ponen en diálogo directo con
los cuentos de cinematógrafos vampíricos escritos por Horacio Quiroga. Un
aprendiz de relojero comienza a trabajar a las órdenes de Thomas Sheridan,
fotógrafo que se dedica a tomar la última imagen de los difuntos para recuerdo
de la familia. Su anuncio ofrece: "Fije la sombra antes de que la
sustancia se desvanezca", una frase que anticipa el maleficio por venir,
en el que se cruzan la ciencia, el opio, la magia china, una Lilith oculta y
terrible y un contrato con la muerte que lleva el relato hasta los comienzos
del siglo XX.
Los epígrafes -de Melville, Conrad, Pushkin, Kipling,
Willkie Collins- subrayan la elección estilística de Muzzio. Los relatos de Las
esferas invisibles son del todo clásicos en su construcción y resultado. La
paciente elaboración de los escenarios, las descripciones precisas, el cuidado
equilibrio entre lo narrado y lo secreto, el vaivén entre la narración realista
y la impresión subjetiva y distorsionada de los personajes: cada elemento está
calculado para lograr la atmósfera perfecta y lograr el efecto justo. En esa
actualización de una prosa tradicional y de reglas de género fatigadas, Muzzio
logra, sin embargo, el ritmo necesario para atrapar al lector actual y generar
espanto.
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