miércoles, diciembre 30, 2015

La identidad está formada por relatos

Entrevista a Damián González Bertolino por Ivana Romero para Tiempo Argentino.

 
 

Con El increíble Springer, el joven escritor uruguayo Damián González Bertolino ganó el premio literario más importante de su país, Narradores de la Banda Oriental. Acaba de editarse en la Argentina a través de Entropía.

Los Springer, oriundos de Francia, llegaron a Punta del Este a mediados de los cincuenta. Gastón, el hijo menor de la familia, tenía 12 años. Era retraído y pasaba gran parte del día dentro de su casa, quizás porque los médicos insistían con la fragilidad de su salud. Así que lo primero que se le escuchó decir en mucho tiempo fue "tortuga" cuando el bicho salió de su cueva en el jardín. Springer padre explicó a las visitas que se trataba de una tortuga terrestre que había sido de su propio padre. "Va a ser gigante… y cuando yo me muera ella va a estar viva", afirmó como si estuviese transmitiendo un legado. Quien evoca esto, escribe: "Lo decía y continuaba riéndose. Hasta logró hacer que mi padre se sonriera un poco también. Esas eran cosas de gente grande. Yo me quedé solamente pensando en la palabra gigante. No sé si la había oído antes (….) Todos tenemos un momento en la vida en el que escuchamos una palabra por primera vez, y esa palabra tiene siempre, del otro lado, una historia. Y por lo general esa historia transcurre en la infancia." Con esa escena iniciática empieza la amistad entre los dos chicos, uno hijo de pescadores, el otro hijo de una familia adinerada. De lo que se trata luego es de encontrar aquellas palabras que puedan contar, sin clausurarlo, el misterio por el cual Gastón se va una temporada y vuelve a su casa del mar convertido en otro. Esa es la búsqueda que hace Damián González Bertolino a través de El increíble Springer. Se trata de la primera novela del autor uruguayo que se edita en nuestro país a través de Entropía y que sin dudas es uno de los libros más hermosos del año que se va. Por este trabajo, él obtuvo en 2009 el Premio Nacional de Narrativa "Narradores de la Banda Oriental", el más importante de su país. González Bertolino –nacido en 1980 en Punta del Este- es un muchacho ecléctico: investigó la ciencia ficción con Los alienados (2009), el policial con Los trabajos del amor (2006) y el registro autobiográfico con A quién le cantan las sirenas (2013). En el mismo sentido va su último libro, aún inédito, llamado El origen de las palabras. Es que finalmente, reconoce de paso por Buenos Aires, los escritores pueden ir de un género a otro pero en el fondo no hacen otra cosa más que construir su propia memoria. Y esa memoria, claro, no se interesa tanto en cómo fueron las cosas sino en cómo pudieron haber sido.

-Me decías antes que resolviste la escritura de El increíble Springer en pocos meses.

-Sí, lo escribí durante un verano. Pero como dice Hemingway, la escritura había empezado diez años antes, en mi cabeza, buscando la forma adecuada de contarla. Springer parte de un hecho real vinculado a la infancia de mi padre, a un niño que él conoció en la escuela, que tuvo un problema hormonal y empezó a crecer en exceso. El gran escollo era que se transformara en una historia meramente pintoresca o graciosa o curiosa. Supongo que eso se acomodó cuando me di cuenta de que yo tenía que hablar de ese niño pero, sobre todo, de mi padre. Hay cosas de su infancia y su adolescencia que han permanecido en cierta zona de misterio. Así que sentí que escribiendo y apelando a la imaginación, podía reconstruir toda una parte de la historia que nunca me contó ni creo que me vaya a contar. A la vez, imaginar cómo ese niño interactuaba con un padre severo y con su amigo que se hace gigante… todo eso me llevaba también al niño que yo fui. Porque en definitiva esa zona, dicha o no dicha, forma parte de mi identidad.

-En la historia hay una imagen de Punta del Este no sólo lejana en el tiempo sino también opuesta a esa imagen turística y snob que suele tener. Algunos tramos transcurren en el barrio Kennedy, donde te criaste y dónde aún vivís. ¿Cómo es ese lugar?

-Es un barrio popular. Creció como proyecto para alojar familias obreras que con su trabajo contribuyeran a la expansión de Punta del Este. Por las crisis sociales, muchas personas de otros lugares del interior de Uruguay también se movieron ahí y actualmente viven unas 2000 personas. Ahora es más bien un asentamiento precario, pero antes era un clásico barrio rioplatense, un lugar donde la gente tenía poco pero aún así estaba ávida por agarrar la vida del cuello. Algo de ese espíritu está en una biblioteca comunitaria que abrí para mis vecinos llamada "Kennedy Cultura Feliz". Enfrente del barrio sigue habiendo un enorme club de golf que también aparece en Springer. Yo trabajé en ese club desde los doce años hasta que me fui a estudiar el profesorado de Literatura. El contraste entre la riqueza y la pobreza te sirve para tener una visión más matizada de ambos asuntos. O sea que ahí, en el club de golf, se despliega parte de mi educación sentimental.

-¿Qué trabajo hacías?

-Primero, a los diez años, juntaba pelotitas que se habían perdido y luego se las vendía a los jugadores. A mi madre no le gustaba porque tenía miedo de que me mordiera una víbora o algo semejante. Así que luego me dediqué a cuidar coches en el verano, cuando no iba a la escuela. Sería un trapito, como dicen acá. Los partidos de golf son muy largos, así que tenía tiempo para leer. Y además ganaba dinero como para comprar libros y cosas para mí el resto del año.

-¿De dónde viene tu pasión por la literatura?

-No lo tengo muy claro. Soy el mayor de tres hermanos y así como a mí se me dio por la literatura, a mi hermano de 28, el menor, se le dio por la música y actualmente toca la viola en una orquesta sinfónica de Roma, donde vive. Con esto quiero decir que las cosas no siempre tienen un origen evidente. Cuando murió mi abuelo materno, mi madre trajo una bolsa con libros que él había dejado. Había de todo, desde autores uruguayos como Juan José Morosoli o José Monegal hasta cosas como Platero y yo o los libros de Edmondo de Amicis o Julio Verne. A mí me dieron mucha curiosidad. Además soy asmático y cuando era chico tenía crisis fuertes, así que la lectura nació también de quedarme en casa cuando me enfermaba. De manera paralela empecé a escribir. Mis primeros personajes se iban de cacería al África, estaban imbuidos también por la imaginería de la tele de los ochenta, desde V Invasión Extraterrestre hasta los océanos de Jacques Costeau. A mi madre le parecía muy bien que yo fuera escritor y a los 19 me regaló una máquina de escribir donde redacté mi primer libro de cuentos. Eran horribles y creo que los tiré.

-En El increíble Springer conviven zonas de relato vertiginoso y otras donde el texto pareciera detenerse al borde de un abismo. ¿Creés que ese es un efecto emparentado con lo fantástico?

-Mmmm, no lo sé. ¿Por qué lo decís?

-Porque me interesa hablar de la posible dimensión fantástica de tu escritura. El jurado del Premio Nacional de Narrativa resaltó como una cualidad del texto la irrupción de lo extraño en lo cotidiano. Y Elvio Gandolfo escribió un artículo donde ve en tu trabajo una similitud con la obra de Mario Levrero. "Los dos articulan una bisagra entre el realismo y lo extraño que los convierte en representantes de peso de la literatura fantástica moderna", dice.

-Elvio se ha encargado de difundir mucho mi trabajo. Me siento muy afortunado y agradecido. Y sí, se me coloca en la zona de lo fantástico a veces. La verdad es que yo no quise hacer de Springer un personaje fantástico. En la literatura fantástica los personajes no tienen preeminencia. Por el contrario, son esbozos para postular cierto estado que investiga el texto. Y a mí los personajes me importan mucho. Justamente por eso me gusta Morosoli. Y si en algún momento no hay más nada para decir sobre ellos, no lo digo. Es verdad que eso puede ser extraño o inquietante. Hay quien me ha escrito algún mail preguntándome cómo termina la historia "realmente". Todas las vidas tienen agujeros negros, están compuestas por zonas de indeterminación. En la medida en que tenemos conocimiento de ciertos relatos que constituyen la vida de nuestros padres, tenemos otra observación de lo que es nuestra propia identidad, de qué sueños, de qué dudas está compuesta. La identidad está formada por relatos. También por eso escribí Springer. Pero en cualquier caso son agujeros que no se pueden completar. En la vida no se puede completar todo.

martes, diciembre 22, 2015

Viajeros en América

Sobre Mi descubrimiento de América, de Vladimir Maiakovski.
Por Germán Lerzo para Revista Invisibles



A fines del siglo XIX y principios del XX, viajar a Estados Unidos era una suerte de ritual iniciático para los escritores de la época. Vladimir Maiakovski, el poeta de la revolución bolchevique, visitó aquel país en 1925 y lo plasmó en sus crónicas, donde combina la observación atenta, una gran capacidad de síntesis y una dosis constante de humor ante las costumbres sociales y los excesos del capitalismo americano. Entre la mirada del turista y la del espía encubierto, Mi descubrimiento de América es un gran ejemplo de la crónica como género.
 (…)
Muchos años después de estas impresiones sarmientinas, el poeta Vladimir Maiakovski,  el mayor referente literario del futurismo y acaso también de la Revolución Rusa, como lo fue Sarmiento de la campaña antirosista, descubre Estados Unidos hacia 1925 y el efecto que le produce no es muy distinto al que provocó en el sanjuanino pero admite algunas variantes. Ante la primera impresión de Nueva York, el espectáculo lo sobrecoge: “abrí los ojos como platos” dice. Y al recorrer las diferentes ciudades de aquel país, el cronista ruso no disimula el asombro ante los avances técnicos aplicados a los medios de transporte con trenes que ya circulan por el aire; la celeridad con que se construyen enormes torres de edificios en la ciudad; el ritmo meticuloso con que los trabajadores motorizan la actividad cosmopolita todas las mañanas; la organización del tránsito vehicular en un país “donde hay más autos que personas” y el avistamiento del primer semáforo. El derroche de luz eléctrica en una ciudad que está siempre excesivamente iluminada como síntoma de progreso y abundancia de recursos hacen que Maiakovski experimente una sensación de admiración y rechazo en torno a este país que muestra todas sus condiciones para ser, ya en 1925, una gran potencia mundial digna de análisis y estudio así como un enemigo futuro a temer o respetar. Justamente la velocidad con que la fisonomía de Nueva York va mutando con el paso del tiempo, debido al auge de la construcción y los avances técnicos, bien podría sintetizarse en un fragmento, no exento de ironía, de Mi descubrimiento de América (Entropía, 2015) sobre lo que dijeron y acaso dirán los sucesivos cronistas ante el crecimiento constante de la metrópolis.
 
La nota completa, acá.

Cuadernos encontrados

Reseña en el diario El País a propósito de la edición española de Últimas noticias de la escritura, de Sergio Chejfec.
Por Antonio Muñoz Molina.

 

El hallazgo de una libreta o de un cuaderno adecuado puede ser tan providencial para un escritor como el encuentro con una persona o con un lugar que le inspire el origen de una historia, con un libro que va a marcar un cambio de dirección en sus lecturas y hasta en su vida. Los cuadernos mejores, como las historias, se encuentran a veces en el curso de un viaje, en el escaparate de una papelería de una ciudad desconocida y prometedora. Quizá los viajes son más propicios a esos hallazgos porque la suspensión de los hábitos sedentarios le despierta a uno la atención, lo vuelve más alerta a las posibilidades de lo insospechado. Y el mérito de un cuaderno no depende de su calidad objetiva, de la encuadernación o la cubierta de cuero o la lisura del papel. El cuaderno aparece y se impone a la mirada y a las manos. En los mejores casos no será el recipiente donde verter algo que ya existe, sino el catalizador que hará que nazca en la imaginación y cobre forma una historia o un tono de escritura que de otro modo no se habría revelado a la conciencia.
Un cuaderno de tapas de corcho y hojas cuadriculadas débilmente en azul que encontré ahora hace 25 años en un viaje a Madrid favoreció que cuajara una novela ya en marcha pero todavía disgregada en una confusión de imágenes sin conexiones bien trabadas entre sí. El día antes de un viaje a Nueva York compré por casualidad un cuaderno de anchas hojas blancas y tapas de tela azul en una tienda de papelería sueca que ya no existe en Madrid: sin la tentación y el reclamo de esas hojas en blanco, yo no habría sentido la urgencia de contar todo lo que veía y todo lo que se me pasaba por la imaginación. El paso de los días era simultáneo al de las hojas del cuaderno. Según se aproximaba el final de aquel viaje, yo tenía la urgencia de visitar todos los lugares que todavía me faltaban y de llenar de escritura las hojas del cuaderno que aún estaban en blanco. Lo llevaba conmigo en una mochila y me sentaba en cualquier parte a escribir en él. La materialidad del cuaderno y los apuntes a mano daban a la escritura la misma cualidad estimulante de experiencia física que el vigor de las caminatas a pie por la ciudad.
En el origen de Últimas noticias de la escritura, de Sergio Chejfec, hay un descubrimiento así. Aunque el libro es un ensayo, la escena tiene la tonalidad de una de las novelas del propio Chejfec, en las que con frecuencia hay paseantes solitarios en parajes no exóticos pero tampoco del todo familiares para ellos. En uno de esos lugares improbables, donde uno siempre se pregunta con algo de estupor cómo ha llegado allí, Sergio Chejfec encuentra el cuaderno que lo va a acompañar durante muchos años de su vida: “Un objeto que adopté inmediatamente, apenas verlo medio olvidado en la vidriera de una tienda muy poco glamurosa, en un barrio alejado de una ciudad que apenas conocía y hasta donde había caminado sin nada mejor que hacer”. El cuaderno, barato, de fabricación china, tiene un volumen considerable, 300 páginas con rayas horizontales. Más que de registro de escritura sostenida, le ha ido sirviendo a Chejfec, a lo largo de los años, como un talismán, una libreta de mensajes cifrados y dirigidos a sí mismo, anotaciones breves y recordatorios; y sobre todo, la libreta habrá sido para él la prueba material de una continuidad, el asidero sólido de un oficio en el que casi todo es frágil, inseguro, tan volátil como esas ideas luminosas que prometen algo y luego se revelan superfluas, o se borran simplemente de la memoria, y en el que además ahora desaparecen a toda velocidad hasta sus precarios soportes físicos.

Justo ahora, en el vértigo acelerado de lo digital, cuando escribimos palabras fantasmales sin tinta sobre rectángulos en blanco que simulan la hoja de papel sobre una pantalla, cuando basta un golpe accidental de una tecla para que se borre lo que tardó tanto en ser escrito, Sergio Chejfec, sentado frente a su portátil, con su viejo cuaderno al lado, reflexiona sobre el lado material de la escritura y de la lectura, con la perspectiva paradójica de quien parece recordar un mundo que se extinguió hace ya mucho tiempo, pero que en realidad duró hasta bien entrada nuestra edad adulta.

Aprendimos a escribir inclinándonos premiosamente sobre cuadernos de caligrafía dotados de rayas paralelas. Escribimos luego con ruidosas máquinas mecánicas, y más tarde, con aquellos mastodontes eléctricos en los que se de­sataba un tableteo de ametralladora en cuanto apretábamos una tecla con más fuerza de la debida. Arqueólogo de un tiempo sepultado y cercano, Sergio Chej­fec se acuerda también del reinado brevísimo, aunque muy excitante para algunos de nosotros, de aquellas máquinas electrónicas de diseño mucho más ligero que nos permitían ver la escritura deslizándose por una pantalla lineal encima del teclado unos segundos antes de que las palabras se imprimieran.

La instanteidad silenciosa, la lisura sin tacto de lo digital seguramente acentúan en el escritor el remordimiento de no estar trabajando con las manos, la envidia que cuenta Chejfec que siente, y en la que me reconozco tanto, cuando visita el estudio de un artista, con su atmósfera de almacén y chamarilería, de taller en el que se pintan, se cortan y tallan y manipulan cosas. Escribir tendría que parecerse más a una de esas tareas. Sin duda se pareció en otro tiempo.

Cuando era muy joven, para leer más intensamente a Franz Kafka y empaparse mejor de su espíritu y de su estilo, Sergio Chejfec copiaba a mano las historias suyas que más le gustaban. El artista Tim Youd copia textos enteros de novelas en una sola hoja, usando el mismo modelo de máquina en el que se escribieron originalmente. Joaquín Torres García pintaba y dibujaba objetos que sugerían una escritura jeroglífica y cuando escribía dibujaba las palabras con una plasticidad rotunda de pintor. Los ojos no dejan huella de su paso sobre las líneas de escritura, pero en un libro impreso el lector marca algunas veces la constancia de su reacción a lo leído, pruebas de la “conversación con los difuntos” a la que alude Quevedo en su soneto a la imprenta. En la Biblioteca Nacional, en Buenos Aires, la presencia de Borges está fijada en sus anotaciones y subrayados a los libros que leyó. En su libro sobre Lucrecio, El Giro, Stephen Greenblatt cuenta una historia que le gustará a Sergio Chejfec: hace unos años se subastó un ejemplar de De rerum Natura impreso hacia mediados del siglo XVI, lleno de subrayados y notas: por la caligrafía y el tono de las anotaciones se comprobó con toda certeza que ese era el ejemplar que había poseído y leído infatigablemente Montaigne.

Es muy probable que estas “últimas noticias de la escritura” no sean nunca las últimas. Entre los cuadernos escolares y las pantallas de Internet, entre la aplicación del copista y las fantasías caligráficas del arte contemporáneo, Sergio Chejfec lleva consigo su cuaderno que no llega a colmarse y prolonga su hilo asiduo y su viaje de palabras escritas. Me gusta que en un momento dado las compare con la lluvia.

Los ecos de las ficciones que marcaron un año intenso

Silvina Friera incluye Las esferas invisibles (Diego Muzzio) y Quiroga (Alejandro García Schnetzer) entre las novelas que marcaron el 2015.
La nota completa, se puede leer acá





Miradas perplejas
El terror que suscita un horizonte fúnebre es el inquietante tejido que despliega Las esferas invisibles (Entropía), de Diego Muzzio, tres nouvelles o cuentos largos –ambientados durante el brote de fiebre amarilla que diezmó a la población porteña en 1871–, que se desplazan por el andarivel de la literatura gótica rioplatense. 

La vida en los márgenes
El bibliotecario Juan Quiroga deviene contrabandista de un mafioso vinculado con la Liga Patriótica, sin dejar de experimentar la bohemia libresca. A fines de diciembre de 1937, en un viaje de Buenos Aires a Montevideo, el atribulado muchacho se siente acorralado. “Mi enfermedad es el tedio irredimible de todo lo real; aborrezco la monotonía de la vida; soy un hombre fatigado, concluido”, se queja el personaje, como si estuviera caminando por la cuerda floja de un final anunciado. En Quiroga (Entropía), otra belleza de Alejandro García Schnetzer, la travesía de cruzar el Aqueronte rioplatense se despliega como una eterna condena fluvial.

jueves, diciembre 17, 2015

Últimas noticias de la escritura en IDEAS, La Nación

IDEAS, el suplemento cultural de La Nación, eligió a Últimas noticias de la escritura de Sergio Chjefec entre los quince libros de 2015.

Acá, la lista completa



A mitad de camino entre la narración y el ensayo, Sergio Chejfec consiguió en este libro mínimo uno de los textos más agudos de una obra ya de por sí sostenidamente aguda e inteligente. A partir de la historia de una libreta verde (la suya), despliega las relaciones entre la lectura, la escritura y los distintos soportes materiales (del papel a la pantalla) de una y de la otra.

lunes, diciembre 14, 2015

Entrevista a Carlos Ríos

El autor de Manigua y Cuaderno de Pripyat, entrevistado por Mariano Vespa para el sitio
Ni a palos.
 



Antes de la publicación de Manigua, en 2009, Carlos Ríos (Santa Teresita, 1967) había publicado algunos libros de poesía. La edición de esa novela swahilisupuso una irrupción en la narrativa local. Cuaderno de Pripyat (Entropía, 2012),Cielo ácido (Clase Turista, 2014), En saco roto, Lisiana y Cuaderno de campo(Bajo la luna, 2014) son algunas de las novelas breves en las que ingenia universos simbólicos peculiares, con un trabajo artesanal en los giros idiomáticos y en la extrañeza de mundos reconocibles. A raíz de la publicación de dos novelas más, Un día en el extranjero y Rebelión en la ópera, esta vez en los sellos bonaerenses Puente Aéreo y Club Hem, dialogamos con Carlos para conocerlo un poco más.
En varias entrevistas Aira se quejaba del término prolífico, decía que era despectivo. Ni bien empezaste a publicar se te atribuyó ese adjetivo. Sos un caso atípico. ¿Cómo fueron tus primeras aproximaciones a la escritura y a qué se debió la decisión de publicar?
Sí, es cierto, está dando vueltas la palabra “prolífico”. A mí me gusta trasladar el adjetivo a las editoriales independientes que son las responsables de hacer proliferar mis libros. Desde hace años, específicamente a partir de mi residencia en México, escribo mucho. Publiqué Media romana, mi primer libro, en el 2001. Nunca dejé de escribir, en México publiqué un solo libro pero escribí muchos, los que fueron saliendo cuando volví, en 2009 con la publicación de Manigua. La escritura surge muy temprano, como una extensión capilar de la escritura de otros. Mi trabajo actual, la coordinación de talleres literarios en la cárcel, fue metiéndose en los últimos libros, menos como un espectro temático que como los modos de asediar y poner en crisis cualquier registro narrativo o poético.
¿Qué te genera ese trabajo en taller? ¿Puede contraponerse con lo que narrás en Lisiana, un taller literario cómodo, aspiracional?
Los de la cárcel son talleres extraordinarios: tienen un marco educativo, incluyen a todos los estudiantes, hay un espacio doblemente cerrado (aula y unidad penitenciaria) donde hay que hacer muchos malabarismos para que funcionen las consignas restrictivas y a la par abrir el juego a las propuestas de los alumnos. En cambio los talleres de “afuera” son elegidos por los asistentes, llegan y se van cuando quieren, además pagan. Como decís, Lisiana podría leerse como la contracara, pero a la vez hay correspondencias: el taller en la novela es un circuito cerrado, cerradísimo: un encierro. En los talleres “de adentro” y en los “de afuera” trabajo muchas veces las mismas consignas, los mismos textos. Trato de eliminar algunas fronteras. En general, sale bien. Respecto a Lisiana, creo que es la típica novela donde el escritor se muerde la lengua. Fue ir en contra de algunas convicciones, dejarlas a la intemperie, abandonarlas. Me costó mucho volver a los talleres “de afuera” después de escribirla.
Cuando uno te lee ve referencias cercanas, de contextos conocidos, pero que se extrapolan, por ejemplo uno de los personajes de una tribu que usa YouTube. ¿Qué te permite ese recurso?
Sí, es cierta la observación de la extrapolación de lo conocido. En mis relatos eso funciona como una condición: las referencias suenan como cercanas y a la vez muy lejanas. Cada vez que las lecturas habilitan de manera simultánea familiaridad y extrañeza en relación a los mundos que aparecen en mis novelas o en mis poemas, siento que esos universos se completan. Hay una forma de plegarse que tienen las escenas del pasado sobre el presente. Esas simultaneidades -la tribu y la televisión- están en todas partes. En mi caso, es una marca biográfica fuerte y tiene que ver con los años en los que viví en México. Con los años, esa percepción se ha ido afinando hasta constituirse en parte de una poética.
¿En qué sentido tu estancia en México te marcó? Supongo que ese trabajo que hacés con las relaciones familiares que se alejan se anclan un poco en el melodrama mexicano.

Vivir en México me marcó en todos los sentidos. A pesar de los años, el vínculo personal y cultural se mantiene activo. Hay una parte mexicana que trabaja en mí como un imaginario donde cualquier certeza acerca de la identidad es interpelada. Mi última novela, Rebelión en la ópera, podría inscribirse en un panorama narrativo mexicano sin problemas. Las filiaciones están presentes en todo lo que escribo. Sus filtraciones, las idas y vueltas, el fracaso parental. Los modos de agenciarse una familia producen otros recorridos, siempre imprevistos. Hay recorrido y territorio porque hay búsqueda de una pertenencia. Es persistir, de alguna manera, en la construcción de una memoria con restos, omisiones, olvidos más o menos deliberados.
Trabajás con varias materialidades. ¿Influyó en tu escritura tu trabajo como archivista?
Creo que fijó más que nada un método, un modo de abordar cualquier historia desde sus documentos, esas versiones más o menos difusas de algo que sucedió y de lo que tenemos cierta noticia, o menos: la construcción y sus variables.

jueves, diciembre 10, 2015

Mi descubrimiento de América

Por Juan Alberto Crasci para Artezeta 



Escribe Víktor Shklovski en Maiakovski (1941), la biografía que se tradujo al español recién en 1972 y que fue editada por Anagrama: “Un gran poeta nace con las contradicciones de su tiempo. Conoce antes que los demás la desigualdad de las cosas, sus variaciones, el curso de sus movimientos. Los demás ignoran aún el pasado mañana. El poeta lo define, escribe sobre ello, y no es reconocido.” Estas palabras alumbran de forma total la lectura de Mi descubrimiento de América, el registro que llevó Maiakovski de su paso por Cuba, México y Estados Unidos entre los años 1925 y 1926. El libro fue recientemente editado en Argentina por Entropía, con traducción de Olga Korobenko, misma versión que circuló tiempo atrás en España, editada por Gallo Nero.
El poeta escribe al inicio de las crónicas: “Necesito viajar. Para mí el contacto con todo aquello que respira vida casi sustituye la lectura de libros. El viaje emociona al lector de hoy.” También en 1925, en su poema titulado Vladímir Illich Lenin, escribió: “Aunque vivan sobre la tierra,/los hombres son barcas.” Nos situamos en 1925, momento en el que los escritos de viajes eran fundamentales para documentar la experiencia, para ver por primera vez una tierra lejana, y luego para dar a conocer en sus lugares de origen las visiones acerca de los extremos más recónditos del planeta.
El fugaz paso por La Habana y México (donde entabló relaciones con Diego Rivera) se volvió acuciado por cuestiones de visado y pasaporte. El destino deseado será Estados Unidos, país que lo fascinará y lo incomodará al mismo tiempo. Los avances tecnológicos, los rascacielos, la electricidad, los vehículos ―que también para Shklovski representaban la modernidad, la velocidad con que nos encaminábamos a lo nuevo― y los entretenimientos tendrán también su contratara ruinosa.
Maiakovski presenta de manera implacable la sociedad capitalista en pleno desarrollo: las problemáticas laborales, los desajustes sociales ―con la división de los barrios de acuerdo a los orígenes de sus habitantes y la enorme cantidad de población negra, en la que ve un mayor futuro revolucionario que en los obreros―, y las costumbres alimenticias y culturales: “en la tierra de la electricidad los ricos comen a la luz de las velas.”

Diario Intermitente

Quintín leyó Partida de nacimiento, de Virginia Cosin y la comentó en su blog. La nota completa, acá



Partida de nacimiento es casi un diario (un diario íntimo, se sugiere en algún momento) aunque formalmente es un texto que intercala la primera la segunda y la tercera persona del singular (hay una cuarta voz, compuesta por breves poemas) para describir los días de una mujer recién separada que tiene una hija chica y se defiende mediante sus recuerdos del acoso de la soledad y la angustia. Está muy bien la novela: tiene un aliento verdadero que se va imponiendo a lo largo de las páginas. Cosin construye su personaje literario con limpieza, con trabajo y con la entrega de su persona al texto, un texto pudoroso que habla dos veces de un intento de suicidio sin usar la palabra y que dice “me metí cosas en la nariz” para describir una noche de cumpleaños con alcohol y cocaína.

viernes, diciembre 04, 2015

Quiroga, de Alejandro García Schnetzer

Por Pablo Debussy para Perfil Cultura 

 
 
Las tres novelas de Alejandro García Schnetzer (1974) están tituladas con apellidos: así ocurría en Requena (2008) y en Andrade (2012) y Quiroga no es la excepción. En esta última resuenan, lejanos, los ecos históricos de Facundo Quiroga, el caudillo riojano a la vez admirado y vilipendiado por Domingo Faustino Sarmiento, y los ecos literarios de Horacio Quiroga. Ese linaje en el que convergen la acción y la palabra está en Juan Quiroga, el protagonista de la novela de García Schnetzer, un hombre joven de letras, bibliotecario, voraz lector y aspirante a escritor (incluso en horas de trabajo), a quien su superior despacha elegantemente por sinvergüenza, luego de descubrir su manifiesta improductividad.
Le reconoce, eso sí, “el problema de la escritura y su conciliación con el trabajo y la vida”, y le pasa un contacto mediante el cual el muchacho terminará como contrabandista de un mafioso vinculado con la Liga Patriótica. Del sedentarismo de la biblioteca, de la confección de fichas de lectura a los paseos por la cubierta del Ciudad de Buenos Aires y del Ciudad de Montevideo, las embarcaciones que funcionan como testigos mudos de sus actos clandestinos.
De la literatura a la acción: uno de los integrantes de la pequeña banda que componen sus compañeros de viaje Suárez, Fonseca y Maure (“todos bagayeros, gente común que un día se vio empujada al contrabando”) le quita el libro de poemas que está leyendo y lo tira por la borda.
Quiroga es una novela atípica, que elabora una lengua literaria arcaizante y coloquial, siempre con una melodía propia e irrepetible. Hay en ella una artificialidad trabajada que parece funcionar, que (re)crea un pasado con tanto de humor como de sutil melancolía.

miércoles, diciembre 02, 2015

Mi descubrimiento de América



En el programa Charco de arena, de FM La Tribu comentaron Mi descubrimiento de América de Vladimir Maiakovski . Se puede escuchar acá.

Roque Larraquy en la Audiovideoteca de escritores

Entrevista a Roque Larraquy, autor de La comemadre, para la Audiovideoteca de escritores, archivo audiovisual de Literatura Argentina.

Roque Larraquy recuerda la biblioteca de su casa familiar como disparador del hábito y la necesidad de leer y escribir. Hoy, la idea de la gesta es uno de sus intereses, así como las relaciones de poder y las temáticas en las que los personajes se proponen grandes metas  luego deben lidiar con el fracaso.

La entrevista, acá:

Los puentes magnéticos en Revista TCH

Sobre Los puentes magnéticos, de Ignacio Molina. Por Emanuel Frey Chinelli para THC.


Cuando una novela incita al lector a no soltarla hasta resolver el qué pasó planteado en la primera página, automáticamente hay placer, casi total, que marida muy bien con nuestra planta favorita. Los puentes magnéticos invita al particular mundo de una señorita en la difícil tarea de vivir. Ser artífice involuntaria del encuentro entre un ex ídolo punk devenido empresario y un músico joven fanático de su música (el pibe que acaba de conocer), el hecho de fumarse todo el porro y no guardar para convidar (al chongo que ya aburre), cruzarse con un viejo conocido que la invita a participar de la película que está filmando, esquemas cotidianos perfectamente posibles que se amalgaman para darnos la imagen de un ser real, arquetipo de nuestros días, en los que lo más mínimo se hace importante (y viceversa); una cuchilla hurtada de un asado, una remera que la vecina se lleva de la soga a modo de venganza; señales, anclas de un relato que avanza y se hace grande en su aparente quietud. Camila, la protagonista de este devenir, se sincera hasta confundirse un poco con la voz de nuestra conciencia, como preguntando: “¿qué harías vos en esta situación?”. Casi planteando en el relato sus pormenores existenciales, exquisitos de tan reconocibles: su padre, desaparecido en Brasil, es un tajo en el porqué de sus días, y pasan los años y los novios y todo sigue y se transforma. Es en este entrevero de lo rutinario y lo trascendente donde el autor, Ignacio Molina, nos convence y deslumbra con una pieza breve y compacta: lo bueno, si breve, aplausos.

El verano de nuestras vidas

En un pueblo playero, a mediados de los años 50, dos chicos se cruzan e inevitablemente sus destinos quedarán unidos para siempre.



Sobre El increíble Springer, de Damián González Bertolino por Rodrigo Fernández para el diario El Popular

Primero debo confesar mi absoluta atracción por los libros con una buena cantidad de páginas. A mí se me hace más excitante el texto largo, la trama que se van armando poco a poco, el desarrollo lento de los personajes. Pero luego de la lectura de "El increíble Springer" debo confesar mi profundo desconcierto al encontrarme con una nouvelle que se destaca por su simpleza. Por ahí sería más justo no hablar de "lo simple", sino más bien de "lo sencillo". Porque me parece que allí se encuentra el secreto para haber logrado un relato que roza la perfección.
Son mediados de los años 50 y los Springer son una familia más de un pueblo costero. Escapando de una Europa convulsionada se establecieron en el lugar. Madre, padre y dos hijos, Jean y Gastón, comparten la casa. Jean es un poco más grande que su hermano. Gastón es seguido a sol y sombra por su madre que lo cuida de cualquier posibilidad de enfermarse. Pocas veces el chico ve la calle más allá de su ventana. Sólo divisa a lo lejos el mar. Hasta que se cruza con el hijo del pescador, un chico que recorre el bucólico pueblo de norte a sur, de este a oeste, y allí se establecerá entre ellos una conexión instantánea. El vínculo se va afirmando día a día, mientras disfrutan de lo bueno y enfrentan lo malo. Pero un suceso lo cambia todo y ambos verán cómo todo lo seguro se les escapa de las manos. Los días del aquel verano, que se hizo largo en el año, se acaban. Como la infancia.
El relato escrito por el uruguayo Damián González Bertolino parte de una simple anécdota -el encuentro de dos chicos en un verano-, para contar una historia donde la pérdida de la inocencia se ve enlazada con lo sobrenatural. Una nouvelle que no da lugar a pausas, como si el autor la hubiese escrito de un tirón, y nos muestra que la crueldad puede aparecer en cualquier momento.

"El increíble Springer" es un relato que contiene la brillantez de lo simple, donde todo está en los detalles. Una nouvelle cautivamente donde cada palabra ocupa el lugar que debe. El autor uruguayo, nacido en Punta del Este en 1980, condensa en pocas páginas el sentido de lo perfecto. Un texto breve, pero bello y crudo a la vez, que nos demuestra que a veces no hacen falta demasiadas páginas para contar una historia, sino sólo saber narrar. Algo que Damián González Bertolino entiende perfectamente.

lunes, noviembre 16, 2015

Pasado y presente en Punta del Este

El increíble Springer, de Damián González Bertolino en Perfil Cultura.
Por Osvaldo Aguirre

 
 
 
Hay circunstancias en que alguien escucha por primera vez una palabra y esa palabra permanece asociada con un lugar y una época, con una historia. Esta idea del uruguayo Damián González Bertolino es la clave de El increíble Springer, nouvelle ambientada en Punta del Este a fines de los años 50 en torno a una familia de franceses arribada durante la Segunda Guerra Mundial. La palabra en cuestión, gigante, evoca en principio la figura de un niño tímido y enfermizo, que de pronto se transformó en un ser físicamente anómalo y devino en objeto de curiosidad y de inquietud.
El relato se presenta como un recuerdo de infancia del narrador (que no coincide cronológicamente con el autor, nacido en 1980). Ficción disfrazada de memoria, se apoya en el contraste entre pasado y presente (“Punta del Este era un lugar muy distinto”, menos turístico y más pueblerino) y en luminosas imágenes del mundo de entonces como quedó registrado en la percepción infantil, cuando mirar significaba también adueñarse de las cosas.
El joven Springer es una criatura fantásticas con reminiscencias de Gregorio Samsa y de los personajes de H.P. Lovecraftm aunque más tierna, menos torturada e igualmente enigmática. Pero la mirada del narrador no está concentrada en la extraña metamorfosis que el personaje padece repentinamente sino en la amistad y en los momentos de felicidad que compartieron en la edad de iniciación, y en cómo ese ser deforme pudo agradecer la protección y el afecto que recibió cuando vivía aislado de los demás a través de una pequeña y gratificante venganza.
El crepúsculo invernal, el sonido del viento proveniente del mar, los prodigios que cumple un chico extraño, un hombre llegado de Montevideo con un hijo y una existencia oscura detrás, la primera bicicleta, una escena de voyeurismo con el protagonismo involuntario de Mirtha Legrand: El increíble Springer atesora impresiones y experiencias imborrables en un relato escrito con pulsión lírica y contenta nostalgia.

jueves, noviembre 12, 2015

Últimas noticias de la escritura

Por Aquiles Zambrano para contrapunto.com


La deslumbrante serenidad de la mirada áurea, esa respiración pausada de la prosa, que nos eleva sin fricción por encima de nuestra propia inteligencia, hacen de este libro un objeto asombroso.
Así empezaría esta columna si pudiera circunscribirme al perímetro de la reseña. Pero ocurre que la resonancia intelectual que su lectura ha tenido en mí excede por todos los costados este ámbito del periodismo cultural. Por muchas razones. Pero la principal es que luego de leer este libro he tenido la sensación de que toparme con sus páginas era algo inevitable, como si desde siempre me hubiera aguardado o como si desde siempre hubiese estado escrito. Y es que no parece un libro publicado en el 2015, sino un libro anterior, ya escrito, sin el cual no podríamos entender de la manera en que lo hacemos el panorama actual de la lecto-escritura. Es como si incluso antes de su publicación, e incluso antes de su escritura, este libro fuera ya imprescindible. Una reflexión que, en la misma medida de su necesidad impostergable, destierra al propio Chejfec a la contingencia, pues de no haber sido escrita por él, hubiese sido escrita por alguien más. Pero lo escribió Chejfec y a él debemos esta brújula magnífica, que nos permite orientarnos hoy en medio de esa migración caótica hacia lo digital.
La nota completa, acá

lunes, noviembre 09, 2015

Corazón tan rojo

Una lectura de Mi descubrimiento de América, de Vladimir Maiakovski, por Valeria Tentoni para el blog de Eterna Cadencia


“Como se dice/ el incidente está zanjado,/ la barca del amor/ se estrelló contra la vida cotidiana./ Estoy en paz con la vida. Inútil, recordar/ dolores/ desgracias/ y ofensas mutuas. (Maiakovski, 1930, fragmento final antes de despedirse de este mundo)”: esa leyenda acompañaba la cita en el muro de Mario Ortíz, hace unos días. En nada se parece el ánimo del futurista ruso entonces al que ostenta apenas un lustro antes en Mi descubrimiento de América, las crónicas que acaba de editar Entropía con traducción de Olga Korobenko. Allí, Maiakovski narra sus viajes a Cuba, México y Estados Unidos, entre 1925 y 1926, que continuaban un periplo que lo había llevado por reuniones y cónclaves desde principios de la década por lugares como Berlín y París.
Durante esos años de viajes, el poeta de la revolución soviética se dedicó también a generar piezas de propaganda. Al igual que Fogwill y Shua (quien sugiere que la escritura de poesía y la de textos publicitarios está muy emparentada), trabajó redactando slóganes y consignas junto al diseñador gráfico, pintor y fotógrafo Ródchenko. La agencia que tuvieron se llamó Mayakovski-Ródchenko Advertising-Constructor.
La gracia con que observa, recorta y traslada a la hoja lo que ve en su recorrido intercontinental, la velocidad que levantan sus párrafos y una alegre y curiosa vehemencia se explican desde la necesidad: “Para mí, el contacto con todo aquello que respira vida casi sustituye la lectura de libros”, dice en el arranque, subido al vapor Espagne, donde viaja con gente de todo el mundo que va en busca de trabajo. Arriba a La Habana, luego a la ciudad de México, donde lo pasea Diego Rivera y se enamora de la amabilidad de los locales al punto de prometerse un regreso que nunca cumplirá.
Su afilado radar encuentra el punctum en todas las fotos que le pasan por delante a velocidad supersónica. Como Gabriel García Márquez en De viaje por los países socialistas, los suyos son traslados exploratorios en los que la información aparece condimentada por detalles significativos, pinceladas caprichosas que vuelven al libro seductor. Así, mientras nos enteramos de por qué les decían “gringos” a los gringos, cómo se alimenta cada clase en las ciudades o cómo duermen los inmigrants en los barcos, aparecen secciones como:
Un conductor en México no es responsable por las lesiones ocasionadas (¡haber ido con más cautela!); por eso el término de vida sin lesiones es de diez años. Una vez en diez años todo el mundo tiene accidentes. Claro, hay gente que aguanta veinte años sin ser atropellada, pero lo hace a costa de los que sufren accidentes cada cinco años.
El automóvil será uno de los portentos que más atención suya se llevará. También en su azorado arribo a Nueva York, luego a Detroit y Chicago, en fin, a América –término apropiado por Estados Unidos, una apropiación sobre la que reflexionará, así como sobre el lugar del dinero en ese país–. La visión de esa epilepsia de consumo y los destellos del ámbar en combustión constante impresionarían al poeta y dramaturgo. Así describirá, por caso, su visita a la fábrica de autos Ford, donde encuentra a los empleados bajo las luces que todavía no eran fluorescentes, volviéndose poco a poco impotentes, zumbando bajo los disparos de la electricidad –una magia que había conocido por primera vez, en un paseo con su padre en Bardad, pueblo que llevó luego su nombre. Fue mientras lo acompañaba en una de sus rondas a caballo como guardia forestal que se encontró con lo que describió como un “brillo más claro que el cielo”, según detalla Federico Gorbea en el prólogo a la antología de Ediciones 29. “¡Escuchen!/ Las estrellas están iluminadas,/ ¿quiere decir esto/ que le son necesarias a alguien/ que alguien desea su existencia,/ que alguien está echando/ margaritas a los puercos?”, aparece en el primer poema de ese tomo. 

Maiakovski afirma en este breve y poderoso encuentro de sus crónicas, “el derecho y la necesidad que tiene el poeta de reorganizar y reciclar el material visible, en vez de pulir lo que es evidente a simple vista”.

viernes, noviembre 06, 2015

No sé. La literatura es tiempo. Charlando con Sergio Chejfec

Entrevista a Sergio Chejfec en el sitio español Iletrado pero cuerdo, a propósito de la edición española de Últimas noticias de la escritura.




 
Hay autores por los que sentimos una cierta atracción antes incluso de haberlos leído. Es como si existiera un vínculo imaginario que ha sido creado por una serie de afinidades lectivas. Si varios de nuestros escritores de cabecera hablan y escriben maravillas de Sergio Chejfec, entonces no hay duda: Sergio Chejfec tendrá algo interesante qué decir, y por ello decidí en su día leerlo. No me defraudó en absoluto, claro.

Tras La experiencia dramática y Modo linterna, publicados ambos por Candaya, ahora acaba de salir en España Últimas noticias de la escritura en uno de esos sellos que no dejan de asombrar al quisquilloso lector (o bibliófilo) por su atrevimiento y gracia, por su locura, excentricidad y ese amor por la literatura y el libro bien hecho. Me refiero a los inigualables Jekyll&Jill. «Me siento afortunado porque fueron sumamente hospitalarios. Se plegaron a la moral del texto y de ese modo, creo, lo hicieron suyo como solo un buen editor puede sentir como propios los libros que hace», afirma el propio autor argentino. Y es ese mismo trato y cariño es el que yo he encontrado, pues han sido ellos los que me han brindado la posibilidad de hablar con Chejfec sobre su «talismán equívoco», ese cuaderno de color verde que le ha servido para resaltar el valor meramente artístico al que tiende la escritura manual, y sobre el poder, la nostalgia o el olvido de la palabra.

Pregunta: De su libro Modo linterna extraje ciertas frases o subrayados, eso que en Últimas noticias de la escritura, cuando hace mención a Feyerabend, dice que sirve para «extraer una hebra de pensamiento o una frase conclusiva». Una de esas frases conclusivas es esta: «[…] un escritor es alguien abierto al mundo, un ser curioso por todo lo que ocurre y alguien para quien ningún saber resulta ajeno o extravagante». ¿De ahí parte Últimas noticias de la escritura, como mecanismo para comprender más y mejor todo cuanto rodea a la escritura?

Sergio Chejfec: Es curioso que esa frase parezca tan concluyente cuando se propone como lo contrario (el opuesto de ese otro lugar común, el de la torre de marfil). De todos modos no es tan importante lo que uno haya querido decir, como la idea de que el escritor puede saber mucho o poco acerca de lo que escribe, puede estar o no especialmente interesado en el mundo, etc., pero aquello que lo definirá es esa tensión más que cualquier diagnóstico en un sentido u otro. Al escribir el ensayo no me propuse un tratado sobre la escritura que agotara hipótesis y casos. Mi intención fue ofrecer un relato lo más honesto posible, que rodeara lo que sé y expusiera, subrayándolo para quien lo sabe, aquello que ignoro. En cuanto a la partida, es tanto una idea de narración como una idea más reflexiva. Me gusta mezclar ambas dimensiones en mis libros. Tomé algunas experiencias personales que considero fundantes en mi relación con la escritura y con la lectura de literatura, y partir del relato de ellas seguí con algunas consideraciones analíticas sobre la escritura cuando es adoptada como principio constructivo de ciertas propuestas de la plástica.

P: Dice que «se sintió escribiente antes que escritor». Autores como el guatemalteco Eduardo Halfon no dejan de preguntarse cómo se convirtieron en escritores, cuál fue el momento –si es que existe ese momento– en el que decidieron ser escritores. Desde su punto de vista, ¿cuándo uno es consciente de ser escritor?

S. C.: Uno asume entera conciencia de ser escritor cuando lo leen sus pares. Ser escritor no es otra cosa. Creo que es como en el fondo funciona.

P: Su interés por la tecnología, por cómo ésta transforma e impone, como diría Alberto Olmos, «nuestra concepción de la realidad», está presente en Modo linterna pero también en La experiencia dramática. En Últimas noticias de la escritura también ahonda en ello, confrontando y reflexionando sobre la escritura manual y la escritura digital. Se habla y se escribe mucho acerca de la muerte del libro en papel, del papel en sí. Esto me lleva a pensar sobre algo que queda reflejado en su ensayo, como es la precariedad o volatilidad física de la palabra. No obstante, en las plataformas virtuales, la vida de esas palabras igualmente es precaria, se pierden en un mar infinito de información. ¿Cree que hay esperanza para la palabra escrita, gráfica? ¿Y qué valor tiene hoy en día la palabra?

S. C.: El punto es que prácticamente toda palabra escrita, cuando la vemos impresa sobre papel o sobre cualquier otra superficie, es epifenómeno de su condición digital. Lo impreso no es algo que se oponga a lo digital, sino que es uno de sus canales, aun cuando precise un soporte material para exponerse. Ahora bien, la palabra no es menos precaria o volátil por el hecho de estar impresa. La precariedad proviene de su movediza relación con el sentido y el significado.

La entrevista completa se puede leer acá.

jueves, octubre 29, 2015

El increíble Springer en Revista Brando

El increíble Springer, recomendado del mes en Revista Brando
por Fernanda Nicolini


Una Punta del Este agreste, lejos de la postal veraniega, y dos amigos que están por entrar a la adolescencia. El narrador es hijo de un pescador, y su compañero, de inmigrantes franceses con un mejor pasar pero atado a la sobreprotección materna por una enfermedad indefinida que luego tendrá consecuencias asombrosas. Ese es el punto de partida de la nouvelle El increíble Springer, de Damián González Bertolino. Nacido en Punta del Este en 1980 (la historia transcurre en la década del 50), ese dato del autor nos lleva a sentir que las imágenes precisas del lado oculto de un pueblo, la intensidad de las experiencias del universo adolescente (las peleas, las lealtades, la humillación por un cuerpo que aún no se desarrolló) y la fluidez de una voz que narra con la naturalidad de quien cuenta una historia cercana tienen un atrapante eco de vocación biográfica. Esa cercanía –maestría de González Bertolino mediante– es también la que nos lleva a borrar sin conflicto la tenue frontera entre lo real y lo fantástico pero probable. Una pequeña gran historia para leer de una sola sentada.

Sergio Chejfec: un viaje al interior de la escritura

Juan Rapacioli entrevistó a Sergio Chejfec para Télam sobre Últimas noticias de la escritura


 
Publicado por Editorial Entropía, este ensayo surge a partir de la compra de una libreta verde que acompaña desde hace tiempo a Chejfec, “como si se tratara de un talismán equivoco”, según explica el escritor al comienzo del libro.
Autor de novelas, cuentos, poemas y ensayos, Chejfec (Buenos Aires, 1956) es uno de los escritores más reconocidos de su generación. Entre sus publicaciones figuran Modo linterna, La experiencia dramática, El punto vacilante, Los incompletos y El aire, entre otros libros.
En diálogo con Télam, el escritor argentino, que reside en el extranjero, habló de la construcción de este libro, al que definió como una mezcla de testimonio de su experiencia, "habiendo pasado por distintas herramientas o hábitos de escritura, y de reflexión sobre la escritura literaria -más bien narrativa- en un momento en que la tecnología tiende a apropiarse incluso de los originales manuscritos, por otra parte ya residuales”.

En una parte del libro decís que "lo digital en su conjunto tiende a producir, en algunos casos, nuevos verosímiles de representación narrativa”. ¿Podrías ampliar esa idea?
El ejemplo más a la mano está en la simulación. Es el caso de los juegos. Son sistemas que se presentan como una emulación de la realidad. Ya no se trata de una representación, como a la que tradicionalmente apelan el cine o la literatura aun con distintas estrategias. Ahora son performances digitales que reproducen íntegramente el sistema al que aluden. Es inevitable que esto impacte en los verosímiles narrativos; o sea, los formatos de representación que, más allá de que resulten aisladamente inverosímiles, son creíbles.
También, en otro momento, sostenés que "el esfuerzo de la escritura digital por solapar la ausencia de sustrato físico obedece a esa condición incompleta, a su profunda inmaterialidad". En ese sentido, ¿pensás que se puede compensar esa ausencia? ¿De qué forma?
El punto es que nada puede compensar esa ausencia. La literatura se distingue precisamente porque se construye con palabras escritas. Las palabras escritas invocan una presencia o referencia respecto de la cual ellas mismas no son garantías de verdad. La imposibilidad de compensar esa ausencia convierte a la literatura, y a lo escrito en general, en algo tan intrigante.
En cuanto a los manuscritos, ¿te parece que existe una relación íntima entre la letra de los escritores y su obra?
No tanto “letra” entendida como disposición plástica, como ese dibujo más o menos armónico o estilizado que llamamos caligrafía. Sí “letra” entendida como palabra escrita, ya sea manuscrita o impresa, o en cualquier otra forma. Por ejemplo, Proust o Joyce no podían resistir las pruebas de galera para agregar texto, no solamente correcciones, en lo que después serían sus grandes obras. Pienso que lo escrito tiende a proponer su propia proliferación, más o menos autónoma de la voluntad de quien escribe o lee. Por otro lado, no podría separarse la escritura, por ejemplo, de Juan L. Ortiz de su preferencia por los formatos pequeños. ¿Cuál era la “letra” de Ortiz? ¿Aquella que dibujaba al escribir o la que prefería que se usara para componer sus libros? Quiero decir, Ortiz escribía los originales con su letra, obvio, pero algo en la prosodia de sus composiciones derivaba de la imaginación gráfica vinculada con la letra impresa de formato pequeño con que él prefería ver impresa su obra.
En otra parte decís que tu relación oscilante con el cuaderno te permitió vislumbrar una dimensión de la escritura a mano: es estatuto físico de la propia escritura. ¿Cómo fue esa revelación?
A veces uno establece con los objetos que acompañan durante mucho tiempo una relación utilitaria y simbólica a la vez. Pero es el tiempo, si se produce una cohabitación prolongada, lo que convierte las cosas en fantasmas. Tengo un cuaderno de notas hace muchos años. Como carezco del hábito de escribir constantemente en él, pero siempre lo tengo a mano, se ha convertido en una presencia vigilante: me anuncia que todo aquello que no he escrito en sus páginas lo escribí en una pantalla de la computadora. A veces siento que ese cuaderno es eterno en la interminable frustración que sugiere: nunca será llenado.
¿Cuál crees que será el futuro de la escritura o la escritura del futuro?
No creo que vaya a ser muy distinta de cómo es hoy, bastante subterránea. Me refiero a la escritura literaria. Pero sobre todo diría que no me siento muy afirmado como para hacer predicciones.

lunes, octubre 26, 2015

Una mirada al imperio desde el túnel del tiempo

Nicolás García Recoaro leyó Mi descubrimiento de América para Tiempo Argentino



Necesito viajar. Para mí, el contacto con todo aquello que respira vida casi sustituye la lectura de libros." Así se confiesa Vladimir Maiakovski en las primeras líneas de Mi descubrimiento de América. El libro editado recientemente por Entropía rescata las alucinantes crónicas de viaje que el padre del futurismo ruso escribió durante su deriva por el norte del continente americano, en la tercera década del siglo XX. 
Hombre de la Revolución de Octubre, agitador de barricada y, fundamentalmente, filoso poeta. En 1925, ya consagrado en la Unión Soviética, Maiakovski decide cruzar el Atlántico y embarcarse en un viaje iniciático por América del Norte, para estrechar lazos con el movimiento obrero local. El viaje duró casi cuatro meses, de julio a octubre de 1925, e incluyó una breve parada en Cuba, algunos semanas en México y una larga estadía en varias metrópolis de los Estados Unidos.
En sus crónicas, el poeta condimenta con jugosos detalles sus impresiones: los 18 días en alta mar y la encarnizada lucha de clases que libran los pasajeros, su fugaz y tórrido paso por La Habana, la violencia de las corridas de toros y la primavera muralista que florece en México, y su entrada no tan triunfal al país del Tío Sam, el verdadero objetivo del viaje.
El autor de La flauta vertebral (1915) y 150.000.000 (1920) fue el primer poeta de la Rusia soviética que realizó una visita "oficial" al nuevo imperio del capitalismo. "Los Estados Unidos de Norteamérica ni siquiera ocupan toda América del Norte y, sin embargo –fíjense– se han quedado, apropiado y absorbido los nombres de todas las Américas. Los Estados Unidos se apoderan del derecho de llamarse América por la fuerza, con sus acorazados dreadnought y sus dólares." En sus crónicas, Maiakovski denuncia el expansionismo gringo –"una de las palabrotas más fuertes usadas en México"– y sus negocios en la capital cubana, donde "hay flamencos del color del alba que montan guardia sobre un pie" mientras los policías locales custodian a sol y sombra a los estadounidenses y sus inversiones comerciales. 
Luego de un corto tour por la Ciudad de México, donde conoce breve pero definitivamente a Diego Rivera, y también los ardientes tacos, Maiakovski cruza el río Bravo en Laredo y entra a los Estados Unidos por Texas. El flechazo del poeta futurista con Nueva York se da en el mismo instante en que pone un pie en Pennsylvania Station. Lo deslumbra esa ciudad que emerge desde el océano con sus sofisticados rascacielos de ¡40 pisos! y sus avances técnicos sobrecogedores: "Te vistes con luz eléctrica, las calles están iluminadas con luz eléctrica, los edificios brillan con luz eléctrica, mostrando las ventanas recortadas con regularidad, como si fueran las ranuras de un esténcil para carteles publicitarios." La geografía humana neoyorquina no pasa desapercibida al ojo de Maiakovski. Inmigrantes de todas las nacionalidades que se abren paso en este laberinto de asfalto, sindicatos, huelgas, conflictos raciales y empresarios cansados de dilapidar sus dólares completan un fresco de época demoledor.
Finalmente, al recorrer las industriales Chicago y Detroit, el poeta dedica suculentos párrafos para retratar el modelo fordista desde las fauces del monstruo y apunta: "A las cuatro de la tarde estuve en la puerta de la fábrica de Ford observando al turno que salía de trabajar: la gente subía a tranvías y se dormía al instante, completamente agotada. Detroit tiene el récord de divorcios. El sistema de Ford vuelve impotentes a los trabajadores."

viernes, octubre 23, 2015

Un poeta suelto en Nueva York

Sobre Mi descubrimiento de América, de Vladimir Maiakovski
En Revista Veintitrés por Lucas Cremades



Lo digo para afirmar el derecho y la necesidad que tiene el poeta de reorganizar y reciclar el material visible, en vez de pulir lo que es evidente a simple vista”. Con esa necesidad imperiosa de que sus pensamientos y observaciones calzaran en los oídos del pueblo, materializando así su dual y compleja relación entre lo artístico y lo político, las crónicas de viaje de Vladimir Maiakovski (Baghdati 1893-Moscú, 1930) de su paso por algunos países de América entre 1925 y 1926, forman parte de los tesoros que una de las figuras de las vanguardias estéticas de comienzos del siglo XX legó a las generaciones futuras, en vistas “de una lucha lejana”. El autor de Poesía y revolución narra sus recorridos durante una visita fugaz a Cuba, un paso por México y una estadía imperdible –por la intensidad de sus observaciones– de 6 meses por Nueva York, Chicago y Detroit. En cada estadía y región, el dramaturgo nos alcanza con su agudo razonamiento: “La excentricidad de la política mexicana y sus rasgos insólitos a primera vista se explica por el hecho de que sus raíces se encuentran no sólo en la economía de México, sino también, y principalmente, en las expectativas y los anhelos de los Estados Unidos”. Maiakovski transmite su mirada de lo ajeno, del visitante que se admira y se advierte en territorios lejanos a la URSS, para discurrir y reflexionar sobre política, la desigualdad, los sistemas ferroviarios de transporte, la explotación y la enajenación del trabajo, los objetos, las costumbres, los modos de producción y la comunicación. Cuatro años después de este viaje, el inolvidable escritor se suicidaría de un disparo al corazón el 14 de abril de 1930.

Alejandro García Schnetzer habla de Quiroga

“En mi caso, la escritura no es sólo sentarse a escribir”



Aunque vive en Barcelona, el mundo literario del escritor es ciento por ciento rioplatense. En esta novela, un joven bibliotecario deviene contrabandista de un mafioso vinculado con la Liga Patriótica, sin dejar de experimentar la bohemia libresca.

 Por Silvina Friera para Página 12

“La vida es un fardo que crece con la edad”. El bibliotecario Juan Quiroga –25 años, contextura de junco, peinado a un lado– deviene contrabandista de un mafioso vinculado con la Liga Patriótica, sin dejar de experimentar la bohemia libresca. La escritura –cree– es su auténtica vocación; anda con su libreta y las historias inacabadas “que el tiempo y la desidia malograron”. A fines de diciembre del 37, en un viaje de Buenos Aires a Montevideo, el atribulado muchacho se siente acorralado. “Mi enfermedad es el tedio irredimible de todo lo real; aborrezco la monotonía de la vida; soy un hombre fatigado, concluido”, se queja el personaje, como si estuviera caminando por la cuerda floja de un final anunciado. En este periplo desdichado, está bien acompañado por un puñado de viejos como Maure, Suárez y Fonseca. En Quiroga (Entropía), otra belleza de Alejandro García Schnetzer –la tercera de una saga de novelas tituladas con apellidos de siete letras (Requena y Andrade)–, la travesía de cruzar el Aqueronte rioplatense se despliega como una eterna condena fluvial. “El agua es una sola, como la espera en el tiempo”, se podría afirmar.

Aunque vive en Barcelona desde 2001, el mundo literario de García Schnetzer es ciento por ciento rioplatense. Quiroga es el primer libro que no pudo leer Juan Gelman. “Cada vez lo extraño más a Juan –confiesa el escritor a Página/12–. Lo quise mucho y él también me quiso. Lo que siempre me abismó fue esa grandeza con la que me trataba como igual cuando yo sólo tenía 70 páginas escritas. Juan tenía una generosidad difícil de encontrar. Cómo lloré cuando murió... Se despidió de mí y sabía que se despedía. Hablé con él quince días antes del final. Juan sabía que se moría y no quería morir. En Quiroga también hablo con él. En el final de la novela, Juan está en esa “cólera buey y humana cólera...”. La novela transcurre en 1937, año en que Borges empezó a trabajar en la biblioteca Miguel Cané. “Me puse a pensar qué habría sido de la vida de ese muchacho al que echaron para que Borges pudiera entrar. Esta es una anécdota irreal, pero posible. Ese muchacho es Juan Quiroga, pero eso no sucedió; es como el poema de Borges ‘El Golem’: ‘el gato no está en Scholem pero, a través del tiempo, lo adivino’ –parafrasea–. Si el tema de Andrade, la novela anterior, era la muerte, que estaba aludida de manera directa o indirecta en cada párrafo, en esta novela creo que es la vejez. Quiroga es un muchacho rodeado de gente mayor que trabaja como contrabandista. La historia sucede en un viaje en el vapor de la Carrera desde la Atenas del Plata a la Nueva Troya. Esos dos elementos a su vez me cifraban la posibilidad de explorar algún mito helénico, apoyado también por un comentario de Ana Basualdo, que es el acápite del libro: ‘la verdadera agua sagrada del mito es la dulce, la de río’.”

–¿Por qué el interés por la vejez?
–El tiempo es una de mis preocupaciones. Mis amigos de Barcelona son todos veteranos, gente que tiene de 70 años para arriba. Si hago un censo, soy como el más joven de ese grupo. Y tienen maneras de hablar, de decir, de pensar, de construir sus frases, que son un museo de la lengua, porque quedaron como mosquito en la resina; expresiones que ya no circulan, que son caminos clausurados. A veces me siento escribiendo como arreando olvidos, pero para mí resuenan mucho allá, sobre todo por el contexto lingüístico.
–Hay un par de expresiones en ese “museo de la lengua” que aparecen en Quiroga: “si algún chorlito lo tenacea”, “lo zurce de mal modo”, “que peludo me suelta”, “mal de la azotea”...
–¿Ya no se dicen acá?

–No, aunque quizá las personas mayores de 70 años sí...
–Yo se lo oigo decir a Alberto Szpunberg, se lo oía decir a Juan Gelman, a Mara, a Ana Basualdo, a Antonio Seguí... María Negroni me invitó a una charla en la maestría de escritura de la Untref y les leí a los estudiantes El che amor de Alberto Szpunberg. Cuando llegué a los versos finales, me quebré y se me piantaron unos lagrimones. Hay un comentario que cita Adolfo Bioy Casares de un libro de aforismos, sobre un alto mando del almirantazgo británico que había dicho: “nunca leo poesía, podría ablandarme” (risas).
La entrevista completa, acá

jueves, octubre 15, 2015

Una libreta migrante

Últimas noticias de la escritura, de Sergio Chejfec
En SLT (Suplemento Literario Télam) por Edgardo Berg.



Desde hace un tiempo a esta parte, el escritor argentino Sergio Chejfec ha venido reflexionando sobre los cambios que trae aparejado la sustitución y la permutación de la escritura manual y mecánica por el desarrollo de los nuevos formatos digitales. En lecturas recientes y atendiéndo a procesos escriturarios contemporáneos, se ha detenido en la parcial imbricación de los relatos con la iconografía visual o analógica como formas de validación externa de la literatura y prueba documental. Al modo de ciertas instalaciones contemporáneas, los mapas en línea, los vi - deo juegos o los simuladores de manejo en pantalla para principiantes, esas nuevas formas de ensamblaje y actuales dispositivos escriturarios permiten pensar al autor, en la transformación del viejo concepto de imitación (desplazando la categoría de representación) por el de la simulación; como si en verdad, estuviéramos atravesando una nueva fase o estadio del realismo. Una forma pensar, si se quiere, la actual interrogación sobre la paulatina descomposición del hecho literario; basta recordar su ensayo El punto vacilante (2005), algunas notas de lectura que circulan en revistas o por la red, la reproducción de sus manuscritos en su conocido blog “La parábola anterior”, su artículo “Lo que viene después”, producto de su intervención en un encuentro realizado en la ciudad de Sevilla sobre “Literatura y después. Reflexiones sobre el futuro de la literatura después del libro”, en el mes de abril del año 2012, o las incrustaciones fotográficas en algunos relatos de su libro Modo linterna (2013).

En Últimas noticias de la escritura, publicado recientemente por la Editorial Entropía en su colección “Apostillas”, Chejfec vuelve a colocar en el centro de sus reflexiones algunas ideas e hipótesis sobre el estatuto actual de la escritura y del arte contemporáneo. Los nuevos protocolos tecnológicos y las traspolaciones escenográficas de algunas herramientas digitales en la esfera del arte, parecen dar muestra de esta incipiente modificación, al poner en peligro no sólo el principio de secuencialidad literaria; sino también, al mismo tiempo, corroer, a partir de ciertas experiencias colectivas, la noción e imagen de un autor único e indivisible. Testimonios estéticos donde el pasado cultural (libresco) parece disolverse o petrificarse en anaqueles polvorientos; o permanecer fosilizado en bibliotecas destinadas al paseo errante de anacrónicos investigadores, eclipsados bajo la irradiación insomne de sus cristales ópticos.

Si el comienzo de Últimas noticias de la escritura se abre con la letra manuscrita de Salvador Garmendia que sirve como epígrafe al ensayo, una presencia fantasmática invade el texto. En este sentido, el último libro de Chejfec puede ser leído como la historia de una libreta donde se registra, los pasos errantes y peregrinos de la experiencia de la escritura. Ese carnet o cuaderno de apuntes, como amuleto u objeto de una superstición literaria, acompañará al escritor desde sus iniciales copias y transcripciones de historias kafkianas a los actuales croquis y bocetos literarios. Ideas, proyecciones y esquemas que parecen surgir de la cohabitación, intensa o pausada, en algunas estaciones de la vida del escritor, con una vieja libreta verde.

Los lazos conflictivos y tensos entre la escritura manual y la digital será uno de los motivos centrales que el autor recorrerá en su último ensayo. Así, el recuerdo de la experiencia de la escritura en su modo manual, el repiqueteo mecánico de los golpes sobre las teclas, o el imborrable timbre de un carro en su fricción sobre una tela entintada, reaparecerán en algunas prácticas artísticas como certificación actual de la simulación caligráfica y reproducción analógica de sus precursores materiales. Frente a la titilación incandescente de la pantalla señalarán, si se quiere, las formas de una historia del desplazamiento. La intriga o el misterio de la escritura manual ingresarán, otra vez, en la contemporaneidad, bajo nuevas modalidades digitales que modificarán el sentido y el concepto material de su inscripción.

Es así, como en la reverberación de algunas experiencias, tanto literarias como plásticas; se repone la garantía de verdad de los manuscritos, y, en fricción con los anuncios proféticos de Walter Benjamin, asistimos a un retorno aurático. Ciertos empeños grafológicos en actuales formas de reproducción y de transcripción digital, son así puestos de relieve para poner de manifiesto algunas formas de la mediación problemática con el estatuto previo, físico y material de la grafía manual. Las instalaciones borgeanas y menardianas de Fabio Kacero, las transcripciones ilegibles en la serie sesiones performativas de Jim Youd, con su descomunal proyecto de reproducir mecánicamente cien obras de la literatura universal, los manuscritos encuadernados e ilustrados a mano en Joaquín Torres García, el repertorio de trazos ilegibles y asémicos de Mirtha Dermisache, o el proyecto de Esteban Feune con sus Fotografías de libros intervenidos por 99 escritores, son puestos, a modo de ejemplos, como pruebas de la reproducción icónica del original o como retorno de los manuscritos por otras vías. Si para Boris Groys el carácter efímero de las instalaciones reemplazan el lugar social que antes tenía la novela en el siglo XIX, ahora, los nuevos protocolos y principios constructivos parecen preanunciar modalidades del realismo por fuera de sus antiguas convenciones. Los subrayados, las anotaciones, las huellas de la manipulación física en los diarios, libretas o manuscritos, parecen resurgir con las técnicas analógicas del escaneo y por las reproducciones icónicas de los originales. Es así como Chejfec recorre y analiza las Mutacionesde Agustín Fernández Mallo, los relatos-esquemas donde se repite, bajo los efectos del mapa digital, los trayectos urbanos de Smithson por New Jersey; las instalaciones verbales de Lorenzo García Vega que tienden a desacomodar la temporalidad literaria habitual; o las entradas y las cadenas virtuales como búsqueda de una nueva sintaxis en Carlos Gradin, ya sea en Charlygr (spam)o en El peronismo es como.

Y cuando el oleaje de la memoria vuelve a traer el recuerdo grávido del encantamiento juvenil por el descubrimiento y la lectura de los papeles personales de Enrique Wernike, en viejas páginas de la revista Crisis, la reproducción visible de la letra única y privada del autor en su libreta, en una imagen como prueba tangible, inscribirá las instantáneas reflexiones sobre lo efímero en el arte a partir de un relato de César Aira. Las transformaciones perpetuas de las figuras sobre los pliegues de un papel delgado y efímero, a modo de ofrendas que los parroquianos entregan a una niña que corretea entre las mesas de un café, parecen disolverse, mientras su imperturbable madre dialoga con una amiga; al mismo tiempo que el autor, luego de una consulta oftalmológica, anota el título de su futuro proyecto. Es verdad como dijo alguna vez Nicolás Rosa, el hombre pudo no haber escrito nunca y por ende no haber leído jamás. Las actuales tecnologías de comunicación, en sus diversos registros y formatos, inciden en nuestra vida cotidiana y articulan nuevas formas de experiencia pero suelen ocultar las intrigas y los misterios de la escritura. En una línea del tiempo, las vacilaciones e incertidumbres de la letra sobre la pantalla son acompañadas por un cuaderno verde medio oculto sobre la mesa