viernes, junio 12, 2015

Gótico pampeano

Las esferas invisibles revive el género de terror en tres logradas nouvelles que transcurren en tiempos de la fiebre amarilla. 

Por Martín Lojo para ADN Cultura, La Nación 



El hábito de sólo crecer a causa de tragedias quizá defina el destino de frontera inhóspita que tiene Buenos Aires desde siempre, pese a su modernidad. Una de esas primeras tomas de conciencia de la necesidad de abandonar la indolencia y abrir al menos una ventana a la ciencia y la planificación política fue la epidemia de fiebre amarilla de 1871. El terror que trajeron los soldados que habían vuelto del infame triunfo del Paraguay causó catorce mil muertes en una ciudad incapacitada para defenderse, y la obligó a cambiar para siempre. En ese marco, ya terrible, el narrador y poeta Diego Muzzio (Buenos Aires, 1969) decide situar las tres nouvelles de terror de Las esferas invisibles, en las que lo inexplicable, más que la reacción de los secretos del espíritu ante las luces de la razón, son los demonios que acechan todavía en los cimientos pantanosos de la aldea del Plata, renuentes a marcharse.

En un sutil trayecto entre el campo, la ciudad y el mundo o el cuento, la imagen y la novela, los relatos de Muzzio narran historias en las que producir terror es realmente el núcleo central de la escritura, textos ajustados al género sin desperdicios. "El Intercesor" es un cuento de fortines. En los días de la fiebre amarilla un cura confiesa a un anciano inmune a la epidemia. La historia se remonta a tiempos de Rosas, cuando estudiaba medicina y cumplía funciones como capitán de caballería. Escarmentado por la impiedad política de Rosas, el joven positivista fue enviado a un desolado fortín de la provincia. Allí lo esperaba un grupo de marginales: cuatreros, criminales, opas y un amenazante "moreno" que practica la magia y salmodia premoniciones. La desconfianza en el negro seriá la condena del capitán, perdido una y otra vez en los difusos límites de la barbarie que rige el desierto. El terror aparece en la forma de un demonio descripto a la manera borrosa de Lovecraft, para estimular los peores rincones de la imaginación, y hasta cita el "palíndromo del diablo": In girum imus nocte et consumimur igni ("Deambulamos en las tinieblas, consumidos por el fuego").

El segundo relato, "El ataúd de ébano", es una nouvelle propiamente dicha por la persistencia de su misterio, y recuerda las historias de fantasmas de Henry James. Dos matreros sacan partido de los infortunios de la epidemia y se dedican a profanar tumbas para robar los ataúdes que luego, aprovechando la alta demanda, revenden. En sus correrías son requeridos por una niña francesa, asombrosamente madura, para ayudarla a darles sepultura a su padre y su hermana muertos, una tarea que será la condena y a la vez la redención de los vándalos.

En "La ruta de la mangosta" ya se notan trazos de digresión novelesca. Muzzio echa mano del terror asociado al surgimiento de nuevas tecnologías, que en la literatura local lo ponen en diálogo directo con los cuentos de cinematógrafos vampíricos escritos por Horacio Quiroga. Un aprendiz de relojero comienza a trabajar a las órdenes de Thomas Sheridan, fotógrafo que se dedica a tomar la última imagen de los difuntos para recuerdo de la familia. Su anuncio ofrece: "Fije la sombra antes de que la sustancia se desvanezca", una frase que anticipa el maleficio por venir, en el que se cruzan la ciencia, el opio, la magia china, una Lilith oculta y terrible y un contrato con la muerte que lleva el relato hasta los comienzos del siglo XX.

Los epígrafes -de Melville, Conrad, Pushkin, Kipling, Willkie Collins- subrayan la elección estilística de Muzzio. Los relatos de Las esferas invisibles son del todo clásicos en su construcción y resultado. La paciente elaboración de los escenarios, las descripciones precisas, el cuidado equilibrio entre lo narrado y lo secreto, el vaivén entre la narración realista y la impresión subjetiva y distorsionada de los personajes: cada elemento está calculado para lograr la atmósfera perfecta y lograr el efecto justo. En esa actualización de una prosa tradicional y de reglas de género fatigadas, Muzzio logra, sin embargo, el ritmo necesario para atrapar al lector actual y generar espanto.

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